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Authors: Inma Chacon

Tags: #prose_contemporary

Nick (8 page)

BOOK: Nick
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Capítulo 19

Paula y Dafne supieron enseguida que Roberto andaba haciendo preguntas por el Barrio. Llevaba más de una semana sin enviar mensajes ni al móvil ni a la cuenta de correo electrónico. De vez en cuando preguntaba a unos y a otros si conocían a una chica que tenía unos ojos impresionantes.

—Son unos ojos muy azules. Si la veis, decidle que la estoy buscando.

Afortunadamente, Cristina no había salido nunca con ellas por aquella zona, y sus compañeros de clase no la conocían. Ni siquiera había estudiado en el mismo colegio que Dafne. Su madre había matriculado a las dos hermanas mayores en un colegio bilingüe, y desde allí pasaron a un instituto para cursar el bachillerato. A las pequeñas las matriculó en el colegio de Paula para que estudiasen juntas.

Por mucho que Roberto preguntase a los compañeros de Dafne, no podría dar con Cristina. En ese sentido no había problemas.

Aun así, cada vez que Roberto se acercaba al grupo de pequeños, ellas trataban de pasar desapercibidas jugando con el móvil o con sus mp3. De cuando en cuando, Dafne sentía que Roberto la miraba con aquella media sonrisa con la que parecía querer decirle algo y, aunque estaba segura de que sólo era fruto de su imaginación, después de aquellas miradas no hacía otra cosa que soñar con ellas de día y de noche.

Él seguía preguntado por Cristina, con el mismo resultado de siempre, nadie la conocía. No obstante, si le dejaban continuar con sus pesquisas, acabaría por enterarse de más cosas de las que ellas querían que supiera. Paula habría optado por terminar con la broma y enviarle un último mensaje en el que le aclarasen toda la historia, o si no, contarle cualquier rollo para acabar cuanto antes.

—No sé, chica, podríamos decirle que Dafne se ha ido a vivir a América, y que ya no volverá nunca más.

Pero Dafne se negó. No iba a tirar la toalla cuando mejor se ponía el combate. Ni mucho menos.

—¿Qué dices? ¿Ahora que lo tenemos cogido por los mismísimos? De eso nada. ¡Ni hablar!

—Pero, tía, que como se enteren tu hermana o tu madre de lo que estamos haciendo, se nos cae el pelo.

—No se van a enterar, no te preocupes, tú déjame a mí, ¿vale?, que yo sé lo que hago.

Paula no discutió. Se dispuso a redactar con su prima un nuevo sms y continuó participando a regañadientes en la farsa.

Después de barajar varias posibilidades, decidieron que la mejor manera de evitar que el Rata siguiera buscando a Cristina sería utilizar su estancia en la capital británica para sus propios fines. De esta forma, si a Roberto le daban alguna noticia sobre su paradero, no sería muy diferente a la información que ellas iban a darle en su mensaje.

«Sient muxo no habr podido dspedirm. Stoy en Lndres y no volveré sta el final di verano. Sta noxe tenviaré la invitación xra mi facebook. Tngo algo q dcirt.»

Pero Roberto no aceptó la invitación. Dafne esperó delante del ordenador, con la luz de su cuarto apagada y escribiendo despacio para que ni su madre ni su hermana Lliure oyesen el sonido del teclado. Lucía dormía a su lado sin enterarse de nada. Tenía el sueño tan profundo que ya podía hacer todo el ruido que quisiera, que cuando se había dormido no la despertaba ni un terremoto.

Hasta las tres de la madrugada, Dafne estuvo haciendo tiempo. Mientras esperaba, colgaba fotos en su muro y escribía correos a Roberto desde la cuenta de Dafne huele a gasolina. Sin embargo, podría haberse quedado hasta las seis de la mañana, y habría esperado en vano. Los únicos mensajes que recibía, diciéndole que alguien quería que le aceptase como amigo en facebook, eran los que ella misma se enviaba de parte de los numerosos amigos ficticios que había creado para que Roberto no se extrañase de ser el único contacto de «Gasolina sin plomo».

Al día siguiente, Roberto tampoco apareció por el Barrio, ni al otro, ni al de más allá.

Ni un solo mensaje nuevo en el buzón de entrada del móvil. Ni una solicitud de amistad en el facebook. Ni un correo electrónico. Nada.

Así pasaron casi dos semanas. Los exámenes de junio estaban a punto de comenzar. Seguro que Roberto estaba estudiando y por eso no se conectaba. Pero Dafne sabía que acabaría por aparecer. Era imposible que se hubiese olvidado de todo tan drásticamente. Tenía que haber una razón poderosa que le impedía utilizar el móvil y el ordenador. Nadie pierde el interés por otra persona de un día para otro.

Seguro que tarde o temprano obtendría respuesta.

Y con esa esperanza continuó enviando mensajes al móvil del Rata cada día, y entrando en internet cada noche para esperarle y para colgar fotografías en «Gasolina sin plomo». A oscuras, burlando la prohibición que su madre le había impuesto, ansiosa por leer las respuestas que nunca llegaban, y decidida a seguir allí hasta que él se dignase a volver.

Dafne se mordía cada día más los padrastros, como si con ello pudiera librarse de la angustia que le producía la espera.

-oOo-

Las clases habían terminado a mediados de junio. Los que habían aprobado la evaluación continua sólo iban al colegio para actividades extraescolares, pero a ella aún le quedaba presentarse a la recuperación de la última evaluación. Una semana de exámenes finales por los que no había pasado nunca hasta entonces.

Tal y como venía sucediendo desde su primer encuentro con el Rata, había muchas posibilidades de que volviera a suspender. Los libros no suponían desde entonces una prioridad. No podía concentrarse más que en una sola idea: tenía que volver a verle. Ni siquiera sabía si habría leído sus correos electrónicos o la invitación para «Gasolina sin plomo». El caso es que no respondía, pero ella no podía dejar de enviarle mensajes, en lugar de abrir los libros.

Al principio, Paula le ayudaba a redactarlos. Pero, poco a poco, se cansó de los silencios de Roberto y volvió a recomendarle a su prima que se olvidase del tema, preocupada por la obsesión en que se había convertido para ella.

—Déjalo ya, tía, te estás amargando con este rollo, De aquí sólo puede salir un final desastroso. Ya sabes lo que suele decirse, lo que mal empieza mal acaba. Y esto no ha empezado precisamente de puta madre. Demasiadas mentiras para una sola historia.

-oOo-

Como era de esperar, los exámenes fueron un auténtico desastre. Las últimas calificaciones del curso no podían ser peores.

Dafne nunca había visto llorar a su madre con tanto desconsuelo por el resultado de las evaluaciones. Incluso diría que resultaba desproporcionado, ¡llorar así por las notas del colegio! Cada dos por tres la oía llorar en su cuarto, o encerrada en el baño. No tenía sentido darle tanta importancia a unos suspensos.

Pero ella misma no podía explicar la sensación de fracaso con que recibió aquellos siete insuficientes. Jamás lo habría imaginado.

Para colmo, algunos de sus compañeros de curso la felicitaron por haberse unido al grupo de los que tenían que volver a examinarse en septiembre.

—¡Enhorabuena, tía! ¡Bienvenida al club! A mí me han quedado cinco.

—¡A mí, seis!

—¡A mí, dos del año pasado y tres de éste!

Y lo decían como si de verdad se sintieran orgullosos de su hazaña. Como si no les importasen los dos meses que tenían por delante. Como si estudiar durante las vacaciones fuese tan natural como no tener que hacerlo.

Pero no lo era, al menos para ella no lo era, y menos en aquellos momentos, en que su corazón y su razón se habían convertido en una sola cosa, enmarañada y sin control.

Aquel verano se presentaba difícil.

Capítulo 20

Lo primero que salió de su cuarto cuando llegaron los suspensos fue el ordenador. Su madre había sido tan tajante que Dafne ni siquiera intentó convencerla de lo contrario.

—¡No vuelves a tocar este trasto hasta que apruebes todo lo que te ha quedado! ¿Entendido? Ahora mismo me ayudas a llevarlo al trastero, y ahí se quedará hasta septiembre. Después, ya veremos. Y no se te ocurra utilizar el de tus hermanas si no quieres terminar en el pueblo yendo a la academia de la parroquia. Desde ahora, estudiarás aquí, en el salón, delante de mí. Me vendrán muy bien unas horitas todos los días para leer. ¡Ésas van a ser mis vacaciones! Mañana mismo te busco una profesora de matemáticas.

—De eso nada. Yo no quiero una profesora particular. No sirven para una mierda.

—¡Sirven para lo que tienen que servir! Tú vas a estudiar este verano aunque me cueste a mí la salud. Ya me encargaré yo de vigilarte bien.

—¡Pues vas lista si te crees que porque estés delante voy a estudiar más! Si no me entran las cosas, no me entran y punto. ¿Vale?

—¡Eso es lo que tú te crees! ¡Claro que te van a entrar! ¡Puedes estar segura de que sí!

—Pues no sé cómo. ¡Tú flipas!

—No seas impertinente, niña. ¡Te parecerá bonito hablarle así a tu madre!

—¡Precioso!

—¿A que termino dándote un tortazo?

—¿A que no?

Y el cuerpo de Dafne se tensó de una forma tan desafiante, tan agresiva, que Teresa se dio media vuelta y se dirigió a su habitación sin poder creer lo que acababa de ver y sin poder contener las lágrimas.

Durante unos instantes, Dafne permaneció en el salón, inmóvil, en la misma actitud retadora que había horrorizado a Teresa. Rígida. Un pie hacia adelante, la barbilla hacia arriba, los brazos pegados al cuerpo y los puños cerrados, apretando la nada, sujetando una furia que le deformaba la mandíbula y le agrandaba los ojos.

-oOo-

Desde aquel día, Teresa prácticamente dejó de dirigirle la palabra. Le hablaba, sí, pero sólo para darle órdenes. Aquella sería la única comunicación que se establecería entre ellas durante casi todo el verano.

«Ayuda a tus hermanas a poner la mesa.»

«Haz tu cama.»

«Dale de comer a Trufi.»

«Levántate.»

«A las diez en punto, en casa.»

Sus hermanas continuaban ignorándola, como siempre, la mayor en su cuarto y la pequeña en su consola. Pero cada vez que se encontraban con ella en la misma habitación, por lo general para comer o para cenar, y su madre salía del cuarto por cualquier motivo, Lliure solía lanzarle una mirada de desaprobación.

De las cuatro, físicamente era ésta la más parecida a su madre, aunque en el carácter parecía más enérgica, más firme, menos dispuesta a abandonar sus posiciones cuando se sentía cargada de razón.

A pesar de que sólo tenía cinco años cuando se quedaron solas tras la muerte del padre de Dafne y de Lucía, Lliure había sido desde bien pequeña el apoyo de su madre. Y con el tiempo, conforme fueron creciendo, ella misma se había ido arrogando cierta autoridad sobre las demás que a Dafne le sacaba de quicio, sobre todo cuando la miraba con aquel desdén con el que le recriminaba su comportamiento con Teresa.

—A ver cuándo le pides perdón a mamá, so niñata. No hay derecho a lo que le estás haciendo.

—¿Y a ti qué te importa, doña perfecta?

—Claro que me importa. También es mi madre, y la oigo llorar cada vez que le faltas al respeto.

—¿Y a mí ella no me falta al respeto?

—¿Pero tú estás tonta, o qué? ¿Quién te falta a ti al respeto?

—Vale, vale, vale... ¡No me des el coñazo tú también, joder! Además, anoche te oí discutir con ella y acabó llorando en su cuarto. A ver si ahora voy a ser la única que la hace llorar.

Y era verdad. Dafne no había reparado hasta ese momento en lo extraño que resultaba que Lliure discutiera con su madre. Siempre parecían de acuerdo en todo, como si la hija, a fuerza de sentirse el soporte de la madre, tuviera la misma capacidad de decisión sobre las cosas de la familia, y su criterio contase tanto como el de un adulto. Siempre sensata y dispuesta a echar una mano. Pero aquella noche, las dos habían terminado llorando, cada una en su habitación. Dafne no se paró a pensarlo, al fin y al cabo sólo era una pelea más de las muchas que retumbaban últimamente en la casa. También Cristina había tenido su propia bronca con Lliure y con su madre antes de marcharse a Dublin. Dafne las había escuchado discutir por culpa de una caja. Lliure debía de haberse puesto los zapatos que Cristina utilizaba en los cástings y los habría dejado fuera de su sitio, y su madre, como siempre, habría tratado de mediar en la pelea y acabó metida hasta el cuello. Todas terminaron llorando. Tampoco Dafne le dio importancia aquella vez, pero ahora pensaba que quizá desde aquella discusión se había enrarecido el ambiente en la familia. Cristina se fue como enfadada, Lliure estaba más huraña cada día y Teresa apenas hablaba.

Dafne se levantó de la mesa y le gritó a Lliure mientras salía de la cocina.

—La próxima vez que llore mamá por tu culpa, iré a pedirte explicaciones ¿vale?

Lliure tragó saliva y se esforzó por aparentar que no le afectaba lo que dijese Dafne, pero no pudo evitar que se le quebrase la voz.

Eres tan egoísta que ni siquiera puedes plantearte que los demás también tenemos problemas. No te preocupes, yo sí sé por qué llora mamá cuando discute conmigo.

Capítulo 21

El ordenador de Paula se convirtió en el refugio al que Dafne acudía todas las tardes para tratar de obtener noticias sobre Roberto.

Después de las clases particulares, que por supuesto su madre se empeñó en buscarle, y que la mantenían sujeta a la silla una hora y media bajo su permanente vigilancia, se dirigía a casa de Paula y subía corriendo los veinte tramos de escalera que la separaban del ordenador. Aquel momento era el único del día que le merecía la pena vivir, cuando apretaba el botón de encendido y colocaba la mano derecha sobre el ratón.

Al cabo de unos segundos, se oía el acorde de cinco notas que indicaba que el ordenar se había encendido, que le daba sentido a todas sus tardes.

Aquella musiquilla, que acompaña al saludo de bienvenida a los usuarios del mayor fabricante de software del mundo, se convirtió en lo único interesante del día. Un sonido característico, impersonal, idéntico al de otros ordenadores que utilizaban el mismo sistema operativo. Un sonido monótono, sin alma, pero al que ella se aferraba como se aferran los náufragos a cualquier objeto capaz de flotar.

-oOo-

Desde la ventana de la habitación de su prima, se veían las azoteas de los edificios cercanos, con sus tendederos alineados en perfectas filas paralelas, arqueados por el peso de la ropa.

Un sinfín de pinzas de colores y multitud de antenas, de diferentes formas y tamaños, recortaban el cielo.

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