Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (94 page)

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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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La gran ofensiva almohade

Algo peligroso y grande se agitaba en el sur. Mientras los reinos cristianos del norte resolvían sus problemas sucesorios, el Imperio almohade parecía decidido a pasar a la ofensiva. El mundo musulmán español sigue dividido en dos: en el este, el Rey Lobo, aliado de los cristianos; en el oeste, los almohades de Abd al-Mumin. El Rey Lobo, que es fuerte, no deja de hacer sentir su presencia en el corazón mismo de Andalucía.Y Abd alMumin, que ve peligrar su recién conquistado poder en España, se decide a intervenir. Comienza la gran ofensiva almohade.

El Rey Lobo, Ibn Mardanish, desde sus dominios de Murcia, aspiraba a convertirse en el único poder musulmán de la Península. No parece que se propusiera crear un califato propio, pero sí deseaba proyectar su influencia hacia el conjunto de Al-Ándalus. El dibujo estratégico está claro: mientras los reinos cristianos se disputan los derechos de conquista sobre los territorios del suroeste —y a eso obedecen, en realidad, todas las querellas entre Portugal, León y Castilla—, el Rey Lobo se atribuye la hegemonía sobre el sureste. Pero para eso, evidentemente, primero hay que desactivar a los almohades.Y la guerra, en este momento, no es ya una guerra entre moros y cristianos, sino una guerra entre los andalusíes del Rey Lobo y los africanos del caudillo almohade Abd al-Mumin.

Ibn Mardanish, el Rey Lobo, contaba con abundante presencia cristiana en sus filas. Son esas tropas cristianas las que en 1159, bajo la bandera del caudillo de Murcia, lanzan una gran ofensiva en el corazón de Andalucía. La campaña fue realmente brillante: el Rey Lobo sitia Jaén, toma la ciudad y, acto seguido, ocupa de un solo golpe Úbeda, Baeza, Écija y Carmona, ya en territorio sevillano. Más aún: para explotar la victoria, el menos moro de los reyes moros se dirige contra Sevilla y pone sitio a la capital almohade. En Jaén queda como señor el suegro del Rey Lobo, Ibn Hamusk. La situación se complica para Abd al-Mumin: porque no era sólo que el Rey Lobo amenazara Sevilla, sino que, en el oeste, los portugueses presionaban sobre Badajoz. Una tenaza se cerraba sobre la Andalucía almohade.

Sevilla era la pieza clave del poder almohade en España. El Rey Lobo lo sabía. Pero, por supuesto, también lo sabía Abd al-Mumin, que enseguida reacciona movilizando un gran ejército, y esta vez va él mismo al frente. Es la primera vez que Abd al-Mumin cruza el Estrecho.Y no escatima medios: desembarca en Gibraltar, construye en el Peñón una nueva fortaleza y la convierte en cabeza de puente permanente para sus tropas africanas. Los del Rey Lobo, al conocer la llegada del ejército almohade, levantaron el asedio de Sevilla e incluso se retiraron de Carmona. Quedaba el otro brazo de la tenaza, el de Badajoz. Abd al-Mumin lanzó a sus tropas contra tierras pacenses. ¡Y qué tropas!: dieciocho mil jinetes, nada menos. Así el califa almohade resolvió el problema. Pero sólo de momento.

Es mayo de 1661. Ibn Hamusk, el suegro del Rey Lobo, parte desde Jaén con un ambicioso objetivo: tomar Granada. A este caballero le llamaban los cristianos Abenmochico, que quiere decir «hijo del mocho», o sea, hijo del mutilado. ¿Por qué? Porque a su abuelo le cortaron una oreja. El hecho es que este Abenmochico, Ibn Hamusk, se pone al frente de una tropa con abundante presencia cristiana y marcha contra Granada. Allí, en la ciudad del Genil, le esperan los judíos de la localidad y un nutrido partido musulmán: todos ellos quieren librarse de la tiranía almohade. Una vez más, la guerra en el sur es una guerra entre musulmanes: andalusíes peninsulares contra almohades africanos.

La operación de Abenmochico sobre Granada comienza bien: los apoyos con que cuenta en el interior de la ciudad le permiten dar un golpe de mano, entrar en la capital y ocupar la Alhambra. La guarnición almohade, sin embargo, se hace fuerte en la alcazaba. Pronto acuden refuerzos africanos. Dos hijos del califa,Abu Said y AbuYakub, envían a sus tropas para aliviar la posición de los sitiados. Pero el ejército de Abenmochico no es poca cosa: sus dos mil caballeros cristianos, mandados por un nieto de Álvar Fáñez al que los cronistas moros llaman «el Calvo», desarbolan a los almohades.Y cuando éstos manden un segundo ejército de auxilio, correrá la misma suerte: el suegro del Rey Lobo había agarrado bien la presa.

El asedio de Granada se prolongó durante más de un año. Abd alMumin tuvo que enviar un ejército poderosísimo desde África, con más de veinte mil combatientes, para recuperar la ciudad. Eso ya eran palabras mayores: aunque el Rey Lobo envió refuerzos a su suegro, Abenmochico tuvo que retirar el asedio.Y no sin perder plumas en la pelea: en torno a Granada se libraron intensos combates que, entre otras cosas, le costaron la vida al valeroso Calvo, el nieto de Álvar Fáñez. A los almohades, de todas formas, les quedaba aún mucha tarea: después de recuperar la ciudad, tuvieron que aplicarse a combatir las numerosas resistencias andalusíes en las poblaciones de alrededor. La crónica especifica que los partidarios del poder andalusí fueron perseguidos; aquello debió de ser un baño de sangre.

La situación para los almohades no era fácil. Toda A1-Ándalus vivía en guerra civil, con las consiguientes secuelas de miedo y desolación. Un solo ejemplo: cuando los líderes almohades acudieron a Córdoba para trasladar allí su capital, descubrieron que en la ciudad quedaban sólo… ¡ochenta y dos habitantes! El miedo entre la población era tan grande que la inmensa mayoría de la gente se había ido al campo.Y al califa almohade se le presentaba un problema estratégico de primer orden: con las ciudades vacías, la población en fuga y el valle alto del Guadalquivir ocupado por el Rey Lobo, quedaban reducidas al mínimo sus posibilidades de obtener recursos materiales y humanos. Si Abd al-Mumin quería mandar en España, tendría que dedicar todos sus esfuerzos a la tarea.Y lo hizo.

A finales de 1162 se despierta en el norte de África una intensísima actividad. Abd al-Mumin ha ordenado una suerte de movilización total. Los astilleros fabrican barcos de guerra a pleno rendimiento. Al mismo tiempo, centenares de talleres se entregan a la fabricación masiva de armas mientras las ciudades portuarias de Marruecos conocen un tráfico inusitado de caballos para los ejércitos. Un cronista moro, Ibn Abi Zar, lo describió así:

Se armaron 400 naves. Se reunieron caballos, armas y municiones de todas clases. Se fabricaron flechas por todo el imperio a un ritmo de diez quintales diarios. Se reunió trigo y cebada para los hombres y los animales en grandes montones como nunca nadie había visto antes. Se congregó un ejército de almohades, mercenarios, árabes y zanatas que pasaba de los 300.000 jinetes, además de 80.000 voluntarios y 100.000 infantes.

Quizá Abi Zar exagere, pero otro cronista de la época, Ibn Sabih alSala, dice que las naves eran más de doscientas y que el ejército reunió a más de cien mil jinetes y cien mil peones. Incluso quedándonos con esta cifra menor, el despliegue era apabullante. ¿Y cuál era la misión de ese ejército? También las crónicas nos lo dicen: dividirse en cuatro grandes cuerpos y atacar simultáneamente Portugal, León, Castilla y Aragón. La mayor amenaza que habían conocido los reinos cristianos desde los lejanos tiempos de las grandes campañas almorávides de Yusuf ben Tashfin.

La suerte o la Providencia quisieron que esta gigantesca campaña quedara en nada. En mayo de 1163, con todo preparado para el gran asalto, el califa Abd al-Mumin, primer caudillo del Imperio almohade, moría con sesenta y nueve años y después de treinta y tres de reinado. Le sucedía su hijo Abu Yakub, el mismo que desde Sevilla gobernaba las tierras españolas del imperio. Pero no debió de ser sencilla la transmisión de poderes, porque toda la actividad bélica de los almohades quedó congelada. Y, naturalmente, hubo alguien que se apresuró a aprovechar la situación: el Rey Lobo.

Ibn Mardanish, en efecto, no pierde ocasión para sacar el mayor partido de la transición en el Imperio almohade. Entre 1164 y 1165 multiplica las acciones en territorio enemigo. Primero reafirma su poder sobre Jaén y su área de influencia. Después acosa a los almohades en sus propios dominios: Córdoba en marzo de 1165, Sevilla en junio. Mientras tanto, las milicias de Castilla, León y Portugal prodigan las incursiones en la fronte ra con expediciones de saqueo. El poder almohade en Al-Ándalus pende de un hilo. Pero, en el sur, el nuevo califa, Abu Yakub, ya ha solucionado sus problemas.Y ahora las cosas se pondrán muy dificiles para el Rey Lobo.

La gran ofensiva almohade comienza aquí. No es la magna operación diseñada por el difunto Abd al-Mumin, pero sus efectos serán igualmente letales. A partir de marzo de 1165, los inmensos contingentes almohades empiezan a desembarcar en la Península. Dos hermanos del califa, Abu Said Utman y Abu Hafs Umar, gobernadores de Málaga y Córdoba respectivamente, se hacen cargo del mando. El ejército africano libera primero el cerco sobre Sevilla. Después se dirige contra las posiciones del Rey Lobo en el valle del Guadalquivir: Andújar y su entorno. Andújar se rinde. Todas las ciudades de los alrededores rinden pleitesía a los nuevos amos. Incluso el suegro de Ibn Mardanish,Abenmochico, pacta con ellos. Acto seguido, el ejército almohade se pone en marcha con un objetivo definido: Murcia. Ahora es el poder del Rey Lobo el que pende de un hilo.

Ibn Mardanish sabe bien lo que se le viene encima. Sus huestes son muy inferiores a las almohades. Para colmo, ese mismo año se ha roto su alianza con el Reino de Aragón, que ya no le presta ayuda. El Rey Lobo trata de interponerse en el camino almohade: cuenta con 13.000 caballeros cristianos. Pero es poco para frenar a un enemigo mucho más numeroso. Las huestes del Rey Lobo son derrotadas en las cercanías de Murcia. Es el 15 de octubre de 1166.A Ibn Mardanish no le queda otro remedio que encerrarse tras los muros de su capital. Toda la región murciana queda a disposición del enemigo. Los almohades la saquearán a conciencia.

El Rey Lobo salvó su vida y su capital. Después de algunas semanas de asedio y saqueo, los almohades volvieron a sus bases. Allí celebrarán su victoria mientras Ibn Mardanish, en Murcia, trataba de recomponer las piezas de su reino. Pero aprovechando que los almohades estaban ocupados en el este, una nueva fuerza se había despertado en el oeste: los portugueses golpeaban en Badajoz.Y esta nueva acción iba a traer consecuencias que implicarían a todos los protagonistas de nuestra historia.

La historia de Gerardo Sin Miedo

Era portugués o quizá gallego, se llamaba Gerardo Giráldez y le llamaban Gerardo Sempavor, o sea, Gerardo Sin Miedo. De ánimo aventurero y espíritu implacable, allá por 1165 formó una banda de guerreros que se puso a hacer la Reconquista por su cuenta. Tanto fue su éxito que el rey de Portugal, Alfonso Enríquez, lo escogió como adalid de sus tropas. Pero un día Gerardo Sin Miedo fue demasiado lejos: entró en la zona que el Reino de León se había reservado para sí.Y de ahí arrancó un conflicto diplomático que iba a traer de cabeza a portugueses, leoneses, almorávides y hasta al mismísimo Rey Lobo. Vamos a contar cómo fue.

Para hacerse una idea completa del asunto conviene recordar algo importante: todos los conflictos que los reinos cristianos mantienen entre sí en este periodo son disputas por las zonas de reconquista adjudicadas a cada cual; es decir que los reyes no pelean por el territorio propio de sus reinos, sino por las áreas que quieren reconquistar. Así, el gran conflicto entre Portugal y León no concierne en realidad al interior de sus dominios, sino a las zonas de frontera. León se ha reservado el derecho a reconquistar las tierras que hoy comprenden el sur de Salamanca y el norte de Extremadura. A Portugal le ha dejado el extremo oeste del mapa. A Castilla le toca el área al este de la Calzada de la Plata.

Pero los portugueses quieren más, y por eso prodigarán las incursiones por el sur de Salamanca, arañando kilómetros de frontera. Las algaradas entre leoneses y portugueses fueron permanentes hasta que, a la altura de 1165, Alfonso Enríquez y Fernando II de León firmaron el tratado de Lerez. Entre otras cosas, allí se acordó que Fernando se casara con una infanta portuguesa, Urraca Alfonso. Aun así, los roces fronterizos serán permanentes.

Son momentos muy delicados. En Aragón, se ha roto el pacto con el Rey Lobo. Éste se echa en brazos de Castilla. ¿Y qué pasaba en Castilla? Que el otro niño rey Alfonso, el VIII, estaba llegando a la mayoría de edad en una atmósfera considerablemente áspera: la guerra castellana entre los Lara y los Castro había terminado con la victoria política de los Lara, pero por el camino se habían dejado nada menos que Toledo, ocupada por León. En cuanto al clan perdedor, el de los Castro, ahora tenía que cam biar de aires: su jefe, Fernando Rodríguez de Castro, había pasado a servir directamente a Fernando II de León.

En ese paisaje aparece en la frontera sur portuguesa nuestro protagonista: Gerardo Sempavor. En realidad era un pequeño señor de la guerra, un noble del norte que, por problemas nunca bien elucidados, había terminado probando suerte en la raya del Badajoz moro. Si hay que hacer caso a la leyenda, a veces Gerardo parece más un salteador de caminos que un guerrero medieval. El hecho es que cuando los almohades lanzaron su gran ofensiva contra el Rey Lobo, la vieja taifa de Badajoz quedó bastante desguarnecida.Y Gerardo, con un agudo sentido de la oportunidad, vio llegada la hora de explotar al máximo la coyuntura.

Fueron sólo diez meses, pero en ese breve periodo las conquistas de Gerardo Sempavor dejan sin aliento:Trujillo en abril de 1165; Évora en el mes de septiembre; Cáceres en diciembre; después, Montánchez y Serpa entre febrero y marzo de 1166. ¿Cómo lo había hecho? A base de audacia: aproximación cautelosa en la noche, escalada de muros, degollina generalizada sobre la guarnición mora pillada por sorpresa y, después, conquista de la ciudad. Auténticas operaciones de comandos. Nunca se había visto nada igual.

Gerardo hacía la guerra por su cuenta, pero contaba con la autorización regia: sus conquistas, por tanto, eran para Alfonso Enríquez de Portugal.Y el rey portugués retribuyó generosamente tanto esfuerzo. Ahora bien, precisamente eso fue lo que convirtió las hazañas de Gerardo Sempavor en un problema político de primera magnitud. Porque Gerardo, conquista tras conquista, se había pasado literalmente de la raya y había entrado en la zona que leoneses y castellanos se habían reservado para sí. Y Fernando II de León, como es natural, montó en cólera.

La situación era descabellada: el rey de Portugal, con menos tropas que sus vecinos, había ocupado Cáceres, que pertenecía al área de expansión leonesa, y Montánchez, que correspondía a Castilla. Ahora los portugueses amenazaban Badajoz, que pertenecía también a la demarcación de reconquista leonesa. Fernando II tenía que reaccionar, y con rapidez. De momento, en 1166 toma posiciones y ocupa Alcántara. Pero hace falta algo más: algo que aparte a Alfonso Enríquez de Extremadura.Y así al rey de León se le ocurrió una compleja operación.

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