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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

La torre de la golondrina (32 page)

BOOK: La torre de la golondrina
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Se calló, se escuchó cómo tragaba saliva.

—Ni siquiera sabía que se aferraba a un enemigo. A un odiado nilfgaardiano.

»Nos quedamos solos —dijo al cabo—. Yo y ella, y alrededor había cadáveres y fuego. Ciri se arrastraba por un charco y el agua mezclada con sangre comenzaba ya a evaporarse. Una casa se hundió, ya casi no veía nada a causa del humo y las chispas. El caballo no quería acercarse. La llamé, le dije que viniera hacia mí, bramé por encima de los ruidos del incendio. Me vio y me escuchó, pero no reaccionó. El caballo no quería moverse y yo no podía controlarlo. Tuve que desmontar. Apenas pude cogerla a ella con una mano y con la otra sujetar el caballo, el caballo se resistió tanto que por poco no me tiró al suelo. Cuando la alcé, comenzó a gritar. Luego se tensó y se desmayó. La envolví con la capa, que había empapado en el charco, en el barro, el estiércol y la sangre. Y nos fuimos. Directamente a través del fuego.

»Yo mismo no sé cómo conseguimos escapar de allí. Pero de pronto apareció una grieta en la muralla y nos encontramos junto al río. Mala suerte, justo en un lugar que habían elegido los norteños para huir. Tiré el casco de oficial, porque me hubieran reconocido al instante, aunque las alas se habían quemado ya. El resto de la ropa estaba tan sucia que no podía traicionarme. Pero si la muchacha hubiera estado consciente, si hubiera gritado, me hubieran hecho pedazos con las espadas. Tuve suerte.

«Cabalgué con ellos dos leguas, luego me quedé retrasado y me escondí en los matorrales, junto al río lleno de cuerpos.

Se calló, carraspeó, se masajeó la cabeza vendada con las dos manos. Y enrojeció. ¿O se trataba tan sólo del brillo de la lumbre?

—Ciri estaba terriblemente sucia. Tuve que desnudarla... No se defendió, no gritó. Sólo temblaba, tenía los ojos cerrados. Cuantas veces la toqué, para lavarla o limpiarla, se tensó y se quedó rígida... Sé que hubiera hecho falta hablar con ella, tranquilizarla... Pero de pronto no pude encontrar palabras en vuestra lengua... En la lengua de mi madre, que sé desde niño. Como no pude encontrar palabras, quise tranquilizarla con caricias, con delicadeza... Pero ella se tensaba y gimoteaba... Como un pollito...

—Esto la persiguió en sus pesadillas —susurró Geralt.

—Lo sé. A mí también.

—¿Qué pasó después?

—Se durmió. Y yo también. De cansancio. Cuando me desperté, ya no estaba junto a mí. No estaba por ningún lado. No recuerdo el resto. Quienes me encontraron afirman que corría en círculo y aullaba como un lobo. Tuvieron que atarme. Cuando me tranquilicé se ocuparon de mí gente del servicio secreto, gentes de Vattier de Rideaux. Les interesaba Cirilla. Dónde estaba, cuándo y adónde había huido, de qué forma se me había escapado, por qué le había permitido huir. Y otra vez, desde el principio, dónde está, adónde ha huido... Rabioso, grité algo sobre el emperador que persigue a las muchachas como un gavilán. A causa de aquel grito pasé más de un año en la ciudadela. Y luego recuperé la gracia imperial porque yo era necesario. En Thanedd era necesario alguien que hablara la común y supiera qué aspecto tenía Ciri. El emperador quería que fuera a Thanedd... Y que esta vez no fallara. Que le trajera a Ciri.

Guardó silencio un instante.

—Emhyr me dio la oportunidad. Podría haberla rechazado, objetado. Esto hubiera supuesto caer en desgracia y el olvido definitivo y total, para toda la vida. Pero podría haberla rechazado si hubiera querido. Pero no la rechacé. Porque sabes, Geralt... yo no había podido olvidarla.

»No te voy a mentir. Yo la veía sin descanso en mis sueños. Y no como la niña delgada que había sido en el río, cuando la desnudé y la lavé. La veía... y todavía la veo... como una mujer, hermosa, consciente, provocativa... Con tales detalles como una rosa tatuada en la ingle...

—¿De qué hablas?

—No sé, yo mismo no lo sé... Pero así era y así sigue siendo. Yo la sigo viendo en sueños, de la misma forma que la veía entonces... Por eso me ofrecí a la misión a Thanedd. Por eso luego quise unirme a vosotros. Yo... Yo quiero volverla a ver. Quiero tocar otra vez sus cabellos, contemplar sus ojos... Quiero mirarla. Mátame si quieres. Pero no voy a fingir más. Yo pienso... pienso que la quiero. Por favor, no te rías.

—No es en absoluto para reírse.

—Precisamente por esto voy con vosotros. ¿Entiendes?

—¿La quieres para ti o para tu emperador?

—Soy realista —susurró—. Ella no me quiere a mí. Y como esposa del emperador al menos podría verla.

—Como realista —bufó el brujo— debieras saber que primero tenemos que encontrarla y salvarla. Pongamos que tus sueños no mienten y que Ciri de verdad está viva.

—Lo sé. ¿Y cuando la hallemos? Entonces, ¿qué?

—Veremos. Veremos, Cahir.

—No me des largas. Sé sincero. Por supuesto no permitirás que me la lleve.

No respondió. Cahir no repitió la pregunta.

—¿Hasta entonces —preguntó frío— podemos ser amigos?

—Podemos, Cahir. Te pido perdón otra vez por aquello. No sé lo que me pasó. En realidad nunca sospeché seriamente que fueras un traidor o un mentiroso.

—No soy un traidor. Yo nunca te traicionaré, brujo.

Cabalgaron por un profundo barranco labrado en las montañas por el agitado y ya muy amplio río Sansretour. Caminaban hacia el este, hacia la frontera del condado de Toussaint. La Gorgona, la Montaña del Diablo, se alzaba sobre ellos. Para mirar su cumbre tenían que echar la cabeza hacía atrás.

Pero no la echaban.

Primero percibieron el humo, luego, un poco después, vieron el fuego, y sobre él un espetón en el que se asaban unas truchas abiertas en dos. Vieron también a un individuo solitario sentado junto al fuego.

No mucho tiempo atrás todavía se habría reído Geralt, se habría burlado sin piedad y habría tenido por un completo idiota a cualquiera que se hubiera atrevido a afirmar que él, el brujo, se iba a sentir embargado por una gran alegría al ver a un vampiro.

—Ohó —dijo con tranquilidad Emiel Regis Rohellec Terzieff-Godefroy, colocando el espetón—. Mirad lo que nos ha traído el gato.

Capítulo séptimo

Llamador
, ítem nombrado knaker, coblynau, polterduk, karkonos, rubezahl, tesorero, pukacz y desertarlo. Es variante del kobold, del cuál el
ll.
en porte y poderío en grande medida lo descuella. Portan también los
ll.
barbas descomunales, lo cuál los koboldes no acostumbran. Habita el
ll.
en galerías, pozos de mina, escombreras, abismos, cavernas oscuras, dentro de las peñas y en todo espécimen de grutas, cuevas y piedras güecas. Allí donde mora, de seguro haya escondidas en la tierra riquezas, ya sean menas, metales, carbones, sal o aceite de roca. Destomismo, al
ll.
a menudo puede encontrárselo en las minas, las más de las veces ya sin uso, mas y en las minas vivas gusta de mostrarse. Maligno truhán y dañador, maldición y verdadero castigo divino para mineros y picadores, a los que el
ll.
enseñoreado por el camino de la amargura lleva, con sus llamamientos en las peñas confunde y amedranta, las escalas les desface, las yerramientas y avíos todos propios de los mineros hurta y esconde, y tampoco le es impropio el echar palos a la testa desde detrás del carbón.

Mas puede comprárselo, para que no menoscabe en demasía, colocando dosea, en corredor oscuro o en los pozos, pan con manteca, requesón o una lonja de maharrana ahumada. Cuanto quier lo mejor sea una garrafa de orujo, ya que el
ll.
muy goloso de ello acostumbra a ser.

Physiologus

 

—Están seguros —le confirmó el vampiro, espoleando a la mula Draakul—. El trío entero. Milva, Jaskier y por supuesto Angouléme, se entiende, quien nos alcanzó a tiempo en el valle de Sansretour y nos contó todo, sin ahorrarse palabras pintorescas. Nunca he podido entender por qué vosotros, humanos, extraéis la mayor parte de las maldiciones e insultos de lo relacionado con la esfera erótica. Pero si el sexo es hermoso, y se relaciona con la belleza, la alegría, el placer. Cómo se puede usar en forma de sinónimo vulgar el nombre de la herramienta sexual...

—Ajústate al tema, Regis —le interrumpió Geralt.

—Por supuesto, perdón. Avisados por Angouléme de la llegada de los bandidos, cruzamos sin vacilar la frontera de Toussaint. Milva, es verdad, no estaba contenta, rabiaba por darse la vuelta e ir a buscaros a ambos a toda prisa. Conseguí persuadirla. Y Jaskier, sorpresa, en vez de alegrarse por el asno que nos ofrecían las fronteras del condado, andaba a todas luces de capa caída... ¿No sabes por casualidad qué es lo que él teme tanto en Toussaint?

—No lo sé, pero me lo imagino —respondió Geralt ácido—. Porque no sería el primer lugar donde nuestro amigo el bardo ha hecho de las suyas. Ahora se contiene un tanto, porque viaja en compañía de personas decentes, pero cuando era joven no existía nada sagrado para él. Incluso diría que ante él sólo estaban seguros los erizos y aquellas mujeres que eran capaces de trepar a la misma punta de un árbol muy alto. Y a menudo, los maridos de aquellas mujeres le tenían esto a mal al trovador, no se sabe por qué. En Toussaint con toda seguridad hay algún marido al que ver a Jaskier puede avivar los recuerdos... Pero esto, al fin y al cabo, no tiene importancia. Volvamos a las cosas concretas. ¿Qué hay de los perseguidores? Espero que...

—No creo —sonrió Regís— que nos siguieran hasta Toussaint. La frontera está atestada de caballeros andantes que se aburren soberanamente y buscan ocasión para una peleílla. Aparte de ello, nosotros, junto con un grupo de peregrinos que encontramos en la frontera, nos llegamos enseguida a la floresta sagrada de Myrkvid. Y ese lugar despierta el temor. Incluso los peregrinos y enfermos que viajan hasta Myrkvid "desde los más lejanos rincones para recuperar la salud se detienen en una aldea no muy lejos del borde del bosque, sin atreverse a entrar en su interior. Porque corren rumores de que quien se atreve a entrar en el robledal sagrado termina ardiendo en una hoguera dentro de la Moza de Esparto.

Geralt tomó aire.

—Es decir...

—Por supuesto. —El vampiro de nuevo no le permitió terminar—. En la floresta de Myrkvid habitan los druidas. Aquéllos que antes vivían en Angren, en Caed Dhu, que luego se trasladaron al Loc Monduirn y por fin a Myrkvid, a Toussaint. Nos estaba predestinado que los íbamos a encontrar. No me acuerdo, ¿dije que nos estaba predestinado?

Geralt espiró con fuerza. Cahir, que iba a su espalda, también.

—¿Está tu amigo entre esos druidas? El vampiro sonrió de nuevo.

—No es mi amigo, sino mi amiga —explicó—. Sí, está entre ellos. Hasta ha ascendido. Dirige un Círculo entero.

—¿Una hierofanta?

—Flaminica. Así se llama el título druídico más alto cuando lo lleva una mujer. Sólo los hombres se denominan hierofantes.

—Cierto, lo había olvidado. Así que Milva y el resto...

—Están ahora bajo los cuidados de la flaminica y su Círculo. —El vampiro, siguiendo su costumbre, respondió a la pregunta mientras se estaba haciendo, después de lo que inmediatamente procedía a contestar una pregunta que todavía no se había hecho—. Yo, por mi parte, me apresuré a venir a buscaros. Puesto que sucedió una cosa enigmática. La flaminica, cuando comencé a presentar nuestro asunto, no me dejó terminar. Afirmó que ya lo sabía todo. Que desde hacía algún tiempo espera nuestra visita...

—¿Cómo?

—Yo tampoco pude ocultar mi incredulidad. —El vampiro detuvo la muía, se alzó sobre los estribos, miró a su alrededor.

—¿Estás buscando algo o a alguien? —preguntó Cahir.

—Ya no busco, lo he encontrado. Descabalguemos.

—Preferiría que cuanto más deprisa...

—Descabalguemos. Te contaré todo.

Tuvieron que hablar más fuerte para poder entenderse a causa del ruido de una cascada que caía desde una impresionante altura por la pared vertical de un despeñadero rocoso. Abajo, allá donde la cascada se derramaba sobre una laguna bastante grande, se abría en la roca la negra boca de una cueva.

—Sí, ésa es —Regís confirmó las suposiciones del brujo—. Acudí a encontrarme contigo porque me ordenaron dirigirte aquí. Tendrás que entrar en esa cueva. Ya te dije, los druidas sabían de ti, sabían de Ciri, sabían de nuestra misión. Y se enteraron de ello a través de la persona que vive ahí. Esta persona, si creemos a los druidas, desea hablar contigo.

—Si creemos a los druidas —repitió con énfasis Geralt—. Yo ya he estado en estos alrededores antes. Sé lo que vive en las profundas cuevas bajo la Montaña del Diablo. Allí habitan diversos tipos de gentes. Pero en su mayoría no se puede hablar con ellos, a no ser que sea con la espada. ¿Qué más es lo que ha dicho tu druidesa? ¿En qué más tengo que creer?

—De forma muy clara —el vampiro clavó sus negros ojos en Geralt— me dio a entender que, en general, no le vuelven loca los personajes que destruyen y matan a la naturaleza viva y, en particular, los brujos. Le expliqué que en este momento eres brujo más bien de nombre. Que no perjudicas en absoluto a la naturaleza viva en tanto ésta no te perjudica a ti. La flaminica, has de saber que es una mujer de extraordinaria inteligencia, se dio cuenta al punto de que has abandonado el brujerismo no debido a un cambio de tu forma de pensar, sino obligado por las circunstancias. Sé perfectamente, dijo, que la desgracia ha afectado a una persona cercana al brujo. Así que el brujo se vio obligado a abandonar el brujerismo y a apresurarse a acudir a salvarla...

Geralt no hizo ningún comentario pero su mirada era suficientemente significativa como para que el vampiro se apresurara con las aclaraciones.

—Afirmó, cito: «No siendo brujo, el brujo demuestra que es capaz de humildad y sacrificio. Entrará en las oscuras simas de la tierra. Desarmado. Abandonando toda arma, todo hierro afilado. Todos los pensamientos malvados. Toda agresión, rabia, furia, arrogancia. Entrará con humildad. Y una vez allí, en las simas de la tierra, el humilde no brujo encontrará las respuestas a las preguntas que lo mortifican. Encontrará la respuesta a muchas preguntas. Pero si el brujo sigue siendo brujo, no encontrará nada».

Geralt escupió en dirección a la cascada y la cueva.

—Esto es la chorrada de siempre —afirmó—. ¡Un juego! ¡Una burla! Clarividencias, sacrificios, encuentros secretos en grutas, respuestas a preguntas... Tan elaboradas artimañas sólo las usan los viejos cuentistas ambulantes. Alguien se está burlando de mí. En el mejor de los casos. Y si no es una broma...

BOOK: La torre de la golondrina
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