Los viajes de Tuf (24 page)

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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

BOOK: Los viajes de Tuf
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—¡Maldito sea usted y su condenada fortuna! —dijo el jazboíta, poniéndose en pie con cierta dificultad. Unas cuantas fichas más cambiaron de manos.

—Así que sabe jugar —dijo Tolly Mune—. Pero eso no le servirá de nada, Tuf. En estos lugares los juegos siempre están amañados a favor de la casa. Jugando, nunca logrará ganar todo el dinero que le hace falta.

—No soy totalmente consciente de tal realidad —dijo Tuf.

—Hablemos.

—Ya lo estamos haciendo.

—Hablemos en privado —dijo ella subiendo un poco el tono de voz.

—Durante nuestra última discusión en privado fui atacado por hombres provistos de pistolas neurónicas, se me agredió verbalmente, fui cruelmente engañado, se me privó de una compañía muy querida y, como remate, se me impidió gozar de mi postre. No me encuentro muy favorablemente predispuesto a nuevas invitaciones de dicho tipo.

—Le invito a una copa —dijo Tolly Mune.

—Muy bien —replicó Tuf. Se levantó con rígida dignidad, recogió sus fichas y se despidió de los demás jugadores. Tolly y Tuf se dirigieron a un reservado situado al otro extremo de la sala de juegos. Tolly Mune jadeaba un poco a causa del esfuerzo que le imponía la gravedad. Una vez dentro de él se derrumbó sobre los almohadones, pidió dos narcos helados y cerró la cortina a continuación.

—El ingerir bebidas narcóticas tendrá un efecto muy escaso sobre mis capacidades decisorias, Maestre de Puerto Mune —dijo Haviland Tuf—, y aunque me encuentro perfectamente dispuesto a recibir su generosa oferta e invitación, como justa compensación a su anterior falta de hospitalidad civilizada, mi posición sigue sin haber variado.

—¿Qué quiere, Tuf? —le dijo ella con voz agotada después de que llegaron las bebidas. Los grandes vasos estaban cubiertos de escarcha y en su interior el licor azul cobalto ardía con un gélido resplandor.

—Al igual que todos los seres humanos tengo muchos deseos. Por el momento, lo que deseo con mayor urgencia es tener de nuevo junto a mí, sana y salva, a Desorden.

—Ya le propuse que cambiáramos el animal por la nave.

—Ya hemos discutido dicha propuesta y la he rechazado por ser muy poco equitativa. ¿Debemos volver otra vez a discutir el asunto?

—Tengo un nuevo argumento —dijo ella.

—¿De veras? —Tuf probó su bebida.

—Consideremos el asunto de la propiedad, Tuf. ¿Cuál es su derecho para considerarse dueño del Arca? ¿Acaso la ha construido? ¿Tuvo algún papel en su creación? No, ¡demonios!

—La encontré —dijo Tuf—. Es cierto que tal descubrimiento lo hice acompañado por cinco personas más y no puedo negar que sus títulos sobre dicha propiedad resultaban, en ciertos casos, superiores al mío. Sin embargo, ellos han muerto y yo sigo vivo, lo cual fortalece considerablemente mi posición. Lo que es más, actualmente me encuentro en posesión de dicha nave y en muchos sistemas éticos la posesión es la clave y, en más de una ocasión, el factor determinante en cuanto respecta a la propiedad.

—Hay mundos en los que todos los objetos de valor pertenecen al estado y en ellos su maldita nave habría sido requisada de inmediato.

—Me doy cuenta de ello, créame, y tengo gran cuidado de evitar dichos mundos cuando elijo mi destino —dijo Haviland Tuf.

—Tuf, si quisiéramos, podríamos apoderarnos de su maldita nave por la fuerza. Quizá sea el poder lo que da la propiedad, ¿no?

—Es cierto que a sus órdenes se encuentra la feroz lealtad de ingentes masas de lacayos armados con lásers y pistolas neurónicas, en tanto que yo me encuentro totalmente solo. No soy sino un humilde comerciante y un ingeniero ecológico que no ha superado el rango de neófito y como única compañía tengo la de mis inofensivos felinos. Sin embargo, no carezco de ciertos recursos propios. Entra dentro de mis posibilidades teóricas el haber programado ciertas defensas en el Arca susceptibles de hacer dicho asalto mucho más difícil de lo que pudiera creerse en un principio. Por supuesto que dicha idea es una pura teoría, pero haría bien en prestarle la debida consideración. En cualquier caso, una acción militar brutal sería ilícita según la jurisprudencia de S'uthlam.

Tolly Mune suspiró. —Ciertas culturas opinan que la propiedad viene dada por la capacidad de usar el bien poseído. Otras optan por la necesidad de usarlo.

—Estoy levemente familiarizado con dichas doctrinas.

—Bien. S'uthlam necesita el Arca más que usted, Tuf.

—Incorrecto. Necesito el Arca para practicar la profesión que he escogido y para ganarme la vida. Lo que su mundo precisa en estos momentos no es tanto la nave en sí como la ingeniería ecológica. Por dicha razón le ofrecí mis servicios y me encontré con que mi generosa oferta era despreciada y tildada de insuficiente.

—La utilidad —le interrumpió Tolly Mune—. Tenemos todo un maldito mundo lleno de brillantes científicos. Usted mismo admite que es sólo un comerciante. Podemos usar el Arca mejor que usted.

—Sus brillantes científicos son casi todos especialistas en física, química, cibernética y otros campos semejantes. S'uthlam no se encuentra particularmente avanzada en áreas como la biología, la genética o la ecología. Esto es algo que me parece doblemente obvio. Si poseyeran expertos, como parece usted afirmar, en primer lugar no les resultaría tan urgente la necesidad de poseer el Arca y, en segundo lugar, sus problemas ecológicos no habrían sido dejados de lado, como lo han sido hasta alcanzar las proporciones actuales, francamente ominosas. Por lo tanto, pongo en duda su afirmación en cuanto a que su pueblo sea capaz de utilizar la nave de modo más eficiente. Desde que he llegado a poseer el Arca, y durante todo mi viaje hasta aquí, no he parado de consagrarme al estudio y, por lo tanto, creo que puedo atreverme a sugerir que ahora soy el único ingeniero ecológico dotado de ciertas cualificaciones existentes en el espacio humano, excluyendo posiblemente a Prometeo.

El largo y pálido rostro de Haviland Tuf no había variado de expresión. Cada una de sus frases era articulada cuidadosamente y luego disparadas en gélidas e interminables salvas. A pesar de ello, Tolly Mune tuvo la sensación de que tras la impenetrable fachada de Tuf había una debilidad: el orgullo, el ego, una vanidad que podía utilizar para sus propios fines. Tolly alzó un dedo y lo blandió ante él.

—Palabras, Tuf, nada más que malditas palabras. Puede hacerse llamar ingeniero ecológico, si le place, pero eso no quiere decir nada en absoluto. Puede hacerse llamar melón de agua, si le parece, ¡Pero tendría un aspecto condenadamente ridículo sentado en un cuenco lleno de crema!

—Ciertamente —dijo Tuf.

—Le hago una apuesta —dijo ella, disponiéndose a jugarse el todo por el todo—. Apuesto a que no tiene ni maldita idea sobre qué hacer con esa condenada nave.

Haviland Tuf pestañeó y formó un puente con sus manos sobre la mesa.

—Una proposición interesante —dijo—. Prosiga. Tolly Mune sonrió.

—Su gata contra su nave —dijo—. Ya he explicado cuál es nuestro problema. Resuélvalo y tendrá de vuelta a Desorden sana y salva. Fracase y nos quedaremos con el Arca.

Tuf levantó un dedo. —En el plan hay un defecto básico. Aunque se me impone una tarea formidable no siento repugnancia ante la idea de aceptar tal desafío, pero sugiero que los premios se encuentran muy desequilibrados. El Arca y Desorden me pertenecen, aunque me haya sido robada la posesión de esta última de un modo legal, si bien nada escrupuloso. Por lo tanto, de ello se desprende que, si gano, lo único que consigo es recuperar la posesión de algo que, al empezar, ya era justamente mío, en tanto que el posible premio de la otra parte es mucho mayor. No me parece equitativo y tengo una contraoferta preparada. Vine a S'uthlam para conseguir ciertas reparaciones y cambios en mi nave. En el caso de que triunfe, quiero que dichos trabajos se lleven a cabo sin coste alguno para mí.

Tolly Mune se llevó el vaso a la boca a fin de conseguir un instante para considerar la oferta de Tuf. El hielo había empezado a derretirse, pero el narco aún conservaba su potente sabor.

—¿Cincuenta millones de unidades base regaladas? Eso es condenadamente excesivo.

—Tal era también mi opinión —dijo Tuf. Tolly sonrió.

—Puede que la gata fuera suya en un principio —dijo—, pero ahora es nuestra. En cuanto a las reparaciones, Tuf, haré una cosa: le daré crédito.

—¿En qué términos y con qué índice de interés? —preguntó Tuf.

—Empezaremos inmediatamente los trabajos —dijo ella, aún sonriendo—. Si gana, cosa que no va a suceder, tendrá a la gata de vuelta y le daremos un préstamo libre de intereses por el coste de la factura. Puede pagarnos con el dinero que vaya ganando ahí fuera, —agitó vagamente la mano señalando al resto del universo—, trabajando en su maldita ingeniería ecológica. Pero tendremos una especie de hipoteca sobre el Arca y si no ha pagado la mitad del dinero en cinco años, o su totalidad en diez, entonces la nave será nuestra.

—La cifra original de cincuenta millones era excesiva —dijo Tuf—, y resulta claro que había sido hinchada con el único y exclusivo propósito de obligarme a la venta de mi nave. Sugiero que nos pongamos de acuerdo en una suma de veinte millones como base para el acuerdo.

—Ridículo —respondió ella secamente—. Por ese precio ni tan siquiera podríamos llegar a pintar su condenada nave. Pero haré una rebaja: cuarenta y cinco.

—Veinticinco millones —sugirió Tuf—. Dado que me encuentro solo a bordo del Arca no es necesario que todas las cubiertas y sistemas funcionen a un nivel óptimo. Que algunas de las cubiertas más lejanas no estén en condiciones de operar, no resulta de una importancia decisiva. Afinaré mi lista inicial de peticiones para que incluya tan sólo las reparaciones que deben hacerse para mi seguridad, comodidad y conveniencia.

—Me parece justo —dijo ella—. Bajaré a cuarenta millones.

—Treinta —insistió Tuf—, me parece una cifra ampliamente satisfactoria.

—No regateemos por unos cuantos millones —dijo Tolly Mune—. Va a perder, por lo que todo esto no tiene ninguna importancia.

—Mi punto de vista al respecto difiere un tanto del suyo. Treinta millones.

—Treinta y siete —dijo ella.

—Treinta y dos —replicó Tuf.

—Está claro que vamos a ponernos de acuerdo en los treinta y cinco, ¿no? ¡Hecho! —dijo Tolly extendiendo la mano.

Tuf la miró fríamente.

—Treinta y cuatro —dijo con voz tranquila. Tolly Mune se rió, apartó la mano y dijo: —¿Qué importa? Treinta y cuatro. Haviland Tuf se puso en pie.

—Tómese otra copa —dijo ella abriendo los brazos—. Para festejar nuestra pequeña apuesta.

—Me temo que debo rechazar la invitación —dijo Tuf—. Ya haré ese festejo una vez haya ganado la apuesta. Por el momento, tengo mucho trabajo que hacer.

—No puedo creerlo —dijo Josen Rael en un tono de voz más bien estridente. Tolly Mune había puesto el volumen de su comunicador bastante alto para ahogar de ese modo las constantes e irritantes protestas de su prisionera felina.

—Josen, concédeme al menos un poco de inteligencia —dijo ella con voz quejosa—. Mi idea es condenadamente brillante.

—¡Apostar con el futuro de nuestro mundo! ¡Miles de millones de vidas! ¿Estás esperando seriamente que sancione ese ridículo pacto que habéis concluido?

Tolly Mune dio un sorbo a su ampolla de cerveza y suspiró. Luego, con una voz idéntica a la que habría utilizado para explicarle algo a un niño especialmente duro de mollera, dijo:

—No podemos perder, Josen. Piénsalo un poco, si es que esa cosa que tienes dentro del cráneo no está demasiado atrofiada por la gravedad, como les ocurre a todos los gusanos, y sigue siendo capaz de tener ideas. ¿Para qué demonios queríamos el Arca? Para alimentarnos, naturalmente; para evitar el hambre, para resolver el problema y para llevar a cabo un condenado milagro biológico. Para multiplicar los panes y los peces.

—¿Panes y peces? —dijo el Primer Consejero, aún perplejo.

—Un número infinito de veces. Es una alusión clásica, Josen; creo que cristiana. Tuf va a intentar hacer bocadillos de pescado para treinta mil millones de personas. Yo pienso que sólo conseguirá llenarse la cara de harina y atragantarse con una espina, pero eso no importa. Si fracasa conseguiremos su maldita sembradora de un modo limpio y legal. Si triunfa ya no vamos a necesitar el Arca nunca más. En ambos casos habremos ganado y tal como lo he planteado la apuesta, incluso si Tuf gana nos seguirá debiendo treinta y cuatro millones. Si por algún milagro consigue salir con bien de todo esto, seguimos teniendo bastantes posibilidades de acabar teniendo la nave, porque no podrá cumplir los términos de pago de su condenada factura. —Bebió un poco más de cerveza y le sonrió—. Josen, tienes mucha suerte de que no desee tu puesto. ¿Se te ha ocurrido alguna vez que soy mucho más lista que tú?

—Mamá, también eres mucho menos política —dijo él—, y dudo que fueras a durar ni un solo día en mi puesto. De todos modos me resulta imposible negar que te las apañas muy bien en el tuyo. Supongo que tu plan es viable.

—¿Supones? —replicó ella.

—Hay realidades políticas a considerar. Los expansionistas quieren la nave; debes entenderlo... como una especie de seguro para el día en que recobren el poder. Por suerte están en minoría. En la votación conseguiremos superarles.

—Cuida de que ocurra así, Josen —dijo Tolly Mune. Cerró la conexión y se quedó flotando en la penumbra de su habitación. En la pantalla apareció nuevamente la imagen del Arca. Sus cuadrillas estaban trabajando ahora a su alrededor, preparando un muelle temporal. Luego ya vendría algo más permanente. Esperaba que el Arca estuviera por ahí durante unos cuantos siglos, así que les haría falta un sitio para guardar ese condenado artefacto e, incluso en el caso de que algún fantástico capricho de la suerte hiciera que Tuf se saliera con la suya, hacía ya algún tiempo que la telaraña debía haberse ampliado y, con ello, conseguirían alojar a centenares de naves. Con Tuf pagando la factura, le había parecido una estupidez retrasar por más tiempo la construcción. En esos instantes estaban montando un largo tubo de plastiacero traslúcido, pieza a pieza. El tubo uniría la enorme sembradora al extremo del muelle principal de modo que, tanto los cargamentos de piezas como las cuadrillas de trabajo, pudieran llegar hasta ella con mayor facilidad. En el interior de la nave ya había unos cuantos cibertec, conectados al sistema de ordenadores, reprogramándolo para acomodar los programas a las demandas de Tuf y, de paso, desmantelando cualquier tipo de trampa o defensa interna que pudiera haber dejado instalada. Eso eran órdenes secretas emanadas directamente de la Viuda de Acero; algo que Tuf ignoraba por completo. Se trataba de una simple precaución suplementaria, por si resultaba ser un mal perdedor. No quería monstruos o plagas emergiendo de su regalo una vez que abriera la caja. En cuanto a Tuf, sus fuentes le habían dicho que tras abandonar la sala de juegos del hotel apenas sí había salido de su sala de ordenadores. Avalada por su autoridad como Maestre de Puerto, los bancos de datos del consejo habían accedido finalmente a darle toda la información que precisara y, por lo que Tolly sabía, precisaba grandes cantidades de ella. Los ordenadores del Arca se encontraban también atareados trabajando en amplias series de cálculos y simulaciones.

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