Nadie te encontrará (42 page)

Read Nadie te encontrará Online

Authors: Chevy Stevens

Tags: #Drama, Intriga

BOOK: Nadie te encontrará
10.06Mb size Format: txt, pdf, ePub

Llevaron a mi madre de nuevo a la misma sala de interrogatorios, y me miró un momento a los ojos antes de apartar la mirada mientras se sentaba frente a mí. Llevaba arremangadas las mangas y los puños del holgado mono gris, y el color le confería a su piel un tono ceniciento: hacía años que no veía a mi madre con la cara tan limpia, sin maquillar. Tenía las comisuras de la boca torcidas hacia abajo, y sin su brillo labial de color rosa chicle, sus labios estaban tan pálidos que se le confundían con la piel de la cara.

El corazón me hacía piruetas en el pecho mientras mi cerebro trataba de decidir qué decir —«Mmm… Oye, mamá, ¿a qué vino eso de secuestrarme?»— y si quería o no oír su respuesta. Sin embargo, antes de que pudiera preguntarle nada, dijo:

—¿Qué ha dicho Val?

Me había pillado desprevenida, de modo que contesté:

—Me dejó un mensaje, pero todavía no he…

—No puedes contarle nada.

—¿Cómo dices?

—No hasta que sepamos lo que vamos a hacer.

—¿Nosotras? Estás sola esta vez, mamá. Sólo he venido para que me des una explicación de por qué me has hecho esto.

—Gary dijo que ya te lo habían contado todo. Tienes que ayudarme, Annie, tú eres mi única oportunidad de…

—¿Y por qué diablos iba yo a ayudarte? ¡Pagaste a alguien para que me secuestrara, para que me hiciera daño, y luego…!

—¡No! Yo no quería que nadie te hiciera daño, simplemente… todo salió mal, todo ha salido mal y ahora… —Enterró la cabeza en las manos.

—Y ahora mi vida es una mierda y tú estás en la cárcel. Así se hace. Te felicito, mamá.

Levantó la cabeza y paseó la mirada por la habitación con ojos frenéticos.

—Esto no está bien, Annie. No puedo estar aquí, me moriré… —Se inclinó sobre la mesa y me agarró la mano—. Pero si tú hablaras con la policía, podrías decirles que no presentarás cargos, o explicarles que entiendes por qué tuve que…

—Pero es que no lo entiendo, mamá. —Retiré la mano.

—No tuve otra opción: siempre eras la segunda en todo.

—¿Estás diciéndome que fue culpa mía?

—Tú veías cómo me trataba Val, cómo nos miraba siempre por encima del hombro…

—Y también veía cómo la tratabas tú a ella, pero no ordenó el secuestro de su hija, ¿verdad que no?

Con los ojos llenos de lágrimas, dijo:

—No tienes ni idea, Annie. Ni idea de todo lo que he tenido que pasar… —Se interrumpió.

—Todo esto tiene que ver con Dwight, ¿verdad?

Silencio.

—Si no me lo dices, se lo tendré que preguntar a la tía Val.

Mamá se inclinó por encima de la mesa.

—¡No puedes hacerme eso! ¿Me oyes? Ella lo utilizará para…

La puerta se abrió y un policía asomó la cabeza.

—¿Todo bien por aquí?

—Sí, no pasa nada —contesté.

Mamá asintió con la cabeza y el agente cerró la puerta.

—Supongo que serás consciente de que la prensa ya debe de estar hablando con la tía Val.

Mi madre puso los hombros en tensión.

—Los periodistas querrán saberlo todo sobre ti, cómo eras cuando eras niña, lo que pasó en tu infancia para que te convirtieras en una madre de mierda…

—Yo soy una muy buena madre, no como la mía. Y Val nunca hablará de nuestra infancia. Ella no querrá que nadie en su mundo perfecto llegue a enterarse de lo que hizo. —Su tono se volvió pensativo—. Eso la destrozaría… —Empezó a tamborilear con una uña en la mesa.

El miedo me atenazaba el estómago.

—Mamá, no hagas esto peor de lo que…

Se acercó hacia mí por encima de la mesa.

—Ella era la preferida de nuestro padre, ¿sabes? Pero nuestro padrastro la «prefería» aún más… ¿me entiendes? —Esbozó una sonrisa cargada de amargura—. Cuando mi madre se enteró de que su marido se acostaba con una de sus hijas, Val le dijo que era yo. A la mañana siguiente, me puso mis cosas en la puerta y nuestro padrastro se fue de la ciudad. Si no hubiera sido por Dwight, habría tenido que vivir debajo de un puente.

—¿Dwight?

—Cuando me echó de casa, me fui a vivir con él. Yo era camarera y él trabajaba en la construcción cuando se nos ocurrió la idea del banco. —Le brillaban los ojos—. Después de que lo detuvieran, yo apenas llegaba a fin de mes trabajando dos turnos al día. Luego Val apareció con un tipo al que había conocido, hablando de lo fantástica que era la casa de sus padres, de lo bien que les iba su negocio en la joyería…

—Papá.

Las dos nos quedamos en silencio un momento.

—Cuando soltaron a Dwight, íbamos a estar juntos, sólo necesitábamos dinero. Pero lo detuvieron de nuevo, así que le dije que tenía que pasar página y seguir adelante con mi vida, y lo hice, me casé con Wayne. —Negó con la cabeza—. No creí que las cosas fuesen a irme mejor algún día hasta que me dijiste que estabas a punto de conseguir aquel proyecto. Pero luego me enteré de que era con Christina con quien estabas compitiendo. Ella era mucho mejor agente inmobiliario que tú. —El aliento le silbaba entre los dientes—. Si perdías, Val se pasaría el resto de su vida restregándomelo por la cara.

—¿Así que entonces decidiste destrozarme la vida?

—Mi plan te habría ayudado… te habría dejado la vida resuelta para siempre. Pero todo salió mal. Wayne fue un inútil, pero Dwight al menos intentó hacer algo para solucionarlo.

—¿Atracó aquella tienda por ti?

Asintió con la cabeza.

—Le di tu número a esa productora de cine, pero tú estabas perdiendo el tiempo y yo necesitaba dinero para el prestamista. No sé dónde está Dwight ahora.

—¿Y no te importa lo más mínimo todo lo que me hiciste pasar?

—No soporto pensar en lo que te hizo ese hombre, pero se suponía que sólo ibas a estar desaparecida una semana, Annie. Lo que pasó después fue un accidente.

—¿Cómo coño puedes decir que fue un accidente? ¡Contrataste a un hombre que me violó, que provocó la muerte de mi hija!

—Fue como aquella vez que querías helado: tú le pediste a tu padre que fuese a la tienda.

Tardé un momento en asimilar la magnitud de sus palabras, y más tiempo aún en reponerme y encontrar un hilo de voz.

—Estás hablando del accidente…

Asintió con la cabeza.

—Tú tampoco querías que les pasara nada. No querías que sufriesen ningún daño.

Me quedé sin respiración, notando que el pecho me aplastaba los pulmones. El dolor era tan intenso que por un momento me pregunté si no estaría sufriendo un ataque al corazón, luego empecé a sentir sudores fríos y a temblar. Escudriñé su rostro, con la esperanza de haberla entendido mal, pero parecía satisfecha… cargada de razón.

Mis ojos se anegaron de lágrimas mientras me atragantaba al hablar:

—Tú… tú me echas la culpa de que murieran. En el fondo se trata de eso, tú…

—Por supuesto que no.

—Sí. Claro. Siempre me has echado a mí la culpa. —Ahora estaba llorando—. Por eso te parecía bien que…

—No me estás escuchando, Annie. Yo sé que sólo querías helado… no tenías intención de que acabasen muertos por culpa de un helado. Y yo tampoco tuve nunca la intención de que llegara a ocurrirte algo malo, yo sólo quería que Val dejase de ir pavoneándose delante de mí, de que me tratara como si ella fuese superior.

Aún estaba conmocionada por lo que acababa de decirme cuando añadió:

—Pero no seguirá pavoneándose por mucho tiempo. Mañana vendrá a verme un abogado. —Se levantó y empezó a pasearse delante de la mesa. Me di cuenta de que sus mejillas habían recuperado el color—. Le diré lo que significaba crecer junto a una hermana como Val, lo que hizo con nuestro padrastro, cómo fue mi vida cuando me echaron de casa, y la manera en que me ha tratado siempre con desprecio… eso es maltrato psicológico. —Se interrumpió bruscamente y se volvió hacia mí—. Me pregunto si declarará en el juicio. Porque entonces, tendrá que sentarse ahí mientras mi abogado se despacha…

—Mamá, si llevas todo esto a juicio me destrozarás la vida otra vez. Tendré que hablar de lo que me pasó. Tendré que describir cómo me violó…

Siguió paseándose.

—¡Eso es! Haremos que testifique para obligarla a describir lo que hizo.

—¡Mamá!

Se detuvo y me miró.

—No me hagas esto —le dije.

—No se trata de ti, Annie.

Abrí la boca para rebatirla, pero me quedé paralizada cuando capté el alcance de sus palabras. Tenía razón. En el fondo, no importaba si lo había hecho por dinero, para llamar la atención o para derrotar a su hermana de una vez por todas. Nada de todo aquello tenía que ver conmigo. Nunca se había tratado de mí. Ni de ella ni del Animal. Ni siquiera sabía cuál de los dos era más peligroso.

Cuando me levanté y me encaminé hacia la puerta, dijo:

—¿Adónde vas?

—A casa.

Seguí caminando.

—Annie, detente.

Me volví y me armé de valor para enfrentarme a sus lágrimas, a sus «lo siento mucho», a sus «no me dejes aquí».

—No digas nada a nadie antes de que lo haga yo —dijo—. En este asunto hay que actuar con mucha mano izquierda porque si no…

—Joder, de verdad no lo entiendes, ¿no es eso?

Me miró sin comprender. Sacudí la cabeza.

—Y no lo vas a entender en tu puta vida.

—Cuando vuelvas, tráeme un periódico para que pueda…

—No voy a volver, mamá.

Me miró con ojos enormes.

—Pero yo te necesito, Annie, tesoro…

Di unos golpecitos en la puerta y dije:

—Qué va, yo creo que estarás la mar de bien.

Y entonces, el agente me abrió la puerta. Mientras volvía a encerrar a mi madre, me desplomé sobre un banco de la pared opuesta. Cuando hubo terminado, me preguntó si me encontraba bien y si quería que fuese a buscar a Gary. Le dije que sólo necesitaba un par de minutos y me dejó a solas.

Conté los ladrillos de la pared hasta que se me normalizó el pulso, y entonces salí de la comisaría.

La prensa se enteró de mi visita a la cárcel, y al día siguiente los titulares anunciaban a gritos toda clase de especulaciones. Christina me dejó un mensaje para que la llamara tanto de día como de noche si necesitaba hablar con alguien. Trataba de disimularlo, pero por su tono de voz me di cuenta de que le había dolido que yo no le hubiese dicho que había ido a ver a mi madre. La tía Val también me dejó un mensaje un tanto titubeante, lo que me hizo preguntarme cuánto sabría ella. Pero no llamé a ninguna de las dos, no llamé a ninguna de las personas que me dejaron mensajes del tipo «llámame si necesitas hablar». ¿De qué había que hablar? Todo había terminado. Fue mi madre quien lo hizo, punto.

Un par de días después puse el folleto de la Facultad del Bellas Artes en mi mesilla de noche. Cuando lo vi a la mañana siguiente, pensé: «A la mierda… Si quiero hacer realidad mi sueño, necesito dinero», así que me rendí y llamé a aquella productora. Mantuvimos una larga conversación. Yo tenía razón, la mujer parecía tener cierta sensibilidad, como si realmente fuese a respetar mis deseos. A pesar de ser de Hollywood, habla como una persona normal.

Hay una parte de mí que sigue sin querer que se ruede ninguna película, pero sé que tarde o temprano alguien hará una, y para que alguien se beneficie de una película sobre mi vida, prefiero que ese alguien sea yo. Además, en realidad no es una película sobre mí, sino sólo la versión que Hollywood tendrá de mí… Para cuando se estrene en las pantallas sólo será una película. No será mi vida.

Acordé reunirme con la productora y su jefe al cabo de una semana. Están barajando unas cifras muy suculentas, tanto como para no tener que preocuparme por el dinero durante el resto de mi vida.

En cuanto acabé de hablar con la productora, llamé a Christina. Sabía que creería que el motivo era hablar sobre mi madre, así que cuando le dije que al fin había decidido matricularme en la Facultad de Bellas Artes, interpreté su silencio como una expresión de sorpresa. Pero cuando el silencio continuó, le dije:

—¿Te acuerdas? ¿La escuela de arte en las Rocosas de la que siempre hablaba cuando íbamos al instituto?

—Sí, me acuerdo. Sólo que no sé por qué te vas precisamente ahora.

Hablaba en tono despreocupado, como si tal cosa, pero percibí su implícita desaprobación. Ni siquiera en nuestra época en el instituto se mostró demasiado entusiasmada ante la idea, pero aquella vez pensé que era sólo porque me iba a echar de menos. No sabía cuál era la razón esta vez, pero sí sabía que no quería oírla.

—Porque me da la gana —le contesté—. Y la verdad es que me gustaría que te encargases de vender mi casa.

—¿Tu casa? ¿Vas a vender tu casa? ¿Estás segura de que no quieres alquilarla sólo…

—Lo estoy. Y quiero pasar las próximas dos semanas haciendo arreglos, pero me gustaría quitarme el papeleo de en medio cuanto antes, así que ¿cuándo puedes venir?

Se quedó en silencio durante un rato antes de decir:

—Seguramente podría pasarme en algún momento del fin de semana.

Se presentó en mi casa el siguiente sábado por la mañana. Mientras rellenábamos los impresos, le hablé de la facultad, de que me moría de ganas de empezar el curso, de que iba a ir allí en coche al día siguiente para echarle un vistazo, de lo agradable que iba a ser dejar atrás toda aquella mierda… No hizo ningún comentario negativo, pero sus respuestas fueron más bien frías.

Cuando dejamos a un lado las cuestiones de orden profesional, nos sentamos la una junto a la otra en los escalones del porche, bajo el sol de la mañana. Había algo más de lo que quería hablarle.

—Creo que ya sé lo que estabas tratando de decirme aquella noche que viniste para que pintara la casa —dije. Abrió mucho los ojos y un rubor le tiñó las mejillas—. Puedes olvidarlo. No estoy enfadada contigo… ni con Luke. Son cosas que pasan.

—Fue sólo una vez, te lo juro —dijo con nerviosismo—. Habíamos estado bebiendo, no significó nada. Los dos estábamos muy afectados por tu desaparición, y nadie más podía entender cómo nos sentíamos…

—No pasa nada. De verdad. Durante estos últimos tiempos, todos hemos hecho cosas de las que podemos arrepentirnos, pero no quiero que te arrepientas de eso. Tal vez tenía que suceder o algo así. Pero ya no importa.

—¿Está segura? Porque me siento tan…

—Es agua pasada, de verdad. Y ahora ¿quieres dejarlo atrás tú también, por favor?

Entrechoqué el hombro con el suyo y le hice una mueca tonta. Ella me imitó y luego nos quedamos en silencio mientras veíamos a una pareja joven con un cochecito pasar por delante del camino de entrada.

Other books

Secret of the Time Capsule by Joan Lowery Nixon
Pebble in the Sky by Isaac Asimov
A Special Surprise by Chloe Ryder
A Man's Appetite by Nicholas Maze
Sexy BDSM Collaring Stories - Volume Five - An Xcite Books Collection by Langland, Beverly, Dixon, Landon, Renarde, Giselle
Chef Charming by Ellerbe, Lyn
Second Stone by Kelly Walker
The Boy Who Wept Blood by Den Patrick