Los momentos y sus hombres (18 page)

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Authors: Erving Goffman

Tags: #Sociología

BOOK: Los momentos y sus hombres
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Estoy diciendo que el acto de habla debe referirse siempre al estado de habla sostenido por cierto turno de habla. Este estado de habla necesita de un círculo de locutores aceptados como coparticipantes. (Fenómeno tal que el discurso solitario, o la conversación entre locutores no ratificados, como se produce en la conversación aparte, o al teléfono, debe entenderse en primer lugar como una desviación de la norma; si no, se habrán perdido su estructura y su sentido.) El habla está ordenada socialmente, no sólo por la distribución de los locutores y de los registros lingüísticos, sino también como un pequeño sistema de acciones de cara a cara, mutuamente ratificadas y ritualmente conducidas. Es, en otras palabras, un encuentro social. Una vez confirmado cierto estado de habla, debe haber indicios para pedir y dar la palabra y para informar al locutor sobre la estabilidad de la concentración de atención que recibe. Debe mantenerse una colaboración estrecha entre los locutores, a fin de asegurar que los turnos de habla no se invadan demasiado, o no falten recursos de conversación, porque la intervención de todo locutor debe representar siempre y exclusivamente una progresión. Si hay personas presentes en la situación, pero no reconocidas como participantes en el encuentro, el nivel sonoro y el espacio físico habrán de gestionarse de tal manera que signifiquen respeto —no recelo— ante estas personas directamente asequibles.

Los enunciados se someten, desde luego, a constreñimientos lingüísticos (como los sentidos), pero, en todo instante, deben hacer una labor complementaria, y es esta labor la que ocupa a los interlocutores. Los enunciados deben exponerse con un surtido de gestos funcionales, gestos que sostienen los estados de habla y los disciplinan, convirtiéndolos en pequeños sistemas de actividad. Durante esta labor mímica, se utilizan sonidos, pues ocurre que son bien prácticos en los encuentros hablados. Pero también se utiliza constantemente todo lo que se tenga a mano. Por tanto, muchas propiedades del habla deberán entenderse como alternativas, o equivalentes funcionales, de actos extralingüísticos; así, por ejemplo, cuando un participante señala la inminencia de su retirada de un encuentro conversacional cambiando de postura, apartando visiblemente su atención, o modificando el perfil paralingüístico de su última frase.

En cierto plano de análisis, por tanto, son dos cosas diferentes el estudio de los enunciados que pueden transcribirse y el estudio del habla. En este mismo plano de análisis, el de los turnos de habla y lo que se dice en ellos, forma parte del estudio de la interacción cara a cara. Esta tiene sus propias reglas, tiene procesos propios y estructura propia. Estos procesos y esta estructura no parecen de carácter intrínsecamente lingüístico, aun cuando su expresión tome a menudo forma lingüística.

Texto 5
La ritualización de la femineidad
[211]
*

Con
Gender Advertisements
artículo del que ofrecemos una síntesis en este texto, Goffman nos procura por primera vez una apreciación de su interés por la imagen, y muy particularmente por la imagen fotográfica de revistas o de publicidad. Goffman no dice que estas imágenes reflejen fielmente su sociedad. Tampoco dice que no puedan enseñarnos mucho sobre ella. Son escenificaciones de escenificaciones, puesto que sus autores, para producirlas, se sirven forzosamente del «idioma ritual» de la sociedad. Una novela no tiene más que una relación convencional con su sociedad de referencia, pero tampoco sale de ninguna parte. Por tanto, puede ofrecer a los sociólogos documentación interesante. Goffman presenta una muestra análoga con la fotografía de gran consumo público, estudiando con precisión de etólogo las exhibiciones
(displays)
que las mujeres deben cumplir «espontáneamente» en sociedad o deliberadamente para el fotógrafo publicitario
(ritualización de primer grado), (ritualización de segundo grado, o hiperritualización).

Incluimos en este artículo unas cuantas fotografías comerciales (publicitarias) que representan sujetos humanos. Estas fotografías las hemos seleccionado arbitrariamente de diarios y revistas de gran tirada, fácilmente asequibles, al menos para mí, reuniéndolas en series que, gracias a un orden no exento de malicia, permiten exponer, delimitar y bosquejar un tema preciso, relativo al sexo, el femenino en particular. Cada serie se acompaña de un comentario sencillo.

Pero antes, unas palabras sobre cómo el análisis social puede utilizar las fotografías. En mi opinión, los temas que puede plantear la fotografía tienen una categoría ontológica bastante mixta, y toda tentativa de pontificar sobre el orden de realidad así representado es muy posible que aboque al fracaso.

El que quiera estudiar las fotografías comerciales dispone de un método consistente en sacar una muestra al azar de uno o varios números de una o varias revistas, precisando los títulos y los períodos y abandonando todo interés por lo que se salga de la muestra: la representatividad determinable es, pues, una de las condiciones que debiera cumplir toda colección de fotografías
[212]
..., y que no cumplen las que nosotros vamos a analizar (dicho sea de paso, la única importancia de los resultados así obtenidos partiendo de una muestra sistemática, muy a menudo, está sólo en si se puede esperar que el lector los generalice fuera del terreno tratado, operación cuya garantía estadística exigiría un nuevo estudio, el cual, a su vez, llevaría a una sobregeneralización mayor aún, y así sucesivamente, lo que es otra cuestión). Observemos, de todos modos, que este tipo de representatividad corresponde a las imágenes en cuanto tales y no nos revela nada de lo que muy a menudo queremos conocer, o sea, de qué aspectos de la vida real son imagen verdadera estas fotografías y qué efecto social tienen sobre la realidad supuestamente figurada..., limitación de la que, por otra parte, adolecen también nuestras fotografías.

Dado que apenas hay límites a lo que yo pueda optar por llamar tema, ni a los tipos de fotografías que pueda reunir para exponer lo que primeramente he identificado, ni a las ordenaciones posibles dentro de las series, podría creerse que nada me impide demostrar lo que me plazca basándome en algunos puntos aparentemente comunes. En esta materia, el éxito no requiere sino un poco de maldad y de astucia y un buen montón de fotografías. Porque, cuanto mayor sea la colección del investigador, mayor será su certeza de ver confirmado lo que cree haber descubierto en tal ejemplar, e incluso lo que, de todas maneras, tiene ganas de demostrar: prueba de que la representatividad disminuye a veces conforme los datos se multiplican. De esto se sigue que, por sí misma, la eficaz ilustración de un tema no demuestra nada en cuanto a lo que puede descubrirse en imágenes ni, menos, en el mundo. Y el caso es que emplean un método bastante parecido al mío los compiladores de álbumes cómicos y los fotógrafos humoristas que acoplan la imagen de un famoso en plena gesticulación con la de un animal tomado en una postura aparentemente semejante, o le añaden un bocadillo cuyo texto modifica radicalmente la situación, prestando a los protagonistas reacciones inconvenientes.

Los temas que quiero examinar plantean tres cuestiones de metodología general que no deben confundirse: el descubrimiento, la exposición y la prueba. Sólo me importan ahora las dos primeras, como pretextos para explotar, sin gran esfuerzo, las particularísimas ventajas que ofrece la fotografía, y que son las siguientes:

Hay una clase de prácticas conductivas —que podríamos denominar «coitos comportamientos»— cuya forma material parece muy bien cifrada, mientras que los efectos sociales, o el sentido de los actos en cuestión, quedan vagos en parte, cumpliéndose además íntegramente, del principio al final, en tiempo muy breve y en espacio limitado. Constituyen hechos conductivos, que se pueden grabar y reproducir por medio de magnetófonos, magnetoscopios y cámaras. (La cinta magnética y la película, a diferencia de la fotografía, proporcionan, no una sola imagen de una ocurrencia real de la actividad considerada, sino toda una colección de grabaciones de esta especie. Mejor aún, el empleo del magnetófono y del magnetoscopio para examinar comportamientos muy cortos facilita el estudio microfuncional, es decir, del papel de un elemento conductivo en el flujo de lo que precede, coincide y sigue.) Tenemos ahí un encuentro entre un objeto de estudio y una técnica que coloca al investigador en una relación enteramente nueva con sus datos y constituye el fundamento práctico del macroanálisis.

Ahora son baratas y fáciles de reproducir, en forma de diapositivas, fotografías de todas procedencias. En cuanto se ha hecho una colección, nada es más fácil que seleccionarlas, ordenarlas y reordenarlas; en resumen, entregarse con ellas a un juego de pruebas y errores que contribuye magníficamente a revelar esquemas y aportar ejemplos, simples ilustraciones, o sacados de casos reales.

La capacidad social de la vista es enorme y, el acuerdo de los videntes, impresionante: dos factores que puede explotar el investigador. Le ofrecen, en efecto, la posibilidad de considerar claramente figuras conductivas que la insuficiencia de talento literario no le permitiría citar sólo por medio de las palabras. Estas, al no tener que restituir ya la totalidad del problema, pueden limitarse a dirigir la mirada a lo que hay que ver. Por lo mismo, la noción de «reacción puramente subjetiva» se hace susceptible de promoción académica, pues es bien evidente que parte, al menos, de lo que no se estudia por temor a caer en la palabrería tiene una realidad específica y se deja percibir con precisión, debiéndose la desviación a la incapacidad literaria del investigador, no al carácter de los datos
[213]
.

En una colección de ejemplos en imágenes (trátese de ilustraciones o de representaciones de casos reales) sobre un tema común, hay más que un simple procedimiento para asegurarse de que el fenómeno estudiado aparezca claramente a la vista del espectador. Más frecuentemente, bastarían uno o dos ejemplos. Además, en contra de las ideas tradicionales sobre la muestra, el tamaño de la colección no tiene, de ninguna manera, la finalidad de mostrar el predominio de tales o tales casos dentro de la muestra, ni (por extensión) dentro del terreno del que ésta se saque. Se trata de algo muy diferente. Porque el interés de tener diversos ejemplos en imágenes de un tema único es que aporten un abanico de distintos planos contextuales secundarios que vengan a aclarar diferencias ocultas, aun mostrando un trazo único.

Pues bien, en cierto modo, ta profundidad y la amplitud de estas diferencias contextuales son lo que produce sensación de estructura, de orden único, fundamental a las desviaciones superficiales. Mientras que, para los métodos tradicionales, las diferencias entre partidas que contabilizar en cuanto representativas de una misma cosa son causa de engorro, y en proporción del grado a la diferencia, lo contrario es cierto del análisis mediante imágenes, que consiste precisamente en fundir en un todo estas desviaciones aparentes. Y no hay nada de este análisis que no sea interesante e instructivo, hasta su inversión en los hechos; así, cuando un publicitario, partiendo de tales modelos y de tal argumento de venta, se pone a buscar diversas escenas posibles, o a hacerlas figurar, con la esperanza de llegar al cliente mediante una mezcla de repetición y de novedad. Porque, sea cual fuere su deseo de rodear de cambios un tema determinado, no por ello puede dejar de cumplir las exigencias de la imaginación escénica —conveniencia, inteligibilidad, etc.—, mostrando así forzosamente la posibilidad y la manera de hacer concordar diversos elementos para que «expresen» lo mismo. El que un conjunto de publicidades pueda manifestar una estructura fundamental común es, pues, un artificio enteramente producido por la misma idea publicitaria, y el investigador no hace sino descubrir lo que de entrada se ha compuesto deliberadamente. Pero, en todo caso, el conocer los medios por los que el publicitario logra encontrar diversos disfraces a sus estereotipos nos informa sobre las maneras posibles de escoger y modelar documentos sacados de escenas reales con el fin de provocar la interpretación que se desea.

Las fotografías ilustrativas de la conducta relacionada con el sexo (social) que yo he coleccionado así de manera no aleatoria pueden tener como utilidad, por otra parte, refrescarnos las ideas sobre tres puntos: los estilos de comportamiento relacionados con el sexo, la manera como la publicidad presenta de ellos una visión finalmente sesgada y las reglas de producción escénica particulares de la forma fotográfica. Mi interés se dirige ante todo al primer punto, pero los textos que acompañan a mis fotografías abordan todas las cuestiones que éstas puedan plantear. Precisaré, de todos modos, que el punto esencial de la exposición es la idea de los publicitarios sobre la manera de representar con beneficio a las mujeres. Por tanto, tendré que aventurarme a generalizaciones poco fundadas, con sólo el mérito de versar principalmente sobre la manera como el sexo se representa, no sobre su escenificación real.

En general, no he retenido las fotografías ilustrativas de lo que, a mi parecer, es común a los dos sexos, en el plano de la imagen solamente, o también en la realidad; ni las que registran diferencias que he supuesto conocidas por todos. De ello se sigue que toda la parte trivial —o que, al menos, me lo parece— de la publicidad está claramente subrepresentada (sesgo, por lo demás, que se encuentra por todas partes en etnografía: lo que se registra son las diferencias y las semejanzas inesperadas con el mundo propio). Además, aunque la profesión publicitaria (en Estados Unidos) se concentre en Nueva York, y aunque los modelos y los fotógrafos constituyen un mundo muy particular, lo que producen no tiene nada de extraordinario a los ojos de quienes lo miran, sino que es algo «naturalísimo». Con otras palabras, aun si los documentos aquí presentados no pueden considerarse representativos del comportamiento relacionado con el sexo en la realidad, y ni siquiera de la publicidad en general, ni de tal publicación en particular, no obstante me parece que puede emitirse sobre ellos un juicio negativo de cierta importancia, a saber, que
en cuanto imágenes
no se las advierte como nada de excepcional ni anormal. Siendo esto así, para adquirir conciencia inmediatamente del estereotipo, bastará imaginar, en cada fotografía, qué resultaría de haberse cambiado los sexos. Teniendo presente esta posibilidad, el lector estará en situación de hacer sus propios comentarios y de formarse una idea sobre los méritos posibles de los míos.

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