La selva (24 page)

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Authors: Clive Cussler,Jack du Brul

Tags: #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: La selva
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—Al parecer —dijo el interrogador mientras Juan resollaba y expulsaba agua de los senos nasales—, no quiere decirme lo que deseo saber. Cabrillo le lanzó una mirada.

—Como ya le he dicho, he venido a tomar las aguas. Le levantaron de la mesa y le arrastraron hasta una celda en un corredor corto y austero. En el cuarto hacía un calor infernal, sin la menor corriente de aire.

A continuación arrojaron a Juan al suelo de hormigón, cerraron de golpe la puerta metálica y echaron el cerrojo. Había una sola luz en lo alto de una pared, un cubo volcado y unos puñados de paja sucia sobre el suelo. Su compañero de celda era la cucaracha más escuálida que jamás había visto.

—Bueno, ¿por qué te han cogido a ti, colega? —le preguntó al insecto, que agitó sus antenas hacia él a modo de respuesta. Por fin pudo examinar la parte posterior de su cabeza y se sorprendió de no tener el hueso fracturado.

El tajo había sangrado sin duda, pero el agua había limpiado la herida. Todavía sufría una conmoción cerebral a pesar de que podía pensar con claridad, y su memoria estaba intacta. Según un mito médico, a menos que se mostrasen síntomas de daños cerebrales, una persona con conmoción debía permanecer despierta después de producirse la herida, pero con los pulmones ardiéndole y el cuerpo dolorido no pensaba que fuese a poder conciliar el sueño.

Descubrió que la única postura que le resultaba cómoda era tumbado boca arriba con el brazo herido doblado sobre el pecho. Revivió los detalles del tiroteo en la selva, examinando cada instante como había hecho con el atentado terrorista en Singapur. Vio a Linda con una rodilla en el suelo detrás del pilar de piedra, su cuerpo menudo se estremecía cada vez que su rifle disparaba. Vio la espalda de MacD mientras corría delante de él, recordando que el pie estuvo a punto de resbalársele de la cuerda en una ocasión. Ahí estaba Smith, llegando al otro extremo del cañón y poniéndose a cubierto detrás del segundo pilar.

Recordó que había bajado la vista hacia sus pies otra vez y que intentó no mirar hacia el embravecido río que se encontraba a más de treinta metros por debajo de él. Luego levantó los ojos y vio que Smith abría fuego, y acto seguido la cuerda se desintegró por delante de MacD. Repasó la escena en su cabeza una y otra vez, como un policía visionando una cinta de vigilancia.

Se concentró en el rifle de Smith mientras disparaba. Estaba apuntando a los soldados que les estaban persiguiendo al otro lado del río. Estaba seguro de ello. Así pues, ¿quién había realizado los disparos que cortaron la soga del puente?

No pudo ser nadie que se encontrara detrás de él. Estaban todos a cubierto y lo bastante lejos del borde como para poder tener ángulo de tiro. Era imposible que lo hubieran hecho los dos soldados que se habían despeñado cuando la cuerda se rompió.

Vio con claridad a Linda marchándose de allí como un rayo, pero la figura de Smith estaba borrosa en su memoria. Juan le echó la culpa a la jaqueca. Por lo general era capaz de recordar hasta el más mínimo detalle, aunque no en esos momentos. Además de eso, el frío que desprendía el hormigón le estaba calando los huesos. Se puso en pie, estaba tan mareado que tuvo que apoyar una mano en la pared. Sin la pierna artificial, no podía hacer nada.

Esperó hasta que el mareo pasó, pero no confiaba en sus fuerzas lo bastante como para moverse por la celda a la pata coja. Solo por entretenerse, hizo unas mediciones empleando su metro ochenta y dos de estatura como base. La celda medía unos tres sesenta y cinco por tres sesenta y cinco metros. Hizo los cálculos de cabeza. La diagonal tendría unos dos metros. Comprobó sus cálculos sabiendo que su bota medía treinta y tres centímetros. Su estimación era correcta.

—El cerebro todavía me funciona —le dijo a la cucaracha, que se paseaba por las briznas de paja esparcida—. ¡Pues piensa! ¿Qué demonios es lo que no encaja? Había algo raro en el campamento arrasado. Recordaba una sensación de confusión, que había un objeto fuera de lugar. ¡No! Fuera de lugar, no. Que faltaba.

Había ciertas cosas que una mujer se habría llevado a una acampada de más de un mes; cosas que ningún hombre tenía motivos para llevarse. La mochila de Soleil Croissard estaba en la tienda, y no había nada dentro. Ni cremas faciales, ni protector labial ni ningún tipo de producto femenino.

¿El cuerpo que casi había recuperado era de mujer? No le había visto la cara, pero la constitución y el color del cabello coincidían con los de Soleil. Y fueran cuales fuesen los lujos femeninos que se hubiera llevado a Myanmar, debían de estar en la bolsa que había rescatado y entregado a Smith.

Estaba llena de agua, de modo que no había forma de estimar su verdadero peso y, por lo tanto, de adivinar su contenido, pero tenía que ser así.

Ella y su compañero... eh... Paul Bissonette —bueno, la memoria no la tenía tan mal después de todo— debían de haber oído o visto aproximarse a la patrulla. Ella recogió sus artículos más íntimos y juntos se internaron en la selva y después en el templo budista en ruinas. Entonces ¿por qué no estaba satisfecho?

De haberle visto la cara, no tendría dudas, pero no se la había visto. No podía realizar una identificación positiva, y eso dejaba un cabo suelto, algo que profesional y personalmente detestaba. Por supuesto, tenía cosas más importantes de que preocuparse que del pasado. Cabrillo esperaba en vano que sus captores birmanos dejaran en paz a MacD.

Por la edad, era evidente que Juan era el mayor, por lo que deberían volcar toda su atención en él. Aunque no creía que eso fuera a suceder. Tenía una idea aproximada de la fortaleza de Lawless. Era duro y con recursos, pero ¿tenía el temple necesario para pasar por lo mismo que Juan acababa de experimentar sin quebrarse?

Cabrillo había ignorado si él sería capaz, de modo que no tenía ni idea de si el chico podría soportarlo. En definitiva, pensó Juan, ¿qué más daba si MacD se quebraba o no? ¿Qué sabía él en realidad? El nombre del cliente y la misión organizada para buscar a su hija, que deambulaba por la selva birmana. ¿Y sobre el
Oregon
?

Conocía el nombre, pero no tenía ni idea de su auténtico potencial. ¿La identidad de Juan? ¿A quién coño le importaba eso? Llevaba fuera de la CIA el tiempo suficiente como para que no pudiera considerársele un activo de inteligencia. No, pensó, MacD podía soltarlo todo y no cambiaría nada. Ahora solo esperaba que el chico fuera lo bastante listo como para percatarse de ello y evitarse el sufrimiento.

No sabía por qué, reflexionó mientras el agotamiento comenzaba a mitigar los dolores y el sueño empezaba a vencerle, pero sospechaba que MacD mantendría la boca cerrada aunque solo fuera para demostrar que era digno de unirse a la Corporación. Cabrillo no tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado, pues al recobrar el conocimiento en la mesa aquella no llevaba el reloj, cuando se despertó sobresaltado. Estaba empapado en sudor y tenía la respiración agitada.

—¡Hijo de puta! —gritó en alto. Una imagen clara de John Smith disparando al cable le vino a la cabeza mientras dormía. Había destrozado la soga de forma premeditada. La cólera se apoderó de Juan. Smith les había tendido una trampa.

No. La trampa se la había tendido Roland Croissard. El cuerpo del río no era de una mujer, sino de un hombre delgado. Y la bolsa no contenía artículos de tocador. En ella había algo que había robado del templo, algo oculto bajo el pedestal donde en otros tiempos estuvo la estatua de Buda, y Juan se lo había entregado a Smith como un tonto.

Rescatar a la chica nunca fue el fin de la misión. Lo más probable es que Croissard hubiese enviado a su propio equipo a la selva a recuperar algún objeto y hubiera fracasado, así que había contratado a la Corporación para que terminaran la misión.

—Joder, soy imbécil.

Entonces, a pesar de la ira que lo invadía, se dio cuenta de que Linda estaba con Smith y no tenía ni la más remota idea de que los planes que este tenía eran muy diferentes de los que ella imaginaba. ¿Se limitaría a matarla ahora que había conseguido lo que quería? La cuestión se grabó a fuego en la mente de Juan. La lógica le decía que no lo haría.

Sería más sencillo que ella le explicase a Max y al resto lo que les había sucedido a MacD y a Cabrillo. Y una vez que estuviera a bordo del
Oregon
, solo tendría que esperar hasta que le llevaran de vuelta a la civilización. Sintió cierto alivio. No le pasaría nada a Linda. Pero solo con pensar en la traición de Smith y de Croissard se le disparaba la tensión.

¿Cómo no lo había visto? Hizo memoria, buscando señales o alguna evidencia. No cabía duda de que el mensaje de audio que supuestamente había recibido Croissard de parte de su hija era falso.

Tan solo transmitía la dosis justa de misterio y desesperación para avivar el interés de Cabrillo. Aceptó aquella misión porque había una mujer joven y asustada, una damisela en apuros que necesitaba que la rescatasen. Pensó con amargura en su estúpido sentido de la caballerosidad. Croissard le había engañado como a un bobalicón. Cabrillo consideró el atentado bomba del hotel bajo una nueva perspectiva, pero no encontró nada que pudiera beneficiar en algo el plan del banquero suizo.

Eso no estaba planeado. Aquellos hombres pretendían matar a tanta gente como les fuera posible. Estaba seguro de eso. No pudo recordar la última vez que le habían engañado. No se acordaba de cuándo le habían colado un farol al póquer. Siempre se había enorgullecido de conocer todos los enfoques posibles, de ir tres pasos por delante y de calar a todo aquel con el que trataba. ¿Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta?

La cuestión daba vueltas en lo más recóndito de su cabeza como en un círculo vicioso. No había respuesta. Mark y Eric habían investigado a Croissard. El tipo era un simple hombre de negocios.

¿A qué coño jugaba? ¿A qué venía aquel subterfugio? Y entonces se le ocurrió otra pregunta para la que no tenía respuesta: ¿qué había en esa bolsa que era tan valioso como para enviar a un primer grupo de exploradores y luego pagar millones a la Corporación cuando este desapareció del radar? Cabrillo se recostó con la espalda apoyada contra la pared de cemento de su celda mientras un sinfín de enigmas rondaba por su cabeza.

12

Para sorpresa de Smith y mérito de la mujer, esta no discutió cuando le dijo que debían internarse en la selva después de que la soga del puente se rompiera. Permanecieron allí el tiempo preciso para ver a los soldados birmanos subiendo a los dos nuevos prisioneros del precipicio antes de correr hacia la selva para ocultarse en la espesura.

Con el puente inutilizado, los soldados no podrían seguirles hasta que encontraran un lugar donde aterrizar el helicóptero. Smith y Linda tendrían una buena ventaja para evitar su captura. Pero por si acaso los birmanos contaban con un rastreador tan diestro como Lawless, se aseguraron de borrar sus huellas.

Después de emplearse a fondo durante una hora, cubriendo el terreno que habían cruzado esa misma mañana, Smith estableció un descanso de cinco minutos. A su compañera ni siquiera se le había alterado la respiración, en tanto que él se dejó caer en el suelo resollando. De fondo se escuchaba el omnipresente sonido de pájaros e insectos. Linda se acuclilló cerca de Smith, con expresión sombría, pensando sin duda en el destino de sus compañeros capturados. Se secó los ojos y se apartó de Smith. Era la ocasión que este había estado esperando. Sacó en silencio la pistola y le puso el cañón en la parte posterior de la cabeza.

—Deja el rifle despacio —ordenó. Linda inspiró con los dientes apretados y se quedó rígida. Tenía el REC7 sobre las rodillas. Lo dejó lentamente en el suelo frente a sí. Smith no apartó la pistola cuando alargó el otro brazo y arrastró el rifle lejos de su alcance.

—Ahora saca tu pistola. Solo con dos dedos. Como si fuera un autómata, Linda desabrochó el arnés y, utilizando solo el pulgar y el índice, sacó la Glock 19.

En cuanto abrió los dedos, agachó la cabeza y giró, alzando el brazo para golpear a Smith a fin de despojarle del arma. Sabía que él tendría la atención fija en la Glock y aprovechó eso como una distracción. Con los dedos rígidos, le asestó un golpe en la garganta justo por encima del vértice de la clavícula.

Luego le propinó un zurdazo en un lado de la cabeza. El puñetazo no fue demasiado fuerte, ya que estaban demasiado cerca el uno del otro, pero con las vías respiratorias obstruidas, sirvió para aturdir al ex legionario. Linda se puso en pie y se inclinó hacia atrás para propinarle una patada en la cabeza.

Con la rapidez de una víbora, Smith le agarró el pie en el aire y se lo retorció consiguiendo tirarla al suelo. Saltó sobre su espalda con ambas rodillas, haciendo que el aire abandonara de golpe sus pulmones y dificultando con su peso que pudiera volver a llenarlos. Presionó la pistola contra su nuca sin contemplaciones.

—Vuelve a intentar algo así y estás muerta. ¿Entendido?

—Al ver que Linda no respondía, repitió la pregunta y apretó con fuerza el cañón contra su carne.

—Sí —logró barbotar. Smith tenía un trozo de cable listo en el bolsillo. Agarró los brazos de Linda y se los puso en la parte baja de la espalda. Luego le rodeó las muñecas utilizando una sola mano y retorció los extremos.

El cable subía por los antebrazos a fin de que no pudiera alcanzarlo con los dedos. Con un segundo trozo de cable le sujetó las muñecas a la trabilla de los pantalones de camuflaje.

En cuestión de segundos, Linda Ross estaba atada como si fuera un pavo de Navidad. Solo entonces Smith se levantó de encima de ella. Linda tosió violentamente cuando sus pulmones comenzaron a funcionar de nuevo. Tenía la cara encarnada y una expresión colérica en los ojos.

—¿Por qué haces esto? Smith la ignoró. Sacó su móvil de la mochila y lo encendió.

—¡Respóndeme, joder! El ex legionario se quitó la gorra del béisbol de la cabeza y se la metió a Linda en la boca. Estaban tan rodeados de vegetación que no pudo conseguir señal.

Agarró a Linda y empezó a caminar hacia el claro, a unos cincuenta metros de distancia. La arrojó sobre la hierba y se sentó enfrente. Vio que tenía un correo electrónico que había recibido a primera hora de la mañana: Cambio de planes, amigo mío.

Como sabes, mi intención ha sido siempre la de utilizar los canales oficiales para nuestra búsqueda. Utilizar a la Corporación fue una decisión arriesgada. Mis negociaciones por fin han dado sus frutos. Le he pagado una buena suma a un oficial de Myanmar para que envíe un escuadrón de soldados al monasterio. Saben quién eres. Entre todos deberíais ser capaces de acabar con el equipo de la Corporación y llevar a cabo la misión. Smith se rascó la barba incipiente.

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