Perdida en un buen libro (41 page)

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Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

BOOK: Perdida en un buen libro
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—En una caja fuerte con llave y cerradura de combinación dentro de la propia biblioteca.

—Bien. Primero debemos entrar. ¿Puede recordar algún otro libro presente en la biblioteca?

Pensé un momento.

—Había una primera edición muy rara de
Decadencia y caída
de Evelyn Waugh.

—Vamos —dijo Tweed abruptamente—. Adelante.

Tomamos el ascensor hasta el piso «W» de la Biblioteca, encontramos el ejemplar que buscábamos y pronto estuvimos en el libro, pasando de puntillas por una zona ruidosa del jardín del Scone College. Tweed se concentró en el salto externo y unos momentos después estábamos de pie en la biblioteca cerrada de Vole Towers.

—Gato —dijo Harris, mirando por la biblioteca desordenada—, ¿me recibes?
[33]

«Basta con un simple "sí". Envía a los revientacajas a través de
Decadencia y caída.
Si se encuentran con el capitán Grimes,
bajo ninguna circunstancia
deben prestarle dinero. ¿Hay algo sobre Volescamper o Kaine?
[34]

»¡Maldición! —exclamó Tweed—. Era demasiado esperar que fuesen tan estúpidos como para usar sus verdaderos nombres.

De pronto aparecieron dos hombres a nuestro lado y Harris les señaló la caja fuerte. Uno vestía un exquisito traje de noche sobre el que, despreocupadamente, se había echado una capa. El otro vestía un traje de lana más sobrio y traía una bolsa que, una vez abierta, mostró una variedad de hermosas herramientas para reventar cajas fuertes. Después de dedicar unos momentos a examinar con ojos de experto la caja de la biblioteca, el mayor de los dos se quitó la capa y la chaqueta, tomó el estetoscopio que le ofrecía su compañero y escuchó los ruidos de la cerradura mientras giraba delicadamente la rueda de las combinaciones.

—¿Ése es Raffles? —susurré—. ¿El caballero ladrón?

Harris asintió, mirando la hora.

—Con su ayudante, Bunny. Si alguien puede abrir la caja, son ellos.

—¿Quién cree que robó el
Cardenio?

—Evidentemente, alguien de
dentro
de los libros, de eso estamos completamente seguros. El problema radica en encontrarlo. Hay varios millones de candidatos posibles y cualquiera de ellos podría haber desertado, haber saltado fuera de su libro, haber robado el
Cardenio
y haberlo traído hasta aquí.

—¿Cómo se sabe si alguien es un impostor o no?

Harris me miró.

—Con mucha dificultad. ¿Cree que pertenezco aquí, a su mundo?

Miré al hombre bajito vestido con el elegante traje de espiguilla y usé el dedo para tocarle delicadamente el pecho. Para mí era tan real como cualquier otra persona que hubiese conocido, dentro o fuera de los libros. Tomó aliento, sonrió, frunció el ceño. ¿Cómo se suponía que debía distinguirlo?

—No sé. ¿Ha salido de una novela de detectives de los años veinte?

—Se equivoca —respondió Harris—. Soy tan real como usted. Tres días a la semana trabajo como operador de señales de Skyrail. Pero ¿cómo
podría
yo demostrarlo? Igualmente podría ser un personaje secundario de una novela que nadie conoce. La única forma segura de saberlo sería tenerme en observación durante dos meses… ése es más o menos el límite de tiempo que un personaje libresco puede estar fuera de su libro. Pero ya basta. Nuestra máxima prioridad es recuperar el manuscrito. Después podremos empezar a decidir quién es quién.

—¿No hay un método más rápido?

—Sólo hay otro que yo sepa. Ninguna persona de un libro estaría dispuesta a recibir un balazo; si uno intenta dispararle lo más probable es que salte.

—Un poco como eso que hacían de lanzar a las brujas al agua.

—No es el método ideal —dijo Harris con aspereza—. Soy el primero en admitirlo.

En media hora Raffles había deducido la combinación y en aquel momento se concentraba en el segundo mecanismo de cierre. Lentamente taladraba un agujero en el disco de combinación y para nuestros sentidos agudizados por los nervios la broca armaba un estruendo asombroso. Le mirábamos y le animábamos en silencio a ir más rápido cuando un ruido en la pesada puerta de la biblioteca nos obligó a girarnos. Harris y yo saltamos a cada lado mientras la rueda giraba y desplazaba los cierres de metal de los huecos en el marco de acero, y la puerta se abría lentamente. Raffles y Bunny, habituados a ser molestados, recogieron en silencio sus herramientas y se ocultaron tras una mesa.

—Mañana por la mañana a primera hora entregaremos el manuscrito a los editores —dijo Kaine entrando con Volescamper. Tweed los apuntó con su automática y dieron un salto. Yo cerré la puerta y activé el mecanismo de cierre antes de registrarlos.

—¿Qué significa esto? —dijo Volescamper furioso—. ¿Señorita Next? ¿Es usted?

—La misma que viste y calza, Volescamper.

Yorrick Kaine se había puesto carmesí.

—¡Ladrones! —escupió—. ¡Cómo se atreven!

—No —respondió Harris, llevándolos al centro de la estancia e indicándole a Raffles que siguiese trabajando—. Sólo hemos venido a recuperar el
Cardenio…
que no pertenece a ninguno de ustedes dos.

—Vamos a ver, no sé de qué están hablando —se puso a decir Volescamper con enfado—, pero esta casa está rodeada de agentes de OE-14… no hay forma de escapar. Y en cuanto a usted, señorita Next, ¡me decepciona profundamente su perfidia!

—¿Qué opina? —le dije a Harris—. Su indignación
parece
genuina.

—Lo parece… pero tiene menos que ganar de todo esto que Kaine.

—Tiene razón… apuesto por Kaine.

—¡¿De qué hablan?! —exigió saber Kaine furioso—. El manuscrito pertenece a la literatura. ¿Cómo creen que van a vender algo así en el mercado? Es posible que crean que pueden salirse con la suya, ¡pero moriré antes de permitir que se lleven una herencia literaria que nos pertenece a todos nosotros!

—Bien, no sé —añadí—. Kaine también es bastante convincente.

—Hay que recordar que es un político.

—Cierto —respondí, chasqueando los dedos—. Lo había olvidado. ¿Y si no es ninguno de los dos?

No tuve tiempo para la respuesta porque se produjo un estruendo en algún punto de la fachada de la casa y se oyó el sonido de una explosión. Un gemido gutural llegó hasta mis oídos seguido de los gritos aterrorizados de un hombre que sufría un horror mortal. Un escalofrío me recorrió la columna y tuve la certeza de que todos los presentes también lo habían oído. Incluso el implacable Raffles se detuvo un momento antes de ponerse a trabajar un pelín más rápido.

—¡Gato! —exclamó Harris—. ¿Qué pasa?
[35]

»¿La Bestia Cazadora? —exclamó Tweed—. ¿La Bramadora? Llama de
inmediato
al rey Pelinor.
[36]

—¿La Bestia Cazadora? —pregunté—. ¿Eso es malo?

—¿Malo? —respondió Harris—. Es lo
peor.
La Bestia Cazadora nació en la tradición oral,
antes
de los libros, por lo que todo horror oscuro que surge de la imaginación humana debe su existencia a la antigua Bramadora. Posee muchos nombres, pero su objetivo es siempre el mismo: muerte y destrucción. Tan pronto como atraviese la puerta todos los presentes estaremos completamente muertos.

—¿Atravesará la puerta de la bóveda?

—Todavía no se ha creado la barrera que pueda resistirse a la Bestia Cazadora… excepto Pelinor; ¡lleva años persiguiéndola!

Harris se volvió hacia Kaine y Volescamper.

—Pero algo nos aclara. Uno de vosotros
es
ficticio. Uno de vosotros ha invocado a la Bestia Cazadora. ¡Quiero saber quién ha sido!

Los dos prisioneros miraron a Tweed con expresión confundida. Se oyó otro gemido bajo, la ametralladora de la puerta principal calló y el sonido de la madera partiéndose llegó a nuestros oídos cuando la Bestia Cazadora forzó la entrada principal… y acercó su forma odiosa a la biblioteca.

—¡Gato! —volvió a gritar Tweed—. ¿Dónde está ese rey Pelinor que he pedido?
[37]

»Sigue intentándolo, gato —murmuró Tweed—. Todavía nos quedan unos minutos. Next…
¿tiene
alguna idea?

Negué con la cabeza. Los acontecimientos me habían superado.

Se oyó un crujido cuando la Bestia Cazadora recorrió el pasillo entre gritos de terror y disparos esporádicos de rifles.

—¿Raffles? —gritó Tweed—. ¿Cuánto tiempo falta?

—Dos minutos, viejo amigo —respondió el revientacajas sin dejar de trabajar ni alzar la vista. Había terminado de taladrar el agujero, fabricó un pequeño embudo con arcilla, lo pegó al lateral de la caja y vertió en él lo que parecía nitrógeno líquido.

La batalla del exterior pareció aumentar de ferocidad con gritos, explosiones de granada, aullidos y el rugido de las armas automáticas hasta que, tras una potente explosión que agitó las luces del techo y movió los libros, todo quedó en paz.

Nos miramos. Incluso Volescamper y Kaine guardaban silencio. Luego se oyó una delicada llamada al otro lado de la puerta de acero. Hubo una pausa, luego otra llamada.

—¡Gracias al cielo! —dijo Tweed aliviado—. El rey Pelinor debe de haber llegado y la ha hecho huir. Señorita Next, abra la puerta.

Pero no lo hice. No me fiaba de las bestias odiosas surgidas de los más profundos recovecos de la imaginación humana, por lo que no me moví. Y estuvo bien que no lo hiciese. El siguiente golpe fue más potente y el siguiente a
ése
todavía más violento; la puerta se dobló un poco.

—¡Maldición! —exclamó Tweed—. ¿Por qué
nunca
hay un Pelinor cerca cuando hace falta? ¡Raffles, no nos queda mucho tiempo!

—Sólo unos minutos más… —repuso Raffles con tranquilidad, dando golpecitos a la puerta de la caja mientras Bunny le daba a la manilla.

Tweed me miró mientras la puerta de la biblioteca se doblaba bajo otro pesado golpe; una larga grieta se abrió en el acero y la rueda se rompió y cayó al suelo. Ya no faltaba mucho.

—Vale —dijo Tweed reacio, agarrándome del codo en previsión del salto—, ya está. Raffles, Bunny, ¡fuera de aquí!

—Sólo un momento más… —respondió el revientacajas, que estaba acostumbrado a las situaciones difíciles y no quería rendirse ante una caja fuerte, fueran cuales fuesen las consecuencias.

La puerta de acero se dobló al cargar la Bestia Cazadora con todas sus fuerzas; los libros cayeron de los estantes levantando una nube de polvo. Luego, cuando la Bestia Cazadora se preparaba para otro golpe, tuve lo que me había faltado en la última media hora.
Una idea.
Me acerqué a Tweed y le susurré al oído.

—¡No! —dijo—. ¿Y si…?

Se lo volví a explicar; sonrió, asintió y yo empecé:

—Así que uno de los dos es ficticio —aseguré mirándolos.

—Y tenemos que descubrir cuál —comentó Tweed, apuntándolos con el arma.

—Podría ser Yorrick Kaine… —añadí mirando a Kaine, quien a su vez me miraba con furia, preguntándose qué estábamos tramando.

—… un político de derechas fracasado…

—… entusiasmado con la guerra…

—… y con recortar las libertades civiles.

Tweed y yo intercambiábamos frases tanto como nos atrevíamos, cada vez más rápido, con los golpes de la Bestia en el exterior igualando los golpes del martillo de Raffles en el interior.

—O quizá sea Volescamper…

—¿… un lord del
viejo
reino que quiere…

—… intentar recuperar…

—… el poder con la ayuda…

—… de sus amigos del partido
whig?


Pero
lo que importa de todo este diálogo…

—… que ha ido pasando entre…

—… nosotros dos, es que una
persona ficticia…

—… puede que ya no sepa quién está hablando.

—Y la verdad, con tantas emociones,
yo también lo he olvidado.

Otro golpe contra la puerta. Un trozo de acero salió volando y me pasó junto a la oreja. La puerta estaba casi destrozada; el siguiente golpe dejaría entrar a la abominación.

—Así que vais a tener que plantearos una pregunta sencilla:
¿Cuál de nosotros dos habla ahora?

—¡Tú! —gritó Volescamper, señalándome correctamente. Kaine, demostrando sus raíces ficticias por su incapacidad para seguir diálogos sin asignar, señaló con el dedo… a
Tweed.

Se corrigió con rapidez, pero para el político era demasiado tarde y lo sabía. Nos miró con furia, temblando de rabia. Sus modales encantadores parecían haberle abandonado al caer en nuestra trampa; la afabilidad cedió paso al desprecio, la cortesía sucumbió a las amenazas torpes.

—Escuchen —gruñó Kaine, intentando recuperar el control de la situación—, los dos están nadando en aguas muy profundas. Si intentan arrestarme, les puedo poner las cosas
muy
difíciles… Una llamada de notaalpiéfono por mi parte y los dos podrían pasar la próxima eternidad en vigilancia de gramásitos dentro del
OED.

Pero Tweed también estaba hecho de material resistente.

—He cerrado argujeros en
Drácula
y
Biggles vuela a Oriente
—respondió sin inmutarse—. No me asusto con facilidad. Retire a la Bramadora y ponga las manos sobre la cabeza.

—Dejadme el
Cardenio…
sólo hasta mañana —añadió Kaine, cambiando abruptamente de táctica y forzando una sonrisa—. A cambio puedo daros lo que
queráis.
Poder, dinero… un ducado, Cornwall, intercambio de personajes en Hemingway… ¡lo que queráis, Kaine os lo dará!

—No tiene nada de valor con lo que negociar, señor Kaine —le dijo Tweed, agarrando con fuerza la pistola—. Por última vez…

Pero Kaine no estaba dispuesto a dejarse atrapar vivo ni en ningún otro estado. Nos maldijo con una dolorosa excursión al décimosegundo círculo del Infierno y desapareció antes de que Tweed pudiese disparar. La bala se hundió sin causar daño en una colección completa de la revista
Punch.
Al mismo tiempo la puerta de acero se abrió. Pero en lugar de una pestilente bestia del infierno conjurada desde las profundidades de las fantasías más depravadas de la humanidad, sólo entró una helada corriente de aire, trayendo consigo el olor de la muerte. La Bestia Cazadora se había desvanecido tan rápido como su amo, de vuelta a la tradición oral y a cualquier libro tan desafortunado como para tenerla como personaje.

—¡Gato! —gritó Tweed mientras se guardaba el arma—. Tenemos un LibroHuido. ¡Necesito un librosabueso tan rápido como sea posible!
[38]

Volescamper se sentó en una silla y puso cara de desconcierto.

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