Las manzanas (26 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Las manzanas
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Indudablemente, Michael Garfield era un joven de una perfección física asombrosa. Poirot no supo responder a sí mismo a la pregunta de si aquel hombre era o no de su agrado. Siempre es difícil saber si a uno le gusta alguien tan bello. Cualquiera gusta de contemplar la belleza, pero… La belleza en las mujeres era una
cosa permitida
, familiar, pero Hércules Poirot no estaba seguro de que le agradara en los hombres. A él mismo no le habría complacido, ni mucho menos, ser un hombre guapo. Claro que nunca había corrido semejante riesgo… Había solamente una cosa de su persona que satisfacía plenamente a Hércules Poirot: su espléndido bigote. Y también la forma en que éste reaccionaba ante sus esmerados cuidados. El bigote en cuestión era magnífico. No sabía de nadie que conociese otro mejor. Ni siquiera que lo igualara. Él no había sido jamás un hombre hermoso, ni bien parecido. La belleza, en su caso, podía ser dejada a un lado…

En cuanto a Miranda… Pensó de nuevo, como ya había pensado antes, que era su gravedad lo que en ella resultaba más atractivo. Se preguntó qué era lo que pasaría por su cabeza en aquellos instantes. Nunca lo sabría… La muchacha no diría así como así lo que estaba pensando. Probablemente, ni siquiera formulándole preguntas directas. Tenía una mente original, una mente reflexiva. Poirot se dijo que ella era vulnerable. Muy vulnerable. Acerca de las chicas él sabía ya algunas cosas. O creía saberlas. Todo era una pura hipótesis, pero se sentía casi seguro…

Michael Garfield levantó la vista diciendo:

—¡Oh! El señor «Bigotes». Buenas tardes, señor.

—¿Me permite que mire lo que está usted haciendo? ¿Le importuno, quizá? No quisiera que me juzgase impertinente.

—Puede usted mirar lo que quiera. A mí me da igual —repuso Michael Garfield—. No sabe usted lo que me estoy divirtiendo en estos instantes.

Poirot se asomó al bloc por encima de uno de sus hombros. Asintió. Tenía delante un dibujo a lápiz de muy delicadas líneas, unas líneas qué resultaban casi invisibles. Poirot pensó que el joven sabía dibujar. Y no solamente era capaz de proyectar jardines. Exclamó en voz baja, casi:

—¡Exquisito!

—Es lo mismo que yo estaba ahora pensando —declaró Michael Garfield.

Adrede, dio a sus palabras una entonación especial, para significar, que también podía estar refiriéndose a la deliciosa criatura que tenía delante, como modelo.

—¿Cómo se le ocurrió a usted la idea de llevar a la chica a su bloc de apuntes?

—¿Quiere saber por qué estoy haciendo esto? ¿Cree usted de veras que existe alguna razón?

—Pudiera existir.

—Es verdad. Si yo me voy de aquí algún día, hay una o dos cosas que deseo recordar. Miranda es una de ellas.

—¿La olvidaría usted fácilmente de otro modo?

—Muy fácilmente. Yo soy así. Pero me consta, sé muy bien que el olvido de algo o de alguien, la imposibilidad de evocar un rostro, el giro de un hombro, un simple gesto, la estampa de un árbol, una flor, un trozo de paisaje, producen en uno una terrible angustia, una verdadera agonía, a veces. Uno ve algo, este algo se fija en la memoria, pero es perecedero y por fin el recuerdo se desvanece…

—No es precisamente lo que va a suceder con este jardín, creo yo.

—¿Usted cree? Este jardín no constituirá una excepción. Se perderá si no hay nadie que se ocupe de él. La Naturaleza lucha por lo que es suyo. Esto necesita amor y atención, cuidado y destreza. Si se forma algún comité para atender lo que estamos viendo (que es la solución que se da a estas cosas hoy en día), sus miembros se dedicarán a «conservar» lo que han encontrado. Y sucederá entonces, inevitablemente, que se incorporarán al paisaje muchos otros adornos, que serán abiertos nuevos senderos, que serán instalados asientos a ciertas distancias. Hasta pudiera ser que fuesen colocados en los caminos algunos bidones para la recogida de basuras. ¡Oh, sí! La gente que integra tales comités es muy celosa, atenta y
conservadora
. Y esto que tenemos aquí no se presta a esos manejos. Esto es algo salvaje. Mantener el paisaje de esta manera es más difícil que planear una ordenación convencional.

—¡Monsieur Poirot! —dijo la chica, desde el otro lado del arroyo.

Poirot avanzó unos cuantos pasos para oír mejor su voz.

—Por fin te he encontrado. Viniste para que te hiciesen un retrato a lápiz, ¿no es así?

Ella denegó moviendo la cabeza.

—No vine aquí por eso. Fue una casualidad…

—Sí —confirmó Michael Garfield—. Fue una casualidad… A veces tiene uno rachas de suerte.

—¿Querías dar un paseo por tu jardín favorito, sencillamente?

—En realidad, iba en busca del pozo.

—¿Hablas de un pozo?

—Hubo un pozo «de los deseos» en este bosque…

—Piensa que esto fue en otro tiempo una cantera. No sé de pozos de esa clase ni de ninguna otra en las canteras normales.

—La cantera estuvo rodeada siempre por un bosque. Hubo árboles por aquí. Michael sabe dónde está el pozo, pero no ha querido decírmelo.

—Te resultará más divertido buscarlo, niña —manifestó Michael Garfield—. Especialmente, por el hecho de no estar muy segura acerca de su existencia.

—La señora Goodbody sabe todo lo que se puede saber sobre este asunto.

Miranda agregó:

—La señora Goodbody es una bruja.

—Muy cierto —declaró Michael—. Es la bruja local, monsieur Poirot. Usted ya sabe que en la mayor parte de los pueblos suele haber una bruja. No siempre se las llama así, pero todo el mundo sabe a qué atenerse… Estas mujeres predicen el futuro, impulsan el crecimiento de unas begonias, prohíben a la vaca de un granjero que siga dando leche y hasta administran o ceden pociones amorosas…

—Era el pozo de los deseos —dijo Miranda—. La gente venía aquí y formulaba los suyos. Tenían que darle tres vueltas al revés y se encontraba en la ladera de una elevación, por lo cual la maniobra no era tan fácil como parece a primera vista —Miranda miró más allá de Poirot y Garfield—. Acabaré localizándolo, aunque nadie me dé una orientación. Está aquí, en alguna parte… Fue sellado, ha informado la señora Goodbody. ¡Oh! Años atrás cayó en él un niño… Han podido caer en él otras personas posteriormente…

—Bueno, sigue pensando así —recomendó Michael Garfiled—. Es una leyenda local muy buena… Ahora, he de indicarte que hay un pozo semejante al citado, en Little Belling.

—Pues sí —repuso Miranda—. Lo sé todo acerca de ése. Es muy corriente. Todo el mundo sabe dónde para, lo cual lo echa todo a perder. La gente arroja monedas al interior de él… Ni siquiera tiene agua, de modo que no se produce ni el más leve chapoteo.

—Chica, lo siento.

—Le pondré al corriente cuando encuentre el mío —aseguró Miranda.

—No debes dar crédito siempre a todo lo que te asegure una bruja. Yo no creo que cayera ninguna criatura en el pozo en cuestión… Supongo que sí caería al mismo algún gatito, ahogándose.


Ding, dong dell,, pussy’s in the well
—recitó Miranda, levantándose—. Tengo que irme ahora. Mi madre estará esperándome.

La niña se deslizó cuidadosamente por encima de la roca en que estaba, sonrió a los dos hombres y se alejó.


Ding, dong dell
—repitió Poirot, pensativo—. Uno cree lo que quiere creer, Michael Garfield. ¿Estaba en lo cierto la chica o no estaba en lo cierto?

Michael Garfield contempló caviloso a su interlocutor. Luego sonrió.

—Está en lo cierto —replicó—. Hay un pozo y se encuentra sellado, como ella declaró. Supongo que resultaría peligroso. No creo que fuese nunca el clásico y fantástico «Pozo de los deseos». Me figuro que la señora Goodbody habrá hablado más de la cuenta. También hay un
árbol de los deseos
. Lo hubo al menos. Es uno de los abedules de la ladera. La gente le daba tres vueltas caminando hacia atrás, formulando luego un deseo.

—¿Y qué fue de él? Ya no hay nadie que vaya a darle vueltas, ¿eh?

—No. Me parece que fue derribado por un rayo hace unos seis años. Lo partió en dos.

—¿Habló usted con Miranda de eso?

—No. Pensé que era mejor que concentrara su atención en el pozo. El abedul, de todos modos, podría proporcionarle menos diversiones.

—Tengo que continuar mi camino —advirtió Poirot a su interlocutor.

—¿Va usted a casa de su amigo el policía?

—Sí.

—Da usted la impresión de estar cansado.

—Es que, en efecto, lo estoy —contestó Hércules Poirot—. Me siento extraordinariamente cansado.

—Se sentiría más cómodo si calzara zapatos de lona o sandalias.

—Ah,
ça non
.

—Le entiendo. Le preocupa su aspecto exterior —Michael estudió a Poirot con detenimiento—. El
tout ensenble
es muy bueno. Tengo que aludir de una manera muy especial a su soberbio bigote.

—Me satisface mucho que haya reparado en él —contestó Poirot.

—¿Y quién es el que podría dejar de advertirlo?

Poirot hizo una pausa. Luego dijo:

—Al referirse a su dibujo usted declaró antes que lo hacía porque deseaba recordar a Miranda. ¿Significa eso que se marcha de este lugar?

—Pensaba en ello, sí.

—No obstante, usted se me ha antojado
bien placé, ici
.

—Y no se ha equivocado. Dispongo de una casa para vivir, una casa de reducidas dimensiones, pero proyectada por mí mismo. También he de decir que tengo mi trabajo, si bien me resulta menos satisfactorio que en otra época. En consecuencia, me asalta una inquietud cada vez más creciente.

—¿Por qué le parece su trabajo ahora menos satisfactorio?

—Porque la gente me obliga a cada paso a hacer las barbaridades más atroces. Hay gente que aspira a mejorar sus jardines; otros compran un trozo de tierra y levantan una casa en él, solicitando un proyecto de jardín…

—¿No está trazando el de la señora Drake?

—Eso quiere ella. Le hice algunas sugerencias que creo que le agradaron. Pero esa mujer —añadió Michael Garfield, pensativo—, no me inspira mucha confianza.

—¿Opina que no le dejará llevar a cabo lo que usted se propone?

—Opino que hará lo que quiera y que aunque se sienta atraída por las ideas que le he esbozado, cuando menos me lo piense saltará con algo distinto e inesperado. Solicitará, quizás, algo utilitario, caro, ostentoso… Jugará conmigo. Insistirá en que sean llevadas a la práctica sus sugerencias. Yo me opondré y entonces reñiremos. Lo mejor sería que me fuese de aquí antes de que se produjera esa riña. Lo que acabo de decirle de la señora Drake es válido para otras vecinas. Yo soy, profesionalmente, conocido. No tengo necesidad de establecerme en un sitio determinado. Creo que daré con un paraje que sea de mi agrado dentro de Inglaterra. Quizás algún atractivo rincón de Normandía o Bretaña…

—Cualquier sitio donde pueda usted ayudar a la Naturaleza, mejorarle, le sirve, ¿no? Usted busca un lugar donde poder experimentar sus ideas, donde poder hacer cosas extrañas, donde dar vida a vegetaciones desconocidas en el ambiente, donde no haya que temer los rigores del sol ni de la nieve… Usted busca, tal vez, una tierra en la que poder sentirse Adán… ¿Siempre fue usted un hombre inquieto?

—Nunca estuve en ninguna parte mucho tiempo.

—¿Ha visitado Grecia?

—Sí. Y me agradaría visitarla de nuevo. ¿Ve? Allí podría existir para mí una labor en perspectiva: un jardín en la ladera de una de las elevaciones del país. Podrían prosperar los cipreses y no muchos más árboles allí. Una extensión rocosa y estéril. Sin embargo, deseándolo, ¿qué es lo que no se puede hacer?


Un jardín para que paseen por él los dioses…

—Sí. Usted es un lector consciente, de buena memoria, además, monsieur Poirot.

—Quisiera serlo. Y me gustaría saber muchas cosas que en la actualidad desconozco.

—Está hablándome ahora de algo completamente prosaico, ¿no?

—Desgraciadamente, así es.

—¿Piensa en algún delito? ¿De qué clase? ¿Incendio premeditado, asesinato? ¿Se ha acordado de alguna muerte repentina?

—Más o menos… No sé que haya considerado lo del incendio… Dígame, señor Garfield… Usted lleva aquí ya bastante tiempo. ¿Llegó a conocer en este poblado a un joven llamado Lesley Ferrier?

—Sí. Me acuerdo de él, desde luego. Estuvo colocado en las oficinas de unos abogados de Medchester, ¿no? Fullerton, Harrison y Leadbetter, creo que era la razón social. Trabajó como simple empleado, me parece. Era un individuo de muy buen ver.

—Acabó mal, ¿verdad?

—En efecto. Murió apuñalado una noche. Cosas de faldas, según creo. Todo el mundo, al parecer, estaba convencido de que la policía conocía la identidad del asesino, pero los investigadores no pudieron hacerse con las pruebas indispensables. Tuvo que ver en mayor o menor grado con una mujer llamada Sandra. Sandra No-sé-qué… No recuerdo su apellido. El marido tenía un establecimiento, una taberna. Ella y Lesley sostenían relaciones amorosas y luego el muchacho empezó a ir con otra. Tal fue al menos la historia que por aquí circuló.

—Y a Sandra no le agradaron sus andanzas, ¿eh?

—No. En absoluto. Por lo visto, al hombre se le daban bien las chicas. Aquí tuvo relación con unas cuantas…

—¿Eran todas chicas inglesas?

—¿Por qué me hace usted esa pregunta? No creo que nuestro amigo se interesase exclusivamente por las muchachas inglesas. La única condición que pondría sería la de que las chicas hablasen su propio lenguaje, en la medida suficiente para lograr entenderlas y que ellas les entendieran a él. Lo de su nacionalidad sería el detalle accesorio, seguramente.

—¿Se han visto muchachas extranjeras frecuentemente por esta zona residencial?

—Naturalmente. ¿Dónde no las hay? Las más corrientes son las chicas
au pair
… Forman parte de la vida cotidiana. Las hay feas, guapas, honestas, inmorales, para todos los gustos. Las hay que se portan perfectamente con sus amas de casa respectivas; en otros hogares se encuentran de las que no sirven para nada; se sabe también de aquellas que se pasan la jornada callejeando. Otras terminan por esfumarse…

—Como Olga…

—Usted lo ha dicho: como Olga.

—¿Era Lesley amigo de Olga?

—¡Ah! De manera que estaba usted apuntando ahí. Sí. Era amigo de Olga. No creo que la señora Llewellyn-Smythe estuviese al corriente de tal amistad. Olga era muy precavida, me parece. Hablaba gravemente de un hombre con quien esperaba contraer matrimonio algún día en su país. No sé si esto era verdad o se lo había inventado. Lesley era un joven de grandes atractivos personales, como he indicado. No sé qué es lo que vio en Olga. La muchacha no tenía nada de bella. Sin embargo… —Garfield reflexionó unos segundos antes de continuar hablando—: observábase en su persona una intensidad vital curiosa. Yo opino que un inglés habría podido hallar refrescante tal detalle. Sea lo que fuere, Lesley se comportó bien y entretanto sus otras amiguitas no se sentían a gusto.

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