Naturaleza muerta (17 page)

Read Naturaleza muerta Online

Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Intriga, Policíaca

BOOK: Naturaleza muerta
10.52Mb size Format: txt, pdf, ePub

Entonces, por la fuerza de algún instinto atávico, Stott saltó sobre la zanja izquierda y penetró en el maizal. Justo cuando las espigas se cerraban, volvió rápidamente la cabeza y vio algo grande y oscuro cruzando la carretera a una velocidad espeluznante.

Cruzó varias hileras jadeando, para internarse al máximo en el maizal oscuro y asfixiante, pero el ruido de las farfollas no se despegaba de él.

Dio un giro de noventa grados y corrió por una hilera. De repente ya no se oían pasos.

Corrió. Tenía las piernas largas, y en el instituto había pertenecido al equipo de atletismo. Aunque hubieran pasado tantos años, aún sabía correr, y corrió, corrió sin pensar en nada más que en poner un pie ante el otro y alejarse de aquello que lo perseguía.

Pese a estar rodeado de maíz, aún no había perdido el sentido de la orientación. Medicine Creek estaba delante, a unos dos kilómetros. Aún podía llegar.

De pronto, a sus espaldas, oyó un fuerte impacto de pisadas en la tierra, acompañadas por un gruñido rítmico.

–Muh. Muh. Muh.

La larga hilera de plantas de maíz se curvaba suavemente en función de la topografía. Stott corría por ella, a una velocidad que nacía del puro y simple pánico.

–Muh. Muh. Muh.

–¡Que me dejes en paz, cabrón!

–Muh. Muh. Muh. Muh.

Se aproximaba. Ya estaba tan cerca que tuvo la impresión de percibir su aliento en la nuca, al compás de las pisadas. De pronto, un chorro de líquido caliente le mojó los muslos. Se le había aflojado la vejiga. Se metió por otra hilera y volvió a girar, pero la cosa seguía pegada a sus talones, cada vez más cerca.

–¡Muh! ¡Muh! ¡Muh! ¡Muh!

No se alejaba. Al contrario.

Stott sintió que lo agarraban por el pelo con muchísima fuerza. Sacudió la cabeza con un dolor atroz, pero no logró soltarse. Le ardían los pulmones. Se dio cuenta de que le fallaban las piernas por el miedo.

–¡Socorro, ayuda! –chilló al caer de lado, y sacudir el cuerpo y la cabeza con tal fuerza que sintió que empezaba a separársele el cuero cabelludo del cráneo.

Tenía aquella cosa prácticamente encima. De repente notó una presión en la nuca, un giro brutal, y tuvo la impresión de no tocar el suelo, de salir disparado mientras oía un grito triunfante:

–¡ Muuuuuuuuuuhhhhhhhhhhh!

Diecinueve

Smit Ludwig cerró la puerta del
Cry County Courier
y se guardó las llaves en el bolsillo. Al cruzar la calle, echó un vistazo al cielo de la mañana. Se estaban acumulando nubes estériles al norte, como era la tónica desde hacía dos semanas. Al anochecer se extenderían por todo el cielo, y por la mañana no habrían dejado ni rastro. Cualquier día cambiaría el tiempo y caería una señora tormenta, pero de momento parecía que al calor aún le quedaba cuerda para rato.

Ya se imaginaba qué querían decirle Art Ridder y el sheriff. Pues mala suerte, porque había acabado el artículo sobre el perro y aparecería esa misma tarde. Dio unas zancadas por la acera, sintiendo que el calor se le metía por las suelas y que el sol lo acogotaba. La bolera Magg's Candlepin Castle solo quedaba a cinco minutos a pie, pero a los dos minutos comprendió que había sido una equivocación no coger el coche. Llegaría sudado. Un error táctico. Se consoló pensando que en Magg's había un aire acondicionado polar.

Al empujar la doble puerta, recibió un chorro silencioso de aire gélido; a esa hora de la mañana, la bolera estaba a oscuras, y en la penumbra los bolos parecían largos dientes blancos. Las máquinas de recoger estaban mudas. Al fondo estaba el Castle Club, donde Art Ridder daba audiencia cada mañana con su periódico y su desayuno. Ludwig se ajustó el cuello de la camisa, irguió los hombros y siguió caminando.

Más que un club, el Castle era una cafetería separada del resto del local por unas mamparas de cristal, con bancos rojos de imitación de piel, mesas de falsa madera (fórmica, en realidad) y una cuadrícula de espejos biselados y oro falso. Empujó la puerta y se acercó a la mesa del rincón, donde Ridder y el sheriff Hazen hablaban en voz baja. Al ver a Ludwig, Ridder se levantó con una sonrisa efusiva, tendió la mano y le ofreció una silla.

–¡Smitty! Me alegro mucho de que hayas venido.

–Hola, Art.

El sheriff, que no se había levantado, se limitó a asentir tras una nube de humo de cigarrillo.

–Smit…

–Sheriff…

Tras un breve silencio, Ridder miró alrededor, tensando el cuello de su camisa de poliéster.

–¡Em, café! Y tráele al señor Ludwig unos huevos con tocino.

–No, es que yo no desayuno mucho…

–Venga, hombre, que hoy es un día importante.

–¿Ah, sí?

–Resulta que el doctor Stanton Chauncy, aquel profesor de la universidad, llegará en un cuarto de hora, y voy a enseñarle el pueblo.

Se quedaron callados. Art Ridder llevaba una camisa rosa de manga corta, y gruesos pantalones de color gris claro. Su chaqueta blanca estaba en el respaldo de la silla. Era un hombre corpulento, pero sin ser fofo. Sus años de trabajo con los pavos le habían dejado unos brazos musculosos que parecían destinados a durar toda la vida. Tenía los colores que da la buena salud.

–Mira, Smitty, como no tenemos mucho tiempo iré directo al grano. Ya me conoces; soy don Directo.

Ridder rió entre dientes.

–Claro, claro, Art.

Al apoyarse en el respaldo para que la camarera le sirviese un plato aceitoso de huevos con tocino, Ludwig se preguntó qué reacción era la más digna de un auténtico periodista. ¿Marcharse? ¿Decir educadamente que no?

–Bueno, Smitty, te lo explico. Ya sabes que Chauncy está buscando tierras para un experimento de la universidad. Los candidatos somos nosotros y Deeper. En Deeper tienen un motel y dos gasolineras, y además están tres kilómetros más cerca de la interestatal. Bueno. Me preguntarás: ¿qué competencia hay? ¿Por qué nosotros? ¿Me sigues?

Ludwig asintió con la cabeza. La eterna muletilla de Art Ridder era «¿me sigues?».

Ridder cogió la taza de café, flexionó un brazo peludo y bebió.

–Pues resulta que tenemos algo que no tiene Deeper. Atento, que lo que te voy a decir no es la postura oficial de la universidad. Tenemos… aislamiento. –Hizo una pausa teatral–. ¿Que por qué es importante el aislamiento? Pues porque el maizal servirá para experimentar con maíz modificado genéticamente. –Tarareó la melodía de
La dimensión desconocida,
y sonrió–. ¿Me sigues?

–La verdad es que no.

–Nosotros ya sabemos que el maíz modificado genéticamente no tiene nada de peligroso, pero en las ciudades… ya se sabe; están llenas de ignorantes, liberales y ecologistas que desconfían de los transgénicos. –Volvió a tararear la misma melodía–. La verdadera razón de que Medicine Creek sea uno de los candidatos es que estamos aislados. No hay hoteles. Te tiras horas y horas en coche. No hay ni un mísero centro comercial. La radio o la cadena de televisión más cercana quedan a ciento cincuenta kilómetros. Resumiendo, que es el peor sitio del mundo para organizar una manifestación. –Subrayó la última frase– Lógicamente, a Dale Estrem y la cooperativa no les hace mucha gracia, pero son cuatro gatos, y los puedo manejar. ¿Me sigues?

Ludwig asintió.

–Lo que pasa es que ahora hay un problema: que anda suelto un chalado que se dedica a matar personas y perros, y vete tú a saber qué más hace. Igual se está tirando a las ovejas. Y todo justo cuando tenemos en el pueblo a Stanton Chauncy, director de proyectos del programa de extensión agrícola de la Universidad Estatal de Kansas, comprobando que Medicine Creek sea buen sitio para el experimento. Nosotros lo que queremos es demostrarle que sí, que es un pueblo tranquilo y seguro, sin drogas, ni hippies ni manifestaciones. Lo del asesinato ya lo sabe, no nos engañemos, pero cree que es algo aislado, una casualidad; ni le preocupa, ni a mí me interesa que le preocupe. Total, que necesito que me ayudes en dos cosas.

Ludwig esperó.

–En primer lugar, no publiques más artículos sobre el asesinato. Descansa un poco, que lo hecho hecho está, ¿eh? Y, sobre todo, ni se te ocurra sacar nada sobre el perro muerto.

Ludwig tragó saliva. Nadie decía nada. Ridder lo miraba con ojos rojos, con ojeras. Se lo estaba tomando francamente en serio.

–Es que es una noticia –dijo Ludwig, pero le falló la voz.

Ridder le puso una de sus grandes manos en el hombro, y bajó la voz para decirle sonriendo:

–Smitty, te lo pido por favor. Deja pasar unos días, lo que tarde en irse el de la universidad. No te pido que eches tierra sobre nada. –Apretó un poco el hombro de Ludwig–. Te lo diré de otra manera: con la fábrica de Gro-Bain no se puede contar eternamente, ya lo sabes. En el 96, cuando anularon el turno de noche, se fueron veinte familias del pueblo, y eran buenos empleos, Smitty. Hubo gente perjudicada que tuvo que irse a vivir a otra parte y abandonar las casas que habían hecho sus abuelos con sus propias manos. Yo no quiero vivir en un pueblo que agoniza, y tú tampoco. Esto podría ser decisivo para nuestro porvenir. Se empieza por uno o dos campos, pero la ingeniería genética es el futuro, donde se harán las grandes inversiones, y Medicine Creek podría salir beneficiado. Nos jugamos mucho, Smitty; mucho más de lo que piensas. Lo único que te pido, lo único, ¿eh?, son dos o tres días de descanso. Anunciará la decisión el lunes. Reserva las noticias para el martes por la mañana, cuando se vaya. ¿Me sigues?

–Te entiendo.

–Para mí este pueblo es importante, Smitty, y sé que para ti también. No te lo pido como un favor personal. Solo intento cumplir con mi deber de ciudadano.

Ludwig tragó saliva, y se dio cuenta de que se le estaban enfriando los huevos y ya se le había endurecido el tocino.

El sheriff Hazen se decidió a intervenir.

–Smitty, ya sé que tú y yo hemos tenido algún pique, pero hay otra razón para no publicar lo del perro. Los de psicología forense de Dodge creen que lo que busca el asesino podría ser publicidad. Su objetivo es aterrorizar al pueblo. Ya han vuelto a circular los rumores de siempre sobre la masacre y la matanza de los Cuarenta y Cinco, y parece que las puñeteras flechas estén pensadas justo para eso. Dicen que los artículos solo sirven para darle ánimos. Hay que evitar cualquier cosa que pueda incitarlo a otro asesinato. No es para tomárselo en broma, Smitty.

Tras un largo silencio, Ludwig suspiró y dijo en voz baja:

–Bueno, quizá pueda dejar lo del perro para dentro de unos días.

Ridder sonrió.

–Muy bien, muy bien.

Volvió a apretarle el hombro.

–Has dicho que había dos cosas –dijo Ludwig, sin mucha convicción.

–Sí, es verdad. Es que he pensado… Tómatelo como otra sugerencia, Smitty. He pensado que podrías rellenar el hueco con un artículo sobre el doctor Stanton Chauncy. A la gente le gusta que le hagan caso, y Chauncy no es ninguna excepción. Lo del proyecto… No sé, quizá no convenga profundizar demasiado, pero un artículo sobre él como persona, con su curriculum, sus títulos y todo lo que ha hecho en la universidad… ¿Me sigues, Smitty?

–No es mala idea –murmuró Ludwig.

No, no lo era. Si Chauncy resultaba un personaje interesante, se podría escribir un artículo de calidad, que respondiera a las expectativas de los lectores. El tema de conversación número uno de Medicine Creek siempre era el futuro del pueblo.

–Muy bien. Llegará en cinco minutos. Os presento y os dejo solos a los dos.

–Perfecto.

Ludwig volvió a tragar saliva. Cuando Ridder le soltó el hombro, la mancha de sudor se enfrió.

–Qué grande eres, Smitty.

–Y tú que lo digas.

Justo entonces se encendió la radio del sheriff, que se la descolgó del cinturón y pulsó el botón de recepción. Ludwig oyó la vocecita de Tad dando el parte matinal a su jefe:

«Un bromista ha desinflado las ruedas del coche del entrenador del equipo de fútbol».

–Sigue –dijo Hazen.

«Otro perro muerto. Este ha aparecido en la cuneta de la carretera.»

–Joder… Sigue.

«La mujer de Willie Stott dice que esta noche no ha dormido en casa.»

El sheriff miró al techo.

–Ve al Wagon Wheel y habla con Swede. Habrá vuelto a quedarse en la habitación del fondo.

«A la orden.»

–De lo del perro ya me ocupo yo.

«Está en la carretera de Deeper, cuatro kilómetros al oeste.»

–Recibido.

Hazen se puso la radio en el cinturón y apagó la colilla en un cenicero. Después recogió el sombrero del asiento vacío de al lado, se lo caló y se levantó.

–Bueno, Art, hasta otra. Gracias, Smitty. Me voy pitando.

Justo después de que se fuera el sheriff, apareció el doctor Stanton Chauncy al fondo de la bolera.

Ridder lo llamó y le hizo señas por el cristal. Chauncy asintió con la cabeza, y entró en el Castle Club cruzando la bolera con los mismos andares rígidos que había visto Ludwig en la Fiesta del Pavo. Al ver cómo observaba el decorado de plástico, Ludwig distinguió algo en sus ojos. ¿Diversión? ¿Desprecio?

Ridder se levantó. Ludwig también.

–Por mí no se molesten –dijo Chauncy.

Les dio la mano, y los tres se sentaron.

–Doctor Chauncy –dijo Ridder–, le presento a Smit Ludwig, del
Cry County Courier,
el periódico del pueblo. Es el dueño, el director y el reportero. Yo me lo guiso, yo me lo como.

Se rió. Ludwig se sintió examinado por unos ojos azules bastante fríos.

–Debe de ser muy interesante, señor Ludwig.

–Llámele Smitty, que en Medicine Creek no nos andamos con ceremonias. Somos un pueblo campechano.–Gracias, Art. –Chauncy se volvió hacia Ludwig–. Espero que me llames Stan, Smitty.

Ridder no dejó contestar a Ludwig.

–Oye, Stan, que Smitty quiere escribir un artículo sobre ti, y yo tengo que irme; o sea, que os dejo. Pedid lo que queráis. Pago yo.

Un minuto después, Ridder se había marchado, y los ojos impasibles de Chauncy observaban a su compañero de mesa. Al principio Ludwig se preguntó a qué esperaba, hasta que se acordó de que se suponía que era una entrevista y sacó la libreta y un bolígrafo.

–Si no le importa, prefiero que las preguntas se me planteen con antelación –dijo Chauncy.

–Ojalá estuviéramos tan organizados –dijo Ludwig, con una sonrisa forzada.

Chauncy siguió serio.

–Cuénteme el enfoque que piensa dar al artículo.

Other books

Found You by Mary Sangiovanni
Perfect Harmony by Lodge, Sarah P.
Angel's Curse by Melanie Tomlin
Port of Errors by Steve V Cypert
The Survivor by Vince Flynn, Kyle Mills
Clearheart by Edrei Cullen
The Dream Maker by Jean Christophe Rufin, Alison Anderson