Authors: C.S. Lewis
—Aquí, Señor —dijo una ardilla roja, adelantándose y haciendo nerviosamente una semirreverencia.
—¡Ah! , ahí estás, ¿no es cierto? —exclamó el Mono, con una mirada aviesa—. Ahora vas a escucharme. Quiero, es decir Aslan quiere muchísimas más nueces. Las que me has traído no son ni cerca lo suficiente. Debes traer muchas más, ¿entiendes? Por lo menos el doble. Y han de estar aquí para la puesta de sol de mañana, y no debe haber ninguna mala ni chica.
Un murmullo de desaliento corrió en medio de las demás ardillas, y la Ardilla Jefe se armó de valor para decir:
—Por favor, ¿no podría Aslan en persona hablarnos acerca de esto? Si se nos permitiera verlo...
—Pero no podrán —replicó el Mono—. Tal vez en su excesiva bondad (aunque sea mucho más de lo que ustedes merecen) salga por unos pocos minutos esta noche. Entonces todos tendrán ocasión de darle una mirada. Pero no podrán conglomerarse a su alrededor y acosarlo con preguntas. Todo lo que quieran decirle debe pasar a través mío: si es que considero que vale la pena molestarlo a él. En tanto, ustedes, ardillas, es mejor que vayan a procurarse esas nueces. Y asegúrense de que estarán aquí mañana en la tarde o les juro que se ganarán una paliza.
Las pobres ardillas salieron disparadas como si las persiguiera un perro. Esta nueva orden fue algo terrible para ellas. Las nueces que habían acumulado con tanto esmero para el invierno ya habían sido comidas; y de las pocas que quedaban, ya le habían dado al Mono lejos más de lo que podían permitirse.
Entonces una voz profunda, que pertenecía a un Jabalí peludo y de grandes colmillos, se escuchó desde otra parte de la multitud.
—Pero
¿por qué
no podemos ver a Aslan como es debido y hablar con él? —preguntó—. Cuando se aparecía en Narnia en los viejos tiempos, cualquiera podía hablar con él cara a cara.
—No lo creas —arguyó el Mono—. Y aunque fuera cierto, los tiempos han cambiado. Aslan dice que ha sido hasta ahora demasiado blando con ustedes, ¿comprendes? Bueno, no va a seguir siendo blando. Esta vez, él los va a disciplinar. ¡Les enseñará a creer que él es un león domesticado!
De entre las Bestias surgieron un sordo lamento y algunos gemidos; y, después, un silencio mortal que era todavía más lastimero.
—Y hay otra cosa más que deben aprender —continuó el Mono—. He oído que algunos de ustedes dicen que soy un Mono. Pues no; soy un Hombre. Si parezco un Mono es sencillamente por lo viejo que soy: tengo cientos y cientos de años. Y debido a mi vejez, soy muy sabio. Y porque soy muy sabio soy el único a quien Aslan hablará. No se le puede molestar para que hable con un montón de animales estúpidos. El me dirá a mí lo que tienen que hacer ustedes, y yo se los comunicaré. Y les doy un consejo: háganlo todo con la mayor rapidez, pues El no va a tolerar ninguna tontería.
Hubo un silencio sepulcral, excepto el ruido de llanto de un tejón pequeñito a quien su madre trataba de mantener callado.
—Y ahora otra cosa —prosiguió el Mono, poniendo una nueva nuez dentro de su carrillo—. He oído que algunos de los caballos dicen: “Apurémonos y liquidemos lo más pronto posible este asunto de acarrear madera y volveremos a recuperar nuestra libertad”. Bueno, pueden sacarse esa idea de sus cabezas inmediatamente. Y no crean que sólo los caballos. Cualquiera capaz de trabajar será de ahora en adelante obligado a hacerlo. Aslan ha convenido todo con el Rey de Calormen, el Tisroc, como lo llaman nuestros amigos de la cara morena, los calormenes. Todos ustedes, caballos y toros y burros serán enviados a Carlormen a ganarse la vida trabajando, de tiro y de carga como hacen todos los caballos y sus semejantes en los demás países. Y ustedes, los animales que saben cavar como los topos y los conejos y los Enanos, irán a trabajar a las minas del Tisroc. Y...
—No, no, no —aullaron las Bestias—. No puede ser verdad. Aslan jamás nos vendería como esclavos al Rey de Calormen.
—¡No es eso! ¡Callen ese griterío! —exclamó el Mono, con un gruñido—. ¿Quién ha hablado de esclavitud? No serán esclavos. Se les pagará, y muy buenos salarios. Es decir, la paga que reciban irá a las arcas de Aslan y él la usará sólo para el bien de todos.
Luego dio una rápida mirada, casi haciendo un guiño, al calormene jefe. El calormene hizo una reverencia y contestó en el pomposo estilo calormene:
—Muy sapiente Portavoz de Aslan, el Tisroc (que viva para siempre) está absolutamente de acuerdo con Su Señoría respecto a este juicioso plan.
—¡Ahí tienen! ¡Ya lo ven! —exclamó el Mono—. Está todo arreglado. Y todo para vuestro propio bien. Nos será posible, con el dinero que ustedes ganen, hacer de Narnia un país donde valga la pena vivir. Habrá naranjas y plátanos en abundancia, y caminos y grandes ciudades y escuelas y oficinas y látigos y bozales y monturas y jaulas y perreras y prisiones... ¡Oh, habrá de todo!
—Pero nosotros no queremos todas esas cosas —dijo un anciano Oso—. Queremos ser libres. Y queremos escuchar a Aslan hablando en persona.
—Mira, no empieces a discutir —replicó el Mono—, porque eso es algo que no voy a tolerar. Soy un Hombre; tú eres sólo un Oso gordo, estúpido y viejo. ¿Qué sabes tú de libertad? Crees que la libertad significa hacer lo que quieras. Bueno, estás muy equivocado. Esa no es la verdadera libertad. La verdadera libertad consiste en hacer lo que yo te diga.
—Grñmmm —gruñó el Oso, rascándose la cabeza; le parecía que esta clase de cosas era muy difícil de entender.
—Por favor, por favor —dijo la voz aguda de un lanudo cordero, tan joven que todos se sorprendieron de que se atreviese a hablar.
—¿Qué pasa ahora? —dijo el Mono—. Habla rápido.
—Por favor —continuó el Cordero—, no puedo entender. ¿Qué tenemos que ver nosotros con los calormenes? Nosotros pertenecemos a Aslan. Ellos pertenecen a Tash. Tienen un dios llamado Tash. Dicen que tiene cuatro brazos y la cabeza de un buitre. Matan Hombres ante su altar. Yo no creo que exista un ser como Tash. Pero si lo hubiera, ¿cómo podría Aslan ser amigo de él?
Todos los animales ladearon sus cabezas y sus ojos brillantes relampaguearon mirando al Mono. Sabían que era la mejor pregunta que se había hecho hasta ahora.
El Mono dio un salto y escupió al Cordero.
—¡Qué infantil! —silbó—. ¡Tú, tonto balador! Andate a tu casa con tu mamacita a tomar tu leche. ¿Qué sabes tú de estas cosas? Pero los demás, escuchen. Tash es simplemente otro nombre de Aslan. Todas esas antiguas ideas de que nosotros estamos en lo cierto y los calormenes equivocados, es una tontería. Ahora lo sabemos mejor. Los calormenes usan diferentes palabras, pero todos queremos decir la misma cosa. Tash y Aslan son sólo dos nombres diferentes para Quién ustedes saben. Es por esa razón por la cual jamás puede haber una disputa entre ellos. Métanselo en sus cabezas, brutos estúpidos. Tash es Aslan; Aslan es Tash.
Tú sabes lo triste que puede ponerse a veces la cara de tu perro. Piensa en eso y piensa luego en las caras de aquellas Bestias que Hablan —todos aquellos honrados, humildes, desconcertados pájaros, osos, tejones, conejos, topos y ratones—, muchísimo más tristes todavía. Todos tenían la cola gacha, los bigotes caídos. Se te habría partido el corazón de pena de ver sus caras. Había uno solo que no parecía desdichado.
Era un gato rojizo, un inmenso Tom en la flor de la edad, que estaba sentado muy derecho con la cola enroscada en sus pies, en plena primera fila del grupo de Bestias. Había estado mirando fijo al Mono y al capitán calormene todo el tiempo y no había pestañeado jamás.
—Perdóname —dijo el Gato con gran cortesía—, pero esto me interesa. ¿Tú amigo de Calormen dice lo mismo?
—Ciertamente —contestó el calormene—. El ilustrado Mono, Hombre quiero decir, está en lo correcto.
Aslan
quiere decir, ni más ni menos,
Tash.
—En especial, ¿Aslan no significa
más
que Tash? —sugirió el Gato.
—No significa más en absoluto —respondió el calormene, mirando al Gato directo a los ojos.
—¿Es suficiente para ti, Jengibre? —preguntó el Mono.
—¡Oh, por supuesto! —dijo Jengibre, con toda calma—. Muchas gracias. Sólo quería tenerlo bien claro. Creo que ya empiezo a entender.
Hasta ahora el Rey y Alhaja no habían dicho una palabra; esperaban que el Mono los invitara a hablar, ya que pensaban que no tenía objeto interrumpir. Pero cuando Tirian miró las caras tristes de los narnianos, y vio que estaban por creer que Aslan y Tash eran una sola cosa, no pudo soportar más.
—Mono —gritó a toda boca—, mientes. Mientes como un condenado. Mientes como un calormene. Mientes como un Mono.
Pretendía seguir y preguntar cómo el terrible dios Tash, que se alimentaba de la sangre de su pueblo, podría de alguna manera ser lo mismo que el buen León, cuya sangre salvó a toda Narnia. Si le hubiesen permitido hablar, probablemente el reinado del Mono habría terminado ese mismo día; las Bestias hubieran comprendido la verdad y habrían depuesto al Mono. Pero antes de que pudiera pronunciar una palabra más, dos calormenes lo golpearon con todas sus fuerzas en la boca, y un tercero, por detrás de él, le dio un puntapié, haciéndole una zancadilla. Cuando cayó, el Mono chilló de rabia y terror:
—Llévenselo. Llévenselo. Llévenlo donde no pueda oírnos, ni nosotros podamos oírlo a él. Amárrenlo a un árbol allá. Yo, es decir Aslan, lo someterá a juicio más tarde.
El Rey se sentía tan mareado después de que le pegaron, que apenas sabía lo que estaba ocurriendo hasta que los calormenes le desataron las muñecas y le bajaron los brazos a lo largo de su cuerpo y lo pusieron de espaldas contra un fresno. Luego ataron cuerdas alrededor de sus tobillos y rodillas y su talle y su pecho y allí lo dejaron. Lo que más le molestaba en ese momento —pues con frecuencia son las pequeñas cosas las que resultan más difíciles de soportar— era que su labio sangraba donde lo habían golpeado y no podía secarse el hilillo de sangre a pesar de que le hacía cosquillas.
Desde donde se encontraba podía ver todavía el pequeño establo en la punta de la colina y el Mono sentado frente a él. Alcanzaba a escuchar la voz del Mono que hablaba y hablaba y, de vez en cuando, alguna respuesta de parte de la concurrencia, pero no distinguía las palabras.
—¿Qué habrán hecho con Alhaja? —se preguntaba el Rey.
De pronto el conjunto de Bestias se dispersó y todos comenzaron a marcharse en distintas direcciones. Algunos pasaron cerca de Tirian. Lo miraron como si estuvieran a la vez asustados y pesarosos de verlo atado, pero nadie habló. Muy luego desaparecieron todos y se hizo silencio en el bosque. Entonces comenzaron a pasar las horas y Tirian tuvo al principio sed y luego hambre; y mientras la tarde se alargaba y caía el crepúsculo, empezó también a sentir frío. Le dolía mucho la espalda. El sol bajó y comenzó el ocaso.
Cuando ya estaba casi oscuro, Tirian escuchó un tamborileo de pasos ligeros y vio que venían hacia él unas criaturas menudas. Las tres de la izquierda eran Ratones, y había un Conejo en el medio; a la derecha venían dos Topos. Ambos traían unas pequeñas bolsas en la espalda, que les daban un curioso aspecto en la oscuridad, de modo tal que al principio él se preguntaba qué clase de bestias eran. Luego, en un momento, todos se pararon en sus piernas traseras, apoyaron sus patas heladas en las rodillas del Rey y las cubrieron con húmedos besos de animal. (Podían alcanzar sus rodillas, porque en Narnia las Bestias que Hablan de esa especie eran más grandes que las bestias mudas de la misma especie en Inglaterra.)
—¡Nuestro Rey, nuestro querido Rey! —exclamaron sus voces chillonas—, estamos tan apenados por ti. No nos atrevemos a desatarte, porque Aslan podría enojarse con nosotros. Pero te hemos traído tu cena.
En el acto el primer Ratón trepó ágilmente hasta encaramarse en la soga que ataba el pecho de Tirian, y arrugaba su nariz roma justo frente al rostro de Tirian.
Luego el segundo Ratón trepó y se sujetó un poco más abajo que el primer Ratón. Las otras bestias permanecieron en el suelo y comenzaron a pasar cosas para arriba.
—Bebe, Señor, y después te sentirás en condiciones de comer —dijo el Ratón de más arriba, y Tirian se encontró con que sostenían una pequeña copa de madera junto a sus labios. Era sólo del tamaño de una copa para huevos, de modo que apenas alcanzó a probar el vino cuando ya estaba vacía. Pero entonces el Ratón la pasaba para abajo y los otros la rellenaban y la subían de nuevo y Tirian la vaciaba por segunda vez. Así lo hicieron hasta que hubo bebido un buen trago, que hace mejor al venir en pequeñas dosis, porque así aplaca más la sed que un trago largo.
—Aquí tienes queso, Señor —dijo el primer Ratón—, pero no mucho, porque temo que te pueda dar demasiada sed.
Y después del queso lo alimentaron con galletas de avena y mantequilla fresca, y luego le dieron un poco más de vino.
—Ahora suban el agua —ordenó el primer Ratón—, y lavaré la cara del Rey. Tiene sangre.
En seguida Tirian sintió algo como una diminuta esponja acariciando su cara, y fue muy refrescante.
—Amiguitos —dijo Tirian—, ¿cómo podré agradecerles por todo esto?
—No hay de qué, no hay de qué —dijeron las vocecitas—. ¿Qué otra cosa podíamos hacer?
Nosotros
no queremos ningún otro Rey. Nosotros somos tu pueblo. Si fueran sólo el Mono y los calormenes los que estuvieran en tu contra, habríamos luchado hasta que nos hicieran pedazos antes de permitir que te ataran. Lo habríamos hecho, de verdad. Pero no podemos ir contra Aslan.