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Authors: Alessandra Neymar

Tags: #Romantico, Infantil-Juvenil

Mírame y dispara (3 page)

BOOK: Mírame y dispara
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No me dio tiempo ni a reaccionar cuando ya la tenía presionando mi cuerpo con fuerza. Comenzó a gritar mi nombre y a dar saltos. Varias personas nos miraban sorprendidas, pero no era de extrañar, parecíamos dos histéricas sin pudor alguno.

—¡Kathia! —volvió a gritar aferrándose a mi cuello.

—¡Erika! —La abracé, y volví a oler aquel aroma fresco a limón y jazmín.

—Joder, la espera se me ha hecho eterna. ¿Tú sabes lo que me has hecho pasar?

—No hace falta que me lo jures. No veía la hora de verte.

Percibí un extraño cambio de apariencia en ella. Tenía el cabello igual de largo, pero desmontado y con unas suaves mechas cobrizas sobre su color castaño. El flequillo también estaba retocado; se lo había cortado a la altura de las cejas, lo que hacía que sus dulces facciones y sus ojos caramelo fueran más intensos.

—¿Qué te has hecho en el pelo? —pregunté después de examinarla.

Ella se echó a reír inclinando la cabeza hacia atrás.

—¿No te gusta?

—Te queda genial.

—Quería cambiar de imagen, y Luca y Daniela me aconsejaron.

—Estás preciosa. Por cierto, ¿Luca y Daniela?

—Sí, nos están esperando en el Giordana’s. Tengo muchas ganas de que los conozcas.

No me di cuenta de que habíamos comenzado a caminar y ya estábamos atravesando la Piazza Navona. Me explicó un montón de cosas en los pocos minutos que tardamos en llegar a la cafetería. No dejaba de parlotear sobre todos los amigos que había hecho, sobre los chicos que había conquistado, sobre los problemas con su padre y su nueva novia… Aunque este tema quiso tocarlo bien poco.

—Bien, este es el Giordana’s. Está genial, seguro que te gusta —me aseguró Erika en la puerta del local.

El ambiente era de los 80. Suelo de cuadros negros y blancos; barra blanca iluminada, con los bordes redondos y dispensadores de helado de la época; paredes rojas, y sillas forradas de cuero. Daba la impresión de estar en la película
Regreso al futuro
. Me fascinó. Del hilo musical surgía
Edge of seventeen
de Stevie Nicks y no pude evitar cantarla por lo bajo.

Erika me miró y sonrió sorprendida.

—Me gusta esta canción —casi sonó a excusa, pero sonreí.

—¿Por qué no le metes algo de swing mientras caminas?

—Sabes que lo haré.

Aunque en el local había gente, no me corté a la hora de caminar al ritmo de la melodía. De la mesa del final se levantó un muchacho delgado que vino a mi encuentro, bailando. Erika soltó una carcajada y supe que se trataba de Luca. Iba bien peripuesto. Llevaba el flequillo hacia un lado y el resto de su negro cabello engominado hacia atrás. Dos pequeños aros adornaban sus orejas y sus labios brillaban de una forma especial, seguramente por el brillo labial.

—¡Kathia! —clamó aquel chico, con una voz estridente. —¡Uau, chica! ¡Eres más guapa que en las fotos! Y créeme, eso es muy difícil, encanto —añadió tocando cada curva de mi cara como si fuese un ciego reconociendo a una persona—. Muy difícil, ¿has pensando en trabajar como modelo?

—Gracias, pero no. No me va ese rollo.

—Ella es más de números —añadió Erika, sonriente—. Concretamente, de ciencias. Quiere estudiar Bioquímica clínica.

—Vaya, nena, con la cantidad de carreras que hay en medicina, escoges la más sencilla —dijo, irónicamente, una muchacha morena. Ella debía de ser Daniela.

—¡Dios, qué lástima! Podría hacer una gran campaña contigo —continuó Luca. Vi enseguida que aquel muchacho no dejaría de hablar— ¡Y qué ojos! ¿Son lentillas?

—No… —Sonreí mientras observaba cómo Luca escudriñaba mis ojos.

—Jamás he visto un gris tan deslumbrante… ¡Es increíble!

—Poca gente tiene ese color… —añadió Erika.

La escena no podía ser más peculiar: la chica que parecía ser Daniela y yo observábamos cómo Luca y Erika conversaban sobre mis ojos.

—Muy poca —prosiguió Luca.

—Aunque sé de alguien…

—¿Quién?

—Cristianno —contestó Erika.

—¿Qué Cristianno?

—Nuestro Cristianno. Cristianno Gabbana. Aunque él los tiene azules.

Aquello fue una sorpresa para mí. No esperaba que el hijo pequeño de Silvano Gabbana entrara en nuestra conversación; mejor dicho, en su conversación.

—¡Oh sí! Cristianno Gabbana. Está tan… —Luca levantó los ojos al techo, soñando con quién sabe qué fantasías.

—Bueno, ya basta… —interrumpió Daniela, pestañeando. —Yo soy Daniela y si te estás preguntando si Luca es así siempre; la verdad es que sí, es así —me dijo mientras me daba un beso—. Encantada de conocerte al fin.

—Ten cuidado, Kathia. Daniela proviene de los rottweiler —dijo Luca, bromeando con ella.

—¡Cállate! —Le propinó un empujón.

Daniela llevaba el cabello, de color negro azabache, cortado justo sobre los hombros. Su largo flequillo dejaba entrever unos ojos aguamarina que me deslumbraron. Me encantaba su estilo. Vestía de una forma más urbana, aunque resultaba sensual y muy femenino. Se le notaba una personalidad fuerte y resolutiva, con seguridad en sí misma…, sin duda una anomalía entre los adolescentes. Su tono de voz, tan cálido, me tranquilizaba.

—Bueno, Kathia, ¿has probado los helados del Giordana’s? —preguntó Daniela aferrándose a su bufanda de lana malva.

—Esperaba hacerlo ahora mismo.

Cristianno

Vi la Piazza de la Marina en cuanto di la última curva. La pelea ya había comenzado… con más gente de la que esperaba. El grupito de Franco y sus muñequitas había venido acompañado de más acólitos. Nos doblaban en número.

Unas ancianas que pasaban por allí salieron escopeteadas al ver aquel espectáculo de patadas y puñetazos. Me dio tiempo a ver que una de ellas se disponía a telefonear; pronto tendríamos la visita de los carabinieri.

Detuve mi Yamaha YZF R1 negra hincando la rueda delantera en el asfalto de una forma un tanto agresiva. Soltó un chirrido que vino acompañado de una débil humareda blanca, que no me impidió ver cómo uno de los gemelos Carusso, Stefano, sujetaba los brazos de Mauro mientras Franco le daba un golpe en el estómago. Mi amigo Alex tenía la cabeza de Claudio bien aferrada entre su brazo y las costillas y no dejaba de darle puñetazos. Otro muchacho saltó sobre él, pero Alex se zafó rápidamente sacudiendo los hombros. Nadie quería pelearse con Alex. Era un tío de metro noventa, grande y muy fuerte. Costaba adivinar que tuviera dieciocho años.

Francesco, el otro gemelo, y otros dos niñatos más intentaban retener a Eric. Este sonreía mientras los esquivaba. Eric era pequeño y muy escurridizo, así que en una pelea lo único que podías hacer era correr tras él.

Sin embargo, lo que más me molestó fue ver que un muchacho, rezagado del meollo, grababa la pelea desde su móvil.

Apreté los labios mientras me bajaba de la moto tirándola a un lado. Solo llevaba unas semanas con ella, pero no era la primera vez que rompía algo. Qué más daba, podría comprarme otra cuando quisiera.

Me lancé sobre el muchacho, que no me había visto llegar. Le arranqué el móvil y, con él, le di un puñetazo en la cara. El aparato se hizo trizas entre mis dedos. Cayó al suelo fulminado; uno menos.

Ahora Franco era mi objetivo y fui a por él con decisión. Levanté la pierna y la lancé contra su pecho con tal fuerza que lo tiré al suelo. Al caer, pude oír un pequeño gemido. No dejé que se levantara, salté sobre él y le di un puñetazo que impactó en la mandíbula. Su cabeza rebotó contra el suelo, y el labio y la nariz comenzaron a sangrarle. Aun así, sacó fuerzas de donde no las tenía para revolverse y empujarme. Caí y se colocó sobre mí. Mauro desvió el golpe que iba a darme con una patada. Aquel simple gesto hizo que yo volviera a darle otro puñetazo. Lo que no esperaba era que Claudio se zafara de los brazos de Alex y me diera una patada en la ceja.

Noté cómo la sangre se deslizaba por mi cara, pero eso no impidió que me lanzara sobre él. Le di un puñetazo en el estómago y comencé a pegarle en la cara mientras gritaba.

De repente, se oyeron las sirenas de la policía acercándose. La jodida llamaba de las viejas había sido muy efectiva. Era el momento de salir cagando leches, pero no podría hacerlo en la moto porque venían por esa dirección.

Mauro tiró de mí con fuerza y me puso en pie.

—¡Vamos, tenemos que irnos, Cristianno! —gritó Alex comenzando a correr.

Eric le siguió y, tras ellos, los gemelos y el muchacho del móvil, que iba sangrando.

—¡Cristianno! —chilló Mauro.

Franco, ya de lejos, me observaba con una sonrisa fanfarrona y mirada interrogante. Sabía que ahí no terminaba la cosa. Se había atrevido a tocar a mi primo y a mis amigos, y eso no lo podía consentir. Me encargaría de él en cuanto se volviera a cruzar en mi camino.

—¡Estás muerto, hijo de puta! —clamé antes de sentir como Mauro me obligaba a correr.

Un coche de los carabinieri apareció cortándonos el paso justo cuando íbamos a cruzar la calle. Reboté contra él y me impulsé hacia delante saltando sobre el capó. Retomé velocidad y dejé al policía saliendo del coche. Mauro retrocedió y se perdió entre los árboles. Por suerte, la atención no estaba puesta en él… sino en mí.

Capítulo 2

Kathia

—A Viale delle Magnolie, lo más rápido posible, por favor —dije sabiendo que llegaría con retraso. Solo faltaban diez minutos para las doce.

Coger un taxi en el Corso del Rinascimento me llevó cerca de quince minutos. Y cuando lo logré, me topé con un vehículo que parecía rodar de puro milagro. Al tomar asiento, me clavé las bolitas de color teja de la funda del asiento. La voz de una cantante con problemas de garganta surgía de la radio. —Me llevó unos segundos reconocer que se trataba de música árabe—. Un olor a kebab rancio cubría todo el interior.

—Dios, tendré que volver a ducharme en cuanto llegué —mascullé al descubrir que había grasa por todos lados—. Dígame, ¿ha pensado en lavar este trasto?

El hombre sonrío y aceleró de golpe provocando que me estampara contra el asiento delantero. Lo hizo a propósito, pero no me molestó. Es más, sonreí.

—Señorita, se hace lo que se puede.

—Si usted lo dice.

Para ser casi medianoche, el tráfico era insufrible. Tan solo tres calles nos había llevado los diez minutos que tenía de límite. Y ahora nos encontrábamos en otro atasco en la Via del Corso.

—¿Está usted seguro de que este era el camino más corto?

—En Roma no hay atajos, señorita. Debería saberlo.

—Ya, claro. Usted está buscando propina —resoplé mientras el hombre sonreía.

—Por supuesto. Tengo que alimentar a mis tres esposas.

Le miré con los ojos abiertos de par en par.

—¿No lo dirá en serio?

Mi comentario le hizo aún más gracia.

—Solo bromeaba. —Negó con una mano.

—En fin, si acepta tarjeta, podemos llegar a un acuerdo. Siempre y cuando no lleguemos más tarde de las doce y cuarto. De lo contrario, se encontraría con un cadáver —le dije tan dramáticamente como pude.

—¿Dónde vive exactamente?

—En la mansión Carusso.

El taxista abrió la boca ligeramente. Después me observó por el retrovisor. Sin duda, no esperaba que viviera allí.

—¿Y qué hace cogiendo un taxi? —preguntó avanzando unos metros y volviéndose a detener.

Por suerte, ya estábamos en la Piazza del Popolo.

—Quiero independencia…

De repente, su puerta se abrió y un muchacho arrancó al taxista del asiento de un tirón. Solté un chillido al verle rodar por el suelo mientras se quejaba y maldecía. El muchacho se subió al coche, cerró la puerta y comenzó a maniobrar de una forma tan experta como brusca. No me dio tiempo a verle la cara, porque caí entre los asientos cuando dio un giro violento, pero sí pude escuchar cómo chocábamos con varios vehículos.

Me incorporé sin dejar de gritar.

«Que no sea un secuestro. Que no sea un secuestro», me iba diciendo a mí misma para tranquilizarme.

Volvió a virar rápido para entrar en la Piazza del Popolo sin el menor temor a atropellar a algún peatón. Dios, iba a morir, seguro.

Le miré. Era joven, de mi edad más o menos.

—¡Me cago en la puta! ¡¿Cómo coño se apaga este trasto?! —gritó sofocado, intentando apagar la radio.

Será gilipollas.

Soltó el volante y se puso a darle golpes con el puño y con la pierna como si se le fuera la vida en ello. ¡Estaba loco!

La chica con problemas de garganta dejó de sonar enseguida, pero la música fue sustituida por las sirenas de la policía. Venían detrás de nosotros.

—Maldita mierda de coche. ¿Por qué coño no he cogido el Fiat? —gritó, a la vez que se percataba por fin de que tenía compañía tras él—. ¡Joder!

Aproveché para atacar y me lancé sobre él dándole patadas.

—¡No me secuestres, capullo! ¡Déjame bajar! —chillé con fuerza mientras él esquivaba mis golpes.

—¡¿Quieres estarte quieta?! ¡Estás delirando!

El coche se desvió de repente y chocamos contra un muro. Salí despedida hacia delante y me golpeé la cabeza y los hombros contra el salpicadero. Los cristales cayeron sobre mí, pero enseguida percibí cómo el chico me cubría. De milagro, no sufrí ningún corte.

Lo empujé y me arrastré hasta la puerta con el cuerpo dolorido. Me lancé al suelo y caí en un charco justo antes de que otro chaval se tropezara con mis piernas. ¿De dónde había salido este?

—¿Vienes a por más?, Franco —dijo mi presunto secuestrador.

—Me subestimas.

El tal Franco se lanzó a por el otro muchacho y comenzaron a pegarse prácticamente sobre mí. Intenté escapar, pero cayeron al suelo y Franco me dio un puñetazo en el hombro.

—Quita de aquí, joder —me espetó.

Le di una patada justo cuando un policía me sujetaba por la espalda y me arrastraba fuera de allí. El acero caliente del capó fue lo que sentí en mi cara mientras unas esposas me inmovilizaban las muñecas.

Estaba detenida.

Cristianno

Franco logró escapar mientras detenían a la chica. Quise ir tras él, pero ya me habían cazado. Me empujaron contra la pared y me pusieron las esposas.

—Cristianno, ¿cuándo aprenderás? —se mofó uno de los guardias.

—Tú no podrás ver ese día porque estarás de guardia de seguridad en un centro comercial.

Me encargaría de ello en cuanto pudiera.

—Qué gracioso. —Hizo una mueca antes de empujarme hacia el coche—. Vamos, esta noche dormirás en el calabozo.

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