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Authors: Craig Russell

Tags: #Policíaco, #Thriller

Muerte en Hamburgo (46 page)

BOOK: Muerte en Hamburgo
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—Ahora mismo, jefe —dijo Werner, y salió del despacho.

Maria se sentó en la silla vacante que había al lado de Fabel. Este puso cara de incredulidad.

—¿Así que afirma que por eso ha estado ocultando pruebas para esta investigación? —preguntó Fabel.

Volker soltó un suspiro.

—Yo no he estado ocultando nada. Si cree de verdad que Vitrenko está detrás de estos asesinatos, haré todo lo que esté en mi mano para ayudarle. De hecho, a raíz de la muerte de Klugmann ya no estamos dispuestos a hacer tratos con Vitrenko. —Volker se pensó mucho sus siguientes palabras—. No le caigo muy bien, ¿verdad, Fabel?

—No lo conozco. No me cae ni bien ni mal.

Volker soltó una risita ácida.

—Bueno, digamos que no le gusta lo que represento.

—No puedo decir que me guste demasiado.

—Ha dejado muy claro que para usted estoy a un paso de la Gestapo, mientras que su policía de Hamburgo representa todo lo que es bueno y puro. Pues deje que le diga una cosa, Fabel: tengo suerte de estar aquí sentado. Si la policía de Hamburgo se hubiera salido con la suya, mi árbol genealógico habría acabado en la prisión de Fuhlsbüttel de la policía de Hamburgo.

Fabel abrió más los ojos.

—¿Sorprendido? Mi padre era socialdemócrata y sindicalista. Un idealista de diecinueve años. Así que, inevitablemente, fueron a buscarlo en plena noche. Pero no fueron ni las SS ni la Gestapo quienes llamaron a su puerta. Fue su queridísima policía de Hamburgo quien se llevó a mi padre a la cárcel de Fuhlsbüttel. Pronto le cambiaron el nombre, ¿verdad, Fabel? Konzentrationslager Fuhlsbüttel: un campo de concentración para la policía de Hamburgo. Claro que usted preferiría olvidarse de todo eso.

Fabel conocía bien la historia: el campo de concentración de Fuhlsbüttel, conocido como
Kola-Fu
. Era el capítulo más oscuro, más infame, de la historia de la policía de Hamburgo. Después de que en marzo de 1933 los nazis subieran al poder en Hamburgo, la policía de la ciudad había sido la responsable de las redadas contra comunistas y activistas socialdemócratas. En septiembre de aquel mismo año, las SS pasaron a dirigirla, pero aquellos seis meses de control policial fueron suficientes para empañar la historia de la policía de Hamburgo para siempre.

—De acuerdo —dijo Fabel al final—, acepto lo que dice. Pero no veo a qué viene.

La respuesta de Volker a las palabras de Fabel fue inmediata.

—Viene a que usted tiene un montón de teorías sobre poiqué entré en el BND. Pues bien, deje que le diga la verdad. Entré en el BND porque quería defender lo único que puede hacer que la historia de Alemania no vuelva a repetirse: la democracia y la Grundgesetz. Usted se considera un defensor de la ley. Bueno, yo me considero un defensor de la Ley fundamental: la Constitución. Lo hago porque creo que el único modo justo de gobernar que existe es una democracia liberal de verdad. —Se recostó en su sillón de piel—. ¿Sabe qué soy en realidad, Fabel? Un bombero. —Señaló la ventana con la cabeza—. Ahí fuera, Fabel…, ahí fuera hay toda clase de perdedores y desgraciados a quienes les gusta jugar con cerillas. De extrema derecha, de extrema izquierda, fundamentalistas religiosos chiflados… Están todos ahí fuera jugando con fuego en la oscuridad. Y mi trabajo consiste en apagar las chispas antes de que se conviertan en llamas.

—De acuerdo, supongo que le debo una disculpa —dijo Fabel—. Pero el hecho sigue siendo que nos ocultó pruebas.

—No nos debemos nada, Fabel, aparte de respeto mutuo y no hacernos el trabajo más complicado de lo que ya es. —Volker levantó el teléfono de la mesa, pulsó un botón y ordenó que le trajeran el expediente sobre Vitrenko.

Después de que se le entregara la carpeta a Volker, éste la abrió y sacó una hoja. Se la dio a Fabel. Contenía varias filas de iniciales y números. La examinó un par de veces antes de pasársela a María.

—No me dice nada —dijo Fabel. Miró a María, quien se encogió de hombros.

—Pero a sus compañeros de delitos empresariales, sí. —Volker echó hacia atrás la butaca de piel y entrelazó los dedos—. Son los rastreos de las transacciones. Detallan los movimientos de fondos entre cuentas, horas, fechas y cantidades. —Dejó que la butaca se moviera hacia delante de nuevo y entregó a Fabel dos hojas más de la carpeta—. Ésta es la clave de las cuentas. Detalla a quién pertenece cada una. También hay una orden de un tribunal federal… —Volker sonrió, casi con malicia—, para demostrar que obtuvimos la información de manera legal.

En la lista de titulares de las cuentas estaba Gallada Trading, Klimenko International, Eitel Importing y otras empresas que Fabel no reconoció.

—Ahí tiene datos suficientes para conseguir una orden. Si los de delitos fiscales escarban en algunas de estas cuentas falsas, encontrarán un rastro que los llevará directamente a los Eitel. Y a ellos en persona, quiero decir; no a sus negocios. Puede que también halle alguna que otra sorpresa más.

Fabel levantó una ceja.

—Que sus expertos lo investiguen todo. —Volker se inclinó hacia delante, descansando el peso de sus anchos hombros sobre los codos—. En cuanto a Vitrenko… De verdad que no puedo darle ninguna pista sobre dónde encontrarlo. Es como un fantasma. No obstante, sí que tenemos localizados a un par de sus lugartenientes.

De nuevo, buscó en la carpeta y sacó un par de fotografías. Las dejó sobre la mesa y las giró para que Fabel y Maria las vieran. Eran las típicas imágenes de las vigilancias estrechas: estaban tomadas a distancia con teleobjetivo. Los dos hombres tendrían casi cincuenta años; uno era enjuto y nervudo; el otro, corpulento. Los dos tenían el aspecto peligroso de los soldados veteranos. Volker dio unos golpecitos con el dedo sobre la imagen del hombre enjuto.

—Éste es Stanislav Solovey. Fue él quien le señaló a Yari Varasouv las ventajas de la jubilación. El otro es Vadim Redchenko.

—¿El contacto de Klugmann? —preguntó Maria.

—Y su posible ejecutor —añadió Volker.

Fabel negó con la cabeza.

—Hans Kraus dijo que los asesinos hablaban alemán y no tenían acento. Y que dejaron deliberadamente la pistola de los servicios de seguridad ucranianos para que la encontráramos. Creo que intentaban despistarnos.

—Bueno, Redchenko es un asesino hasta la médula, aunque no liquidara él a Klugmann. Vivía en Reinbeck, donde dirigía un laboratorio de drogas y una red de tráfico desde una fábrica abandonada. Hicimos una redada conjuntamente con la unidad de narcóticos del MEK hace un mes.

—Deje que lo adivine —dijo Maria—. No había nadie.

—Exacto. De hecho, la fábrica se incendió antes de que tomáramos posiciones. Una especie de mina soviética y cubas de sustancias químicas inflamables colocadas estratégicamente se encargaron de hacer el trabajo. Un trabajo muy profesional y minucioso. Cualquier prueba que pudiéramos haber encontrado quedó destruida. Desde entonces, no hemos podido localizar a Redchenko en ninguna dirección concreta, aunque sí sabemos que visita con regularidad un par de negocios. Cada vez que lo hace, ponemos a alguien a seguirlo, y cada vez nos da esquinazo. Esta gente está muy bien adiestrada. Fíjese en el propio Vitrenko: no nos ha resultado fácil sacar información a los ucranianos; pero por lo que hemos descubierto, no sólo sirvió en las brigadas MDV Kondor y Alpha, sino también en la brigada Vysotniki, igual que algunos hombres de su banda. Vysotniki se basaba, y aún se basa, en el modelo del servicio especial aéreo británico, que está formado por pequeñas unidades operativas de once hombres. Por lo que hemos podido sacarles a nuestros contactos, Vitrenko estableció una unidad como ésas en Afganistán y la reactivó en Chechenia. Pero en lugar de once hombres, tenía trece. Creemos que es el número de hombres que tiene aquí.

—Encaja con la información que tenemos nosotros —dijo María.

Volker se puso las manos detrás de la cabeza.

—Nuestra operación con Klugmann y Tina Kramer estaba pensada para recabar información sobre Vitrenko. Nunca le engañé en eso, Fabel. Admito que nuestro objetivo último era ofrecerle una especie de trato: no procesarle por sus actividades mafiosas a condición de que colaborara con los norteamericanos y, por supuesto, pusiera fin a todas sus actividades ilegales. Pero es difícil que la inmunidad te parezca atractiva cuando parece casi imposible que te encuentren, y más aún que te detengan y reúnan las pruebas suficientes como para procesarte. Y, por supuesto, si Vitrenko está realmente detrás de estos asesinatos, retiraremos todas las ofertas. —Bajó los brazos y se inclinó hacia delante—. Me cree, ¿verdad, Fabel?

—Si me dice que es la verdad, Herr Volker —dijo Fabel.

Volker guardó todas las fotografías y papeles en la carpeta y se la entregó, empujándola por la mesa.

—Es la versión íntegra, no expurgada. No vaya a perderla.

Cuando Fabel y María regresaron a la Mordkommission, había llegado un mensaje de correo electrónico del FBI, dirigido a Werner. María lo imprimió y lo llevó al despacho de Fabel.

—Escucha esto… —Se sentó a la mesa frente a él—. John Sturchak… ¿El socio de negocios norteamericano de los Eitel?

Fabel asintió con la cabeza.

Maria examinaba el documento e iba informando a Fabel.

—El FBI está muy interesado en cualquier información que podamos tener sobre John Sturchak o los negocios en los que esté involucrado. Al parecer, Sturchak es hijo de Roman Sturchak, un agente de la División Gálata de las SS durante la misma época que Wolfgang Eitel. Sturchak fue uno de los ucranianos que regresaron a Austria para rendirse a los norteamericanos cuando finalizó la guerra. Si el Ejército Rojo lo hubiera capturado, lo habría matado. A Roman le permitieron emigrar a Estados Unidos y crear un negocio de importación. Es posible que este último negocio no sea la primera colaboración entre las familias Eitel y Sturchak. El negocio de Sturchak tiene su sede en Nueva York, y según el FBI, sospecharon que Roman Sturchak tenía relaciones con el crimen organizado, pero nunca fue acusado de ningún delito. John Sturchak asumió el control del imperio empresarial Sturchak cuando su padre murió en 1992. Cuando cayó el muro, hubo una avalancha de inmigrantes ucranianos, legales e ilegales, hacia Estados Unidos. Según esta información, se sospecha que John Struchak ayudó a algunos a entrar sin pasaporte o visado válidos. Los norteamericanos tienen ahora un grave problema con la mafia de Odesa, asentada en Brighton Beach, en Brooklyn, Nueva York. —Maria levantó la vista del documento—. Ya he oído hablar de ellos; la mayoría son ucranianos y rusos. Comparados con ellos, los de la mafia italiana son unos angelitos. —Maria volvió a mirar el documento—. Existe la sospecha de que John Sturchak tiene una relación estrecha con grupos mafiosos rusos y ucranianos.

Fabel esbozó una gran sonrisa.

—O sea que ésa es la conexión que Wolfgang Eitel, defensor de la ley y el orden, no puede permitirse que salga a la luz: que hace negocios con la mafia ucraniana.

Maria siguió leyendo el documento:

—Mierda. Escucha esto. Una de las razones por las que el FBI ha sido incapaz de presentar cargos contra Sturchak es por cómo funciona la mafia de Odesa. Opera de un modo totalmente distinto al de la mafia italiana. Está organizada en células dirigidas por un
Pakhan
o jefe. Cada célula está integrada por cuatro grupos que operan por separado. Nadie tiene contacto directo con el
Pakhan
, que los controla a través de un «general». A esto hay que añadir que tiene la costumbre de reclutar equipos de «sicarios» que puede que ni siquiera sean de origen ruso o ucraniano y que hacen un trabajo, cobran, y no tienen ni idea de para quién han trabajado realmente. Así que las probabilidades que tiene el FBI de llegar hasta Sturchak son prácticamente nulas.

—¿Por eso tienen tanto interés en saber si hemos encontrado algo que lo relacione directamente con actividades criminales?

—Exacto. Pero aún hay más. Al parecer, las mafias rusa y ucraniana no hacen muchos negocios de drogas. Andan metidas en chanchullos financieros y de alta tecnología, pero su actividad principal son las transferencias financieras ilegales: montar negocios de importación-exportación falsos para blanquear el dinero que recaudan con sus actividades mafiosas en Rusia y Ucrania hacia y desde Estados Unidos, normalmente vía bancos europeos o inversiones en negocios inmobiliarios.

—Como éstos de aquí en Hamburgo. —Fabel se permitió un instante de satisfacción. Las piezas empezaban a encajar en una esquina del rompecabezas. Puede que sólo fueran los Eitel, pero al menos existía la posibilidad de encerrar a alguien por su participación en todo aquel caos. Se puso de pie de repente y con decisión, agarrando con fuerza la hoja de rastreo de las cuentas y la clave que la acompañaba.

—Vamos a hablar con nuestros compañeros de delitos económicos y empresariales.

Sábado, 21 de junio. 13:30 h

POLIZEIPRÄSIDIUM (HAMBURGO)

Markmann vestía acorde a su cargo: era más contable que policía. Era un hombre bajito y pulcro cuyo traje azul inmaculado parecía buscar unos hombros más robustos en los que asentarse. Estrechó la mano de Fabel con exagerada firmeza.

—He repasado los detalles de las cuentas que me ha suministrado, Herr Fabel. —Markmann ceceaba un poco—. No hay duda de que plantean cuestiones suficientes como para conseguir una orden de incautación de los archivos de todas las empresas y todos los individuos principales implicados. Sin embargo, no creo que podamos retener a los Eitel mucho más tiempo sin, como mínimo, comenzar a hablar de una acusación específica. Empiezan a intensificar las presiones, o mejor dicho, su equipo de caros abogados empieza a ganarse la minuta. A menos que tenga algo…

Fabel sonrió.

—Sólo una sospecha… y un farol. Veamos al menos si puedo picarles un poco. Primero lo intentaremos con el padre.

La escena era la que cabía esperar en una sala de interrogatorios. Cuatro hombres, dos a cada lado de la mesa. Un hombre de pie, con los brazos extendidos y apoyados sobre la mesa, miraba al que tenía delante, quien, a su vez, con aire de desafío, intentaba transmitir que no le intimidaba el acoso del otro. Sin embargo, había algo que no encajaba en la imagen. Eran los policías que estaban sentados a la sombra de Wolfgang Eitel. Fabel advirtió que a lo largo de toda la entrevista, la balanza psicológica se había ido inclinando lenta, hábil y decididamente a favor de Eitel. Se dio cuenta de que tenía que dar un golpecito rápido al platillo.

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