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Authors: Jorge Molist

Los muros de Jericó (46 page)

BOOK: Los muros de Jericó
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—¡Serás materialista! —le reprochó Jaime frunciendo el ceño pero sonriente—. Suerte tendrás si no te denuncio por acoso sexual.

—¡Vaya un puritano! —Laura, brazos en jarras, lo miró desafiante—. Si no te ha gustado el beso, me lo devuelves y estamos en paz.

Ambos bromeaban con frecuencia, pero él jamás había percibido aquella provocación; había electricidad entre ambos. Sintió un estremecimiento al notar la feminidad de ella manifestarse así, de repente.

Pero ahora él amaba con locura a Karen y la reacción de su secretaria lo intimidaba. ¿Qué habría ocurrido si ella se hubiese expresado así antes de que él conociera a Karen? Desechó la idea, no era el momento de hacer romance-ficción. Decidió desactivar la tensión de forma elegante.

—Ha sido un beso maravilloso. Me lo quedo para siempre. —Luego cambió el tono—. Esta noche mi novia y yo celebramos mi ascenso con unos amigos. Me encantaría que vinieras.

—Muchas gracias. No sé si podré, tengo un compromiso —repuso Laura luego de una larga pausa, vacilante, sorprendida por la revelación de la «novia». El momento mágico se había esfumado—. Luego te confirmo si voy —añadió con mirada triste.

93

Ricardo había encargado ceviche, burritos, fajitas, quesadillas, guacamole con snacks de maíz, unas enormes ensaladas multicolores y chile verde en salsa.

—¡La mejor tortilla de California! —proclamaba ufano mientras organizaba detrás de la barra la distribución de cervezas y margaritas.

—Kevin le felicita —anunció Dubois a Jaime—. Dijo que usted entendería que él no viniese, que disfrutará mejor de la fiesta sin él.

—Lo entiendo perfectamente Dubois; agradézcaselo cuando lo vea. Espero que encuentre una chica que lo haga feliz. «Y que sea antes de seis meses», pensó.

—Kevin lleva años enseñando en la UCLA, es bien parecido y carismático. Tiene mujeres en abundancia, le persiguen. Pero parece que sus preferencias iban a Karen.

—¡Pues qué mala suerte! —se lamentó Jaime.

—No se queje. Él la vio primero. Pero ya ve, quien decide es el destino. Y ahora gana usted.

—¡Bonito consuelo! Yo necesito a Karen para siempre.

—«Siempre» es un período muy largo. —El viejo le sondeaba con una de sus miradas profundas—. El futuro no existe más que en su mente y es posible que el futuro que imagina sea falso. Lo único real es hoy. Disfrútelo.

Jaime le lanzó una mirada torva; el santón empezaba a irritarle. Decidió cambiar de conversación.

—Hoy he sentido algo raro con David Davis.

—¿Qué sintió?

—Lo conocí en mi vida del siglo XIII.

—¿Quién era?

—Alguien también muy poderoso.

—Estoy tratando de recordar su imagen y movimientos en fotos y documentales. —Dubois cerró los ojos y luego de un tiempo empezó a hablar, aún sin abrirlos—. No será… Sería ridículo. Pero tiene que ser…

—¿Quién, Dubois? ¡Dígame!

—Simón de Montfort. El jefe cruzado.

—¿Lo es? ¡Entonces estoy en lo cierto!

—Asombroso. Pero tiene sentido; continúa ambicionando el poder.

—¿Cómo puede ser? Davis es judío.

—¿Y qué tiene que ver? El alma busca en nuevas vidas caminos que la ayuden a perfeccionarse. Ser judío y tolerante con los demás está tan bien como ser un musulmán, católico o cátaro tolerante.

Jaime aceptó la respuesta de Dubois sin cuestionarla, no tanto por su coherencia como porque tenía otra pregunta más acuciante.

—Estoy reconociendo en mi vida actual a todos los personajes claves de la anterior. ¿Por qué?

—Porque ahora abre los ojos y ve lo que antes tenía delante y no veía; el ciclo se cierra.

—¿Qué ocurre si no encuentro a una de las personas que más apreciaba en aquel tiempo?

—Nada. Quizá el otro no necesite la reencarnación. O su desarrollo espiritual le lleve por otros caminos. Jamás encontrará a todos.

—Me gustaría reconocer a Miguel de Luisián, el alférez real.

—¿Verdad que sí? —Aquella sonrisa dulce iluminaba de nuevo la cara de Dubois—. Es como encontrarse con viejos amigos de la infancia que no hemos vuelto a ver. Es estupendo. Pero no se trata de la carta de un restaurante; no ocurre sólo porque se pida. Siga viviendo y mantenga su sensibilidad abierta. Quizá algún día lo encuentre.

Mientras, la celebración se extendía por todo el local. Ricardo proclamó que una fiesta de sólo cinco, y la mayoría hombres, era una chingada. Y como era de esperar, invitó a todos los clientes del establecimiento a comer y tomar unos tragos a la salud de su amigo, al que hoy habían hecho presidente.

—Si invitas a una chica que no conoces, y va acompañada no te queda más remedio que invitar también al tipo —dijo confidencialmente a Jaime con un guiño.

Así que todo el mundo lo felicitaba. Ellos con un apretón de manos y alguna palmada y ellas con un beso. Había música y muchos bailaban. Tim sacó a bailar a Karen, y Jaime se sorprendió de que ella bailara salsa y lo hiciera tan bien. Se movía con ritmo, con sensualidad.

La deseaba; la amaba. No sabía qué iba primero en tal mezcla de sentimientos, si el diablo y el cuerpo, o Dios y el alma. Así es, se dijo, en este mundo entre el cielo y el infierno.

Y Jaime, en aquel momento, entre un pasado muerto y un futuro aún inexistente, era feliz, intensamente feliz.

Sobre las diez de la noche vio aparecer una figura solitaria en la puerta. Era Laura, que acudiendo sin acompañante confirmaba lo que Jaime había sospechado; no tenía pareja y se encontraba ahora tan sola como él lo estaba hacía poco. Laura era una gran chica, con una gran personalidad, y atractiva. A veces la gente se cruza en tiempos desfasados, pensó. Acudió a darle la bienvenida; se dieron un beso. En la mejilla.

—Gracias por venir —dijo Jaime.

—Tenía que celebrar contigo tu ascenso. —Y añadió con una sonrisa—: Además, después de tantos años he de aprovechar cuando al fin te decides a invitarme a algo.

—Malvada —le reconvino él con una sonrisa—. Tú siempre igual.

Karen se acercó a saludarla, se conocían de haber hablado un par de veces, y la tomó bajo su protección, empezando a presentarle a quienes conocía. Cuando llegó el turno de Ricardo, éste se quedó mirando tiernamente a los ojos de Laura y con un gesto teatral le besó la mano.

—¿Dónde has estado, mi amor? ¡Te he esperado toda la noche! —Y tomándola delicadamente por el codo la llevó a tomar una copa.

Karen, asombrada ante el rapto, comentó divertida a Jaime:

—Ricardo es un galán a la antigua.

—Sí, pero que tenga cuidado.

—¿Por qué?

—Creo que Laura es un corazón solitario en busca de amor.

—Pues me temo que Ricardo tiene intención de sacar ventaja de ello.

—Claro. Como con todas. Pero Ricardo es justo. También da algo a cambio.

—No, no si lo que buscan es amor de verdad.

—Bueno. El camino en busca del verdadero amor no tiene por qué ser aburrido.

—No me quieres entender.

—Sí te entiendo, pero lo que digo es que Ricardo puede llevarse una sorpresa; Laura es peligrosa.

La noche y la fiesta continuaron y, llegado un momento, la música calló y las luces del pequeño escenario se encendieron. Apareció Ricardo con dos guitarras anunciando:

—Reclamo en este prestigioso escenario al mejor presidente del mundo. ¡Jaime Berenguer!

La sala se llenó de aplausos y Jaime fue empujado al escenario. Cuando subió, Ricardo dijo:

—Y uno de los peores cantantes.

—Todos rieron.

—¡Comemierdas! —le insultó Jaime por lo bajo.

Cantaron el antiguo repertorio. Desde Simón y Garfunkel:
Cecilia. You are breaking my heart..
. hasta
La mujer que a mí me quiera ha de quererme de veras… ¡Ay! Corazón…

Para Jaime volvía el pasado brillante y romántico. Se sentía como entonces. No; mejor, mucho mejor. Pero lo que deseaba de verdad ahora era tener a Karen en sus brazos.

Cuando terminaron de cantar y los aplausos cesaron, sonó música romántica. Ricardo, rompiendo la costumbre que tenía en su local, invitó a Laura a bailar. Ambos se miraban a los ojos con ternura y una sonrisa.

—El maldito Ricardo se va a acostar con mi secretaria para celebrar mi promoción —murmuró Jaime al oído de Karen.

Ésta soltó una risa cristalina.

—No seas envidioso y sácame a bailar a mí.

Y bailaron. Y Jaime sintió todo su cuerpo deseando el cuerpo de ella. Y sintió que su alma quería unirse a la de ella. Aquello había ocurrido antes. Y volvería a ocurrir después.

Se miraron a los ojos, y brotaron toda la pasión y el amor del mundo. Y una fuerza irresistible hizo que sus labios se unieran.

Jaime notó cómo el mundo giraba alrededor de ellos, mientras un torbellino interior mezclaba pasado y futuro. Y lo mejor del infierno unió sus cuerpos. Y lo mejor del cielo unió sus almas.

En el único espacio que existía. El que ellos ocupaban ahora.

Y en el único momento que existía. Ese mismo instante. Su presente.

94

Las pantallas del ordenador portátil fluían veloces, palpitando al ritmo impuesto por las hábiles manos.

Llamaron a «mensaje nuevo» para luego introducir una lista de unas diez direcciones. Sonaron las teclas al escribir el texto:

«A todos los hermanos Guardianes del Templo, código A, sur de California:

» Sachiel, uno de nuestros bastiones claves para el asalto de Jericó ha sido neutralizado en un movimiento sorpresa. Nuestros enemigos cátaros se han aliado con Davis; la toma de Jericó peligra y también peligran algunos de nuestros hermanos. Activamos el plan de emergencia de asalto.

» Todos los hermanos de código A deben contactar de inmediato con sus líderes y alertar a los hermanos de código B que tienen a sus órdenes. Ha llegado el momento.

» Mañana las trompetas de los elegidos sonarán. La última muralla caerá y ejecutaremos la justicia de Dios entre los infieles.»

Los dedos martillearon la caja del ordenador mientras con un murmullo Arkángel revisaba el texto. Hizo dos pequeños cambios y firmó: «Arkángel.» Golpeó
enter
y envió el mensaje, borrando todo rastro en su máquina. Luego juntó, en actitud de rezo, sus perfectas manos, en las que desentonaba, extraña, la cicatriz de la uña del dedo índice.

El murmullo de una oración llenó el silencio de la noche.

MARTES
95

—¡Buenos días, Laura! —saludó Jaime, jovial, al llegar a su nuevo despacho.

—Buenos días —contestó ella sin sonreír, continuando con su tarea de ordenar el correo; parecía haber madrugado.

—¿Qué tal anoche? ¿Lo pasaste bien?

—Sí. Gracias —respondió, cortante, sin detener su actividad.

Jaime se extrañó de su falta de entusiasmo. Debe de ser el cansancio o quizá un problema con Ricardo, se dijo.

—¿Alguna llamada?

—Sólo la de un tal John Beck, del FBI.

—¡Ah! Sí. El viejo dijo ayer que debo atenderle.

—Pidió cita para hoy a las cuatro y media.

—De acuerdo.

Jaime entró para tomar posesión de su despacho y empezó a abrir cajones y armarios. Había que limpiar papeles, pero antes debería identificar cuáles podían ser valiosos para su misión. Encontró una agenda de White; haría fotocopias antes de devolvérsela.

Al final de la mañana llamó Ricardo.

—¡Chin, Jaime! Jamás me dijiste que tenías tal preciosidad de secretaria. ¡Qué bribón! ¿Así tratas a los amigos?

—¡Qué honor, Ricardo! Tú nunca llamas a la oficina. ¿Quieres saber cómo me encuentro, o quizá te interesa la salud de otra persona?

—No te quieras hacer el gracioso, Jaime. Tú sabes por qué llamo.

—¿Será por Laura? Vaya, eso no acostumbra funcionar así; habitualmente son ellas las que te llaman a ti. ¿Qué pasó?

—Mano, es una chica estupenda y muy especial; lo pasé muy bien ayer noche. Y esta mañana me he levantado pensando en ella. Quiero verla cuanto antes.

—Pues no creo que Laura piense hoy en ti. Habrá dormido pocas horas y parece de mal humor. ¿Hiciste o dijiste algo que la molestara?

—Bueno, nada que deba molestar. La invité a que pasara la noche conmigo. Pero eso es un halago y a ellas les gusta.

—¡Ah! ¿Crees que le gustó? ¡Serás vanidoso! —dijo Jaime riendo y sintiéndose satisfecho al intuir que Laura había resistido a los legendarios encantos de Ricardo—. Y ella debió de aceptar entusiasmada, ¿verdad?

—Pues dijo que no. Además, no dejó que la besara. Y hasta parece que se molestó. ¿No creerás que se ofendió?

—No lo sé, Ricardo. Yo sólo la conozco profesionalmente y no sé cómo reacciona cuando la invitan a sexo. Ése es tu problema.

—Bueno. Gracias por tu ayuda, amigo. —Sonaba irónico pero de buen humor—. Al menos haz algo por mí. Pásame con ella.

—Que tengas suerte. —Jaime pulsó el botón de transferencia de llamada y marcó el teléfono de Laura.

—Sí. Dime. —Laura había dejado sonar el teléfono varias veces antes de cogerlo.

—Tengo a Ricardo en la línea. Dice que le encantó conocerte ayer y que quiere hablar contigo.

Laura guardó silencio unos segundos; parecía pensar. Luego repuso cortante:

—Dile que tengo mucho trabajo y que ahora no puedo hablar con él.

Jaime recuperó la línea con Ricardo.

—Dice que tiene mucho trabajo y que no puede hablar contigo.

—¡Maldita sea! —exclamó Ricardo—. ¿Tú crees que estará enojada conmigo?

—Será eso. O que no le gustas.

—¡Eres un chingado mal amigo! Podrías ayudar en lugar de joder. ¡Pregúntale qué le pasa!

—Será mejor que llames mañana. Laura no parece de buen humor hoy. Mañana veré qué puedo hacer por ti. ¿OK?

—Bueno; pero si averiguas algo hoy, me llamas. ¿De acuerdo?

—De acuerdo, Ricardo. Hasta luego.

Jaime sonrió; no podía evitarlo. Parecía que Ricardo tomaba hoy un poco de su propia medicina. Lo tenía merecido. Y no le daba pena alguna.

96

—El señor Beck —anunció Laura a través del teléfono.

Al consultar su reloj Jaime vio que eran ya las cuatro y media de la tarde; el agente del FBI llegaba puntual.

—Gracias, Laura; dile que pase.

Beck entraba al cabo de unos momentos dejando junto a la puerta una gran bolsa de deporte. Tendió la mano y una sonrisa hacia Jaime, saludándole:

—Hola, Berenguer, ¿qué tal está?

—Bien, gracias, Beck. —Se estrecharon la mano—. Siéntese, por favor —invitó señalando una pequeña mesa de conferencias situada en un extremo del despacho—. Usted dirá.

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