Los millonarios (44 page)

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Authors: Brad Meltzer

Tags: #Intriga

BOOK: Los millonarios
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—… Gallo y DeSanctis. Ya estoy en ello —explicó Noreen—. Empecé en el momento en que Charlie pronunció sus nombres.

—¿Y qué piensas de su reacción cuando mencioné a Lapidus? —preguntó Joey.

—No lo sé. Sólo se oía el silencio.

—Tendrías que haber visto la expresión de su cara.

—De acuerdo, echaré un vistazo también a Lapidus. Por cierto, ¿sabías que las oficinas del último trabajo que tuvo Martin Duckworth están a sólo veinte minutos?

—Maravilloso, eso es lo que quiero oír —dijo Joey mientras corría de regreso al club para recuperar su revólver del techo—. ¿Y qué me dices de su hija? ¿Alguna información sobre ella?

—Verás, Joey, eso es lo que no tiene sentido —contestó Noreen—. Mientras estabas tratando con los Gemelos Maravilla, he estado investigando a través de certificados de nacimiento, permisos de conducir, incluso declaraciones de impuestos de la familia de Duckworth. No estoy segura de qué estaba hablando Charlie, pero según toda la información que he podido reunir Marty Duckworth no tiene ninguna hija.

—¿Cómo dices?

—Tal como te lo digo, Joey. Lo he comprobado una docena de veces. De acuerdo con todas las bases de datos gubernamentales y privadas, Gillian Duckworth simplemente no existe.

61

—¡Brandt! ¿Cómo estás, viejo cabrón? —exclamó Gallo, su amplia sonrisa mostraba la flamante rotura en un diente delantero.

—¡Jimmy, muchacho! —dijo Katkin, envolviendo a Gallo en un abrazo de oso. Mientras los llevaba a él y a DeSanctis a su despacho en Five Points Capital, Katkin preguntó—. ¿Qué es lo que ha traído a tu culo gordo hasta el sur?

Gallo miró a DeSanctis y luego nuevamente a Katkin.

—¿Te importa si cierro la puerta, Brandt?

Katkin miró fijamente a su amigo.

—Si esto tiene que ver con Duckworth…

—¿O sea que ya han estado aquí?

—¿Esos dos chicos con el pelo teñido? A primera hora de la mañana. Te digo que yo sabía que algo no funcionaba bien. Entonces cuando recibí tu llamada…

—¿Había alguien más con ellos? —interrumpió DeSanctis.

—¿Quieres decir aparte de la hija?

Nuevamente, Gallo miró a su compañero.

—¿Qué dijo ella? —le preguntó a Katkin.

—No mucho. El chico del pelo oscuro se pasó casi todo el tiempo tratando de sonsacarme. Todo lo que hizo la hija fue permanecer sentada. Muy guapa, por cierto; pelo ensortijado, aspecto descuidado, pero con fuego en la mirada. Me observaba como una gata, ¿sabes lo que quiero decir? No había nadie como su papaíto. ¿Por qué, crees que ella anda en algo?

—Eso es precisamente lo que estamos tratando de averiguar —explicó Gallo—. Hace tres días, una cuenta a nombre de Duckworth desapareció de un banco de Nueva York. Ahora, esta… esta hija tendrá que responder a algunas preguntas.

—¿Tienes idea de adonde han podido ir? —preguntó DeSanctis—. ¿Algún otro contacto que puedas tener en relación a Duckworth?

Katkin se acercó a su mesa y consultó la base de datos en su ordenador.

—Lo único que tengo aquí es la dirección de su casa y algunas direcciones de antiguos trabajos…

—Neowerks —le interrumpió Gallo—. Eso es, casi me había olvidado de ese empleo…

62

El tráfico por la autopista antes de la hora punta es fluido y el sol del mediodía brilla en un cielo sin nubes mientras Charlie, Gillian y yo viajamos por los amplios carriles abiertos de la I-95. Pero incluso con el motor funcionando a plena potencia y la radio sintonizada en la emisora local de música pop, el interior del coche es un lugar demasiado silencioso. Durante los veinte minutos que tardamos en llegar desde el conjunto residencial de la abuela hasta el Bulevar Broward, nadie —ni Charlie, ni Gillian, ni yo— pronuncia una sola sílaba.

Del bolsillo de la chaqueta vuelvo a sacar la tira de fotografías. Los bordes blancos del papel están empezando a curvarse y, por primera vez, me pregunto si esas personas son reales. Tal vez sea ésa la razón por la que se trata de una fotocopia en color. Tal vez las fotografías están manipuladas. Documentos de identidad falsos para completar el disfraz. Examino detenidamente los cuatro rostros que descansan en mi regazo. Cambio el pelirrojo por rubio; el hombre negro por uno blanco. Pero, para mí, siguen siendo unos completos desconocidos. Para Duckworth eran lo bastante importantes como para guardarlos en su mejor escondite. Y aunque todavía no estamos seguros de si se trata de amigos o enemigos, hay una cosa que está completamente clara: si no conseguimos averiguar quiénes son y por qué conocían a Duckworth, este viaje se volverá mucho más incómodo.

—Allá vamos —dice Gillian, rompiendo finalmente el silencio al tiempo que señala la rampa de salida—. Ya casi hemos llegado.

Bajo la visera del asiento del acompañante y observo a Charlie a través del espejo.

En el asiento trasero, él ni siquiera alza la vista. Tres días antes hubiese estado garabateando en su cuaderno de notas, alimentándose de adrenalina y convirtiendo cada momento embarazoso en estrofas, versos y, si teníamos suerte, tal vez incluso en una balada completa. «Robar de la realidad», solía decir con la típica jactancia de un adolescente. Pero a pesar de todas sus bravatas, a Charlie no le gusta el peligro. O el riesgo. Y en este momento el problema es que finalmente comienza a darse cuenta.

—No es malo estar asustado —le digo.

—No estoy asustado —replica con dureza. Pero veo su reflejo en el espejo. Sus ojos se posan en su regazo. Durante veintitrés años no ha hecho nada muy especial: vivir en casa, abandonar la escuela de Bellas Artes, negarse a unirse a una banda… incluso aceptar el trabajo en el archivo del banco. Charlie siempre ha cultivado la imagen de ser un chico despreocupado. Pero, tal como ambos aprendimos de nuestro padre, existe una línea muy fina entre ser un espíritu despreocupado y tener miedo al fracaso.

—Sólo deben faltar un par de manzanas —dice Gillian, interviniendo rápidamente.

Al igual que Charlie, me dirige una frase breve y concisa. No estoy seguro de si se debe a nuestra mentira en relación al dinero, a la pérdida de su padre o simplemente a la conmoción por el ataque de Gallo y DeSanctis, pero cualquiera que sea la razón, mientras aferra el volante con los puños apretados, su aura infantil comienza finalmente a desvanecerse. Como nosotros, ella sabe que ha saltado a otro barco que también se está hundiendo y, a menos que nos demos un respiro pronto, los tres nos iremos al fondo con él.

—Allí está —anuncia mientras gira hacia la derecha para entrar en el aparcamiento. El sol rebota en la fachada vidriada del edificio de cuatro plantas, pero el rótulo amarillo y morado que se ve encima de la puerta principal lo dice todo: «Neowerks Software».

—¿De modo que eres la hija de Ducky? —canturrea un hombre de pelo hirsuto con gafas de montura metálica mientras estrecha calurosamente la mano de Gillian entre las suyas. Vestido con una amplia bata azul, unos pantalones caqui inarrugables y unas sandalias de cuero con calcetines, es exactamente lo que uno piensa que conseguiría al cruzar a un millonario cincuentón de Palm Beach con un ayudante de enseñanza universitaria de Berkeley. Pero también es el único tío que ha aparecido en el vestíbulo cuando hemos preguntado si podíamos hablar con alguno de los antiguos colegas de Martin Duckworth—. ¿O sea que tu nombre es Gillian, verdad? —pregunta por tercera vez—. Dios, ni siquiera sabía que tuviese una hija.

Gillian asiente tímidamente, mientras Charlie me lanza una rápida mirada. Yo levanto mi escudo y dejo que rebote en mi armadura. Después de todo lo que Gillian ha hecho —todo lo que ha arriesgado— no tengo ánimos para participar de los triviales juegos de Charlie.

«Si ella quisiera entregarnos lo hubiese podido hacer tranquilamente cuando estábamos en los apartamentos de la abuela y en la casa», le hago saber con una mirada fulminante.

«No hasta que haya conseguido su dinero», responde Charlie con otra mirada.

—¿Y ustedes también son amigos? —interrumpe Pelo Hirsuto.

—Sí… sí —digo, extendiendo la mano para que el hombre repita el gesto de estrecharla entre las suyas—. Walter Harvey —digo, a punto de olvidar mi nombre falso. Bajo la voz para que nadie más me oiga pero alcanzo a ver a la secretaria de pelo oscuro que me está mirando desde el brillante mostrador de recepción negro estilo
Star Trek
. La mujer vuelve a bajar la vista a la revista que está hojeando, pero el gesto no contribuye a que me sienta mejor. Todo el vestíbulo, con sus sillones cromados era espacial y la mesilla baja plateada en forma de ameba, es tan frío que no hace más que alimentar el factor pánico—. Y él es Sonny Rollins —añado, señalando a Charlie.

—Alec Truman —dice el hombre, emocionado de poder presentarse—. ¿Sonny Rollins, eh? Como el tío del jazz.

—Exacto —dice Charlie, ya acobardado—. Como él.

—Escuche, señor Truman —dice Gillian—. Realmente le agradezco que nos dedique su tiempo para…

—Es un honor para mí… es un honor —insiste—. Te repito que aún le echamos de menos aquí. Sólo lamento no poder quedarme más tiempo, me encuentro justo en medio de esta caza de micrófonos y…

—De hecho, sólo queríamos hacerle una pregunta y esperábamos que pudiese ayudarnos —le interrumpo. Meto la mano en el bolsillo de la chaqueta y vuelvo a sacar la tira de fotografías. Si estas instantáneas corresponden a personas que ayudaron a Duckworth en su invento original, esperamos que éste sea el tío que pueda darnos una respuesta—. ¿Alguna de estas personas le resulta familiar? —le pregunto a Truman.

Su rostro se ilumina como el de un crío que come lápices de colores.

—Conozco a ése —dice, señalando al hombre mayor de pelo entrecano que aparece en la primera fotografía—. Arthur Stoughton. —Al ver la expresión de confusión en nuestros rostros, añade—. Estaba con nosotros en Imagineering; ahora dirige su propio grupo en Internet.

—¿De modo que usted también estaba en Disney? —pregunta Gillian.

—¿Cómo piensas que conocí a tu padre? —dice Truman con tono burlón—. Cuando tu padre se marchó y vino aquí, yo le seguí los pasos dos años más tarde. El estaba en primera línea: el primero en llegar, el peor pagado.

—¿Y qué me dice de este tío, Stoughton? —pregunto, señalando la foto—. ¿Trabajaban todos juntos?

—¿Con Stoughton? —Truman se echa a reír—. No tuvimos esa suerte… No, él era el viejo vicepresidente de Imagineering; incluso antes de marcharse a Disney.com, Stoughton no tenía tiempo para soldados rasos como nosotros. —Mientras pronuncia las últimas palabras, se da cuenta de lo que ha dicho y mira a Gillian—. Lo siento… no quería… tu padre era un tío genial, pero nunca nos dieron la posibilidad de…

—Está bien… no hay problema —dice Gillian, negándose a cambiar de tema.

—¿Qué hay de las otras personas que aparecen en las fotografías? —pregunta Charlie.

Truman las examina detenidamente.

—Lo siento, para mí son unos desconocidos.

—¿Es gente de Disney? —pregunto.

—¿O de esta zona? —añade Charlie.

—¿O acaso se trata de tíos de los que mi padre fue amigo? —insiste Gillian.

Truman retrocede ante la batería de preguntas; parece estar a punto de decir algo… luego titubea. Comienza a alejarse y añade.

—Realmente debo irme…

—¡Espere! —gritamos al unísono Gillian y yo.

Truman se queda inmóvil. Ninguno de nosotros se mueve. Eso es todo. Truman está oficialmente censurado.

—Me alegro de haberles conocido —dice, devolviéndome las fotos.

—Por favor —le ruega Gillian. Su voz tiembla; extiende la mano y le coge de la muñeca—. Encontramos las fotos en uno de los cajones de papá… y ahora que está muerto… sólo queremos saber quiénes son estas personas… —Dejando que el pensamiento penetre profundamente, añade—. Es todo lo que tenemos.

Truman mira a Charlie, luego me mira a mí y se muere por largarse de allí. Pero cuando baja la vista hacia la mano de Gillian que sujeta su muñeca… cuando sus ojos se encuentran con los de ella… ni siquiera él puede evitarlo.

—Si esperan un momento aquí, tal vez pueda llevar las fotos dentro y ver si alguien conoce a los otros tres.

—Perfecto… eso sería perfecto —dice Gillian.

Con la tira de fotografías en la mano y la promesa de que las devolverá en unos minutos, Truman se dirige a la entrada principal que hay detrás de la mesa de la recepcionista. Me siento tentado de seguirlo, es decir, hasta que descubro el teclado del panel de seguridad que está obviamente diseñado para que nosotros no podamos entrar. Es similar al que tienen en Five Points, excepto que aquí también disponen de una pantalla digital —como si fuese un televisor en miniatura— empotrada en la pared encima del teclado. Cuando Truman se aproxima a la puerta, la pantalla comienza a parpadear y aparecen nueve pequeñas casillas azules como si fuese el teclado de un teléfono. Pero, en lugar de números, cada una de las casillas contiene un rostro humano, haciendo que se parezca a los créditos de presentación de
La familia Brady
. A pesar de que el hombro de Truman bloquea nuestra línea de visión, aún podemos ver el reflejo en las brillantes paredes negras.

Tocando la pantalla con el dedo índice, Truman selecciona el rostro que aparece en la casilla inferior derecha. La casilla se ilumina, los nueve rostros desaparecen y, con la misma rapidez, sus lugares son ocupados por igual número de rostros nuevos. Como si estuviese introduciendo la contraseña de una alarma, Truman toca la pantalla digital y selecciona el rostro de una mujer asiática en la parte superior izquierda. Nuevamente, los rostros desaparecen; nuevamente, nueve rostros diferentes ocupan sus lugares.

—Parece que aquí tienen montado todo el tinglado de Buck Rogers, ¿verdad? —dice Charlie.

—¿Lo dice por esto? —pregunta Truman, echándose a reír y señalando la pantalla—. Los próximos años podrán verse Contrarrostros en todas partes.

—¿Contrarrostros?

—¿Olvida alguna vez su número secreto del cajero automático de su banco? —pregunta—. Nunca más. Existe una razón para que la gente no olvide un rostro, es algo que está fijado en nosotros desde que nacemos. Es lo que nos permite reconocer a nuestros padres e incluso a amigos que no hemos visto desde hace veinte años. Ahora, en lugar de un código numérico elegido al azar, te suministran rostros de personas desconocidas elegidos también al azar. Combina eso con una cubierta gráfica y obtienes la única contraseña que incluye todas las edades, todos los idiomas y todos los niveles culturales. «Autentificación global», así lo llaman. Veamos si tu código con el número secreto es capaz de hacer eso.

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