Leviatán (17 page)

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Authors: Paul Auster

Tags: #narrativa, #Intriga

BOOK: Leviatán
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Fue un periodo infernal para Fanny. Pidió un permiso en el trabajo y pasaba todos los días sentada en la habitación con Ben, pero él se mostraba indiferente a ella, cerraba a menudo los ojos y fingía dormir cuando entraba ella, respondía a sus sonrisas con miradas inexpresivas, daba la impresión de que su presencia no le proporcionaba ningún consuelo. Esto hacía que una situación ya difícil se volviese casi intolerable para ella y creo que nunca la había visto tan preocupada, tan trastornada, tan próxima a la total infelicidad como entonces. Tampoco ayudaba el que Maria continuara yendo. Fanny imputaba toda clase de motivos a aquellas visitas, pero la verdad era que sus sospechas eran infundadas. Maria apenas conocía a Ben y habían transcurrido muchos años desde su último encuentro. Siete años, para ser exactos, puesto que la última vez había sido en la cena en Brooklyn en la que Maria y yo nos conocimos. La invitación de Maria a la fiesta por la Estatua de la Libertad no tenía nada que ver con el hecho de que conociese a Ben, a Fanny o a mí. Agnes Darwin, una editora que estaba preparando un libro sobre el trabajo de Maria, era amiga de Patricia Clegg, y fue quien la llevó a la reunión de aquella noche. Ver caer a Ben fue una experiencia aterradora para Maria, e iba al hospital debido al miedo y la preocupación, porque le habría parecido mal no hacerlo. Yo lo sabía, pero Fanny no, y al ver su congoja cada vez que ella y Maria se cruzaban (comprendiendo que sospechaba lo peor, que se había convencido de que Maria y Ben tenían una aventura secreta) las invité a las dos a almorzar en la cafetería del hospital una tarde para aclarar las cosas.

Según Maria, ella y Ben habían estado charlando durante un rato en la cocina. Él estaba animado y encantador, regalándola con arcanas anécdotas acerca de la Estatua de la Libertad. Cuando empezaron los fuegos artificiales, él sugirió que salieran por la ventana de la cocina para verlos desde la escalera de incendios en lugar de subir al tejado. A ella no le pasó por la imaginación que él hubiese bebido en exceso, pero en un momento dado, de modo completamente inesperado, él dio un salto, pasó las piernas sobre la barandilla y se sentó en el borde del pasamanos de hierro con las piernas colgando en la oscuridad. Esto la asustó, nos dijo, y corrió hacia él y le rodeó con sus brazos desde atrás, agarrándose a su torso para impedirle caer. Trató de persuadirlo de que se bajara, pero él se rió y le dijo que no se preocupara. Justo entonces Agnes Darwin entró en la cocina y vio a Maria y Ben por la ventana abierta. Estaban de espaldas y, con todo el ruido y el jaleo que había fuera, no tenían la menor idea de que ella estuviese allí. A Agnes, una mujer rechoncha y alegre que había bebido más de la cuenta, se le metió en la cabeza salir y reunirse con ellos en la escalera de incendios. Con un vaso de vino en una mano, consiguió hacer pasar su voluminoso cuerpo a través de la ventana, aterrizó sobre la plataforma metiendo el tacón del zapato izquierdo entre dos listones de hierro, y cuando trató de recuperar el equilibrio se tambaleó hacia adelante. No había mucho sitio, y tras dar medio paso tropezó con Maria desde atrás, chocando con la espalda de su amiga con toda la fuerza de su peso. El impacto hizo que los brazos de Maria se abriesen, y en cuanto dejó de agarrar a Sachs, éste se precipitó por encima de la barandilla. Así, de repente, dijo Maria, sin previo aviso. Agnes la empujó a ella, ella empujó a Sachs y un instante después él caía de cabeza al vacío de la noche.

Fanny se sintió aliviada al enterarse de que sus sospechas eran infundadas, pero al mismo tiempo nada había quedado explicado realmente. Para empezar, ¿por qué se había subido Sachs a la barandilla? Siempre había tenido miedo a las alturas y parecía la última cosa que se le hubiera ocurrido hacer. Y si todo iba bien entre él y Fanny antes del accidente, ¿por qué ahora se había puesto en contra de ella? ¿Por qué la rehuía cada vez que entraba en la habitación? Algo había sucedido, algo más que las heridas causadas por el accidente, y hasta que Sachs pudiese hablar o decidiese hacerlo, Fanny no sabría qué era.

Pasó casi un mes antes de que Sáchs me contase su versión de la historia. Estaba ya en casa, todavía recuperándose pero ya levantado, y fui allí una tarde mientras Fanny estaba en el trabajo. Era un día sofocante de principios de agosto. Recuerdo que bebimos cerveza en el cuarto de estar mientras veíamos un partido de béisbol en la televisión sin sonido, y cada vez que pienso en esa conversación veo a los silenciosos jugadores en la pequeña y parpadeante pantalla, haciendo cabriolas en una sucesión de movimientos vagamente observados, un absurdo contrapunto a las dolorosas confidencias que me hacia mi amigo.

Al principio, dijo, apenas se dio cuenta de quién era Maria Turner. La reconoció cuando la vio en la fiesta, pero no pudo recordar el contexto de su anterior encuentro. Nunca olvido una cara, le dijo, pero me está costando ponerle un nombre a la tuya. Evasiva como siempre, Maria se limitó a sonreír, diciendo que probablemente le vendría a la mente al cabo de un rato. Estuve una vez en tu casa, añadió a modo de indicio, pero no quiso decir nada más. Sachs comprendió que estaba jugando con él, pero le gustaba la forma en que lo hacía. Se sentía intrigado por su sonrisa divertida e irónica y no tenía inconveniente en jugar un poco al ratón y al gato. Estaba claro que ella tenía el ingenio necesario, y eso ya era interesante, ya era algo que valía la pena perseguir.

Si ella le hubiese dicho su nombre, me comentó Sachs, probablemente él no habría actuado como lo hizo. Sabía que Maria Turner y yo habíamos tenido una relación antes de que yo conociera a Iris y también sabía que Fanny aún tenía algún contacto con ella, puesto que de vez en cuando le hablaba del trabajo de Maria. Pero había habido una confusión la noche de la cena siete años antes y Sachs nunca había entendido correctamente quién era Maria Turner. Aquel día se habían sentado a la mesa tres o cuatro mujeres jóvenes que se dedicaban a las artes plásticas, y puesto que era la primera vez que Sachs las veía, había cometido el frecuente error de confundir sus nombres y sus caras, asignando el nombre equivocado a cada cara. En su mente, Maria Turner era una mujer baja con el pelo largo castaño, y cada vez que yo se la mencionaba, ésa era la imagen que él veía.

Se llevaron las bebidas a la cocina, un poco menos abarrotada que el cuarto de estar, y se sentaron en un radiador junto a la ventana abierta, agradeciendo la ligera brisa que soplaba contra su espalda. Contrariamente a la afirmación de Maria de que estaba sobrio, Sachs me dijo que estaba ya bastante borracho. La cabeza le daba vueltas y aunque no dejaba de decirse que debía parar, se bebió por lo menos tres bourbons durante la hora siguiente. Su conversación se convirtió en uno de esos absurdos y elípticos intercambios que se producen cuando la gente coquetea en una fiesta, una serie de acertijos, conclusiones erróneas y hábiles estocadas en el arte de cómo superar a otro. El truco consiste en no decir nada sobre uno mismo de la forma más elegante y sinuosa posible, para hacer reír a la otra persona, para mostrarse ingenioso. Como hacía calor y Maria había estado dudando de si ir a la fiesta (porque pensaba que sería aburrida), se había puesto el conjunto más escaso de su vestuario: un body rojo sin mangas con un escote profundísimo, una falda negra diminuta, las piernas desnudas, tacones de aguja, un anillo en cada dedo y una pulsera en cada muñeca. Era un conjunto extravagante y provocativo, pero Maria estaba del humor adecuado y por lo menos le garantizaba que no pasaría desapercibida entre la multitud. Según me dijo Sachs aquella tarde delante del televisor silencioso, su comportamiento había sido intachable durante los cinco últimos años. No había mirado a otra mujer en todo ese tiempo y Fanny había llegado a confiar en él de nuevo. Salvar su matrimonio había sido un trabajo duro; había requerido un enorme esfuerzo por parte de ambos durante un periodo largo y difícil, y él había jurado que nunca volvería a poner en peligro su convivencia con Fanny. Pero en aquel momento estaba allí, sentado en el radiador con Maria en la fiesta, apretado contra una mujer medio desnuda con espléndidas e invitadoras piernas, ya medio perdido el control, con demasiado alcohol circulando por su sangre. Poco a poco, Sachs se sintió dominado por una urgencia casi incontrolable de tocar aquellas piernas, de pasar la mano arriba y abajo por la suavidad de aquella piel. Para empeorar las cosas, Maria llevaba un perfume caro y peligroso (Sachs siempre había tenido debilidad por el perfume), y mientras continuaban sus bromas y burlas, lo más que podía hacer era resistirse a cometer una grave y humillante metedura de pata. Afortunadamente, su inhibición venció a su deseo, pero no pudo evitar imaginar qué habría sucedido si hubiese perdido. Vio las yemas de sus dedos caer suavemente justo encima de la rodilla izquierda; vio su mano subiendo hasta las sedosas regiones de la cara interna del muslo (las pequeñas zonas de carne aún ocultas por la falda), y luego, después de dejar que sus dedos vagasen por allí varios segundos, sintió que se deslizaban más allá del borde de la braguita y penetraban en un edén de nalgas y denso y cosquilleante vello púbico. Era una actuación mental extravagante, pero una vez que el proyector se puso en marcha en su cabeza, Sachs fue incapaz de apagarlo. Tampoco ayudaba que Maria pareciese saber lo que él estaba pensando. Si hubiese dado la impresión de estar ofendida, el encanto se habría roto, pero a Maria evidentemente le gustaba ser objeto de tan lascivos pensamientos, y por la forma en que le devolvía la mirada cada vez que él la observaba, Sachs empezó a sospechar que le estaba estimulando silenciosamente, desafiándole a seguir adelante y a hacer lo que deseaba hacer. Conociendo a Maria, le dije yo, se me ocurrían diversos y oscuros motivos para explicar su comportamiento. Podía estar relacionado con algún proyecto en el que estuviese trabajando, por ejemplo, o estaba divirtiéndose porque sabía algo que Sachs ignoraba, o también, algo más perversamente, había decidido castigarle por no acordarse de su nombre. (Más adelante, cuando tuve la oportunidad de hablar con ella a solas, me confesó que esta última razón era la verdadera.) Pero Sachs no era consciente de nada de esto. Sólo podía estar seguro de lo que sentía, y eso era muy sencillo: deseaba a una mujer desconocida y atractiva, y se despreciaba por ello.

—No veo que tengas nada de que avergonzarte —dije—. Eres humano, después de todo, y Maria puede ser muy seductora cuando se lo propone. Puesto que no sucedió nada, no vale la pena que te hagas reproches.

—No es que yo me sintiera tentado —dijo Sachs despacio, eligiendo cuidadosamente las palabras—. Es que la estaba tentando. Yo no iba a volver a hacer eso, ¿comprendes? Me había prometido a mí mismo que se había terminado, y estaba haciéndolo otra vez.

—Estás confundiendo los pensamientos con los hechos —dije—. Hay un mundo de diferencia entre hacer algo y pensarlo únicamente. Si no hiciésemos esa distinción, la vida sería imposible.

—No estoy hablando de eso. La cuestión era que yo quería hacer algo que un momento antes no había sido consciente de querer hacer. No se trataba de ser infiel a Fanny, se trataba de conocerme a mí mismo. Me pareció espantoso descubrir que era capaz de engañarme de esa manera. Si hubiese parado inmediatamente, la cosa no habría sido tan grave, pero incluso después de comprender lo que estaba haciendo, continué coqueteando con ella.

—Pero no la tocaste. En última instancia, eso es lo único que cuenta.

—No, no la toqué. Pero preparé las cosas de modo que ella tuviese que tocarme a mí. En lo que a mi respecta, eso es aún peor. Fui deshonesto conmigo mismo. Me atuve a la letra de la ley como un buen boy scout, pero traicioné su espíritu por completo. Por eso me caí de la escalera de incendios. No fue realmente un accidente, Peter. Lo provoqué yo. Actué como un cobarde y tuve que pagar por ello.

—¿Estás diciendo que saltaste?

—No, no fue así de sencillo. Corrí un estúpido riesgo, eso es todo. Hice algo imperdonable porque estaba demasiado avergonzado como para reconocer que quería tocarle la pierna a Maria. En mi opinión, un hombre que llega a tales extremos de autoengaño se merece cualquier cosa.

Por eso la llevó a la escalera de incendios. Era una salida a la incómoda escena que se había desarrollado en la cocina, pero también era el primer paso de un complicado plan, un ardid que le permitiría frotarse contra el cuerpo de Maria y seguir conservando su honor intacto. Esto era lo que tanto le vejaba después, no su deseo, sino la negación de ese deseo como medio engañoso de satisfacerlo. Fuera todo era un caos, dijo. Multitudes que vitoreaban, fuegos artificiales que estallaban, un estruendo frenético y palpitante en sus oídos. Se quedaron de pie en la plataforma durante unos momentos mirando una andanada de cohetes que iluminaban el cielo y luego él puso en práctica la primera parte de su plan. Teniendo en cuenta toda una vida de miedo a tales situaciones, fue notable que no vacilase. Acercándose al borde de la plataforma, pasó la pierna derecha sobre la barandilla, y se estabilizó brevemente agarrándose a la barra con las dos manos, luego pasó también la pierna izquierda. Mientras se balanceaba ligeramente hacia atrás y hacia adelante para establecer su equilibrio, oyó que Maria lanzaba una exclamación. Sachs se dio cuenta de que ella pensaba que estaba a punto de saltar, así que rápidamente la tranquilizó, insistiendo en que sólo trataba de tener mejor vista. Afortunadamente, Maria no quedó satisfecha con su respuesta. Le rogó que se bajara, y como él se negó, ella hizo exactamente lo que él había supuesto, exactamente lo que había calculado conseguir con temerarias estratagemas. Corrió hacia él y le rodeó el pecho con sus brazos. Eso fue todo: un mínimo acto de preocupación que se disfrazó de abrazo apasionado. No le produjo la reacción extática que había deseado (estaba demasiado asustado para prestarle toda su atención), pero tampoco le decepcionó por completo. Notaba su aliento cálido aleteando contra su nuca, notaba sus pechos apretados contra su espina dorsal, notaba su perfume. Fue un momento brevísimo, el más pequeño de los placeres efímeros, pero mientras sus brazos desnudos y esbeltos le estrechaban, experimentó algo que se parecía a la felicidad, un microscópico estremecimiento, una oleada de dicha transitoria. Su jugada parecía haber salido bien. Sólo tenía que bajarse de allí y toda la mascarada habría valido la pena. Su plan era apoyarse contra Maria y utilizar su cuerpo de apoyo para bajarse de la plataforma (lo cual prolongaría el contacto entre ellos hasta el último segundo posible), pero justo cuando Sachs empezaba a desplazar su peso para llevar a cabo esta operación, Agnes Darwin se enganchaba el tacón del zapato y tropezaba con Maria desde atrás. Sachs había aflojado su presa sobre la barra de la barandilla y cuando Maria de pronto chocó con él con un violento empujón, sus dedos se abrieron y sus manos perdieron contacto con la barra. Su centro de gravedad se elevó, sintió que se precipitaba desde el edificio y un instante después estaba rodeado de aire.

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