La tumba de Huma (18 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Juvenil, Fantastico

BOOK: La tumba de Huma
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—No era mi intención... —susurró el bárbaro mientras caía al suelo—. No lo sabía. Perdonadme...

Tika se abría camino apuñalando y pateando a los guerreros elfos, ¡sólo para ver como éstos se transformaban súbitamente en draconianos! Sus ojos de reptiles relucían rojizos, sus lenguas relamían las espadas. La muchacha estaba paralizada de terror. Tambaleándose,.. tropezó con Sturm. El caballero se volvió enojado, ordenándole que se apartara de su camino. Al retroceder, chocó con Flint, quien la empujó impacientemente a un lado.

Cegada por las lágrimas y aterrorizada ante la imagen de los draconianos, quienes tras desvanecerse resurgían en la batalla, Tika perdió el control. Su miedo era tal que comenzó a acuchillar salvajemente todo lo que se movía. Sólo volvió en sí al elevar la mirada y ver a Raistlin ante ella, vestido con su túnica negra. El mago no dijo nada, simplemente señaló hacia el suelo. Flint yacía muerto a sus pies, atravesado por su espada.

«Yo los traje aquí. Es responsabilidad mía. Soy el mayor. Los sacaré de aquí», pensaba Flint.

El enano levantó en alto su hacha de guerra y lanzó un desafío a los guerreros elfos que había ante él. Los espíritus rieron.

Flint, enojado, se abalanzó hacia adelante, pero descubrió con pesar que casi no podía caminar. Las articulaciones de las rodillas se le habían hinchado y le dolían terriblemente. Sus nudosos dedos temblaban como los de un perlático, obligándolo a soltar su hacha. Le faltaba la respiración. De pronto Flint comprendió por qué los guerreros elfos no estaban atacándole; dejaban que su propia vejez acabara con él.

A la vez que se daba cuenta de esto, el enano sintió que su mente comenzaba a divagar y su visión se nublaba. Una oscura silueta apareció ante él, la silueta de alguien que le resultaba familiar. ¿Era Tika? No estaba seguro, no podía ver nada...

Goldmoon corrió entre los retorcidos y torturados árboles. Perdida y sola, buscaba desesperadamente a sus amigos. A pesar del tintineo de las espadas, pudo oír a Riverwind llamándola en la lejanía. Pero, de pronto, la llamada se convirtió en un grito de agonía. Avanzó desesperadamente, abriéndose camino entre las zarzas hasta que su rostro y sus manos comenzaron a sangrar. Al final encontró a Riverwind. El guerrero estaba tendidoen el suelo, atravesado por un gran número de flechas... ¡flechas que Goldmoon reconoció! Fue corriendo hacia él y se arrodilló a su lado.

—Cúrale, Mishakal—pidió, tal como había rogado otras veces.

Pero no sucedió nada. El ceniciento rostro de Riverwind no recuperó su color. Seguía con los ojos en blanco, fijos en aquel cielo verdoso.

—¿Por qué no respondes? ¡Cúrale! —gritó Goldmoon a la diosa, pero entonces comprendió lo que sucedía—. ¡No! ¡Castigadme a
mi
! ¡He sido
yo
la que he dudado! ¡Presencié la destrucción de Tarsis, vi sufrir y morir a niños! ¿Cómo pudisteis permitir una cosa así? ¡Intento tener fe, pero al contemplar tales horrores, no puedo evitar dudar! No lo castiguéis a él.

Sollozando, se inclinó sobre el cuerpo inerte de su esposo sin darse cuenta que estaba siendo rodeada por un grupo de guerreros elfos.

Tasslehoff, fascinado por los terribles prodigios acaecidos, se desvió del camino y descubrió que sus amigos se las habían arreglado para perderle de vista. Los espíritus no lo molestaron. Ellos se alimentaban del temor, y no percibían ninguno en el pequeño cuerpecillo del kender.

Finalmente, después de andar de un lado para otro durante casi un día, el kender llegó a las puertas de la torre de las Estrellas. Al llegar allí su despreocupada sonrisa se le borró de la cara; había encontrado a sus amigos, por lo menos a uno de ellos.

Acorralada contra las cerradas puertas, Tika luchaba por su vida contra una hueste de deformes y terroríficos enemigos. Tas vio que Tika sólo conseguiría salvarse si lograba entrar en la Torre. Corrió hacia adelante y, atravesando fácilmente la reyerta, alcanzó la puerta y comenzó a examinar la cerradura, mientras Tika mantenía alejados a los elfos blandiendo salvajemente su espada.

—¡Apresúrate, Tas! —gritó la muchacha desesperada.

Era una cerradura fácil de abrir; estaba protegida con una trampilla tan simple que a Tas le sorprendió que los elfos se hubiesen molestado en instalarla.

—La abriré en cuestión de segundos —anunció. No obstante, cuando comenzaba a manipularla, algo lo golpeó desde atrás, haciéndole tambalearse.

—¡Hey! —le gritó a Tika irritado, volviéndose—. Sé un poco más cuidadosa...

Se interrumpió horrorizado. Tika yacía a sus pies completamente cubierta de sangre.

—¡No, no, Tika! —susurró Tas. ¡Tal vez estuviera sólo herida! Tal vez si conseguía entrarla en la torre, alguien podría ayudarla. Las lágrimas entorpecieron la visión del kender y sus manos comenzaron a temblar.

«Debo apresurarme. ¿Por qué no se abrirá esto? ¡Es tan simple!», pensó Tas desesperado.

Furioso, intentó romper la cerradura. Cuando finalmente ésta saltó, sintió una pequeña punzada en el dedo. La puerta de la torre comenzó a abrirse. Pero Tasslehoff sólo podía contemplar su dedo, en el que relucía una pequeña gota de sangre. Volvió a mirar la cerradura y descubrió una pequeña aguja dorada. Una trampa sencilla, que él mismohabía activado. Mientras los primeros efectos del veneno se esparcían por su cuerpo, bajó la mirada y vio que ya era demasiado tarde. Tika había muerto.

Raistlin y su hermano se abrieron camino por el bosque sin problemas. Caramon contempló cada vez más impresionado cómo Raistlin mantenía alejadas a las demoníacas criaturas que los acechaban; en algunos momentos con increíbles proezas de magia, en otros sólo con la pura fuerza de su voluntad.

La actitud de Raistlin era amable y solícita. A medida que el día languidecía, Caramon se veía obligado a detenerse cada vez con mayor frecuencia. Al llegar el atardecer, todo lo que Caramon podía hacer era arrastrar los pies, apoyándose en su hermano para sostenerse. Y mientras Caramon se sentía cada vez más débil, Raistlin era cada vez más fuerte.

Finalmente, cuando las sombras de la noche tuvieron la clemencia de acabar con aquel día torturante, los gemelos llegaron a la torre. Una vez allí se detuvieron, pues Caramon se sentía exhausto y febril.

—Tengo que descansar, Raistlin. Ayúdame.

—Por supuesto, hermano mío —dijo Raistlin con amabilidad ayudando a Caramon a recostarse contra la perlina pared de la Torre y contemplándolo luego con ojos fríos y relucientes.

—Adiós, Caramon.

Caramon lo miró sin poder dar crédito a sus oídos. El guerrero pudo ver entre las sombras de los árboles a los espíritus elfos —que hasta el momento los habían seguido a una distancia prudencial—, aguardando a que el mago se fuera.

—Raistlin —dijo Caramon lentamente—, ¡no puedes dejarme aquí! No puedo luchar contra ellos. ¡No tengo fuerzas! ¡Te necesito!

—Tal vez, pero sabes, hermano mío, ya no te necesito más. Me he apoderado de tu fuerza. Ahora, por fin soy el que debería haber sido de no ser por un cruel truco de la naturaleza... una sola persona.

Mientras Caramon lo miraba sin comprender, Raistlin se volvió para marcharse.

—¡Raistlin!

El grito agonizante de Caramon lo detuvo. Raistlin se volvió y miró a su gemelo.

—¿Cómo te sientes siendo débil y temeroso, hermano mío? —le preguntó suavemente. Volviéndose de nuevo, Raistlin caminó hacia la entrada de la torre, donde Tika y Tas yacían muertos. El mago pasó sobre ellos y desapareció en la oscuridad.

Cuando Sturm, Tanis y Kitiara llegaron a la torre vieron un cuerpo tendido en el suelo. Las fantasmagóricas siluetas de los espíritus elfos comenzaban a rodearlo, aullando, chillando y pinchándolo con sus frías espadas.

—¡Caramon! —gritó Tanis desconsolado.

—¿Dónde está su hermano? —preguntó Sturm mirando intencionadamente a Kitiara—.Sin duda le ha dejado morir.

Los tres echaron a correr en dirección a Caramon para ayudarle. Blandiendo sus espadas, Sturm y Kitiara mantuvieron a los elfos alejados mientras Tanis se arrodillaba junto al agonizante guerrero.

Caramon elevó su vidriosa mirada y se encontró con la de Tanis, resultándole difícil reconocerle debido a la sangrienta neblina que ofuscaba su visión. Hizo un esfuerzo desesperado por hablar.

—Protege a Raistlin, Tanis... —Caramon se atragantó con su propia sangre —, ya que yo no estaré aquí para ayudarle. Vela por él.

—¿Velar por Raistlin? —repitió Tanis furioso—. ¡Te dejó aquí, te dejó morir!

Caramon cerró los ojos exhausto.

—No, estás equivocado, Tanis. Yo le dije que se fuera.., —la cabeza del guerrero cayó hacia adelante.

Las sombras de la noche se cernieron sobre ellos. Los elfos habían desaparecido. Sturm y Kitiara se acercaron al guerrero muerto.

—¿Qué te había dicho? —preguntó Sturm agriamente.

—Pobre Caramon —susurró Kitiara, arrodillándose junto a él—. Siempre creí que acabaría así.

Guardó silencio durante un instante y luego murmuró casi para sí:

—O sea que mi pequeño Raistlin se ha hecho realmente poderoso.

—¡A costa de la vida de su otro hermano!

Kitiara miró a Tanis perpleja por lo que acababa de oír. Luego, encogiéndose de hombros, bajo la mirada hacia Caramon, quien yacía sobre un charco formado por su sangre.

—Pobre muchacho —dijo en voz baja.

Sturm cubrió el cuerpo de Caramon con su capa y los tres marcharon en busca de la entrada de la Torre.

—Tanis... —dijo Sturm señalando hacia adelante.

El cuerpo del kender yacía junto a la puerta. Sus pequeños brazos y piernas se hallaban retorcidos debido a las convulsiones que le había provocado el veneno. A corta distancia estaba el cuerpo de Tika, con los rizos rojizos salpicados de sangre. Tanis se arrodilló junto a ambos cadáveres. Una de las bolsitas del kender estaba abierta y todo lo que contenía se había esparcido por el suelo. Tanis vio relucir algo. Al fijar la atención descubrió el anillo de hechura elfa, labrado en forma de hojas de enredadera. La visión se le nubló, los ojos se le llenaron de lágrimas y tuvo que cubrirse el rostro con las manos.

—No podemos hacer nada, Tanis —Sturm posó la mano sobre el hombro de su amigo—. Hemos de seguir adelante y acabar con todo esto. Aunque sea lo último que haga, viviré para matar a Raistlin.

«La muerte está en nuestras mentes. Esto es un sueño», se repetía Tanis. Pero las palabras que decía eran las de Raistlin, y ya había visto en lo que se había convertido el mago.

«Llegará un momento en el que despertaré», pensó, poniendo toda su voluntad para creer que se trataba de un sueño. Mas, cuando abrió los ojos, el cuerpecillo del kender seguía tendido en el suelo.

Sujetando con firmeza el anillo que tenía en la mano, Tanis siguió a Kitiara y Sturm hacia el interior del húmedo vestíbulo de mármol que ahora estaba completamente cubierto de légamo. De las marmóreas paredes colgaban pinturas enmarcadas en oro. Unos altos ventanales con cristaleras de colores dejaban entrar una luz cárdena y fantasmal. El vestíbulo debía haber sido muy bello en tiempos pasados, pero ahora hasta las pinturas de la pared aparecían desfiguradas, mostrando terroríficas imágenes de la muerte. Poco a poco, a medida que los tres iban avanzando, comenzaron a percibir una brillante luz verdosa que emanaba de una habitación que había al fondo del corredor.

Los tres sintieron que de aquella luz glauca emanaba una malevolencia que golpeaba sus rostros con el calor de un sol desnaturalizado.

—El centro del mal —dijo Tanis.

Su corazón estaba lleno de cólera; cólera, pena y un ardiente deseo de venganza. Echó a correr en dirección a la habitación, pero aquel aire tiznado de verde parecía ejercer sobre él una firme presión, frenándolo cada vez con mayor intensidad, hasta que dar un sólo paso supuso un inmenso esfuerzo.

Kitiara caminaba titubeante a su lado. Tanis la rodeó con el brazo, a pesar de que apenas disponía de fuerzas para moverse él mismo. El rostro de la mujer estaba empapado de sudor y los oscuros y rizados cabellos se arremolinaban sobre su frente. Su mirada reflejaba temor. Era la primera vez que Tanis la veía asustada. El semielfo escuchó tras él la respiración jadeante de Sturm.

Al principio no parecían adelantar en su camino en absoluto. Luego, se dieron cuenta de que, poco a poco, iban acercándose cada vez más a la estancia de la que emanaba la luz. Ahora su intenso brillo les dañaba los ojos. Se hallaban totalmente exhaustos, les dolían los músculos y les ardían los pulmones.

En el preciso instante en que Tanis sintió que no podía continuar andando, oyó que una voz pronunciaba su nombre. Al alzar su dolorida cabeza, vio a Laurana enfrente suyo a una pequeña distancia, llevando en sus manos la espada elfa. La pesadez no parecía afectarla, pues la muchacha corrió hacia él profiriendo un alegre grito.

—¡Tanthalas! ¡Estás bien! He estado esperando...

Rápidamente se interrumpió, posando la mirada sobre la mujer que Tanis sostenía.

—¿Quién...? —comenzó a preguntar Laurana, pero, de pronto, lo supo. Aquella era Kitiara. La humana a la que Tanis amaba. El rostro de Laurana palideció y un segundo después se tiñó de rubor.

—Laurana... —Tanis se sintió invadido por la confusión y la culpa, odiándose a sí mismo por causarle tal dolor a la elfa.

—¡Tanis! ¡Sturm! —gritó Kitiara señalando.

Ambos se volvieron, alarmados por el tono de su voz, mirando hacia el fondo del corredor de mármol inundado de luz glauca.

—¡Drakus Tsaro, deghnyah!
—entonó Sturm en solámnico.

En medio de la verdosa calina había un gigantesco dragón verde. Se llamaba Cyan Bloodbane, y era uno de los dragones más grandes de Krynn. Tan sólo el gran dragón hembra Great Red, era mayor. Tras asomar la cabeza por el marco de una puerta, el inmenso reptil listó la aceitunada luz con su pesado cuerpo. Cyan, que había olido el acero, la carne humana y la sangre elfa, observó al grupo con la mirada inyectada.

Se quedaron inmóviles, paralizados por el temor a los dragones. Lo único que pudieron hacer fue observar cómo el dragón traspasaba el marco de la puerta, resquebrajando la pared de mármol con la misma facilidad con que hubiera hecho pedazos una de barro cocido. Cyan avanzó por el corredor con las fauces abiertas. Los compañeros no podían hacer nada. Sus armas pendían de manos sin nervios, sus pensamientos eran de muerte. Pero, cuando el dragón ya estaba cerca, una oscura silueta surgió de una puerta entre las verduzcas sombras y se plantó frente a ellos.

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