Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (56 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Hay constancia documental de que las tensiones entre Sancho y los nobles navarros alcanzaron extremos poco soportables. Reiteradas veces fue necesario renovar los juramentos y los compromisos, pero Sancho los interpretaba siempre a su favor buscando sacar la mayor tajada. En su codicia el rey llegó a ejemplos de arbitrariedad inconcebibles. Uno de ellos: en un cierto momento, el rey, en el peor estilo de la época, manda matar a doce personas. Arrepentido, en concepto de penitencia entrega un monasterio al obispo Gomesano de Calahorra. Pero acto seguido, y como autocompensación por esta donación, fuerza al obispo a entregarle «voluntariamente» dos lorigas y dos caballos valorados en 600 sueldos. Eso era ya Sancho IV: un monstruo de codicia.

Esta insoportable arbitrariedad del rey concitó odios sin fin: en la mentalidad de la época, un rey injusto, dado al vicio y al perjurio, perdía cualquier legitimidad. ¿Dónde empezó a moverse la conspiración? Para empezar, entre los propios hermanos de Sancho. Porque Sancho tenía muchísimos hermanos: nada menos que ocho legítimos y dos bastardos. De ellos, seis eran mujeres, lo cual las excluía de la línea sucesoria, pero no de las intrigas en la corte.Y los otros hermanos, cuatro varones, aunque bien colocados todos ellos en señoríos productivos, quizá sintieron la tentación de ir más allá de donde el destino les había situado, o tal vez acogieron con demasiada simpatía las quejas de los nobles. Esto no lo sabemos a ciencia cierta. Tampoco qué magnates, qué notables del reino pudieron haber prestado apoyo a los conspiradores. Pero conspiración, la hubo. Con sobradas razones. Y con un desenlace verdaderamente traumático.

El escenario del drama será el barranco de Peñalén, en el término de Funes: un escarpado promontorio de 392 metros de altura, todo arcilla y yeso y lodos y arenisca, vigía impresionante sobre las aguas del Arga. Desde la cima se divisa la unión de los ríos Arga y Aragón antes de desembocar en el Ebro. Un lugar muy hermoso. Más todavía en primavera, cuando los campos florecen. Ahora, 4 de junio de 1076, es primavera.Y en ese lugar el rey Sancho IV volviendo de una cacería, se detiene a descansar. Podemos imaginarle contemplando, absorto, el fantástico paisaje desde la cumbre del barranco, al borde del precipicio. En ese momento, unas manos traidoras empujan a Sancho. El monarca cae al vacío. Morirá en el acto.

Dice una tradición popular que en realidad no fueron los hermanos del rey quienes perpetraron el crimen, sino un noble local, el señor de Funes, furioso porque Sancho había abusado de su esposa.Y así el noble ultrajado, al grito de «A señor rey alevoso, vasallo traidor», empujó al monarca al vacío. Esto, en todo caso, es leyenda popular.Y aunque no cabe descartar que el mismo señor de Funes participara en el regicidio con otros nobles, hoy parece incuestionable que los asesinos fueron los hermanos de Sancho.

Todas las crónicas apuntan a un nombre: Ramón de Navarra, sexto hijo legítimo de García Sánchez, y señor de Murillo y Agoncillo. Junto a él se cita siempre a una hermana: Ermesenda, casada con Fortún Sánchez, señor de Yarnoz y de Yéqueda.Y sin duda, a su lado, un nutrido número de barones del rey, aristócratas exasperados por la intolerable conducta de Sancho. Entre todos le mataron.Y el despeñado Sancho pasará a la historia como «Sancho el de Peñalén».

Ninguno de los más cercanos parientes del rey recogió la corona. Sancho estaba casado con Placencia de Normandía y tenía dos hijos, pero eran de muy corta edad: no podían heredar. En cuanto a los hermanos del rey, todos habían quedado estigmatizados por el regicidio. Y sin rey en Pamplona, ¿adónde mirar? Los nobles del reino se dividieron. Unos miraron hacia Castilla, donde reinaba Alfonso VI de León; otros, hacia Aragón, donde reinaba Sancho Ramírez.Ambos, nietos de Sancho el Mayor.Y los dos terminarían repartiéndose Navarra.

Alfonso y Sancho se apresuraron a plantar sus reales ante Pamplona y Nájera. El asesinato de Peñalén había ocurrido a principios de junio. Pues bien: a primeros del mes siguiente ya tenemos a Alfonso VI entrando con sus huestes en Nájera y en Calahorra. En cuanto a Sancho Ramírez, cuyas relaciones con la corte navarra eran sensiblemente mejores que las de su primo leonés, no necesitó de grandes alardes: se presentó en Pamplona e inmediatamente fue acogido por los nobles del reino.

Es muy interesante ver hacia dónde mueven sus fuerzas los dos nietos de Sancho el Mayor, Alfonso y Sancho. El rey de León, que lo es también de Castilla, persigue exactamente los mismos objetivos que venían buscando los castellanos desde treinta años atrás: Álava,Vizcaya y La Rioja, en torno al poderoso centro monástico de San Millán de la Cogolla. Era una tenaz política que había permanecido inmutable por encima de los cambios de poder: atraerse a los señores feudales de las comarcas limítrofes, riojanos o navarros, para que la zona segregada por el lejano testamento de Sancho el Mayor volviera a Castilla un día. Ahora había llegado ese día.

Conocemos los nombres de algunos de aquellos nobles. Íñigo López, señor deVizcaya (de él saldrá el linaje de los López de Haro). García Ordóñez, poderoso en La Rioja y, además, cuñado del difunto rey navarro Diego Álvarez.Y también el muy importante Gonzalo Salvadórez, el conde de Lara. Son todos estos señores, aliados del rey Alfonso, quienes le abren las puertas para que ahora, muerto el rey navarro, extienda sus dominios hasta Guipúzcoa y el sur de La Rioja.

En cuanto al aragonés, Sancho Ramírez, su objetivo es ante todo la corona: reconocido como rey por los nobles navarros, Sancho se apresura a incorporar el viejo solar de Pamplona a sus dominios. La expansión territorial hacia el oeste no le interesa: lo que él quiere es consolidar un poder bien organizado al norte del Ebro, y la ampliación navarra le brinda una oportunidad extraordinaria. De hecho, es a partir de este momento cuando Sancho va a emprender sus campañas militares más notables. Para tener las espaldas bien guardadas, Sancho Ramírez se preocupa de fijar claramente los límites con su primo Alfonso. El acuerdo fue pacífico. Navarra reconocía la hegemonía castellana sobre Álava, Vizcaya, parte de Guipúzcoa y La Rioja. Sancho prestaba vasallaje a Alfonso, pero sólo en tanto que rey de Pamplona, no como rey de Aragón. Y por otro lado el aragonés se garantizaba una salida al mar Cantábrico entre San Sebastián y Hernani. Desde el punto de vista territorial, la mayor ganancia era para el Reino de León, con aquella Castilla ampliada. Pero desde el punto de vista político, quien asumía la corona navarra era el monarca de Aragón.

Así el Reino de Navarra quedó partido en dos. Apenas medio siglo atrás, el talento político de Sancho el Mayor había convertido a la corona de Pamplona en la más poderosa de la España cristiana.Ahora ya no quedaba nada de todo aquello, salvo un pequeño condado de Navarra dentro del nuevo reino de Sancho Ramírez.

En cuanto a Ramón, el hermano regicida, al que la historia cargó con la responsabilidad mayor en el crimen de Peñalén, su rastro se borra en las olas de la historia. Parece que huyó a la taifa mora de Zaragoza, donde fue hospedado por al-Muqtadir. Allí estaba al menos en 1079. Después, silencio. La memoria de Ramón desapareció como aquel enorme Reino de Navarra que Sancho el Mayor construyó un día y del que ahora ya sólo quedaban los restos. Restos que, sin embargo, mantendrían su identidad singular.Y que pronto darían nuevamente que hablar.

Cambios profundos en la España de las taifas moras

Hemos repasado cómo estaba la España cristiana: la situación de sus distintos reinos, también las querellas que oponían a unos y otros. Había otra España: la España mora, la de los Reinos de Taifas. Pero tampoco ésta formaba un bloque bien avenido, sino que, al igual que la España cristiana, se hallaba cruzada por guerras y conflictos. Los cristianos luchaban entre sí; los moros luchaban entre sí; y moros y cristianos se ayudaban o se enfrentaban, alternativamente, en sus pugnas con otros moros o con otros cristianos. Un paisaje verdaderamente complejo.

El factor central de ese complejísimo paisaje era la relación de poder e interés entre los reinos cristianos y los reinos moros. Una relación que ahora, a la altura del año 1070, iba a empezar a conocer cambios muy profundos. Tan profundos que llevarán a la desaparición del propio sistema de taifas, mientras un rey cristiano bañaba su caballo en aguas de Tarifa, en el extremo sur de la Península y los guerreros de la cruz ponían cerco a Toledo, nada menos.

Las parias permitieron a los Reinos de Taifas vivir con relativa independencia durante mucho tiempo, pero eran pan para hoy y hambre para mañana. A medida que el sistema se afianzaba, la potencia cristiana crecía y la potencia mora menguaba. Necesitados de más riqueza para seguir pagando, los reinos moros empezarán a codiciar los tesoros de la taifa vecina. Eso a su vez obligará a cada taifa a aumentar sus tributos para reforzar su protección. Inevitablemente llegaría un momento en el que ya no habría suficiente dinero. ¿Y entonces? Entonces la guerra se impondría por sí sola.Y eso es lo que empezó a pasar andando la década de 1070.

Las taifas más poderosas no tardaron en comerse a las más débiles. Aquí hemos visto lo que pasó en la taifa de Zaragoza, que llegó a ocupar buena parte del litoral mediterráneo, pero no será un caso excepcional. Sevilla, por ejemplo, gobernada por los abadíes, devoró en sucesivas fases Niebla, Huelva, Algeciras, el Algarve, Córdoba, Ronda y, más aún, extendió sus posesiones hasta el Mediterráneo, hasta Murcia. A la altura del año 1078, con el rey al-Mutamid, la taifa de Sevilla era una considerable potencia sobre los cauces del Guadiana, el Guadalquivir y el Segura. Un proceso semejante de expansión había seguido la taifa de Toledo, en manos de los Banu Dil-Nun: a partir de su territorio inicial sobre la planicie manchega, había ido ocupando otras taifas hasta apoderarse de Valencia y de Córdoba; su rey al-Mamún, aliado y huésped de Alfonso VI, era a la altura de 1075 otro de los grandes poderes de la España mora.

Con semejante paisaje, el conflicto se hace inevitable. Los poderes emergentes de la España mora entran en pugna entre sí. Los monarcas cristianos, y en particular Alfonso VI de León, tratan de aprovechar esa pugna en su propio beneficio, como es natural. La división en la España mora reviste, en principio, un aspecto político exterior: se trata de la actitud ante la hegemonía cristiana, materializada en el pago de parias. El rey taifa de Badajoz, al-Mutawagil, cuya frontera estaba relativamente tranquila, encabeza la oposición: no quiere seguir pagando. Sevilla duda. Zaragoza juega a dos bandas.Y Toledo, por su parte, prefiere mantener la alianza con los cristianos. ¿Era realmente el pagar o no las parias lo que estaba en discusión? No: más bien los campos se dividen en función de quién necesita más la alianza cristiana. Para Badajoz, la alianza de León es innecesaria. Para Toledo, por el contrario, es fundamental si quiere mantener su poder sobre el triángulo Toledo-Córdoba-Valencia.

Toledo será precisamente el escenario principal de todo cuanto ahora va a ocurrir. Recordemos que AlfonsoVI, después de la batalla de Golpejera, estuvo desterrado precisamente en la taifa toledana, y allí el rey de León suscribió pactos importantes con al-Mamún, el caudillo de Toledo. Este al-Mamún llegó a la cumbre de su poder cuando tomó Córdoba con ayuda leonesa, pero allí, en Córdoba, moriría envenenado por alguna facción rival. Le sustituye entonces su nieto al-Qadir. En principio, el pacto de Alfonso y al-Mamún incluía la protección de los herederos de Toledo —y por tanto, del propio al-Qadir, pero el joven rey taifa, quizá presionado por las circunstancias, o quizá porque quería volar solo, optó por prescindir de la alianza leonesa. Era el año 1076 cuando al-Qadir expulsaba de Toledo a los partidarios de la alianza con Alfonso VI, que eran fundamentalmente los mozárabes y los judíos. Tal vez esperaba ganarse con ello la amistad de las taifas vecinas, pero lo que desencadenó fue una sucesión de catástrofes.

Para empezar, dentro de Toledo se suceden los conflictos. La rescisión del pacto con León provoca enfrentamientos entre las facciones de la ciudad. Pero, además y sobre todo, el dominio toledano sobre Valencia y Córdoba empieza a peligrar: sin el apoyo cristiano, el rey taifa carece de fuerza para imponer su hegemonía.Valencia se subleva y se declara independiente. Córdoba también.Y a río revuelto, ganancia de pescadores: el rey taifa de Badajoz, al-Mutawagil, el mismo que no quería pagar parias, aprovecha la situación para atacar a su correligionario de Toledo. En 1080 derrota a al-Qadir. El nieto de al-Mamún tiene que huir de la vieja capital visigoda y se refugia en Cuenca. Todo se ha perdido. Su misma vida corre peligro. Sólo le queda una solución: renovar los pactos con Alfonso VI de León.

Alfonso VI acogió a al-Qadir.Y renovaría los pactos con el moro, sí, pero con una perspectiva sensiblemente distinta: esta vez el rey cristiano se quedaría con Toledo. En efecto, éste fue el pacto: Alfonso ayudaría a alQadir a recobrar su posición, pero, en cuanto el moro estuviera en con diciones de recuperar también Valencia, y siempre con el apoyo leonés, alQadir quedaría como gobernador en la taifa valenciana y Alfonso tomaría posesión de Toledo, que volvería así a la cristiandad. Era una jugada extremadamente ambiciosa, pero Alfonso la había meditado bien. Tanto que incluso había negociado con el papa Gregorio VII la restauración de Toledo como sede primada de España.

Dicho y hecho: era el mes de abril del año 1081 cuando al-Qadir y Alfonso entraban en tierras toledanas. El nieto de al-Mamún recobraba de nuevo su capital. Derrotar al de Badajoz, al-Mutawagil, no fue dificil. Pero los mismos sectores musulmanes de Toledo que habían cooperado a la derrota de al-Qadir acudieron entonces a otros aliados: al-Mutamid de Sevilla, incluso al-Muqtadir de Zaragoza.Tampoco éstos fueron rival para Alfonso. El rey de León, en una galopada extraordinaria, marcha sobre Sevilla, cruza la taifa y llega hasta Tarifa, en el extremo sur de la Península. Dice la tradición que allí el rey de León, emperador de toda España, penetró con su caballo en el mar, para escenificar claramente su poderío.

Retengamos esta imagen: Toledo, la vieja capital hispanogoda, cuya herencia reclamaba la corona de Asturias y de León, está ahora sitiada por ejércitos cristianos.Tres siglos y medio después de la invasión musulmana, nada menos que Toledo está a punto de volver a la cruz. Eso marcará un punto de inflexión decisivo en la Reconquista. Los musulmanes de la Península, por su lado, empiezan a mirar por todas partes en busca de aliados; los encontrarán en el sur, en África.Y mientras tanto, un caballero recorre la taifa de Sevilla cobrando parias: Rodrigo Díaz de Vivar, el Campeador.

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