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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

Los griegos (23 page)

BOOK: Los griegos
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Ahora Agesilao había logrado lo que ansiaba desde hacía tiempo: Tebas aislada y superada numéricamente, de modo que podía ser aplastada. En 371 a. C., el ejército espartano conducido por Cleómbroto, el rey que había sucedido a Pausanias al morir éste en 380 a. C., marchó hacia el Norte. Nadie dudaba en Grecia de que Tebas estaba perdida.

Pero Epaminondas estaba elaborando sus propios planes. Comúnmente, cuando los griegos libraban una batalla, disponían a sus hombres en un amplio despliegue de escasa profundidad, de sólo ocho filas a lo sumo, de modo que aun los hombres de la retaguardia podían luchar contra el enemigo. En una batalla semejante era prácticamente seguro que los espartanos ganarían, ya que, soldado por soldado, los espartanos eran mejores. Y en este caso parecía doblemente seguro, pues los espartanos superaban en número a los tebanos.

Pero Epaminondas dividió su ejército en tres partes. Dispuso el centro y la derecha según la formación habitual, pero ordenó la parte izquierda (que enfrentaría a la principal fuerza de combate espartana) en una columna de cincuenta filas de profundidad. Los hombres de la retaguardia de la columna no tendrian que combatir. Estaban allí solamente como peso. Esta profunda columna, al cargar sobre las líneas espartanas, esperaba Epaminondas, penetraría en ellas al igual que un tronco usado como ariete. El centro y la derecha permanecerían en reserva y sólo atacarían otras partes de las filas espartanas después de que la derecha enemiga quedase reducida a la confusión.

La columna de Epaminondas fue llamada la «falange tebana», de una palabra griega que significa «leño».

Los dos ejércitos se encontraron en la aldea de Leuctra, a 15 kilómetros al sudoeste de Tebas. Los espartanos estudiaron la extraña formación tebana y profundizaron sus propias líneas hasta formar doce filas, pero esto no fue suficiente. La falange tebana cargó y todo ocurrió exactamente como lo había planeado Epaminondas. Las líneas espartanas se quebraron y el ejército fue presa de la confusión. Murieron mil espartanos, incluido Cleómbroto, el primer rey espartano muerto en acción desde Leónidas en las Termópilas, un siglo antes.

Tebas obtuvo una victoria completa y la hegemonía espartana terminó para siempre. Había ocurrido durante el «reinado cojeante» de Agesilao, como había predicho el oráculo. Esparta nunca volvió a dominar Grecia. En adelante, apenas pudo proteger su propio territorio.

Los aliados peloponenses de Esparta la abandonaron de inmediato. Las ciudades de Arcadia se unieron en una Liga Antiespartana y, como ciudad capital de la Liga, fundaron (a sugerencia de Epaminondas) Megalópolis, que significa «gran ciudad», en 370 a. C. Estaba situada casi exactamente en el centro del Peloponeso, inmediatarnente al norte de los dominios espartanos.

Agesilao condujo un ejército hacia Arcadia, pero los arcadios enseguida apelaron a Tebas, Ahora, por vez primera, no fue un ejército espartano el que marchó hacia el Norte para castigar a una u otra ciudad, sino un ejército tebano el que marchó hacia el Sur para castigar a Esparta.

Y Esparta, horrorizada, descubrió que apenas podía resistir. Durante muchos años, su modo de vida había estado sufriendo una continua decadencia y fueron cada vez menos los ciudadanos que caminaban por sus calles. Sin saberlo, cada vez más había llegado a depender de su reputación y de sus aliados. Al esfumarse su reputación en Leuctra y al desertar sus aliados, no le quedaba más que un pequeño ejército, casi inútil.

Epaminondas arrancó a Mesenia de Esparta, anulando las grandes victorias de tres siglos antes que habían puesto los cimientos de la grandeza espartana. Mesenía fue hecha independiente y, alrededor de la vieja fortaleza del monte Itome, donde un siglo antes habían estado asediados los ilotas, se fundó en 369 a. C. la ciudad de Mesene. Esparta fue reducida solamente a Laconia y quedó rodeada totalmente por mortales enemigos.

Pero desde fuera del Peloponeso llegó la ayuda que impidió la total destrucción de Esparta. Atenas, inquieta ante el creciente poder de Tebas, se puso del lado de Esparta. También Siracusa envió soldados. Con esta ayuda, Esparta, bajo la tenaz e intrépida conducción de Agesilao, logró salvar Laconia, pese a otras dos invasiones de Tebas. (En ese momento, como veremos más adelante, Tebas estaba dedicando grandes esfuerzos a realizar expediciones militares al Norte, y sólo parcialmente podía utilizar su potencia contra Esparta.)

En 362 a. C., Tebas se decidió a hacer un esfuerzo supremo para resolver la cuestión del Peloponeso de una vez para siempre. Al frente de las fuerzas tebanas, Epaminondas invadió el Peloponeso por cuarta vez. Era intención de Epaminondas tomar Esparta, pero el viejo Agesilao (tenía ya ochenta años de edad) era aún suficientemente espartano como para enfrentarse a los tebanos dispuesto a morir luchando por la ciudad. Epaminondas decidió no poner a los espartanos entre la espada y la pared.

En cambio, mediante maniobras posteriores, provocó una batalla cerca de la ciudad de Mantinea. Esta vez Tebas combatía contra las fuerzas aliadas de Esparta y Atenas, y una vez más Epaminondas apeló a su falange tebana. Los espartanos no habían aprendido cómo contrarrestarla. Nuevamente, la columna móvil penetró en las líneas enemigas y las desbarató; y, nuevamente, Tebas logró una victoria total.

Sin embargo, la victoria fue desastrosa para Tebas, pues en el momento en que el enemigo estaba en huida, una jabalina lanzada al azar alcanzó a Epaminondas y lo mató. Sin Epaminondas (y sin Pelópidas, que también había muerto en el Norte), Tebas no podía sino descender del primer rango.

Se dirimieron las cuestiones manteniendo el status quo en el Peloponeso y continuó el punto muerto. Agesilao, siempre combatiendo por Esparta con todos los medios a su alcance, finalmente se vio obligado a contratarse como mercenario a fin de reunir el dinero que permitiera a Esparta entrar en escena al viejo estilo.

Egipto se rebeló una vez más contra Persia. Agesilao le ofreció sus servicios y desembarcó en Egipto con un contingente, Pero ni siquiera Agesilao podía luchar eternamente contra la vejez y en 360 a. C. murió.

En su juventud, había presenciado el apogeo de Atenas bajo Pericles. Había visto a Esparta derrotar a Atenas y alcanzar ella la cúspide del poder. Había visto cómo la derribaban de esa cúspide en una sola batalla y había luchado durante diez años para impedir su total destrucción. Y ahora moría en tierra extranjera, en un vano esfuerzo por recuperar lo que ya nunca se podría recuperar.

La decadencia

La edad de plata

Bajo la tensión de las continuas y trágicamente destructivas guerras entre las ciudades-Estado de Grecia desde el 431 a. C. en adelante, la cultura griega comenzó a decaer. La edad de oro de Pericles llegó a su fin y la que le siguió en el siglo siguiente, o poco más o menos, puede ser descrita, en el mejor de los casos, como una «edad de plata».

El optimismo se esfumó. Después de la guerra con Persia, parecía que el progreso y el crecimiento serían continuos. Se delineaba en el horizonte la ciudad ideal. Pericles parecía creer realmente que ya Atenas era la ciudad ideal. Los filósofos se interesaron mucho por la política y trataron de elaborar métodos por los cuales se pudiera insertar al hombre en una buena sociedad.

Pero los filósofos posteriores a la guerra del Peloponeso se apartaron de la política y la ciudad considerándolas un fracaso. Se preocuparon solamente por la vida personal del individuo, por la mejor manera de ignorar lo que entonces parecía ser un mundo totalmente malo y de ajustarse a algún código interior.

Un ejemplo era Antístenes, nacido en Atenas por el 444 a. C. y que estudió con Sócrates y con el sofista Georgias. Antístenes llegó a creer que la felicidad consiste en no dejarse envolver por la ciudad, sino, por el contrario, en un retraimiento lo más completo posible. Era menester buscar la total independencia, a fin de no preocuparse para nada por la opinión de los demás y, por tanto, no estar a merced de tal opinión. Para ser verdaderamente independiente, había que precaverse de tener posesiones, pues su pérdida o aun el temor de su pérdida traen la infelicidad.

El más famoso y extremado seguidor de Antístenes fue Diógenes, nacido en Sínope, sobre la costa de Asia Menor del mar Negro, en 412 a. C.

Diógenes no sólo pensaba que el placer común no era el verdadero camino hacia la felicidad, sino que el dolor y el hambre ayudaban a alcanzar la virtud. Prescindió de todo lo posible. Vivía en un gran tonel, para tener la vivienda mínima y estar expuesto a todas las inclemencias del tiempo. Una vez acostumbrado a esto, podía descartarlo: el clima y los cambios climáticos ya no tendrían el poder de perturbarle y afligirle, con lo cual desaparecería otra fuente de infelicidad. Solía beber con un cuenco de madera, hasta que vio a un muchacho beber de la palma de su mano. Inmediatamente, Díógenes arrojó el cuenco como un lujo innecesario.

Naturalmente, cuando alguien se aparta del mundo en tan inusitada medida es porque se piensa que el mundo es malo. Diógenes tenía una opinión muy mala de los hombres y se cuenta de él una famosa historia: solía vagar en pleno día por la plaza del mercado llevando una lámpara encendida. Cuando se le preguntaba qué estaba haciendo, respondía que estaba buscando un hombre honesto. Claramente afirmaba de modo implícito que no había ninguno, pues ni a plena luz del día era visible, de modo que era necesario usar una lámpara para obtener más luz, con la melancólica esperanza de lograr más éxito.

Los filósofos como Diógenes eran llamados kynikos, de la palabra griega kyon, que significa «perro», porque parecían estar siempre ladrando y gruñendo al género humano (al menos, según una de las versiones sobre el origen de la palabra). En nuestra lengua, esa palabra se ha convertido en «cínico». Aún se usa hoy la palabra para designar a alguien para quien todas las acciones son inspiradas por motivos malos o egoístas.

El cinismo no podía convertirse en una filosofía popular, pero Zenón, de Citio, una ciudad de Chipre, creó una versión más refinada de él. (Quizá haya sido, en parte, de ascendencia fenicia, y no se le debe confundir con Zenón, de Elea, quien vivió más de un siglo antes). Zenón estudió primero con filósofos cínicos, pero luego abrió una escuela propia en Atenas, en 310 a. C.

Enseñó que el hombre debe estar por encima de las emociones; debe evitar la alegría y la pena, y de este modo hacerse amo de la fortuna, sea ésta buena o mala. Su único interés debe ser la virtud y el deber; si puede ser dueño de sí mismo, no será esclavo de ningún hombre.

Enseñaba esas doctrinas en una escuela que poseía un pórtico adornado con pinturas. Los griegos llamaron a esta escuela la «Stoa Poikile» (el pórtico pintado). Por ello, sus enseñanzas fueron llamadas, en nuestra versión, el «estoicismo». Todavía hoy, ser estoico es ser ajeno a las emociones e indiferente al placer y al dolor.

Un individuo podía retirarse de la sociedad no sólo aprendiendo a prescindir de los bienes materiales, sino también entregándose a una vida de placeres personales.

El creador de una filosofía de este tipo fue Arestipo. Nació en Cirene, ciudad de la costa septentrional africana, al oeste de Egipto, por el 435 a. C., y recibió educación en Atenas, donde estudió con Sócrates. Luego enseñó que el único bien es el placer y que el placer inmediato es mejor que la preparación para un posible placer posterior.

Una versión más atenuada de esta filosofía fue la de Epicuro, nacido en Samos alrededor de 342 a. C. de padres atenienses. Llegó a Atenas en 306 y enseñó que el placer era el bien principal, pero subrayó que el placer sólo proviene de una vida moderada y virtuosa. Adoptó las ideas sobre los átomos que había sostenído Demócrito y fue su filosofía del «epicureísmo» lo que hizo que esas ideas atomistas persistieran hasta los tiempos modernos. Hasta hoy, la palabra «epicúreo» alude a alguien que aprecia las cosas buenas de la vida.

También la literatura pareció abandonar la ciudad. Los grandes trágicos atenienses habían abordado las grandes y serias relaciones entre los dioses y los hombres para aclarar las acciones de la sociedad. Aristófanes había tocado la política del día. Pero hacia el fin de su vida, después de la derrota de Atenas, Aristófanes comenzó a abandonar la política y a refugiarse en la fantasía. La tragedia prácticamente desapareció y la comedia empezó a tratar temas triviales. En el período de la «Nueva Comedia», en la trama de las obras había amor, intriga, sagaces esclavos, hermosas mujeres, etc. El más capaz autor de esta nueva forma de literatura fue Menandro, nacido en Atenas en 343 a. C. Escribió más de cien obras, de las cuales sólo sobrevive intacta una, descubierta en 1957.

La Atenas de la edad de plata no produjo ningún escultor tan grande como Fidias, ninguna estructura tan magnífica como el Partenón. Pero dio a luz a Praxíteles, que aún puede ser considerado un artista de primera magnitud. Ha llegado hasta nosotros una estatua de la que se cree que es obra suya. Es la del dios Hermes llevando a Dioniso de niño.

Sólo en matemáticas y en ciencias continuaron los progresos. Eudoxo fue un discípulo de Platón nacido en Cnido aproximadamente en 408 a. C. Fue principalmente un matemático que ideó muchas pruebas geométrícas, las cuales, casi un siglo más tarde, fueron incorporadas a la compendiosa obra de Euclides.

Eudoxo aplicó su geometría al estudio de los cielos. Fue el primer griego que demostró el hecho de que el año no tiene exactamente 365 días, sino que es seis horas más largo. Aunque Platón había sostenido que los planetas (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, el Sol y la Luna) atravesaban los cielos describiendo ciclos perfectos, las observaciones de Eudoxo convencieron a éste que no es así, al menos en apariencia.

Fue el primero en esforzarse por «salvar las apariencias», es decir, por explicar cómo el movimiento en círculos perfectos, requerido por la filosofía de Platón, podía producir los movimientos desiguales realmente observados. Eudoxo supuso que cada planeta estaba insertado en una esfera que giraba uniformemente, pero con los polos insertados en otra esfera, cuyos polos estaban insertados en una tercera esfera, y así sucesivamente. Cada esfera se movía uniformemente, pero la combinación de movimientos producía un movimiento aparente irregular del planeta.

Eudoxo necesitó un total de veintiséis esferas para explicar los movimientos de los planetas. Pero observaciones más detalladas mostraron que la explicación no era perfecta. Calipo, de Cízico, discípulo de Eudoxo, se vio obligado a añadir ocho esferas más, lo que hacía un total de treinta y cuatro. De este modo surgió la idea de las «esferas celestes», idea que iba a durar 2.000 años antes de que los astrónomos modernos la abandonaran.

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