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Authors: Agatha Christie

Némesis (4 page)

BOOK: Némesis
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—No, ya se lo he dicho. Fuimos huéspedes del mismo hotel en un país extranjero. Tuvimos cierta relación como aliados en un tema muy misterioso. Nada más. —Cuando ya se disponía a salir de la habitación, se volvió bruscamente y preguntó—: Tenía una secretaría, Mrs. Esther Walters. ¿Sería una falta de etiqueta si pregunto si Mr. Rafiel le ha dejado cincuenta mil libras?

—El testamento aparecerá en la prensa —manifestó el letrado—, y puedo responder afirmativamente a su pregunta. Por cierto, el nombre de Mrs. Walters es ahora Mrs. Anderson. Ha vuelto a casarse.

—Me alegra saberlo. Era viuda con una hija y, al parecer, una excelente secretaria. Comprendía muy bien a Mr. Rafiel. Una mujer agradable. Me complace saber que se ha beneficiado.

Aquella noche, miss Marple, sentada en su butaca de respaldo recto y los pies cerca del hogar, donde ardía un pequeño fuego hogareño, encendido por causa de una súbita ola de frío que, como es habitual, siempre suele abatirse sobre Inglaterra en el momento seleccionado por ella misma, volvió a sacar del sobre el documento que le habían entregado por la mañana. Todavía dominada por cierta incredulidad, lo releyó musitando las palabras como si quisiera grabarlas en su mente:

«A miss Marple, residente en el pueblo de St. Mary Mead.

La presente le será entregada gracias a los buenos oficios de mi abogado, James Broadribb, después de mi fallecimiento. Es el hombre que empleo para aquellos asuntos legales que entran en el campo de mis asuntos privados, y sin ninguna relación con mis actividades empresariales. Es un abogado sensato y digno de toda confianza. Como la mayoría de la raza humana, es susceptible al pecado de la curiosidad. No se la he satisfecho. En algunos aspectos, éste es un asunto que quedará entre usted y yo. Nuestra palabra clave, mi querida señora, es Némesis. No creo que usted haya olvidado el lugar y las circunstancias en las que me dijo aquella palabra. En el curso de mis actividades empresariales, que se han prolongado durante muchos años, he aprendido una cosa sobre la persona que quiero emplear. Tiene que tener instinto, un instinto para la tarea que quiero encomendarle. No se trata de profundos conocimientos ni tampoco experiencia. La única palabra que lo describe es instinto. Un instinto natural para hacer una cosa determinada.

Usted, querida, si me permite llamarla así, tiene un instinto natural para la justicia y eso la ha llevado a tener un instinto natural para el crimen. Quiero que usted investigue un crimen. He ordenado que le se destine una suma, de manera tal que, si usted acepta la propuesta y como resultado de la investigación se aclara el crimen, el dinero será suyo. El plazo para que cumpla su misión es de un año. No es usted joven, pero es, si me permite decirlo, resistente. Creo que puedo confiar en que usted viva un año más por lo menos.

Creo que la propuesta no le resultará desagradable. Tiene usted un genio natural para la investigación. Los fondos necesarios para realizar esta investigación le serán suministrados durante el período fijado cada vez que los pida. Le hago esta propuesta como una alternativa a lo que esté haciendo en estos momentos.

Me la imagino sentada en una silla, una silla cómoda y adecuada para la clase de reumatismo que pueda usted sufrir. Creo que todas las personas de su edad sufren de alguna clase de reumatismo. Si este mal le afecta las rodillas o la espalda, no le será fácil moverse y supongo que pasa la mayor parte de sus horas haciendo calceta. La veo, como la vi aquella noche cuando me despertó, envuelta en una nube de lana rosa.

Me la imagino tejiendo más jerseys, chales, bufandas y muchas otras cosas de las que ni siquiera sé el nombre. Si prefiere continuar haciendo calceta, es cosa suya. Si prefiere servir a la causa de la justicia, espero que por lo menos le resulte interesante.

Dejemos que la justicia corra como el agua, y la rectitud como un manantial inagotable.

Amos»

Capítulo III
 
-
Miss Marple Toma Una Decisión
1

Miss Marple leyó la carta tres veces. Luego la dejó a un lado y se dedicó a reflexionar, frunciendo el entrecejo, sobre el contenido de la carta y sus implicaciones.

El primer hecho curioso era la sorprendente falta de información concreta. ¿Recibiría en su momento más información a través de Mr. Broadribb? Tenía casi la certeza de que no sería así. Eso no encajaba con los planes de Mr. Rafiel. Sin embargo, por Dios bendito, ¿cómo podía esperar Mr. Rafiel que ella hiciera alguna cosa, emprendiera cualquier acción en un asunto del que no sabía absolutamente nada? Resultaba de lo más desconcertante. Después de pensarlo un poco más, decidió que Mr. Rafiel había deseado que así fuera. Pensó una vez más en el hombre, en el breve tiempo que lo había tratado. Su invalidez, el mal genio, los momentos de brillantez, los destellos de humor. Disfrutaba, se dijo, pinchando a la gente. Había disfrutado, y la carta era una prueba evidente, azuzando la curiosidad natural de Mr. Broadribb.

No había en la carta ni la más mínima pista sobre la índole del asunto. No le facilitaba ninguna ayuda. Mr. Rafiel, pensó, había tenido muy claro que no debía suministrársela. Había tenido otras ideas. En cualquier caso, ella no podía comenzar de la nada. Esto era como un crucigrama en blanco. Tenía que haber pistas. Necesitaba saber qué se pretendía que hiciera, dónde debía ir, si tenía que resolver un problema sentada en su butaca o dejar a un lado la labor para concentrarse. ¿Mr. Rafiel quería que subiera a un avión o a un barco con destino a las Antillas, a Sudamérica o a algún otro lugar? ¿Tendría que descubrir por sí misma lo que debía hacer o, en caso contrario, recibiría indicaciones específicas? Quizás había creído que ella tenía el ingenio suficiente para adivinar las cosas, averiguar el camino a seguir. No, no lo creía.

—Si lo pensó —dijo miss Marple en voz alta—, es que estaba senil —Pero no creía en la senilidad de Mr. Rafiel—. Recibiré instrucciones. Pero ¿cuáles y cuándo?

Fue entonces cuando, sin más, se le ocurrió que, sin darse cuenta, había aceptado el encargo. Continuó hablando en voz alta:

—Creo en la vida eterna. No sé exactamente dónde está usted, Mr. Rafiel, pero no dudo que está en alguna parte. Haré todo lo posible por complacer sus deseos.

2

Miss Marple escribió a Mr. Broadribb al cabo de tres días. Fue una carta muy breve y que iba directamente al grano.

«Estimado Mr. Broadribb:

He considerado la sugerencia que me hizo y le comunico que he decidido aceptar la propuesta formulada por el difunto Mr. Rafiel. Haré todo lo posible por cumplir sus deseos, aunque no estoy segura del éxito. En realidad, me cuesta creer que pueda salir con bien del empeño. No he recibido ninguna instrucción directa en su carta, ni se me ha dado explicación alguna. Si usted tiene en su poder alguna otra misiva en la que se me comuniquen instrucciones claras, le ruego que me la envíe, aunque supongo que, como no lo ha hecho, éste no es el caso.

Supongo que Mr. Rafiel estaba en plena posesión de sus facultades mentales cuando murió. Creo tener toda la razón de mi parte si le pregunto si ocurrió en los últimos tiempos algún hecho criminal que le interesó, ya fuera en el curso de sus actividades empresariales o en sus relaciones personales. ¿Alguna vez le comunicó a usted su disgusto o enfado por alguna injusticia? Si es así, le suplico que me lo haga saber. ¿Algún familiar o amigo suyo fue víctima de una flagrante injusticia, o algo que él quizá consideró como tal?

Estoy segura de que usted comprenderá mis razones para formular estas preguntas. Creo que Mr. Rafiel esperaba que las hiciera.»

3

Mr. Broadribb le mostró la carta a Mr. Schuster, que se reclinó en la silla y silbó.

—¿Así que acepta la propuesta? Una anciana deportista —comentó—. Supongo que sabe algo sobre el asunto, ¿no crees?

—No lo creo.

—Lamento que tampoco nosotros lo sepamos. Era todo un personaje.

—Un hombre difícil.

—La verdad es que no tengo ni la menor idea. ¿Tú qué opinas?

—Yo tampoco sé absolutamente nada, y creo que no quería que lo supiera.

—La verdad es que de esta manera pone las cosas muy difíciles. No creo que una vieja que vive en el campo pueda meterse en la mente de un muerto y descubrir qué fantasía lo llevaba de cabeza. ¿No crees que podría tratarse de una tomadura de pelo? ¿Una broma pesada? Quizá creía que ella se las daba de gran investigadora porque había resuelto un par de cosillas en el pueblo, y pretendía darle una lección.

—No —negó Mr. Broadribb—. No creo que sea eso. Rafiel no era de esa clase de hombres.

—En ocasiones era un auténtico diablo dispuesto a las peores travesuras.

—Sí, pero creo que en este caso se trata de algo serio. Había algo que le preocupaba. No me cabe duda de que estaba preocupado.

—¿No te dijo lo que era ni te dio ninguna pista?

—No, no lo hizo.

—Entonces, ¿cómo diablos espera...? —Schuster se interrumpió.

—No puede haber esperado obtener ningún resultado de todo esto —señaló Mr. Broadribb—. Me refiero a ¿cómo puede ella saber por dónde comenzar?

—Insisto en que es una broma pesada.

—Veinte mil libras es una suma muy respetable.

—Sí, pero no si sabes que no las van a cobrar.

—No. Ese sería un proceder muy poco deportivo. Debía estar convencido de que ella tendría una buena oportunidad para hacer o descubrir lo que sea.

—¿Qué haremos nosotros mientras tanto? —preguntó Schuster.

—Esperar. Debemos esperar y ver qué pasa a continuación. Después de todo, tendrá que ocurrir alguna otra cosa.

—Tienes guardado otro sobre con órdenes, ¿no es así?

—Mi querido Schuster, Mr. Rafiel confiaba en mi discreción y en mi ética como abogado. Las instrucciones selladas se abrirán sólo si se dan determinadas circunstancias, ninguna de las cuales se ha dado hasta el momento.

—Ni se darán —afirmó Mr. Schuster, dando por concluido el tema.

4

Mr. Broadribb y Mr. Schuster eran afortunados en tanto y en cuanto tenían una vida profesional que atender. Miss Marple no tenía tanta suerte. Hacía calceta, pensaba y también salía a dar paseos, que le costaban alguna que otra regañina por parte de Cherry.

—Ya sabe lo que le dijo el médico. No tiene que hacer demasiado ejercicio.

—Camino muy despacio, y no hago absolutamente nada. Me refiero a nada de escardar o plantar en el jardín. Sólo pongo un pie delante del otro y pienso cosas.

—¿Qué cosas? —preguntó Cherry con evidente interés.

—Ojalá lo supiera —respondió miss Marple, y le pidió a Cherry que le trajera otro chal porque comenzaba a soplar un viento helado.

—Lo que a mí me gustaría saber es qué le baila por la cabeza —le comentó Cherry a su marido mientras le servía un plato de arroz blanco y picadillo de riñones—. Hoy toca comida china.

Su marido asintió satisfecho.

—Cada día que pasa cocinas mejor.

—Me tiene preocupada. Me preocupa porque la veo preocupada. Recibió una carta y, desde entonces, está inquieta.

—Lo que ella necesita es mucha tranquilidad —opinó el marido de Cherry—. Estarse sentada, tomarse las cosas con calma, recoger unos cuantos libros de la biblioteca y tener un par de amigas que la vengan a visitar de vez en cuando.

—Está pensando alguna cosa —afirmó Cherry—. Está pensando algún plan. Está pensando en cómo enfocar un asunto, es así como lo veo.

Interrumpió la conversación y le llevó a miss Marple la bandeja con el café.

—¿Conoce a una mujer llamada Mrs. Hastings que vive en alguna de las casas nuevas y a alguien llamado miss Barlett, que vive con ella? —preguntó miss Marple.

—¿Se refiere a las casas que han rehabilitado al final del pueblo? Esa gente ha venido a vivir aquí hace poco. No sé cómo se llaman. ¿Por qué quiere saberlo? No parecen personas muy interesantes. Al menos yo diría que no lo son.

—¿Son parientes?

—No. Creo que son amigas.

—Me pregunto si... —Miss Marple se interrumpió.

—¿Qué se pregunta?

—Nada. Por favor, arregle un poco el escritorio, y tráigame papel y mi estilográfica. Voy a escribir una carta.

—¿A quién? —preguntó Cherry, llevada por la curiosidad natural de su clase.

—A la hermana de un clérigo. Se llama Prescott.

—Es el clérigo que conoció en las Antillas, ¿no? Me mostró su foto en el álbum.

—Así es.

—No se sentirá mal, ¿verdad? Quiero decir que como se pone a escribirle a un clérigo...

—Me siento perfectamente bien y estoy ansiosa por hacer algo. Es posible que miss Prescott pueda ayudarme.

Miss Marple se puso a escribir:

«Querida miss Prescott:

Espero que no me haya usted olvidado. La conocí a usted y a su hermano en las Antillas, en St. Honoré. Confío en que nuestro querido clérigo se encuentre bien y que no haya sufrido mucho con el asma el invierno pasado, que fue tan frío.

Le escribo para pedirle si tiene la dirección de Mrs. Walters, Esther Walters, a quien quizás usted recuerde de los días pasados en el Caribe. Era la secretaria de Mr. Rafiel. Me dio su dirección allí, pero desgraciadamente la he perdido. Deseo escribirle para informarle de un tema de horticultura que me consultó, pero que no pude aclarárselo entonces. Hace poco me enteré por una persona que se ha vuelto a casar, pero no creo que dicha persona conociera muy bien los detalles. Quizás usted sepa algo más de lo que yo sé. Espero que esto no sea para usted una molestia.

Muchísimos saludos para su hermano y mis mejores deseos para usted. Jane Marple»

Miss Marple se sintió mejor después de enviar esta carta.

«Por lo menos —se dijo—, ya he hecho algo. No es que espere gran cosa de esto, pero todo ayuda.»

Miss Prescott respondió a su carta casi a vuelta de correo. Era una mujer muy eficiente. Le escribió una misiva muy amable donde incluyó la dirección que le interesaba.

«No he sabido nada directamente de Esther Walters, pero lo mismo que usted me enteré por un amigo que había visto publicado el anuncio de su boda. Creo que ahora su nombre es Mrs. Alderson o Anderson. La dirección es Winslow Lodge, cerca de Alton, Hants. Mi hermano le envía sus más afectuosos saludos. Es una pena que vivamos tan separados. Nosotros estamos en el norte de Inglaterra y usted al sur de Londres. Espero que tengamos ocasión de encontrarnos en alguna ocasión. Cordialmente, Joan Prescott.»

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