La Tumba Negra (57 page)

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Authors: Ahmet Ümit

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: La Tumba Negra
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»Sí, ha habido gente como Patasana que ha intentado explicar toda esta crueldad, pero han usado un método equivocado. Por eso no ha servido para nada lo que han escrito. Sin embargo, yo quería que el aviso que me proponía dar sirviera para algo. Así pues, escogí el método que más impresiona a la gente: la muerte. Pero debían ser muertes inteligentes, que despertaran asombro y sirvieran para recordar el pasado. Por esa razón tomé como modelo aquellos tres asesinatos de hace setenta y ocho años, en los que también murió mi abuelo. Les aseguro que no tenía ninguna intención de venganza. Es cierto que los armenios fueron masacrados, pero si los propios armenios, o los kurdos, o los árabes, se hubieran encontrado en el lugar de los turcos, estoy seguro de que habría sido inevitable que cometieran matanzas parecidas. No pretendo satisfacer una venganza racial. Con mis crímenes, sólo intento que la humanidad se enfrente con su verdadera imagen, como en un espejo. Soy alguien que quiere que la gente vea sus rostros terribles en dicho espejo y que se esfuerce por liberarse de esa repugnante visión…

En ese momento, en la cara de Timothy apareció una expresión de timidez. Volvió su mirada vergonzosa hacia Esra.

—Por aquellos días, la señora Esra, que sé que nunca me perdonará por mucho que me disculpe, me invitó a unirme a su excavación. Trabajaban en la región en la que yo había planeado los asesinatos y, aunque hubiera decidido dejar de dedicarme a la arqueología, era una oportunidad que no podía desaprovechar, así que, tras hacerme de rogar un poco, acepté su propuesta. Poco después de empezar a trabajar, ocurrió algo increíble, en la biblioteca de la ciudad antigua apareció un hallazgo de tanta importancia como las tablillas de Patasana. Y en cuanto surgió la necesidad de organizar una rueda de prensa, comprendí que había llegado el momento de llevar a cabo mi histórica misión. Y maté a esas tres personas de forma parecida a los asesinatos cometidos hace setenta y ocho años para que la noticia llegara a tiempo a la rueda de prensa…

Usaba la palabra «maté» con tanta tranquilidad como si estuviera diciendo «traduje las tablillas de Patasana». En cambio, Esra, que le observaba, tenía la cara blanca como la cal y sentía que el cuerpo se le estremecía. Las manos, que tenía unidas frente a sí sobre la mesa, le temblaban de manera incontenible, pero ella ni siquiera se daba cuenta. Por fin consiguió dar orden a las palabras que le revoloteaban por la cabeza.

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo? —su voz estaba cargada de odio—. ¿Cómo puedes hablarnos tan tranquilamente después de haber matado a tanta gente?

Timothy se volvió hacia ella. En su mirada había una expresión triste, de auténtico arrepentimiento.

—Siento mucho lo de Kemal. No quería matarle, pero sufrió una crisis de celos. Me seguía creyendo que iba a reunirme con Elif. Y al ver mi crimen, me atacó. Me vi obligado a defenderme. Una vez muerto, tuve que llevármelo a la cueva para que no se aplazara la rueda de prensa.

—No es sólo Kemal —gritó Esra. Se detuvo por un instante. Continuó mientras lloraba de dolor y miraba al norteamericano sin saber qué otra cosa podía hacer—. Por Dios, ¿no te das cuenta de lo que has hecho, Timothy?

El arqueólogo americano entrecerró sus sedosos ojos negros con tristeza.

—¿No has oído lo que he dicho? —preguntó sorprendido—. Era una misión. No podía permanecer de brazos cruzados mientras la gente repetía el mismo terrible error. ¿No lo entiendes? Estaba obligado a hacerlo —sacudió la cabeza decepcionado—. ¡Qué pena!, creía que tú serías quien mejor me entendería, pero me equivoqué.

—¿Qué era lo que tenía que entender? —gritó Esra aún más alto—. ¿Qué le pusieras trampas a la gente y les mataras a traición? —Y luego, furiosa pero también apenada, añadió—: ¿Qué has hecho, Timothy? ¿Qué has hecho?

—Lo correcto —respondió él. En sus ojos negros volvía a brillar aquella luz testaruda—. He hecho lo correcto, por mucho que tú no lo entiendas.

A Esra le costaba trabajo respirar y tenía la impresión de que las palabras se le atragantaban, pero, aunque fuera de manera entrecortada, continuó hablando.

—¿Qué culpa tenían los muertos? ¿Qué culpa tenía Hacı Settar? ¿O Kemal, o ese pobre aldeano? —se interrumpió de nuevo, no encontraba palabras que expresaran su sorpresa, su decepción, su furia. Sólo pudo decir—: ¿No te das cuenta? ¡Eres un asesino!

Timothy pareció sufrir una sacudida, pero se recuperó al instante.

—Sí, soy un asesino —sus gestos, su mirada y su voz estaban cargados de ironía—. Pero soy un asesino que ha cometido sus crímenes para evitar otros.

En la mirada de Esra desapareció el sentimiento de pena; sin que le importaran las lágrimas que derramaba sin cesar ni los murmullos de los periodistas, dijo subrayando las palabras:

—¡Eso no cambia el hecho de que eres un asesino! —la voz le temblaba de rabia—. ¿No lo entiendes, Timothy? Eres un criminal… Pero no sólo eso, también eres un monstruo, un… un… —vaciló de nuevo. La furia le impedía hablar—. Tú, tú… ¡Eres un miserable al que no le ha importado engañar a sus amigos para alcanzar su objetivo!

Timothy miró largamente a la joven con una profunda tristeza.

—Tienes razón —dijo inclinando la cabeza—, soy un miserable que ha vivido en una época cruel.

Vigésima octava tablilla

¡Lector paciente que conoces mi bajeza, que has sabido de mi cobardía, que has visto los terribles resultados de mi inconsciencia! Yo me opuse a los dioses. Quise cambiar el destino que tenían previsto para mí. Fui la causa de que mataran a un rey, su representante en la tierra. Y ellos me proporcionaron el más horrible de los castigos. Me condenaron a arder en el fuego de mis remordimientos.

Los mil dioses del país de Hatti, Teshup, dios del cielo y la tormenta, y su esposa Herat, diosa del sol, y sus hijos, Zaruma y nuestra diosa madre Kupaba… Sí, ellos son tus dueños y los míos, dueños de la tierra, del cielo y del Éufrates, pero no son bondadosos. Son seres horribles que disfrutan jugando con los hombres, que han perdido el sentimiento de la compasión.

Sí, el mal está en nosotros, pero son los dioses quienes han puesto en nuestros corazones ese oscuro sentimiento. Ellos provocaron que nos ocurrieran todos aquellos desastres, los reyes se declararon la guerra siguiendo sus órdenes, los hombres mataron, esclavizaron y saquearon siguiendo sus órdenes.

Soy un cobarde, lo sé, y también sé que los dioses no me perdonarán cuando muera. Me opuse a ellos y fui derrotado. No les pediré perdón. Tampoco, una vez que acabe de escribir esto, iré a arrojarme a las rocas desde la ventana por la que se tiró Ashmunikal. Para un miserable como yo, sería una actitud demasiado heroica. Y yo no soy un héroe. No soy un enamorado dispuesto a todo por la mujer que ama, como mi abuelo Mitannuwa, ni un noble hombre de Estado capaz de encaminarse sin temor hacia la muerte por defender su país, como mi padre; soy un miserable que le ha causado a su pueblo el peor de los daños, el más artero traidor que ha visto a lo largo de los siglos el país de los hititas. Soportaré el castigo que los dioses crean que me merezco y viviré hasta el fin de mis días soportando sobre mis hombros la mayor de las cargas, mis remordimientos.

Pero quiero que otros lean estas tablillas. No para que se opongan a los dioses. No quiero que nadie sufra lo que yo, pero sí pretendo que los hombres conozcan a los reyes y a los dioses y se conozcan a sí mismos. Por eso estoy escribiendo estas tablillas. Quizá así puedan dirigir con mayor facilidad su destino. Quizá así los dioses y los reyes no los manipulen a su arbitrio. Quizá así planten y cosechen amor en estas tierras entre los dos ríos, en lugar de regarlas con la sangre de sus hermanos. Quizá se vuelvan más sabios y vivan felices convirtiendo sus vidas en una gozosa fiesta. Quizá así le dejen como herencia de sus vidas a las generaciones futuras alegría en lugar de dolor, risas en lugar de lágrimas, amor en lugar de rencor, vida en lugar de muerte.

Quizá…

AHMET ÜMIT, nacido en 1960 en Gaziantep, al sur de Turquía, ingresó en su adolescencia en el Partido Comunista, formación en aquel momento ilegal desde la que luchó contra la dictadura militar del país. Tras trabajar durante varios años en publicidad, hoy día es asesor cultural del Instituto Goethe de Estambul. Sus hasta la fecha ocho novelas, varias de ellas adaptadas al cine y a la televisión, lo han convertido en uno de los autores turcos más populares.

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Notas

[1]
Del turco
bey
, «señor». Título honorífico. Como otros títulos de origen turco, se pospone al nombre. (
N. del T.
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[2]
«La tumba negra».(
N. del T.
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[3]
«Maestro»; en este caso, título que se le da a los religiosos. (
N. del T.
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[4]
En Turquía, la gendarmería es un cuerpo militar que cumple funciones similares a las de la Guardia Civil en España. (
N. del T.
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[5]
Türkoğlu, «hijo del turco». (
N. del T.
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[6]
Poema tomado del libro de Muazzez İlmiye Çığ
Ludingirra el sumerio
(Editorial Kaynak, pp. 95 - 97).
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