Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea (24 page)

BOOK: Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea
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A la hora del recreo no conseguí encontrar a Sunya. La esperé en nuestro banco y estuve mirando por el patio y me metí por la puerta secreta, pero en el almacén tampoco estaba. Debía de haberse quedado en los lavabos para esconderse de Daniel porque le tenía miedo. El perro de mi pecho gruñó más fuerte que nunca. Volvimos todos dentro y tuvimos Historia y Geografía, pero yo no me podía concentrar. Seguía intentando echarle el ojo al estuche de Sunya para ver si tenía dentro el anillo de Blue-Tack. Yo llevaba el mío puesto y di unos golpecitos con la piedra blanca en la mesa para ver si atraía su atención. Sunya no levantó la vista de sus libros.

A la hora de comer no salí corriendo al patio porque me horroriza quedarme ahí solo. Echaba demasiado de menos a Roger para comerme los sándwiches así que me fui al cuarto de baño y me puse a jugar a eso de que el secamanos era un monstruo que escupía fuego. Yo aguantaba y aguantaba y era el más duro y ni siquiera gritaba cuando las llamas me quemaban toda la piel y me dejaban los huesos negros.

Oí una voz fuera. No en el juego sino en la vida real. Era un grito. Era desagradable. Y las palabras que decía eran
«Virus del Curry»
. Atisbé por la ventana. Daniel estaba persiguiendo a Sunya, gritándole cosas a la espalda mientras ella intentaba marcharse. Iba con Ryan y Maisie y Alexandra y ellos se reían y le animaban. Gritó
«Hueles mal»
y
«Te canta el aliento a curry»
y
«Por qué llevas esa cosa estúpida en la cabeza»
. Le tocó el hiyab. Más aún, trató de quitárselo de un tirón. Fue entonces cuando mi corazón rugió. Más alto que un perro. Más alto que el monstruo que escupía fuego del cuarto de baño. Más alto, incluso, que el león de estrellas del cielo.

El sonido vibraba en mi cabeza y en mis manos y en mis piernas. Ni siquiera me di cuenta de que me había puesto a correr hasta que la puerta chocó contra la pared de baldosas y yo había salido ya de los lavabos y estaba por la mitad del pasillo. Volé hacia fuera y grité
«Déjala en paz»
. Todo el mundo se echó a reír. Me dio lo mismo. Miré hacia un lado y luego hacia el otro buscando a Sunya. La descubrí en mitad del patio, agarrada a su hiyab, tratando de impedir que Daniel le enseñara su secreto al colegio entero.

«DÉJALA EN PAZ».

Daniel giró en redondo. Me vio y sus labios se estiraron en una sonrisa antipática.
«Ven aquí a salvar al Virus del Curry»
dijo. Se remangó para pelear. Ryan puso cara de matón. Paré derrapando y esperé a que mi boca dijera
«Aquí vengo a salvarla»
o
«Apártate de mi camino»
o cualquier otra cosa que sonara a valiente. No me salió nada. Esperé a que mis piernas me respondieran para poder darle una patada a Daniel, pero las tenía paralizadas. Se iban juntando niños y más niños en círculo alrededor de nosotros, todos con los ojos puestos en mí.

«Eres un pringao»
dijo Daniel y todos los demás dijeron cosas como
«Pues sí»
y
«Qué tío más gay»
. Y tenían razón. Di un paso hacia atrás. No me apetecía que me partieran la cara. Me había dolido demasiado la última vez. Daniel se volvió hacia Sunya. Le agarró el hiyab con sus gordos dedos. Sunya se puso a llorar. La multitud coreó
«Fuera fuera fuera fuera»
.

Eso me hizo acordarme de una cosa. De cuando estábamos en el escenario. Del público del concurso de talentos.

Yo ya no estaba en el patio. Estaba en el teatro, contemplando a Jas. Y aquellas palabras, las palabras de su canción, retumbaron como truenos por mis venas.

Volvió el patio a todo color y a todo volumen. A Sunya se le escapaban las lágrimas. Tenía ya el hiyab medio quitado. La multitud animaba. Daniel se reía. Y yo le estaba dejando.

«NO».

Lo grité con todas mis fuerzas. Lo chillé.
«NO»
. Daniel se dio la vuelta sorprendido. Eché el puño hacia atrás. Daniel se quedó boquiabierto. Me lancé contra él con toda la rabia que había sentido en mi vida. Los ojos se le pusieron redondos de miedo. Y cuando le di con los nudillos en la nariz, Daniel se cayó al suelo. Le pegué otra vez, más fuerte aún, con el puño en la mejilla. Sunya levantó los ojos. Me contempló estupefacta. Le di a Daniel tres patadas y cada vez que mi pie caía sobre sus huesos dije una palabra distinta.
«DÉJALA EN PAZ»
.

Ryan salió corriendo. La multitud retrocedió. Tenían miedo. Daniel estaba tirado en el suelo con las manos por la cara. Estaba llorando. Podría haberle dado otra patada. Podría haberlo pisoteado, o haberle clavado el codo, o haberle dado un golpe en el estómago. Pero no quise. No lo necesitaba. Acababa de ganar mi propio Wimbledon. La señora gorda del comedor tocó el silbato.

Capítulo 23

La señora Farmer me mandó al Director pero valió la pena y sólo me perdí un poco de Historia. Cuando llegó la hora de irse a casa, fui a coger mi abrigo y cuatro personas me dijeron
«Adiós»
. Antes nunca me habían dirigido la palabra. Yo dije
«Adiós»
y ellos me dijeron
«Hasta mañana»
y un niño me preguntó
«Vas a venir mañana al entrenamiento de fútbol»
. Asentí con la cabeza a toda velocidad.
«Pues claro»
respondí y él dijo
«Me alegro»
. Daniel oyó todo eso pero se quedó callado. Ni siquiera se atrevía a mirarme. Ya no le sangraba la nariz pero la tenía hinchada. Y tenía los mofletes rojos de haberse pasado toda la tarde llorando. Le habían caído lágrimas por todos los problemas de fracciones, emborronándole las respuestas.

Yo en Matemáticas no había respondido más que cuatro preguntas. Me sentía ligero y efervescente, como si me corriera gaseosa por las venas, y los pensamientos saltaban y burbujeaban en mi cerebro. La pierna no paraba de movérseme y rocé con ella a Sunya cinco veces en una hora. Tres veces sin querer. Dos aposta. Ella no dijo
«Para»
, ni
«Tu pierna no trae nada bueno»
, ni nada por el estilo. Se quedó con la vista fija en las fracciones mordiendo la tapa del bolígrafo y me dio la sensación de que se estaba aguantando una sonrisa.

Salí del colegio y el cielo estaba turquesa y el sol enorme y dorado. Parecía una pelota de playa inmensa flotando en un mar de un azul perfecto. Tuve la esperanza de que aquel sol fuera lo bastante fuerte para llegar hasta debajo de la tierra. Esperaba que Roger sintiera en su cuerpo el calorcito. Esperaba que no tuviera miedo ni se sintiera solo en su tumba. Entonces me dio un dolor agudo en el pecho, como cuando te indigestas porque has comido demasiados trozos de pizza en uno de esos sitios tipo bufé. Me apoyé en un muro y me puse la mano en el corazón y esperé a que se me pasara. Fue disminuyendo hasta quedarse en un dolor apagado, pero no se me quitó.

Oí pasos y un tintineo de metal. Al volver la cara vi a Sunya que corría hacia mí.
«Conque te vas sin decir adiós»
dijo apoyando las manos en las caderas. Allí estaba otra vez la chispa y más brillante que nunca. Su hiyab era de un amarillo vivo y sus dientes eran de un blanco deslumbrante y sus ojos resplandecían con la fuerza de un millón de soles. Trepó a la valla y se sentó cerca de mí y cruzó las piernas y yo me quedé mirándola como si fuera un bonito paisaje, o un buen cuadro, o un mural interesante expuesto en la pared de la clase. La peca de encima de su labio empezó a saltar, porque ella estaba hablando.
«Conque te vas sin dejarme que te dé las gracias»
. Me mordí las mejillas por dentro para no sonreír.
«Gracias»
le pregunté como si no tuviera ni idea de de qué me estaba hablando.
«Por qué»
. Ella se inclinó hacia delante y apoyó la barbilla en la mano. Fue entonces cuando vi el fino círculo azul que rodeaba su dedo corazón.

Si la envidia es roja y la duda es negra, la felicidad tiene que ser marrón. Mis ojos fueron de la pequeña piedra marrón a la minúscula peca marrón y de ahí a sus enormes ojos marrones.
«Por salvarme»
dijo mientras yo trataba de hacer como si nada.
«Por partirle la cara a Daniel»
. Se había puesto el anillo de Blue-Tack. Se lo había puesto. Sunya era mi amiga.
«No ha sido nada»
dije.
«Ha sido impresionante»
respondió Sunya y se echó a reír. Y a Sunya lo que le pasa es que una vez que empieza no puede parar, y su risa es contagiosa.
«No me des las gracias a mí, Chica M»
dije con los costados doliéndome y una sonrisa más grande que un plátano.
«Dáselas a Spiderman»
. Sunya me puso la mano en el hombro y paró de reírse.
«Tú eres mejor que Spiderman»
me susurró al oído.

Hacía demasiado calor y no había aire suficiente. Me puse a mirar cómo se derretía la nieve en el suelo y de pronto era que te mueres de interesante y Muy Importante patearla y repatearla con los pies un montón de veces.
«Te acompaño por el camino»
dijo Sunya. Se puso de pie sobre la valla y dio un salto altísimo y aterrizó a mi lado.
«Tu madre»
dije mirando a nuestro alrededor no fuera a ser que nos estuviera vigilando.
«Ha dicho que yo no traigo nada bueno»
. Sunya se enganchó de mi brazo y me echó una sonrisa.
«Las madres y los padres no se enteran de nada»
.

Por el camino le conté a Sunya lo de Roger.
«Cómo lo siento»
dijo.
«Con lo buen gato que era»
. Ella no había llegado a conocerlo pero daba igual. Roger era buen gato. El mejor gato. Eso lo sabía todo el mundo. Nos cruzamos con el viejo de la gorra plana. Fred movió la cola y me lamió la mano. Me dejó un rastro de saliva pegajosa pero no me importó.
«Estás bien, chaval»
preguntó el hombre, aspirando de su pipa. El humo olía como la mismísima Noche de las Hogueras.
«Cómo te sientes»
. Me encogí de hombros.
«Te entiendo»
respondió muy serio el viejo.
«El año pasado perdí a mi perro Pip y todavía no se me ha pasado. Hace cuatro meses que tengo a este golfillo»
continuó, señalando a Fred.
«No veas la guerra que me da»
. Fred se puso de pie y me apoyó las patas en la tripa.
«Pero parece que tú le caes bien»
dijo el viejo, rascándose la cabeza con la punta de la pipa para pensar.
«Se me ocurre una idea. Por qué no pasas a echarme una mano con el cachorro. Podrías ayudarme a sacarlo de paseo»
. Le acaricié a Fred las orejas grises.
«Eso sería lo mejor del mundo»
dije y el viejo sonrió.
«Bien. Bien. Vivo en esa casa de ahí»
. Señaló hacia un edificio blanco que había a unos cuantos metros.
«Que no se te olvide pedirle permiso a tu madre». «No tengo una madre como dios manda»
respondí.
«Pero se lo preguntaré a mi padre»
. El viejo me dio unas palmaditas en la cabeza.
«Hazlo, chaval»
dijo.
«Abajo, Fred»
. Fred no le hizo ni caso así que le agarré las patas y lo empujé con suavidad. Tenía las zarpas gordas y llenas de barro. El viejo enganchó una correa al collar de Fred y se fue renqueando por la calle abajo, agitando la pipa para decir adiós.
«Vendré yo también»
dijo Sunya mientras seguíamos andando.
«Me traeré a Sammy y correremos aventuras»
.

Paramos en una tienda. Sunya quería comprar algo para Roger. Como sólo tenía cincuenta peniques, compró una flor roja pequeña. Cuando estaba pagando vi en el mostrador una cosa de peluche marrón. Tuve una idea. Saqué mi dinero de cumpleaños de la abuela.

El camino de nuestra casa estaba vacío. El coche de papá no estaba. Yo debería haberme sentido culpable por llevar por allí a una musulmana cuando él estaba en la obra trabajando. Pero no me sentía culpable. A la madre de Sunya no le gusto yo. A papá no le gusta Sunya. Pero que ellos sean adultos no significa que vayan a tener siempre razón.

«Aquí es donde está enterrado Roger»
dije señalando a un rectángulo de barro fresco que había en el jardín de atrás.
«Justo ahí debajo»
. Sunya se arrodilló y tocó la tumba.
«Era un encanto de gato»
. Yo me acuclillé.
«El más encantador del mundo»
respondí. Estiró la mano y se miró el anillo del dedo corazón.
«Hay una cosa que no sabes»
dijo en ese tono bajo que me ponía la carne de gallina.
«Sobre los anillos»
. Me quedé mirando la pequeña piedra marrón.
«Qué»
pregunté.
«Qué les pasa»
. Sunya miró alrededor por el jardín para comprobar que no había nadie escuchando, luego me agarró de la camiseta y tiró de mí.
«Pueden hacer que las cosas revivan»
susurró. No dije nada aunque tenía un millón de preguntas.
«Pero sólo por la noche. Si ponemos las dos piedras juntas encima de la tumba de Roger, cuando el reloj dé las doce, él tendrá el poder de salir de debajo de la tierra y ponerse a cazar ratones y a jugar en el jardín»
. Yo empecé a sonreír.
«Y vendrá a verme a mí»
le pregunté.
«Pues claro»
dijo Sunya.
«Eso es parte de la magia. Saltará a través de tu ventana y se tumbará a tu lado y ronroneará. Estará todo calentito y peludo pero desaparecerá en cuanto te despiertes. Se volverá a su cama de debajo de la tierra y se pasará el día entero durmiendo para tener un montón de energía para la próxima aventura de medianoche»
.

No era verdad pero daba lo mismo. Me hacía sentirme mejor. Sunya se quitó su anillo de Blue-Tack y me sacó a mí el mío del dedo. Luego apretó la piedra blanca contra la piedra marrón mientras yo cavaba un pequeño agujero en la tumba. Besó los anillos y luego yo los besé también y los echamos sobre la tumba. Los cubrimos de barro y nieve y nuestros dedos se tocaron cuatro veces. Sunya colocó encima de todo la flor roja.
«Ahora Roger es un gato mágico»
dijo y el dolor del pecho se me quitó un poco.

Alguien dio unos golpecitos en la ventana. Me puse de pie de un salto para tapar a Sunya, temiendo que fuera papá, pero no era más que Jas, que había vuelto a casa del colegio. Al lado de su cabeza rosa había otra de un verde fuerte. Jas sonrió con cara de felicidad y saludó con la mano a Sunya, que se había asomado por detrás de mis piernas y le devolvió el saludo. Jas agarró a Leo de la mano y tiró de él hacia el salón, besándolo en los labios antes de desaparecer por la puerta.

El jardín me pareció de pronto demasiado pequeño. No había ningún sitio al que mirar y me sentía los brazos torpes y estaba muy pendiente del cuerpo de Sunya junto a mis piernas.
«Me tengo que ir»
dijo ella poniéndose de pie pero sin mirarme a los ojos. Tenía las rodillas y las manos empapadas.
«Como llegue tarde, mi madre me mata»
.

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