Pesadilla antes de Navidad (2 page)

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Authors: Daphne Skinner

Tags: #Fantástico, Humor, Infantil, Juvenil

BOOK: Pesadilla antes de Navidad
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—Trescientos sesenta y cuatro —vociferó un hombre lobo más preocupado que nadie.

—¿Queda algún lugar que hayáis olvidado rastrear? —preguntó el Alcalde—. Pensadlo bien y decídmelo.

—Yo he buscado en las criptas —dijo un vampiro.

—Nosotras hemos abierto las tumbas —gritaron las brujas.

—Yo he registrado el cementerio —añadió el hombre lobo—. Pero él no estaba allí.

La preocupación iba en aumento. Los ánimos decaían. ¿Dónde estaba?

—Ha llegado el momento de tocar la alarma —dijo el Alcalde.

La alarma de la ciudad consistía en los lamentos de un gato maullando. El distante sonido llegó a oídos de Sally cuando estaba mezclando un brebaje muy especial. Ella lo llamaba Pócima de la Sopa para Dormir, aunque cuando se lo sirvió al Científico Malo lo llamó simplemente comida. Lo había hecho con muchas belladonas y, si el doctor se lo bebía, dormiría durante una semana.

«Estaría bien que funcionara —pensó Sally mientras colocaba un humeante cuenco de la sustancia frente al doctor—. Entonces podría marcharme. Para siempre».

—Tome un poco —le instó.

El doctor lo olfateó con apetito, pero luego sumergió la cuchara en el líquido.

—Aliento de sapo —gruñó el doctor.

—¿Qué pasa? —dijo inocentemente Sally—. Creía que le gustaba el aliento de sapo.

Pero en su interior estaba amedrentada. Había usado aliento de sapo para disimular el olor de las belladonas. ¿Habría puesto demasiado?

—No hay nada más sospechoso que el aliento de sapo —dijo el doctor. Introdujo la cuchara en la sopa y se la tendió a Sally—. Hasta que tú no lo pruebes —le dijo— no me tragaré ni una cucharada.

Sally soltó la cuchara con una tonta risita nerviosa.

—No tengo hambre —dijo.

El doctor la observó atentamente con la más malévola de sus miradas.

—Tú quieres que me muera de hambre, ¿no? Estoy débil. Soy viejo ¡Y tú me debes la vida a mí!

—Oh, no sea tonto —dijo Sally. Se inclinó como si cogiera la cuchara, puso la mano en su media y sacó una cuchara con un agujero. La hundió en la sopa e hizo como si sorbiera ruidosamente una cuchara de caldo.

¡Funcionó! Gracias a la cuchara agujereada, la sopa cayó otra vez en el interior del cuenco, pero el doctor no lo vio. Sally suspiró aliviada cuando él le arrebató el cuenco y empezó a comer con mucho apetito.

—¿Lo ve? —le dijo ella mientras él engullía ávidamente—. Está de rechupete.

En su cara de trapo se dibujó una sonrisa de esperanza. «Pronto —pensó—. Muy pronto seré libre».

Capítulo cuatro

Mientras, en la plaza de la ciudad, había tan poca esperanza como murciélagos con plumas. Sin embargo, la desesperación abundaba por doquier. El Alcalde, que yacía repanchigado sobre su coche fúnebre, tenía más que suficiente desesperación para todos. Cuando anocheció levantó los ojos desesperado hacia el cielo que se iba oscureciendo. ¿Dónde estaba Jack?

Nadie lo sabía.

Entonces, justo cuando una raja de luna estaba apareciendo en el cielo, se oyó un ladrido lejano. Seguido por un extraño rumor, que iba aumentando gradualmente de intensidad.

—¿
Zero
…? ¿Jack…? —el Alcalde apenas se atrevía a pronunciar las palabras en voz alta. Se incorporó. La multitud se agitó.

El rumor se convirtió en un apagado estruendo. Jack irrumpió en la plaza conduciendo una airosa motonieve de color rojo de la Ciudad de la Navidad.
Zero
le seguía con la nariz brillante y ladrando entusiasmado.

Confusos gritos de entusiasmo llenaron la plaza. El Alcalde, vacilando entre sentirse aliviado o enfadado, optó, obviamente, por el enfado.

—¿Dónde has estado? —estalló—. ¡Hemos estado terriblemente preocupados!

—Convoca un reunión de la ciudad y os lo contaré todo —respondió Jack con una sonrisa.

Jack todavía sonreía cuando unas horas después la ciudad se llenó por completo. Tenía estupendas novedades que contarles, y todo el mundo parecía un poco confuso, aunque impaciente por escucharlo. Sally, inmediatamente después de dejar dormido al Científico Malo, se apretujó con el resto de la multitud. Cuando Jack subió al podio, un murmullo de interés y entusiasmo se extendió por la sala. Pero cuando Jack intentó describir la Ciudad de la Navidad, el interés se convirtió en perplejidad. ¿La Ciudad de la Navidad? ¿Qué era eso?

—Es un lugar distinto de cualquiera que yo haya visto nunca —dijo Jack—. Yo… no puedo describirlo, pero no es un sueño: ¡es tan real como mi cráneo!

La multitud estaba desconcertada. por suerte Jack había venido preparado. SE volvió hacia la mesa que estaba a su lado, donde había un montón de regalos de Navidad.

—Esperad que os enseñe esto —dijo, sosteniendo una vistosa caja envuelta con papel—. Esto es un regalo. Todo empieza con una caja.

—¿Una paja? —preguntó un demonio—. ¡Qué encantador, una paja!

—¡No! —gritó Jack, cuya sonrisa empezaba a desvanecerse—. ¡Una caja, con papel de muchos colores y un lazo!

—¿Un lazo? —dijo una bruja. ¿Por qué un lazo?

—¡Que repugnante! —dijo otra bruja. Pero bueno, ¿y qué hay dentro?

—Lo importante de la cuestión es que no se sabe —dijo Jack.

¿No se sabe? ¿De qué está hablando Jack? La confusión se cernió sobre la multitud como una fina lluvia de mayo. Jack decidió intentar otro método. Sostuvo en alto un enorme calcetín rojo de Navidad.

—En la Ciudad de la Navidad —dijo— cuelgan en la pared un calcetín descomunal como éste.

—¿Hay un pie dentro? —le interrumpió alguien. ¡Déjame mirar!

—¡Yo también quiero verlo! —dijo otro. ¿Está podrido y cubierto de gusanos?

Ahora no había ni sombra de sonrisa en la cara de Jack, y empezaba a dar muestras de frustración.

—No hay ningún pie dentro —le dijo a la multitud con tanta paciencia como pudo—. Hay golosinas, o a veces está lleno de juguetitos.

—¿Juguetes?

—¿Y muerden?

—¿Explotan?

—¿Asustan a las niñas y a los niños?

Jack se dio cuenta de que así no iba a llegar a ninguna parte. Esta gente nunca entendería el mensaje de buena voluntad y alegría de la Navidad. Y decidió que quizá sería mejor darles lo que querían. Cosas espeluznantes y escalofriantes al más puro estilo de la Ciudad de Halloween. Se inclinó como si fuera a confiarles un terrible secreto.

—He dejado lo mejor para el final —dijo—. El soberano de la Ciudad de la Navidad es un espantoso rey con una potente y profunda voz. Y en las noches oscuras vuela por el aire: ¡y asesina en el cielo!

Al oír esto la multitud se quedó en silencio.

—Es enorme y rojo, como una langosta gigante —continuó Jack—. Lo llaman Zampa Claus.

Estas palabras causaron sensación en la audiencia. Mientras todos empezaban a hablar con gran excitación, Jack recogió lentamente todos sus regalos de la Ciudad de la Navidad. La reunión no había sido precisamente como él esperaba. Todo el mundo estaba entusiasmado, pero nadie había entendido por qué la Ciudad de la Navidad era tan especial. ¿Podría hacérselo entender alguna vez? Jack suspiró y se dirigió a su casa. Simplemente no lo sabía.

Capítulo cinco

Pero después de pasarse la noche en su torre, rodeado de toda la parafernalia de la Ciudad de la Navidad —bolas de nieve, golosinas, ramas de acebo— Jack estaba decidido a intentarlo de nuevo. Esta vez iba a hacerlo de otra forma. Metódicamente, científicamente. Hizo chasquear sus dedos de hueso.

—Eso es —gritó—. Realizaré varios experimentos y aislaré al espíritu de la Navidad… ¡científicamente! ¡Qué idea más genial, Jack!

Después de un rápido viaje a la casa del ahora recuperado Científico Malo para tomar prestados algunos objetos, Jack se puso manos a la obra. Primero montó un laboratorio en el piso más alto de su torre, con su equipo correspondiente: un microscopio, una centrifugadora, tubos de ensayo, cubetas, y vasos de precipitación. Después empezó a experimentar con varios objetos para encontrar el espíritu de la Navidad. Empezó con el muérdago. Sin éxito. Luego lo probó con un caramelo y un osito de peluche. Tampoco hubo suerte. Sus ojos se posaron sobre un montón de brillantes adornos de Navidad: bolas de cristal, ángeles y una reluciente estrella.

—Humm —murmuró—, vale la pena probarlo.

Aplastó la estrella y echó el polvo en un vaso de precipitación. Al principio no pasó nada. Luego empezó a brillar y a latir, llenando la habitación de una agradable luz verde. ¿Qué era eso? ¿Qué significaba? Jack no tenía ni idea.

No muy lejos, alguien más estaba viendo esa titilante luz verde. Mientras Jack estaba en su torre completamente pasmado por el misterioso brillo, Sally Muñeca de Trapo lo veía desde su ventana, en lo alto de su habitación, donde el Científico Malo la había encerrado bajo llave.

Sally quería más que nunca escapar del doctor. pero por primera vez en su solitaria vida de muñeca de trapo, anhelaba escaparse para reunirse con alguien. Y ese alguien era Jack. Sally se había enamorado de él.

Había decidido enviarle un regalo —una poción especial que había preparado para ella misma—. Puso la poción en un cesto y lo hizo bajar con una cuerda a través de la ventana. ¡El suelo estaba aún tan lejos! Por unos instantes Sally perdió el coraje. Pero al pensar en Jack lo recuperó en seguida. La cesta aterrizó en el suelo, y Sally recuperó su resolución. Entonces saltó.

Cayó con un ruido lo suficientemente suave para que nadie, y sobre todo el Científico Malo, lo oyera. Aunque perdió un brazo y una pierna en la caída, a Sally le daba igual. Era hábil. Había venido preparada. Cogió su fiel aguja de zurcir y procedió a coserse sus miembros otra vez. No tardó mucho. Unos instantes después estaba bajo la torre de Jack, atando la cesta a una cuerda que colgaba de una polea desde la ventana de Jack.

Cuando la cesta de Sally llegó arriba, Jack todavía estaba concentrado en otra ecuación. Había escrito: regalos + muérdago + bolas de nieve = diversión de Navidad. Parecía tan buena como cualquiera de las otras. ¿Por qué no podían algunas de estas ecuaciones tener un sentido? Jack se rascó el cráneo. le empezaba a doler.

La cesta en la ventana fue una agradable interrupción. Y Sally también, estaba ahí abajo, de pie, sonriéndole. Verla le alegró inmensamente, aunque no podía precisar por qué. Entonces se dio cuenta de que había una botella en la cesta. La abrió. Una tenue nubecilla se escapó de la botella y formó una figura en el aire, encima de la cabeza de Jack. Se convirtió en una mariposa fantasmal, hermosa e inolvidable.

«¿Qué encantadora!», pensó Jack.

Se asomó a la ventana para darle las gracias, pero ella ya había desaparecido.

Aunque era sumamente inteligente y suficientemente valiente para saltar al suelo desde una altura de cinco metros, Sally era también un poquito tímida. Cuando Jack le había sonreído desde arriba, ella se había sentido embargada por una timidez tan abrumadora que se alejó tan rápidamente de la torre como la escoba a propulsión de una bruja. Ahora estaba sentada en las puertas de la ciudad, preguntándose qué le depararía el futuro. Bueno, había una manera de averiguarlo.

Sally cogió una flor y empezó a arrancarle los pétalos uno a uno.

—Me quiere, no me quiere —susurró—. Me quiere, no…

De repente la flor que Sally tenía en la mano hizo algo muy raro. Empezó a girar rápidamente, ¡y se convirtió en un árbol de navidad en miniatura!

Sally lo miró fijamente, sin saber qué pensar. ¿Significaba eso que Jack no la amaba? ¿O era un mal presagio para sus planes de Navidad? No tenía ni idea. De pronto el arbolito ardió y desapareció, dejando a Sally fría, confusa y completamente en tinieblas.

Capítulo seis

Sally no era la única que estaba en tinieblas esa noche. En lo alto de su torre, Jack también estaba absolutamente aturdido. Había hecho cincuenta y seis ecuaciones más. había experimentado con todo, desde trenes de juguete hasta los adornos de Navidad. Había leído cuentos de navidad y se había aprendido de memoria algunos villancicos. Había sido metódico. Había… fracasado. A pesar de todos sus cálculos, Jack aún no había sido capaz de aislar el espíritu de la Navidad. Se sentía tan lejos de encontrar una solución como cuando había empezado.

Gimió, tapándose los ojos con la mano, desesperado. Cuando los abrió, se posaron en el vaso de precipitación, de un vivo color verde, que estaba encima de la mesa. La luz era ahora más suave, pero todavía muy bonita. Al mirarla, Jack se sintió mejor. Encontraría una respuesta y no importaba cuánto tiempo le llevara.

Y entonces, como si de repente se hubiera hecho la luz, tuvo una idea. «¡Lo he estado haciendo todo mal! —comprendió—. Nunca podré convertir la Ciudad de Halloween en la Ciudad de la Navidad. Es imposible. Somos demasiado distintos. Pero no importa. Podemos hacer algo aún mejor. Podemos hacerles regalos a los niños y las niñas de todo el mundo. ¡Podemos tener una Navidad a nuestro estilo!».

Jack sonrió. Había llegado el momento de convocar otra reunión de la ciudad.

El Alcalde estaba perplejo. Primero se convoca un reunión de la ciudad y unos minutos después se convoca otra reunión de la ciudad. ¡Todas esas reuniones le estaban mareando! ¿Qué estaba pasando?

Pero con toda esa confusión, el Alcalde sabía que un buen jefe tenía que mostrarse firme o, al menos, parecerlo. Por eso procuró poner su mejor sonrisa de turno, cuando se reunió con Jack en el interior del Ayuntamiento. Quizá esa disparatada idea de celebrar una Navidad en la Ciudad de Halloween funcionara. Lo importante era actuar como si todo fuera perfectamente normal, como si todo fuera parte de un plan maestro que él, el Alcalde, había ayudado a tramar.

Pero, ay, era muy duro. El Alcalde intentó, lo mejor que pudo, que pareciera que sabía qué estaba ocurriendo mientras Jack repartía las tareas. Los hombres lobo tenían que hacer galletitas de navidad, el Científico Malo tenía que hacer esos extraños animales que vuelan con ramas en la cabeza, y los vampiros tenían que hacer muñequitas de trapo. Jack estaba consiguiendo que todos los habitantes de Halloween participaran, incluidos Lock, Shock, y Barrel, lo profesionales de la trampa o la recompensa de la Ciudad de Halloween.

Cuando aparecieron, sonriendo maliciosamente, con esas tontas máscaras, el Alcalde tuvo un escalofrío. No era porque el diablillo, la bruja y el demonio fueran tramposos. Ésa era un profesión respetable en la Ciudad de Halloween. No, era por otra cosa.

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