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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

Nadie lo ha oído (16 page)

BOOK: Nadie lo ha oído
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Empezó hablando del trabajo en negro de Dahlström.

—¿Cómo lo has sabido? —preguntó Kihlgård.

—A través de un periodista de la televisión, Johan Berg. El matrimonio de la calle Backgatan no quería ir a la policía porque se trataba de un trabajo en negro.

—Realmente es increíble cómo se comporta la gente adinerada —estalló Karin, cuyo semblante se había ensombrecido mientras Knutas lo contaba—. Es tan deshonesto. Personas bien remuneradas que emplean a trabajadores sin pagar impuestos, a pesar de que tienen dinero para hacerlo. ¡Ni siquiera cuando ha sido asesinada una persona quieren ir a la policía, sólo por salvar su propio pellejo! ¡Qué bajeza!

Sus ojos ardían cuando recorrió con la mirada a sus colegas.

—Tienen dinero para pagar sus maravillosas casas y sus vacaciones caras, pero no para contratar legalmente a una señora de la limpieza, de manera que tenga seguro y puntos para la jubilación y todo aquello a lo que tiene derecho. Eso no pueden pagarlo. Hacen todo lo posible para evitar pagar impuestos, sin pensar por un momento que eso, de hecho, es delictivo. Al mismo tiempo, esperan tener una plaza de guardería para sus hijos, que haya un médico cuando están enfermos y que en las escuelas se sirva buena comida. Como si no vieran la relación que hay entre lo uno y lo otro. ¡Es totalmente absurdo!

Todos alrededor de la mesa la miraban sorprendidos. Ni siquiera Kihlgård, que solía ser rápido en las réplicas, dijo nada. Tal vez porque tenía la boca llena con el que, seguro, era ya su tercer bollo de canela.

—Tranquila, Jacobsson —interrumpió Knutas—. Ahórranos tus discursos incendiarios.

—¿Qué quieres decir? ¿No estás de acuerdo conmigo en que es una cabronada?

Karin miró a su alrededor en busca de simpatizantes.

—¿Tienes que hacer política con todo? —dijo Knutas irritado—. Aquí estamos investigando un asesinato.

Se volvió ostensiblemente y miró a sus colegas.

—Vamos a ver si podemos continuar.

Karin no dijo nada, se conformó con suspirar y menear la cabeza.

—¿Cómo se puso esa pareja en contacto con Dahlström? —inquirió Wittberg.

—A través de conocidos de la asociación Hembygdsfbröning. Es evidente que hay más gente que ha utilizado sus servicios.

—Quizá alguno estaba descontento con la cabaña de madera —bromeó Kihlgård.

Knutas ignoró el chiste y se dirigió a Norrby

—¿Qué ha pasado con el banco y la procedencia de los ingresos?

—Ahí hemos llegado a un punto muerto. Naturalmente tenemos los números de serie, pero ¿quién tiene copia de sus billetes? Es imposible encontrar a la persona que dio a Dahlström el dinero, puesto que fue él mismo quien lo ingresó.

—Está bien, ahora lo importante es saber quiénes han empleado ilegalmente a Dahlström. Puede haberse dedicado a eso durante muchos años. Lo raro es que ninguno de sus conocidos lo ha mencionado.

Cuando abandonó la reunión, Knutas estaba casi convencido de que la maraña en torno al asesinato iba a crecer.

E
l siguiente encuentro con Emma iba a tener lugar más pronto de lo que se había atrevido a esperar. A la mañana siguiente lo llamó al hotel.

—Mañana voy a ir a Estocolmo a una conferencia con mis colegas.

—¿Estás bromeando? ¿Vamos a ir en el mismo avión?

—No, yo iré en barco. Hace tiempo que está planeado.

—¿Significa que vamos a poder vernos?

—Sí. No había pensado quedarme a pasar la noche, pero podemos hacerlo si queremos porque la jornada termina con una fiesta. Están invitados maestros de toda Suecia. Yo había pensado no quedarme a la celebración, pero puedo hacer como que he cambiado de idea y reservar habitación en un hotel. Lo cual no quiere decir que tenga que dormir allí precisamente…

No podía dar crédito a sus oídos.

—¿Estás hablando en serio?

Ella se echó a reír.

—¿Quieres cenar conmigo mañana? ¿O estás ocupado, tal vez?

Fingió que se quedaba pensándolo.

—Veamos… Mañana por la noche había pensado quedarme solo en casa viendo la tele y comiendo patatas fritas, así que seguramente no podré quedar contigo. Lo siento.

El corazón se le salía del pecho.

—En serio, podemos ir a un sitio nuevo, muy bueno, que hay en la zona de Söder. Es pequeño y bullicioso, pero la comida es exquisita.

—Parece muy agradable.

Colgó el teléfono y cerró el puño en un gesto de triunfo. ¿Podría ser que ella, por fin, se hubiera dado por vencida?

Desde el principio, Grenfors había manifestado sus dudas acerca de que
Noticias Regionales
se hiciera eco del asesinato de Henry Dahlström. Su opinión era que se trataba de una pelea de borrachos. No era el único que pensaba de esa manera entre los compañeros y, en consecuencia, hasta ahora se habían conformado con ofrecer un breve comentario del asunto.

Dado que la redacción no había informado de la historia desde el principio, ahora era difícil introducirla. Las noticias son un producto fresco. Lo que un día era una primicia de rabiosa actualidad, al día siguiente podía parecer atrasado. Ya habían pasado cuatro días desde que encontraron a Dahlström asesinado, una eternidad en el mundo de la información, y Grenfors no se mostró especialmente interesado cuando Johan lo llamó después del desayuno.

—¿Qué hay de nuevo?

—Dahlström hacía trabajos ocasionales en casa de la gente. Trabajos de carpintería y eso. Por supuesto, en negro.

—¿Ah, sí?

Grenfors bostezó ruidosamente. Johan podía imaginarse al redactor mirando al mismo tiempo en la pantalla los teletipos de TT, la Agencia Central de Noticias Sueca.

—Alguien ha ingresado dinero en su cuenta. En dos ocasiones, veinticinco mil coronas cada vez.

—¿Se tratará de los ingresos por el trabajo negro?

—Quizá. Pero hay mucho que contar de este caso y no hemos hecho ni un solo reportaje —replicó Johan—. ¡Por favor!, a un hombre le han hecho literalmente puré la cabeza con un martillo en su cuarto de revelado. ¡En la pequeña isla de Gotland, no vayamos a olvidarlo! Todos los demás han dado la noticia, pero nosotros no hemos dicho apenas nada. Ahora resulta que la víctima realizó trabajos clandestinos en casa de la gente y, para colmo, aparecen ingresos misteriosos en su cuenta. Y nosotros somos los únicos que lo sabemos. Todo parece indicar que esto no es una simple pelea de borrachos sin más. ¡Por el amor de Dios, que se trata de nuestra zona y además en Gotland, que siempre cubrimos tan mal!

—¿Te ha confirmado esos datos la policía?

—Los ingresos no —reconoció Johan—, eso lo hemos sabido sólo a través de una cajera del banco. La policía no quiere confirmar ese dato, pero noto que es verdad. A estas alturas conozco a Knutas lo suficientemente bien. Sin embargo, nos ha confirmado lo del trabajo en negro.

—La verdad es que quizá eso sería suficiente. Pero hoy tenemos el procesamiento por el caso de la violación en grupo en Botkyrka y el juicio por el asesinato de un policía en Märsta. Va a ser demasiada información de sucesos criminales en una emisión.

Johan se enojó.

—A mí me parece que esto no puede esperar. Hemos estado dando largas a esta historia y ahora somos los únicos que tenemos nuevos datos. ¡Puede que los periódicos la den mañana!

—Tendremos que asumir ese riesgo, tan interesante no es. Tendrás que terminar hoy tu trabajo, porque mañana te necesito aquí en la redacción. Pero, de todos modos, el reportaje no se emitirá esta noche, queda mejor en la emisión del viernes. Ahora no tengo tiempo para seguir hablando. Adiós.

A Johan le ardía la sangre cuando colgó el auricular. ¡Qué actitud más absurda! Todas las redacciones de noticias informarían tanto del juicio como de las violaciones, pero ellos eran los únicos que tenían nuevos datos sobre el asesinato. La mayoría de las veces respetaba a Grenfors como redactor jefe, a pesar de que tenía sus cosas. Pero, en ocasiones, era absolutamente incapaz de comprenderlo. ¡Si al menos fuera coherente con su idea del periodismo! Un día estaba tan impaciente que podía presionar a los reporteros al máximo para conseguir lo que quería tener en su emisión. Al día siguiente le daba igual. Y luego, asistían a seminarios e insistían mil veces en cómo iban a mejorar sus propios informativos.

En el coche de camino hacia Gråbo, Johan no se mordió la lengua al hablar de la incompetencia de los redactores. Peter también estaba muy enfadado. Había sido él quien había conseguido la información acerca de los ingresos en la cuenta de Dahlström. Había conocido a una chica en un bar de Visby que tenía una hermana que trabajaba de cajera en el banco en el que se habían realizado los ingresos.

Y ahora corrían el riesgo de que la prensa local se les adelantara. Otra vez.

G
råbo ofrecía una imagen sombría y muerta con el viento cortante. El tiempo desapacible no invitaba a estar fuera de casa. Los coches del aparcamiento atestiguaban que aquí vivía gente de ingresos limitados. La mayor parte de los vehículos tenían más de diez años. Un viejo Mazda arrancó vacilante y salió dando sacudidas de su aparcamiento. Junto a la estación de reciclaje alguien había volcado un carro de la compra del supermercado ICA.

De camino hacia el portal de Dahlström pasaron junto a un edificio bajo de madera, que parecía el lavadero común. Una de las paredes laterales estaba llena de escupitajos de tabaco y las ventanas estaban cubiertas de pintadas. El parque infantil que había delante tenía un cajón con arena, columpios y unos bancos de madera desgastados. No se veía por allí a ningún niño.

Dieron la vuelta hasta llegar a la parte trasera del edificio en el que había vivido Dahlström. Las persianas bajadas impedían que los curiosos miraran el interior del piso. La parcela parecía más bien un pedacito de césped abandonado y el patio estaba formado por una tarima de madera con unos desvencijados muebles de jardín que, sin duda, habían conocido tiempos mejores. Había un montón de bandejas de carbón para hacer barbacoas, usadas y apiladas en un montón. Apoyada contra una de las paredes de hormigón, se veía una bicicleta oxidada y un saco de basura completamente lleno de lo que parecían latas vacías. Una valla rota, con la pintura desconchada, daba a un camino peatonal que se perdía en el interior de una zona boscosa.

Decidieron hablar con los vecinos.

Por fin, en la cuarta puerta a la que llamaron, abrió alguien. Un chico joven, en calzoncillos, que los miraba adormilado. Llevaba el pelo teñido de color negro y peinado hacia arriba como un cepillo de fregar, y en una oreja le brillaba un pendiente.

—Hola, somos de Estocolmo, de
Noticias Regionales
. Nos gustaría saber algo del hombre que vivía aquí abajo, el que ha sido asesinado.

—Entren.

Los hizo pasar al cuarto de estar y los invitó con un gesto a que tomaran asiento en el sofá. El propio dueño del apartamento, recién levantado, se sentó en una silla.

—Una cosa terrible lo del asesinato —comentó.

—¿Qué le parecía Dahlström? —preguntó Johan.

—El viejo era un tipo legal, no había ningún problema con él. Que fuera alcohólico a mí no me molestaba. Además, tenía períodos en los que bebía menos y entonces solía dedicarse a sus fotos.

—¿Eso era algo que todos sabían? ¿Que se dedicaba a hacer fotos?

—Seguro. Tenía ese trastero de las bicicletas como cuarto de revelado. Lo tuvo durante los seis años que yo llevo viviendo aquí.

El joven parecía como si acabara de terminar el bachillerato. Johan le preguntó cuántos años tenía.

—Veintitrés —fue la respuesta—. Me fui de casa cuando tenía diecisiete.

—¿Qué relación tenía con Dahlström?

—Nos saludábamos cuando nos encontrábamos en el portal, claro, y a veces llamaba para preguntar si tenía algo de beber. Eso fue todo.

—¿Ha notado si ha visitado últimamente a Dahlström alguna persona desconocida, alguien que de algún modo pareciera diferente?

Esbozó una sonrisa torcida.

—¿Está de broma? Ninguna de las personas que lo visitaba era normal. Recientemente vi a una mujer haciendo pis en el parterre.

—¿Se quejaban los vecinos?

—No creo que fuera para tanto, seguro que la mayoría piensa que, a pesar de todo, era un tipo legal. Solían quejarse en verano, porque entonces daba fiestas en el patio, ahí, en la parte de atrás.

—¿Qué se comenta por aquí del asesinato?

—Todo el mundo dice que el asesino tuvo que ser alguien que conocía al
Flash
y que tenía la llave de su piso.

—¿Y eso por qué?

—Bueno, porque la vieja que vivía justo en el piso de arriba oyó ruidos en la puerta de Dahlström una noche, una semana antes aproximadamente de que lo encontraran. Alguien entró en el apartamento sin llamar a la puerta mientras el
Flash
estaba en el sótano.

—¿No pudo ser el propio Dahlström? —inquirió Peter.

—No, supo que no era él. Conocía el sonido de las zapatillas de Dahlström.

—¿Quién podría tener la llave?

—Ni idea. Tenía un amigo con el que alternaba más que con los demás. Bengan, creo que se llama.

—¿Sabe cómo se apellida?

—No.

—Tiene que ser Bengt Johnsson. Al que detuvieron al principio, y luego han dejado en libertad. Por lo visto tenía coartada. ¿Nos puede contar algo más acerca de Dahlström?

—Una vez en el verano pasó una cosa que me pareció realmente extraña.
El Flash
estaba hablando con un hombre abajo en el puerto por la mañana temprano, no serían más de las cinco. A mí me sorprendió porque estaban en un lugar bastante raro, entre dos contenedores fuera de un almacén. Como si estuvieran tramando algo.

—¿No estaban allí bebiendo, sin más?

—El otro tipo no era ninguno de los colegas habituales de Dahlström, eso se veía a la legua. Tenía un aspecto demasiado cuidado para ser un borrachín.

—¿Ah, sí? ¿Qué aspecto tenía?

—Llevaba pantalones nuevos y limpios, y un polo, parecía un ejecutivo de vacaciones.

—¿Qué más puede decir de él?

—Apenas lo recuerdo. Creo que era algo más joven que
el Flash
y muy moreno.

—¿Una persona de color?

—No, sólo que estaba muy bronceado.

—¿Y qué hacía usted allí a esas horas?

El chico sonrió algo avergonzado.

—Estaba con una chica. Habíamos estado de fiesta en Skeppet. Es un bar que hay en el puerto, no sé si lo conocen.

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