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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

Los griegos (14 page)

BOOK: Los griegos
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Arístides perdió y fue enviado al exilio. Temístocles se quedó en Atenas y fue puesto a cargo de la defensa. Bajo su dirección, se construyó la flota.

Sobre esa votación, se cuenta una famosa anécdota. Un ateniense que no sabía escribir le pidió a Arístides (a quien no reconoció) que escribiera su voto por él.

—¿Qué nombre quieres que ponga? —preguntó Arístides el justo.

—El de Arístides —respondió el votante.

—¿Por qué? —preguntó Arístides— ¿Qué daño te ha hecho Arístides?

—¡Ninguno! —respondió el otro—. Solamente estoy cansado de oír a todo el mundo llamarle Arístides el justo.

Arístides escribió su propio nombre en silencio y se marchó.

Pero ese ostracismo salvó a Atenas. No hay ninguna duda, en la opinión moderna, que, de no haberse construido los barcos, Atenas habría estado perdida, cualquiera que fuese el género de muralla que hubiese construido alrededor de la Acrópolis; y con ella se habría perdido una brillante esperanza de la humanidad. Arístides era un hombre noble y honesto, pero en esta cuestión sencillamente estaba equivocado, y Temístocles tenía la razón.

Si Jerjes no hubiera tenido que enfrentarse con un Egipto en rebelión en un mal momento y hubiese podido atacar antes a Grecia, anteriormente al descubrimiento de las minas de plata y la construcción de los trirremes atenienses, la historia del mundo habría sido en un todo diferente.

Invasión del Este y el Oeste

En el 480 a. C., Jerjes había apaciguado Egipto, terminado sus preparativos e iniciado la marcha. Habían pasado diez años desde Maratón, y Jerjes lo recordaba muy bien. Estaba decidido a no cometer el mismo error que su padre, al confiar en una fuerza expedicionaria demasiado pequeña.

Posteriormente, los historiadores griegos exageraron las dimensiones del ejército conducido por Jerjes y pretendían que las huestes persas ascendían en total a 1.700.000 hombres. Esto parece totalmente imposible, pues en la Grecia de aquel entonces no se podía alimentar y hacer maniobrar a fuerzas tan numerosas. Las verdaderas dimensiones del ejército persa no pueden haber superado los 300.000 hombres y probablemente no fueran más de 200.000. Aun así, un ejército semejante era bastante difícil de alimentar, aprovisionar, controlar y dirigir. Jerjes se las habría arreglado mejor con un ejército más pequeño.

Jerjes mismo acompañó al ejército, lo cual demostraba la importancia que asignaba a la campaña, También llevaba consigo a Demarato, el rey exiliado de Esparta. El ejército cruzó el Helesponto y marchó a través de Tracia para internarse en Macedonia.

Macedonia, que en ese momento ingresa al curso de la historia griega, dio escasos indicios a la sazón de que un siglo y medio más tarde su fama llenaría el mundo. Situada al norte de Tesalia y la península Calcídica, Macedonia era un reino semigriego. Hablaba un dialecto griego y sus gobernantes habían aprendido algo de la cultura griega, pero los griegos mismos habitualmente consideraban a los macedonios como bárbaros.

En efecto, Macedonia no había tomado parte en los avances de Grecia desde la invasión doria, sino que seguía siendo una especie de reino micénico, y la idea de ciudad-Estado le era extraña. Cuando Darío invadió Europa, treinta años antes, Macedonia se sometió a su señorío, pero conservó sus reyes y sus propias leyes.

Cuando Jerjes pasó por ella, el rey macedonio, Alejandro I, tuvo que renovar esa sumisión. Se vio obligado a unirse a las fuerzas persas, aunque sus simpatías, según relatos posteriores, estaban con los griegos.

Después de atravesar Macedonia, Jerjes se volvió hacia el Sur e inició la marcha sobre la misma Grecia.

Mientras Jerjes comenzara la invasión, las ciudades griegas llegaron a unirse contra el enemigo común como nunca lo habían hecho antes y como jamás volverían a hacerlo. La unión griega se concretó en un congreso realizado en la ciudad de Corinto en 481 a. C. La posición principal en este congreso de ciudades-Estado griegas la ocupó Esparta, desde luego, pero en segundo lugar estaba Atenas, por el gran prestigio que había ganado en Maratón. Argos se negó a incorporarse por su odio hacia Esparta; y Tebas sólo participó a medias, por su cólera con Atenas a causa de Platea.

El Congreso decidió pedir ayuda a otros sectores lejanos del mundo griego: a Creta, Corcira y Sicilia. Creta era débil y estaba empeñada en reyertas internas, de modo que no podía esperarse de ella ninguna ayuda. Corcira tenía una buena flota, que habría sido valiosa para los griegos, pero como Corcira no sufría ninguna amenaza, no sintió ninguna necesidad de correr riesgos. Permaneció neutral.

Sería solamente de la parte occidental del mundo griego, de Sicilia e Italia, de donde se podía recibir ayuda. Era una región rica y próspera, y se hallaba en plena edad de los tiranos. (De hecho, Sicilia e Italia mantuvieron el gobierno de los tiranos durante un par de siglos más, después que en la misma Grecia se hiciesen ya raros.)

Por entonces, el tirano de mayor éxito era Gelón, que llegó al poder en Siracusa. En 485 a. C., Gelón dedicó todos sus esfuerzos a incrementar la riqueza y el poder de Siracusa y logró, desde ese momento y durante casi tres siglos, que Siracusa fuese la ciudad más rica y poderosa del occidente griego.

A los griegos de la misma Grecia, atemorizados por la amenaza de Jerjes, les parecía natural, pues, pedir ayuda a Siracusa. Se supone que Gelón aceptó proporcionar tal ayuda, siempre que se le pusiese al mando absoluto de las fuerzas griegas unidas. Esto, por supuesto, nunca habría sido aceptado por Esparta, de modo que el proyecto fracasó.

En realidad, Gelón tal vez no hiciese la propuesta seriamente, pues estaba a punto de ser absorbido totalmente por otro problema. Durante cien años, los griegos de Sicilia oriental habían librado guerras esporádicas con los cartagineses de la Sicilia occidental. En tiempos de Gelón, los cartagineses habían encontrado un jefe enérgico en Amílcar. Este se propuso dirigir un gran ejército cartaginés contra los griegos y expulsarlos de la isla para siempre.

Los historiadores griegos sostuvieron después que los cartagineses actuaron en cooperación con los persas, que hubo algún género de acuerdo entre ellos para aplastar en el medio al mundo griego. Tal vez fuera así, y si lo fue, se trataba de una estrategia hábil, pues cada mitad del mundo griego se vio obligada a luchar separadamente con su propio enemigo. Ninguna de ellas pudo recibir ayuda de las ciudades seriamente amenazadas de la otra.

Las Termópilas y Salamina

Al fracasar todos los pedidos de ayuda, Esparta y Atenas debían arreglárselas solas. Los persas, en su desplazamiento hacia el Sur, avanzarían primero sobre Tesalia, y los delegados tesalios al Congreso de Corinto solicitaron ayuda, arguyendo que, de no recibirla, tendrían que someterse al enemigo.

Los griegos enviaron fuerzas al norte de Tesalia. Allí, en unión con la caballería tesalia, proyectaban resistir en la frontera macedónica. Pero el rey Alejandro de Macedonia les advirtió que el ejército persa era demasiado grande para hacerle frente y que los griegos se sacrificarían inútilmente si se quedaban donde estaban. Estos no tuvieron más remedio que aceptar este consejo y se retiraron. Tesalia y todo el norte de Grecia pronto se rindieron.

Para que el pequeño ejército griego pudiera resistir con éxito se necesitaba un espacio estrecho al que el gran ejército persa sólo pudiera enviar pequeños contingentes. Los griegos podrían entonces combatir con los persas en pie de igualdad, y en tal caso los hoplitas podían confiar en la victoria.

Tal lugar existía: era el paso de las Termópilas, en la frontera noroccidental de Fócida, a unos 160 kilómetros al noroeste de Atenas. Era una estrecha franja de terreno llano entre el mar y escarpadas montañas. En ese entonces, el paso no tenía más de quince metros de ancho en algunos lugares. (En la actualidad, la zona ha quedado enarenada, y la franja de terreno llano entre la montaña y el mar es mucho mayor.)

En julio de 480 a. C., el gran ejército de Jerjes se dirigió a las Termópilas; frente a él había 7.000 hombres bajo el mando de Leónidas, rey de Esparta. Era medio hermano de Cleómenes y le había sucedido en el trono a su muerte.

Demarato, el rey exiliado de Esparta, advirtió a Jerjes que los espartanos combatirían intrépidamente, pero Jerjes no podía creer que un ejército tan pequeño le presentara batalla. Sin embargo, los 7.000 griegos defendieron firmemente el paso. En esa estrecha zona luchaban con los persas en pie de igualdad y, según habían esperado, hicieron a éstos más daño que el que sufrieron ellos.

Los días pasaban y Jerjes se desesperaba. Pero entonces los persas, con la ayuda de un traidor focense, descubrieron un estrecho camino que conducía por la montaña al otro lado de las Termópilas. Fue enviado un destacamento del ejército persa por ese camino para atrapar a los griegos desde su retaguardia.

Los griegos comprendieron que iban a ser rodeados y Leónidas ordenó rápidamente la retirada. Pero él mismo, por supuesto, y los 300 espartanos que constituían la espina dorsal del ejército no se retiraron. Si los espartanos se hubiesen retirado, habrían quedado deshonrados para siempre. Era preferible la muerte. También se quedaron con Leónidas unos 1.000 beocios, pues su territorio sería rápidamente invadido si Jerjes forzaba el paso. De los beocios, 400 eran tebanos y los 700 restantes de Tespias, ciudad situada a unos 11 kilómetros al oeste de Tebas.

Se supone que los tebanos se rindieron en el combate siguiente, pero los espartanos y los tespios, apenas un millar de hombres, rodeados y sin esperanza de escapar, resistieron firmemente. Golpearon y mataron mientras tuvieron fuerzas para resistir, pero finalmente murieron todos.

La batalla de las Termópilas alentó a los griegos por su ejemplo de heroísmo y ha inspirado desde entonces a los amantes de la libertad de todos los tiempos. Pero fue una derrota para los griegos, y el ejército persa, aunque duramente golpeado, reanudó su avance.

La flota griega, que había sido estacionada en Artemisio, frente al extremo septentrional de Eubea, a 80 kilómetros al este de las Termópilas, había rechazado a la flota persa en combates esporádicos. Al recibir las noticias de las Termópilas, los barcos griegos juzgaron más prudente navegar hacia el Sur. Por consiguiente, Jerjes avanzó por tierra y por mar.

El Ática estaba inerme a merced de las huestes persas. El 17 de septiembre del 480 a. C., o alrededor de esa fecha, el ejército de Jerjes ocupó y quemó la misma ciudad de Atenas. Jerjes estaba en la Acrópolis y finalmente, después de veinte años, había vengado el incendio de Sardes.

Pero los persas ocuparon un territorio vacío; Jerjes capturó una Atenas sin atenienses. Toda la población del Ática se había desplazado a las islas cercanas, y los barcos griegos, entre ellos los veloces trirremes (que constituían más de la mitad de la flota), esperaban entre Salamina y el Ática. La profecía délfica se estaba cumpliendo, pues aunque todo lo demás hubiese sido tomado, quedaban las murallas de madera de la flota, y mientras aún estuvieran intactas, Atenas no estaba derrotada.

Aunque la flota griega era en gran parte ateniense, el almirante que estaba a su frente era el espartano Euribíades, pues en general, en aquellos días críticos, los griegos sólo se sentían seguros bajo el liderazgo espartano. Pero los espartanos no estaban cómodos en el mar, y a Euribíades sólo le preocupaba la defensa de Esparta. Su intención era dirigirse hacia el Sur para proteger el Peloponeso, la única parte de Grecia aún no conquistada. 

El líder ateniense Temístocles arguyó contra esta táctica con tanta vehemencia que Euribíades perdió los estribos y levantó su bastón de mando. Temístocles, en una extrema ansiedad, extendió los brazos y exclamó: « ¡Pega, pero escucha!»

El espartano escuchó los apasionados argumentos de Temístocles y su seria amenaza de recoger a todas las familias atenienses en los trirremes y marcharse a Italia. Esparta vería entonces cuánto tiempo podría resistir sin la protección de una flota.

Con renuencia, Euribíades aceptó quedarse allí. Pero Temístocles temía que los titubeantes espartanos cambiasen nuevamente de opinión, de modo que preparó un golpe maestro. Envió un mensaje a Jerjes proclamándose amigo secreto de los persas y aconsejándole que atrapara rápidamente a la armada griega antes de que pudiera escapar.

El rey persa cayó en la trampa. A fin de cuentas Grecia estaba llena de traidores que trataban de salvarse para el caso, que parecía seguro, de una victoria persa.

Un focense había ayudado a Jerjes a encerrar un ejército griego en las Termópilas, ¿por qué Temístocles no habría de ayudarle a encerrar una flota griega? Jerjes ordenó prontamente que los barcos persas cerraran las dos entradas de las estrechas aguas que hay entre Salamina y la tierra firme. La flota griega quedaba atrapada dentro del estrecho.

Como Temístocles había previsto, los comandantes de los barcos discutieron toda la noche, y algunos de ellos exigían acremente que la flota se retirase al Sur.

Pero por la noche, Arístides el justo llegó a los barcos desde Egina. Había estado en Egina desde su ostracismo, pero en el momento del gran peligro, el mismo Temístocles había instado a que se llamase a Arístides, pues Atenas necesitaba de todos sus hombres.

Arístides les dijo que la flota no podía salir del estrecho sin combatir y, cuando rompió el día, los comandantes se quedaron azorados al ver que era cierto. Quisieran o no, tenían que luchar.

La batalla fue como la de las Termópilas, pero con un final feliz. El rey persa se encontró con que, en las aguas del estrecho, no podía usar toda su flota, sino que sólo podía enviar una parte de sus barcos por vez. Los trirremes griegos eran mucho más ágiles y podían girar, esquivarse y abalanzarse rápidamente, de modo que los barcos persas fueron casi víctimas inermes de los griegos. La flota griega obtuvo una completa y absoluta victoria.

En la batalla de Salamina, el 20 de septiembre del 480 a. C., o alrededor de esa fecha, la flota persa fue destruida y Grecia se salvó. Tres días después de subir a la Acrópolis en triunfo, Jerjes vio desbaratados todos sus planes. Sin flota podía invadir el Peloponeso sólo atravesando el estrecho istmo, pero ya estaba harto de luchar en pasajes estrechos. En realidad, estaba harto de todo. Llevándose un tercio del ejército, se volvió a Persia. Dejó luchando en Grecia a su cuñado Mardonio (el reconquistador de Tracia en tiempos de Darío); en cuanto a él, jamás volvió a Grecia.

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