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Authors: James Wesley Rawles

Tags: #Ciencia Ficción

Patriotas (65 page)

BOOK: Patriotas
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Cuando los dos BTR-70 se acercaron al camino rural, Todd observó con atención a través de los prismáticos. Cuando creyó que su posición era la correcta, accionó la
fougasse
vertical. En un primer momento Todd creyó que había apretado el botón demasiado pronto, ya que la explosión ocurrió bajo las ruedas delanteras de los BTR. El vehículo de diez toneladas no se elevó perceptiblemente con el estallido. El TBP continuó avanzando brevemente y paró. Empezó a salir humo de su interior. Algunos soldados alemanes corrieron hacia el BTR. Dos de ellos abrieron las puertas con la esperanza de rescatar de su interior a los supervivientes. Fueron recibidos solo por llamaradas rojizas y espesas nubes de humo negro.

El fuego en el TBP se hizo más intenso. Ahora, veinte soldados se arremolinaban en torno a la parte trasera del flameante BTR-70, cuyas ruedas de goma acababan de prender. Los cartuchos de 14,5 mm y las granadas del interior del TBP empezaron a calentarse. Temiendo las posibles explosiones, los soldados retrocedieron en desbandada de forma instintiva hacia el camino de entrada de los Gray. Todd no podía creerse lo afortunado que era. Golpeó el botón que accionaba la primera de las minas
fougasse
que Mike había preparado. Los pedazos de chatarra, cadenas y cristales rotos atravesaron al grupo de soldados y mataron a nueve de una tacada, como si se tratara de la invisible mano de un genio. Los supervivientes de esta explosión corrieron hacia los BTR que seguían intactos y llevaron consigo a dos soldados heridos.

A lo largo de toda la carretera los conductores de los BTR-70 pusieron en marcha los motores. La mayoría de los artilleros rotaron las torretas de 14,5 mm y dispararon largas ráfagas hacia la arboleda, principalmente hacia el este. Los artilleros de AGS-17 se unieron y dispararon sus lanzagranadas automáticos de 30 mm en lo que parecían descargas aleatorias. Estuvieron así varios minutos. Todd sonreía y reía a carcajadas, superado por la enormidad del desperdicio de munición que se estaba llevando a cabo allá abajo en la carretera. También veía el fuego automático de las armas pequeñas saliendo de las escotillas de varios BTR.

Las granadas y las trazadoras de 14,5 mm estaban iniciando esporádicos fuegos en la hierba y los arbustos. Era consciente de que en cualquier momento podía aterrizar cerca de él una granada, pero aun así se siguió riendo. Para su sorpresa, ni uno solo de los disparos se acercó a más de cuarenta y cinco metros de su posición. Usando los prismáticos, Todd vio que los TBP seguían aparcados durante el tiroteo. Vio también que la casa y el granero de los Andersen estaban ahora completamente en llamas. En medio del rugido de los disparos, Todd susurró:

—Adelante, quemad vuestra munición. Cansaos. Estáis más verdes que una lechuga. Estáis desatando el sonido y la furia y no le estáis acertando a nada. Vamos, ¡quemadla toda! Quemadla, chicos. Mientras tanto yo voy a reservar mi munición para tirar a dar, con paciencia y apuntando con cuidado, mil gracias.

Tras un rato, el ritmo de los disparos disminuyó visiblemente y finalmente se detuvo casi por completo. Todd detonó, una tras otra, las
fougasses
restantes, incluso aunque no hubiera objetivos frente a ellas. Todd se rió y susurró burlonamente:

—Estamos rodeados.

Los artilleros de los BTR empezaron a disparar a lo loco de nuevo, y esta vez el fuego proveniente de las armas de mano era aún más intenso. Finalmente, el ritmo volvió a reducirse y la columna de BTR-70 empezó a avanzar por la carretera. Unos pocos artilleros siguieron disparando descargas a ciegas a cualquier lado de la carretera. Todd observó a través de los Steiner cómo seguían avanzando por la carretera hasta perderse de vista.

—Corred, corred —murmuró mientras escuchaba el sonido de los motores perdiéndose en la distancia. Luego, lo único que pudo oír era el crepitar del fuego y los disparos ocasionales. Docenas de pequeñas lenguas de fuego ardían en un semicírculo de quince metros alrededor de los restos de la casa de Todd.

Todd esperó y esperó. La mayoría de las lenguas de fuego se apagaron rápidamente. Unas pocas en las pendientes encaradas al sur, más secas, aguantaron más tiempo pero también se extinguieron al llegar a la cresta de la cima. Afortunadamente, ninguna había ardido inmediatamente bajo su posición. El valle seguía estando cubierto por un velo de humo. Para cuando se acercaba el atardecer, los incendios de su casa y de la casa de los Andersen estaban prácticamente extinguidos. Seguían despidiendo mucho humo, pero solo quedaban llamas en unos pocos puntos.

★★★

Dos horas después de que oscureciera, Todd desconectó en silencio los cables WD-1 del panel Señor Destructor y lo envolvió en su poncho.

Se echó la mochila al hombro y cogió el panel y su rifle. El olor del humo pesaba en el ambiente. Todd echó aire por la nariz para limpiar sus fosas nasales. Cayó en la cuenta de que era posible que los alemanes hubieran dejado a alguien atrás, por lo que no se atrevió a acercarse a la casa para buscar armas abandonadas. Eso podría esperar a otro día. Todd emprendió en silencio y cuidadosamente una larga caminata siguiendo una ruta rumbo al Valle de la Forja.

Mientras caminaba resuelto, tarareaba muy bajito la melodía de una de sus canciones favoritas, un viejo himno cuáquero,
How Can I Keev From Singing?,
popularizado por Enya. La melodía y la letra se repetían una y otra vez en su cabeza, acompañando al ritmo de sus pasos:

«¿Cómo no voy a cantar?

Mi vida prosigue en una canción sin fin,

por encima de los lamentos de la tierra,

oigo el himno real aunque lejano,

que anuncia una nueva creación.

A través de todo el tumulto y la lucha

oigo vibrar su música,

que hace que resuene un eco en mi alma.

¿Cómo no voy a cantar?

Mientras la tempestad ruge con fuerza,

oigo la verdad, y vive.

Y aunque la oscuridad se cierne sobre mí

y me da canciones en la noche.

No hay tormenta capaz de sacudir mi calma más íntima

mientras me aferré a esa roca.

Si el amor es señor del cielo y de la tierra,

¿cómo no voy a cantar?

Cuando los tiranos tiemblan de terror

y oyen sonar su marcha fúnebre,

cuando los amigos se regocijan a lo largo y ancho,

¿cómo no voy a cantar?

En la celda de una prisión y en una vil mazmorra,

nuestros pensamientos vuelan hacia ellos.

Cuando la vergüenza cura el sacrilegio de nuestros amigos,

¿cómo no voy a cantar?».

26. La guerra de Dan

«Unusquisque sua noverit iré via.»

Properzio

Dan Fong se enteró mientras desayunaba de la llegada de las tropas. Una adolescente que vivía en la casa de al lado entró corriendo en la cocina.

—En la BC dicen que hay tanques federales y de Naciones Unidas en Moscow, que disparan a todo lo que se mueve y registran casa por casa.

Al salir fuera escuchó en la distancia lo que parecían detonaciones de artillería o quizá simplemente los cañones de los tanques que disparaban cada cierto tiempo. Dan le dio un beso a su mujer, cogió el HK91 y salió a toda prisa por la puerta en dirección al ayuntamiento.

El consejo de titulares de plena propiedad se reunió de forma espontánea. Tras tan solo cuarenta minutos de fuerte discusión se decidió qué era lo que se debía hacer. Las voces de los disidentes no fueron silenciadas hasta que quedó meridianamente claro que las tropas contaban con siete mil hombres y que estaban quemándolo todo a su paso. El consejo decidió que Potlatch sería evacuado de inmediato. Todos estuvieron de acuerdo en que quedarse solo serviría para alimentar la ira de los federales. Al este del pueblo había un paraje densamente arbolado y de grandes dimensiones. Los habitantes de Potlatch, unas cuatrocientas personas, solo tendrían que caminar unos cuantos kilómetros en dirección a los bosques: una vez allí podrían pasar completamente desapercibidos.

Dan empleó el resto del día ayudando a coordinar la evacuación. Asignó a su ayudante la responsabilidad de dirigir a los evacuados y de asegurarse de que todas las casas estuvieran vacías antes del mediodía del día siguiente. Preparó buena parte de la comida que tenían almacenada y la mayoría de las armas y municiones para que se las llevaran su mujer y sus hijos adoptivos, quienes tenían planeado ir a caballo detrás de la camioneta diesel con plataforma de su padre. Era una de los tres únicos vehículos que todavía funcionaban en la localidad, los otros dos también contaban con motores diesel. La falta de gasolina en buenas condiciones y de recambios había rebajado al resto de vehículos a la categoría de chatarra.

Dan pasó parte del tiempo haciendo planes con su mujer y despidiéndose. Cuando los niños no escuchaban, le dijo sin perder la calma que tenía menos de un cincuenta por ciento de posibilidades de salir con vida. Como sheriff, le dijo, su obligación era mantener la ley y proteger tanto las vidas como las propiedades de los habitantes libres de Potlatch. Dan había decidido permanecer allí y seguir llevando a cabo su trabajo. Cindy no quiso discutir con su marido.

—Te quiero, Dan —entonó dulcemente mientras lo besaba—. Haz todo lo posible por sobrevivir. No me hagas enviudar otra vez. Dejaré noticias de dónde nos puedes encontrar a mí y a los niños. —Después de eso, se colgó a la espalda el gastado HK-91 de Dan y se montó en su yegua Morgan. Antes de irse le dijo—: No te preocupes, estaré bien acompañada. Tengo al señor Heckler y al señor Koch para protegerme.

Dan se rió, era una de sus bromas favoritas.

—¿Y el coronel Cok? —le preguntó.

—Sí, claro —contestó Cindy sonriendo—. Y por si acaso también están el señor Sykes y el señor Fairbairn. Mantén seca la pólvora, Dan, te quiero. —Cindy Fong se volvió para saludar con la mano varias veces mientras se alejaba con su yegua.

Dan dejó muy pocas de sus pertenencias en la casa de Potlatch. Hacía menos de un año que su camioneta Toyota se había averiado y había quedado inmovilizada en la parte de atrás del granero de un vecino. El vehículo necesitaba una nueva bomba de agua, y pese a haber estado buscando durante varios meses, no había conseguido localizar ninguna.

Cuando cayó la noche, no quedaba nadie en la ciudad, aparte de Fong. Según lo que había escuchado en la BC, Dan calculó que probablemente tendría un día, o tal vez dos, para prepararse.

Fong eligió la cima de una colina a mil seiscientos metros al sudeste del centro de Potlatch. Desde allí se podía divisar la totalidad del valle. Tras llevar a cabo tres agotadores viajes, llevó hasta allí sus dos armas de largo alcance más preciadas y el resto de su equipo. Fong tardó veinticinco minutos en desmontar, limpiar, engrasar, volver a montar y recargar las dos armas que había llevado consigo. El último paso del proceso fue limpiar las ópticas con un papel especial para lentes y un cepillo de pelo de camello. Un mes antes había hecho disparos de prueba y había vuelto a calibrar los puntos de mira de las dos armas.

La primera era un fusil de repetición McMillan de calibre.50 recubierto de fibra de vidrio. Le quedaban todavía ochenta y seis cartuchos. El otro fusil era un Steyr SSG.308 Winchester de color verde. Se trataba de un modelo estándar
vintage
SSG de 1980 con doble gatillo. Dos años antes del colapso, Dan le había añadido una mira Trijicon y un objetivo con una lente de 56 mm. Esta mira usa unas mirillas especiales que se iluminaban por medio de unos viales de gas de tritio radioactivo. Accionando una anilla selectora, podía cambiar a verde, rojo o ámbar. Con luz diurna, también tenía dispositivos para que las mirillas fueran negras estándar o bien de color magenta al ser iluminadas por una pequeña cúpula colocada en la parte posterior de la mira que recogía la luz. Dan solía decir que la Trijicon era «lo mejor después de una Starlight para disparar durante la noche».

La única modificación que Dan hizo en el SSG fue añadir un tapafuegos de tres puntas de marca DTA. Mucho tiempo antes del colapso, envió el cerrojo del rifle a un armero que había en Holland's, en Oregón. Allí hicieron unas incisiones en la boca del cañón e instalaron uno de los frenos de boca que tenían patentados. Dan no estaba tan interesado en reducir el retroceso como en la posibilidad de instalar un tapafuegos. Se imaginó que una pieza así llamaría la atención en tiempos de paz, así que dejó colocado el freno de boca, que levantaría menos suspicacias. En todo caso, antes de producirse el colapso, siempre tenía el tapafuegos en la funda del SSG, por lo que pudiera pasar.

Acabó de limpiar las armas al mismo tiempo que caía la noche. Desenrolló el saco de dormir y se sumergió de inmediato en un sueño profundo. La mitad del día siguiente la empleó cavando una pequeña posición de combate y camuflándola con la mitad de una red de camuflaje en forma de diamante conseguida en alguna tienda de saldos del ejército. A continuación, descendió la parte trasera de la colina y cavó una trinchera de metro y medio de largo, veinticinco centímetros de ancho y cincuenta de hondo. Junto al agujero, dejó el rifle SSG de fabricación australiana metido en el estuche Pelican del McMillan con tan solo uno de los pestillos cerrados. Después, eligió una segunda posición de combate tras ascender las tres cuartas partes de la siguiente colina. Cuando terminó de cavar el segundo agujero para atrincherarse, estaba exhausto. Por suerte, y al igual que había sucedido con los dos agujeros anteriores, tan solo se encontró unas cuantas piedras del tamaño de una mano. Antes de que se hiciese de noche, terminó de camuflar ese último agujero. Para ello, utilizó la otra mitad de la red con forma de diamante. Dan dejó la mochila en el fondo del agujero y volvió caminando sin hacer ruido a su posición principal. Ya había oscurecido. Se envolvió con su poncho y con la funda de este y no tardó nada en dormirse.

Cuando se despertó con las primeras luces del alba, lo primero que hizo fue observar de forma sistemática toda la zona con sus prismáticos. No percibió ningún tipo de actividad, ni en la ciudad, ni en los alrededores. Sin embargo, en dirección sudoeste, escuchó algo que parecía fuego de cañones o de morteros. Dan se arrodilló y rezó en silencio un padrenuestro. Inspeccionó Potlatch y el camino por medio de los prismáticos. A continuación, rezó un poco más.

Después, se puso en pie y respiró profundamente. Tenía claro qué era lo que tenía que hacer.

BOOK: Patriotas
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