Pesadilla antes de Navidad (4 page)

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Authors: Daphne Skinner

Tags: #Fantástico, Humor, Infantil, Juvenil

BOOK: Pesadilla antes de Navidad
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Jack, encantado con el gorro rojo de santa, no vio cómo ella se marchaba. El gorro, pensó, era justo lo que le faltaba para completar su deslumbrante traje de Navidad. Se lo ajustó para que estuviera ladeado en su cráneo, y estar así preparado para saltar a su trineo. Cuando el Alcalde terminara su discurso de despedida, Jack podría marcharse.

Jack miró al Alcalde y abrió muchos los ojos. Él y toda la gente miraban a su alrededor sin poder dar crédito a sus ojos. Una niebla espesa y blanca había surgido de la nada y estaba girando como un torbellino en medio de la plaza de la ciudad. era pesada. Era siniestra. Era tan escalofriante e intensa como la niebla de la noche de Halloween. Y al igual que esa niebla, había envuelto a todo el mundo.

—¡Oh, no! —se quejó Jack—. Nunca podremos marcharnos. El reno no podrá ver más allá de sus narices.

A través de la niebla llegaron gemidos y quejidos, un estrepitoso y enorme coro de desilusión. ¡La Navidad estaba arruinada! ¿Cómo podía haber sucedido?

Escondida en un lugar seguro tras las nubes de bruma blanca, una cara sonreía aliviada: la cara de Sally Muñeca de Trapo. Había sido ella, claro, quien había realizado una pócima especial y la había vertido en la fuente de la ciudad. Ella había creado la niebla. Muy en lo hondo de su relleno de trapo, Sally sentía que la Navidad no podía continuar, y ella tenía que detenerlo todo. Ahora parecía que lo había conseguido.

Atisbó a Jack a través de la espesa niebla. ¿Había renunciado?

¡No! Estaba hablando con
Zero
, su perrito fantasma, que permanecía inmóvil en el aire con su nariz de fuego fatuo brillando.


Zero
, con esa nariz tan brillante —preguntó Jack—, ¿no podrías guiar mi trineo esta noche?

La respuesta de
Zero
fue un ladrido de entusiasmo y una pirueta en el aire.

—Supongo que eso significa que sí —dijo Jack con una sonrisa bonachona. Se volvió hacia la multitud—. Amigos míos —anunció contento—, ¡la Navidad está salvada!
Zero
va a guiar mi trineo a través de la niebla.

Mientras la multitud aplaudía y gritaba entusiasmada,
Zero
se puso delante del reno, con su nariz brillando como un faro. Jack saltó encima del trineo e hizo restallar su látigo.

—Nos vamos —gritó—. ¡Ja, ja, ja!

El trineo se elevó en el aire con furiosos aplausos. Sólo se distinguió una nota de preocupación entra la multitud, y era tan dulce y tan triste que nadie la oyó.

—Adiós, Jack —susurró Sally—. ¡Oh, cómo espero que mi premonición no se cumpla!

Capítulo nueve

Mientras Sally se alejaba sin rumbo fijo de la plaza de la ciudad, con el corazón en un puño por el terror, y mientras Jack surcaba el cielo riendo alegremente, Lock, Shock y Barrel estaban teniendo una breve pero muy interesante discusión acerca de su prisionero, Santa Claus.

—Bueno, ¿dónde lo llevamos? —preguntó Barrel.

—A Oogie Boogie, por supuesto —dijeron Lock y Shock.

—Por supuesto —dijo Barrel con una risilla nerviosa—. A Oogie le gustará.

Santa no sabía quién era Oogie Boogie. Pero sabía que la Navidad estaba en grave peligro. ¿Por qué estos tres terribles niñitos no le dejaban marcharse?

—¿No habéis oído hablar de paz en la tierra y buena voluntad para los hombres? —les preguntó desde el interior del saco, forcejeando para liberarse.

—¡No! —gritó con júbilo el trío. Cerraron más fuerte la bolsa. ¡Era tan divertido!

Jack también se divertía. Estaba difundiendo la alegría de la Navidad por todo el mundo. O eso creía. En su primera parada, el niñito de la casa donde él había aterrizado de forma un tanto accidentada le había mirado fijamente en silencio cuando él se deslizó por la chimenea. Pero cuando Jack le entregó un regalo —una de sus propias y muy especiales cabezas reducidas— los gritos de alegría del pequeño fueron muy intensos. Muy intensos, desde luego.

Jack no tenía ni idea de que le había causado al inocente niño la impresión más horripilante de su joven vida. ¿Y esos ruidos que oyó mientras se alejaba el trineo? No eran ni mucho menos gritos de alegría. Eran chillidos de terror.

Mientras Jack seguía con su ronda, entregando docenas de escalofriantes, tenebrosos y lóbregos regalos de Navidad, oía muchos chillidos. Había chillidos por la corona mortuoria con largos brazos. Chillidos por el muñeco enterrador con todos sus accesorios. Chillidos por la silla eléctrica en miniatura. Había horripilantes gritos por las canicas hechas con globo de ojo y las granjas de babosas.

Jack estaba feliz de oírlos. Pero, naturalmente, no lo entendía bien. Cuando la gente gritaba: «¡Estos regalos son horribles»!, él pensaba que estaba oyendo exclamaciones de alegría.

Sucesivamente allí donde iba, entregando alegremente sus espantosos regalos, sin saberlo estaba causando estragos. Una vez tras otra confundía los gritos de cólera y repugnancia por gritos de gratitud, y respondía con un alegre: «¡Feliz Navidad!». Nunca oía los portazos, el chirrido de las cerraduras, o las frenéticas llamadas por teléfono a la policía. Por lo que a Jack se refería, todo el mundo estaba pasándoselo bien.

Él no lo sabía, pero allí abajo Jack era considerado un criminal. Y como todo criminal, debía ser perseguido: con gente armada hasta los dientes.

Pero cuando Jack vio por primera vez las brillantes luces de reconocimiento y oyó las explosiones de los tiroteos, se puso realmente contento.

—Mira,
Zero
—gritó—. ¡Lo están celebrando! ¡Nos están dando las gracias por hacer un buen trabajo!

Entonces un tiro alcanzó de cerca a uno de los renos. Y Jack empezó a caer en la cuenta de que algo iba muy, pero que muy mal…

Capítulo diez

Mucho antes de que Jack empezara a preocuparse, Sally Muñeca de Trapo ya sabía que algo iba mal. Había visto las explosiones en el cielo, y el corro de brujas comentaba las graves noticias de los problemas de Jack en su viaje.

Algo le dijo a Sally que si alguien podía ayudarla era Santa. Pero ¿dónde estaba? A lo mejor estaba con Lock, Shock y Barrel. A lo peor… estaba con Oogie Boogie. Sally se estremeció de la cabeza a los pies. ¡Qué idea tan espantosa!

Pero algo le dijo que así era, Sally sabía cómo eran Lock, Shock y Barrel. Y sabía que sólo había un lugar donde esos asquerosos tramposos podían tener a su prisionero: en la cámara de tortura subterránea que el malvado Oogie Boogie llamaba su hogar.

Así que Sally se dirigió hacia la guarida de Oogie. Y allí vio algo terrible. La mazmorra de Oogie era tenebrosa y malsana, llena de telarañas, plagada de huesos esparcidos por todas partes. Era un lugar miserable, desahuciado, y justo en el centro yacía Santa, atado de pies y manos. Sobre una mesa con una ruleta gigante habían colocado una extraña serie de parafernalia de casino: desde dados llenos de gusanos hasta máquinas tragaperras diseñadas para disparar balas de verdad. frente a Santa, sonriendo con malicia, estaba Oogie Boogie. Su enorme cuerpo de saco estaba lleno de insectos que zumbaban, y se arrastraban entrando y saliendo por su boca entreabierta.

Oogie estaba haciendo todo lo que podía para que Santa se sintiera desgraciado, y lo estaba haciendo muy bien. Pero al fin y al cabo, ser escalofriante, espeluznante y repugnante era el trabajo de Oogie. No en vano, él era el hombre bugui–bugui. Mientras Sally lo miraba horrorizada, Oogie bailaba alrededor de Santa, amenazándole.

—Eres repugnante, viejo, pero debes estar sabroso —dijo, haciendo rodar sus dados—. Y estoy empezando a tener hambre. ¿Quieres ser el principal ingrediente en un buen estofado de serpiente y araña? ¡Te voy a cocer vivo! ¿Qué te parece?

—¡No! —gritó Santa—. ¡Déjame marchar, por favor! Los niños están esperándome. ¡Tengo que darles sus regalos de Navidad!

—¡Ja, ja, ja! —replicó Oogie—. Eso es imposible. ¡Estás acabado! No tendrás una oración. Porque yo soy el fabuloso malvado hombre bugui, ¡y tú no vas a ir a ninguna parte!

Santa se debatía y tiraba con fuerza de las cuerdas que le ataban, pero no había manera. No podía liberarse. Oogie le amenazaba cada vez más cerca… más cerca… más cerca…

Mientras tanto, en lo alto del cielo, un proyectil estaba acercándose más y más a Jack. Cuando le alcanzó, destruyó instantáneamente el trineo y envió a Jack a una vertiginosa, demasiado rápida caída hacia la tierra.

Jack aterrizó en los brazos de un ángel de piedra del cementerio. Los huesos de su mandíbula se habían descoyuntado con la caída, por eso yacía por el momento completamente en silencio. Era incapaz de hablar e incapaz de negar por más tiempo la terrible verdad: su versión de la Navidad era un completo y total fracaso. Ese pensamiento era mucho más doloroso que el impacto de la caída.

¡Qué tonto había sido! ¡Qué estúpida equivocación había cometido! Si la mandíbula de Jack se hubiera vuelto a unir, habría podido gemir de frustración. Pero no era así. Por eso simplemente yacía allí, y esperaba que
Zero
recuperar la parte perdida.

—Buen perro —murmuró cuando
Zero
se la trajo. Lentamente Jack se la puso otra vez. Y mientras lo hacía, ponía en orden sus ideas.

¡Haría que las cosas volvieran a ir bien! Pero para conseguirlo, tenía que encontrar a Zampa Claus, y rápido. ¿Lo conseguiría?

—Debo intentarlo,
Zero
—le dijo a su fiel perro—. Lo único que espero es que aún no sea demasiado tarde.

Completamente decidido, se precipitó hacia una lápida, la levantó y bajó a toda prisa un largo tramo de escaleras hacia la Ciudad de Halloween.

Capítulo once

Lock, Shock y Barrel estaban divirtiéndose. Como era habitual, se divertían porque alguien no se divertía.

Encaramados a la trampilla de la mazmorra de Boogie, miraban como éste torturaba no a un prisionero ¡sino a dos! A Sally Muñeca de Trapo, perdida la esperanza de rescatar a Santa, le había salido el tiro por la culata y ahora ella era también prisionera de Oogie.

Pero justo cuando los tres tramposos se asomaron para ver mejor, oyeron un espantoso ruido detrás de ellos. Un ruido como de crujido de huesos de un esqueleto. ¿Qué podía ser? ¡Eso era! Jack Esqueletón. Chillando aterrorizados, los tres se volvieron y escaparon en la oscuridad de la noche.

Jack se colocó donde antes estaban ellos en la trampilla. Lejos, allí abajo, podía ver a Santa y a Sally atados con correas a una mesa de dados sobre una caldera humeante. A pesar de su difícil situación, la valiente muñeca de trapo mantenía aún una actitud desafiante.

—¡Esto no se ha acabado aún! —gritó—. ¡Todavía pueden pasar muchas cosas! Espera a que Jack se entere de esto. Cuando llegue el momento él acabará contigo, tendrás suerte si…

En ese momento la voz del Alcalde la interrumpió. Llegaba desde un altavoz de su coche fúnebre, fuera, en la calle, y las noticias que daba eran terribles.

Han hecho cisco al rey de Halloween —anunciaba el Alcalde—. Jack Esqueletón ahora no es más que un montón de polvo.

Sally lo oyó, y las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Oogie lo oyó y rugió triunfante. Si Jack había desaparecido, ¡él sería el rey de la Ciudad de Halloween!

—¡Un montón de polvo! —repitió con júbilo girándose hacia sus prisioneros. Sonrió ávidamente—. Y el polvo al polvo. —Bailando una danza de victoria cantó—: Oh, tengo hambre. ¡Una tirada más de los dados, voy a hacerlo!

Tiró sus dados gigantes. Éstos rodaron por el suelo de la mazmorra, y finalmente se pararon mostrando un dos.

—¡Qué! ¿Ojos de serpiente? —Oogie rugió, y golpeó el suelo con el puño hasta que los dados rebotaron, esta vez mostraron un once.

Oogie sonrió satisfecho.

—¡Parece que he ganado el premio gordo! Girando la manivela de la máquina de tortura, empezó a bajar a Sally y a Santa en una enorme y humeante caldera.

—¡Adiós, Carita de muñeca y Hombre de los suelos! —bramaba mientras ellos gritaban. Dándole una última vuelta a la manivela, dejó caer la mesa de los dados debajo del borde de la caldera.

El hombre bugui se desternillaba de risa mientras esperaba oír el chapoteo final de sus víctimas. Pero no se oyó nada. Nada de nada.

—¿Hey? —dijo. Dando marcha atrás a la manivela, lentamente levantó el tablón fuera de la caldera. Allí, en lugar de Zampa Claus y Sally Muñeca de Trapo, estaba Jack Esqueletón.

—Hola, Oogie —dijo Jack, saltando ágilmente de un brinco desde la mesa de los dados hasta la rueda de la ruleta.

—¿Jack? —gritó Oogie, retrocediendo asustado—. ¡Pero dijeron que estabas muerto! ¡Debes estar doblemente muerto!

Dando una fuerte patada a una palanca que estaba cerca de su pie, Oogie envió la rueda de la ruleta a rodar, haciéndole perder el equilibrio a Jack. Inmediatamente apareció un círculo de cartas gigantes, todas del rey de espadas, alrededor del borde de la rueda. Los reyes, cobrando vida, embistieron a Jack con espadas de verdad. Esquivándolas frenéticamente, Jack se las arregló para mantenerse fuera del alcance de los rápidos movimientos de sus armas. Estaba tan aturdido que no se dio cuenta de las enormes ocho bolas que bajaban del techo, con los lados llenos de aberturas en las que giraban hojas de espada.

Oogie rió como un maníaco mientras Jack se abría paso zigzagueando entre la rueda, intentando desesperadamente esquivar ambos peligros. Los bichos del cuerpo de saco de Oogie volaban de un lado a otro y eso hacía que sus lados oscilaran y se hincharan.

—¡Bueno, venga, Hombre de Huesos! —dijo, agitando una cadena por encima de su cabeza. Las espadas de las cartas se replegaron otra vez y las cartas se retiraron, pero inmediatamente se presentó rodando un ejército de máquinas tragaperras armadas.

—¡Fuego! —gritó Oogie, y las máquinas empezaron a disparar desde sus brazos cargados de balas. Rápido como un relámpago, Jack saltó encima de una de las máquinas. Echando pestes por su frustración, el hombre bugui llegó hasta otro botón y envió la rueda de la ruleta volando hacia Jack.

—¡Vigila! —chilló Sally. Justo a tiempo, Jack saltó a un lado, dejando las hojas de espada giratoria cercenando los brazos de las máquinas tragaperras asesinas. La muñeca de trapo suspiró con alivio. Jack saltó otra vez, aterrizando frente a Oogie. Ahora podrían tener una pelea limpia. Pero justo entonces el hombre bugui fue hacia otra palanca.

—¡Hasta luego! —gritó, catapultándose encima de una de las ocho bolas y fuera del alcance de Jack.

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