Prometeo encadenado (2 page)

BOOK: Prometeo encadenado
7.19Mb size Format: txt, pdf, ePub

PROMETEO. Sé que es duro, y que tiene la Justicia en sus manos, pero pienso que ha de mostrarse bondadoso, cuando sufra ese golpe un día. Entonces calmará su ira indomable.

CORIFEO. Dígnate contestar nuestra pregunta. ¿Por qué delito Zeus te ha aprisionado y te atormenta de este modo infame? Cuéntanos esa historia, si el hacerlo no ha de causarte menoscabo alguno.

PROMETEO. Para mí es doloroso hablarte de ello mas también doloroso me es callarlo. De cualquier forma, hacerlo me es muy duro. Tan pronto hubo estallado entre los dioses el rencor y reinaba la discordia, los unos deseando echar a Crono de su solio y los otros se oponían a que reinara Zeus entre los dioses, yo quise convencer a los Titanes, los vástagos del Cielo y de la Tierra, con mi mejor consejo. Mas no pude. Y, desdeñando mi ingeniosa maña, en su duro talante, por la fuerza esperaban alzarse con la palma y sin dificultades. Gaya y Temis, mi madre (un ser que tiene muchos nombres) me había ya predicho de qué modo —y no solo una vez— iba a cumplirse el futuro: que no era por la fuerza ni con artes violentas; que la astucia era la sola forma de victoria. Pese a mi explicación, a mis razones, ni siquiera accedieron a mirarme. Estando, pues, las cosas de esta guisa, me pareció que era el mejor remedio a mi madre tomar como aliada y unirme, en actitud bien decidida, a las filas de Zeus, que iba a acogerme. Gracias a mis consejos, el abismo tenebroso del Tártaro hoy oculta al viejo Crono con sus aliados. Y el servicio que un día le prestara con terrible castigo me ha pagado hoy el rey de los dioses del Olimpo. Tal es la servidumbre del tirano: no fiarse jamás de sus amigos. Bien, pues, vuestra pregunta, por qué causa me está ultrajando, paso a contestaros. Cuando el trono del padre hubo ocupado, repartió entre los dioses sus prebendas, a cada cual lo suyo, organizando su imperio así. Mas de los pobres hombres en nada se ocupaba, pues quería aniquilar toda la raza humana y crear una nueva. A estos deseos nadie supo oponerse; yo tan solo tuve el valor de hacerlo, así salvando a los hombres de verse destruidos y de bajar al Hades. Y por ello me veo sometido a estas injurias que si causan dolor al soportarlas provocan compasión al contemplarlas. Y yo que me ablandé por los mortales compasión no logré para mí mismo. Y ahora me somete a este tormento, para Zeus espectáculo infamante.

CORIFEO. Ha de tener el corazón de hierro, y hecho de pedernal, oh Prometeo, quien compasión no sienta por tus penas. Yo misma no quisiera haberlas visto, y, al verlas, el dolor me parte el alma.

PROMETEO. Doy pena a mis amigos, ciertamente.

CORIFEO. Y, ¿no fuiste más lejos en tus actos?

PROMETEO. Evité que los hombres sucumbieran.

CORIFEO. Contra ese mal, ¿qué antídoto encontraste?

PROMETEO. En su alma yo insuflé ciega esperanza.

CORIFEO. ¡Qué gran bien dispensaste a los mortales!

PROMETEO. Pues, además, diles el don del fuego.

CORIFEO. Y ahora, ¿tiene el hombre el rojo fuego?

PROMETEO. Gracias al cual descubrirán las artes.

CORIFEO. Por ese crimen, pues, Zeus te está ahora...

PROMETEO. ... martirizando sin ceder un punto.

CORIFEO. ¿Y no hay fin asignado a tu tormento?

PROMETEO. Tan solo cuando él mismo lo decida.

CORIFEO. ¿Cuándo ha de decidirlo? ¿Hay esperanza? ¿No te das cuenta, acaso, de tu culpa? Decir cuál es tu culpa no me place, y a ti te apena; mas dejemos eso y busca algún remedio a tu desgracia.

PROMETEO Cuando se es bien ajeno a la desgracia es fácil cosa, a aquel que está sufriendo, ofrecerle consejo y advertencias. Lo sabía muy bien; que yo, a sabiendas, sí, a sabiendas, erré, ¿por qué negarlo? Por salvar al mortal yo me he perdido. Pero yo no podía imaginarme que hubiese de sufrir tales tormentos en escarpada roca, en este monte, en un lugar tan yermo y solitario. No lamentéis, pues, mis presentes males: a tierra descended, y mis futuros tormentos escuchad, porque de todo tengáis noticia cierta. Sí, creedme, creedme, sí: compadecedme, sufro. Pues la desdicha vuela, y sin distingos sobre el hombre se abate, en forma alterna.

CORO. No con disgusto oímos lo que has dicho, Prometeo. Por ello abandonamos con pies veloces el alado carro y el éter sacro, ruta de las aves, para bajar a estos abruptos riscos.

(Aparece
OCÉANO
montado sobre un carro tirado por una extraña e ingente ave).

OCÉANO. Después de larga jornada, llego hasta ti, Prometeo, montado en alado grifo, que, sin morder freno alguno, acata mi pensamiento. Compasión por tus pesares debes saber que yo siento, que me impulsa el parentesco de la sangre, según creo. Y además del parentesco, a nadie cual a ti aprecio. Y que la verdad te digo, y no hay lisonja en mi lengua, lo vas a saber al punto: dime en qué ayudarte puedo; que nunca dirás que tienes más que Océano fiel amigo.

PROMETEO. ¿Qué es esto? ¿Tú también quieres asistir a mis tormentos? ¿Cómo, dime, abandonando el río a quien das el nombre y las cuevas naturales que tienen techo de roca, a llegar te has atrevido al país que el hierro pare? ¿Acaso a ver mis desdichas y a lamentar mis desgracias compasivo aquí has venido? Contempla, pues, estos grillos: soy el amigo de Zeus, aquel que ayudole un día a establecer su reinado, y ¡a qué penas me condena! OCÉANO. Te veo, sí, y deseo aconsejarte, aunque eres muy astuto. Prometeo, lo mejor para ti. Piensa en quién eres, y adopta nuevas formas de conducta. Nuevo es también quien reina entre los dioses. Si quieres persistir en la dureza de tu acerada lengua, y le diriges afilados reproches, Zeus podría oír tus amenazas, porque, al cabo, su trono se halla en un lugar más alto. Y entonces pensarás que tus miserias son un juego de niños solamente. Ea, infeliz, olvida tu talante, y busca algún remedio a tus pesares. Acaso pensarás que mis razones son razones de vieja, y anticuadas. Pero eso que te ocurre es solo el fruto de tu altanera lengua, Prometeo. Tú no te humillas ni a los males cedes. Con ello lograrás nuevos castigos. Aprende, pues, de mí, y no perseveres en herir con tu pierna el aguijón. Mira que es duro el nuevo rey, y nadie puede pedirle cuentas de sus actos. Y ahora yo me marcho, y, si es que puedo, intentaré librarte de tus males. Calma, empero, tus iras y el lenguaje altanero que brota de tus labios. ¿O es que, siendo tan sabio, acaso ignoras que temeraria lengua es castigada?

PROMETEO. ¡Cómo te envidio! Tú participaste conmigo en la ardua empresa, y, sin embargo, hoy te encuentras muy lejos del castigo. ¡Déjame en paz! ¡Olvida tus cuidados! Si, al cabo, no podrías convencerle. Es un ser inflexible. Antes, procura no sufrir ningún daño en tu camino.

OCÉANO. Eres, sin duda, mejor consejero para los otros que para ti mismo. Y me baso en los hechos, no en palabras. Mas no te empeñes en frenar mi ruta. Presumir quiero de que Zeus, un día, tu libertad, al fin, va a concederme.

PROMETEO. Te elogio y nunca cesaré de hacerlo, que buena voluntad jamás te falta. Mas no luches en vano, si es que, acaso, pretendes, en tu afán, salvar mi vida. Que nada has de lograr. Mantente quieto y lejos del asunto; que, aunque sufro, no deseo por ello que otros sufran por mi causa. Asaz ya he lamentado lo de mi hermano Atlante que, en Hesperia, de pie sostiene el peso insoportable del Cielo y de la Tierra con sus hombros. También me mueve a compasión el caso del hijo de la Tierra, aquel que habita los antros de Cilicia, monstruo horrible, Tifón de cien cabezas, por la fuerza domeñado. La guerra hizo a los dioses vertiendo horror de sus terribles fauces. Fiero fulgor brillaba en su mirada cual si por fuerza derribar quisiera el dominio de Zeus. Mas alcanzole el dardo insomne que el Tonante blande, el rayo que desciende desde el cielo, con aliento de fuego; y lo derrumba de aquel lenguaje suyo tan altivo. Herido en plena entraña, hecho cenizas, el trueno aniquiló todas sus fuerzas. Y ahora, fardo inútil e inservible, yace muy cerca del marino estrecho, en la base del Etna aprisionado, en tanto Hefesto ocupa las alturas forjando el hierro. Desde aquí, algún día, ríos de lava irrumpirán, los vastos y extensos campos de Sicilia fértil con sus fauces salvajes devorando. Tal, pues, será la cólera que un día Tifón ha de exhalar con ígneos dardos de tormenta insaciable y espantosa, aún después de que Zeus carbonizara su cuerpo con el rayo. Tú eres sabio y de mí no te falta aprender nada. Salva tu vida como hacerlo sabes. Yo, por mi parte, apuraré la infame suerte que me ha tocado hasta que aplaque Zeus el rencor que ahora le domina.

OCÉANO. ¿ES que ignoras acaso, Prometeo, que el odio es mal que las palabras curan?

PROMETEO. Cuando se ablanda el corazón a tiempo sin violentar el mal que está inflamado.

OCÉANO. ¿TÚ crees que es nocivo que alguien trate de cuidarse de ti? Aclara mis dudas.

PROMETEO. Es inútil trabajo y candor vano.

OCÉANO. Déjame padecer esta dolencia; que es ganancia, y no poca, el ser sensato, y parecer, en cambio, un insensato.

PROMETEO. Creerán que tu falta es cosa mía.

OCÉANO. TUS palabras devuélvenme a mi casa.

PROMETEO. TU compasión puede ganarte el odio...

OCÉANO. ... ¿de aquel que se ha instalado en fuerte trono?

PROMETEO. ¡Guárdate de incurrir en su despecho!

OCÉANO. Buen ejemplo es tu caso, Prometeo.

PROMETEO. Anda, vete y conserva tu talante.

OCÉANO. Me invitas a partir cuando partía. Mi volador cuadrúpedo ya agita con sus alas la ruta de los aires, y ¡con qué gozo va a doblar sus miembros en el cubil que le es tan conocido!

(Se va).

CORO.

ESTROFA 1.
a
Lloro por ti, Prometeo, y por tu infausto destino, mientras, tiernas, mis pupilas un caudal sin cesar vierten, y humedezco mis mejillas con esas húmedas fuentes. Zeus, que reina con sus leyes de forma poco envidiable, ha ostentado a las deidades del pasado fiera lanza.

ANTÍSTROFA 1.
a
Ahora la tierra toda gime en tono lamentable; el honor antiguo y grande que tenían tus hermanos y tú mismo, están llorando (...). Y los hombres que del Asia sagrada la tierra habitan sienten compasión y pena ante ese injusto castigo que las lágrimas provoca.

ESTROFA 2.
a
Igualmente, las doncellas intrépidas combatientes que en la Cólquide residen; y lo mismo el pueblo escita que, en la región más extrema de la tierra está instalado cabe el agua del Meotis.

ANTÍSTROFA 2.
a
De Arabia la flor guerrera que, al pie del Cáucaso monte, construyó su ciudadela tan alta como las nubes; ese ejército esforzado que con sus agudas picas hace resonar el aire.

ESTROFA 3.
a
Tan solo a otro Titán yo he contemplado antes que a ti, con hierros oprimido, Atlas, cuya potencia eternamente y del Cielo la bóveda en sus hombros (...)

ANTÍSTROFA 3.
a
La onda marina sordamente gime al chocar con las otras, y el abismo ruge y la negra sima de la tierra brama furiosa, mientras los veneros y las corrientes de los sacros ríos dejan oír su compasivo llanto.

PROMETEO.
(Que ha permanecido largo tiempo en silencio).
No penséis que es desdén o que es orgullo lo que cierra mi boca. Es que se angustia mi alma al verme atado de esta guisa. Y, con todo, a ese nuevo soberano, ¿quién, sino yo, facilitole el trono? Mas me callo: sabéis lo que diría. Y ahora oíd las penas de los hombres; cómo les convertí, de tiernos niños que eran, en unos seres racionales, en mis palabras no tendrá cabida el reproche a los hombres; lo que intento es mostrar la bondad de mis favores: Ante todo, veían, sin ver nada, y oían sin oír; cual vanos sueños, gozaban de una vida dilatada, donde todo ocurría a la ventura: ignoraban las casas de ladrillos, al sol cocidos, la carpintería. Vivían bajo tierra en unas grutas sin sol, como las próvidas hormigas. Ignoraban los signos que revelan cuándo vendrá el invierno y la florida primavera y los frutos del estío. Todo lo hacían sin criterio alguno hasta que, finalmente, de los astros les enseñé a auspiciar orto y ocaso. Y el número, el invento más rentable, les descubrí, y la ley de la escritura, recuerdo de las cosas, e instrumento que a las Musas dio origen. Fui el primero que sometió las bestias bajo el yugo, y al arnés; y al jinete esclavizadas las más duras fatigas soportaron en lugar de los hombres. Bajo el carro yo sometí el caballo, humilde al freno, y vana ostentación de la riqueza. Nadie más sino yo el marino buque de alas hechas de lino, descubrió, y que errático el ponto va surcando. Y pese a los inventos que a los hombres un día enseñé yo, infeliz, no tengo medio de sustraerme a mi desgracia.

CORIFEO. Es humillante el mal que ahora padeces, sin saber lo que hacer; andas perdido cual el inepto médico que enferma; desmayas ignorando los remedios con que puede tratarse tu dolencia.

PROMETEO. Aún más te admirarás si el resto escuchas, las artes y recursos que he inventado. Ante todo, cuando alguien enfermaba, no había medio alguno de defensa —ni comida, ni ungüento, ni bebida— y morían privados de recursos hasta que yo enseñeles la manera de mezclar los remedios curativos con que todos los males se superan. De la adivinación fijé las normas; fui el primero en saber qué significan los sueños en la vida; los presagios que encierra un son oscuro, y los encuentros, yo les mostré. Y el vuelo de las aves de curvas garras definiles; cuáles indican buen augurio, y las que ocultan un siniestro presagio. La conducta que sigue cada especie: sus amores, sus inquinas y su aparejamiento. La limpidez de las entrañas, cómo ha de ser la tintura de la bilis para ser aceptada por los dioses, y las formas que el lóbulo presenta. Los miembros recubiertos con la grasa y el ancho lomo al fuego consumiendo, enseñé a los mortales el camino hacia un arte difícil. Las señales del fuego, luminosas a sus ojos hice que fueran, hasta entonces ciegos. Pero basta ya de eso. Los recursos ocultos para el hombre bajo tierra —como son bronce y hierro, plata y oro— antes de mí, ¿quién pudo descubrirlos? ¡Nadie que no desee hablar en vano!, lo sé muy bien. En suma, por decirlo todo concisamente en una frase: sabe que el hombre ha conocido todas las artes a través de Prometeo.

CORIFEO. Por servir al mortal más de la cuenta, evita descuidar tu propio caso. Yo espero que, algún día, de estos grillos liberado por fin, no tendrás menos poder del que dispone Zeus ahora.

PROMETEO. El Hado que da a todo cumplimiento no ha decretado aún que esto suceda. Sometido a mil penas y tormentos, más tarde he de escapar de estos grilletes. Que es el sino más fuerte que mis artes.

Other books

The OK Team by Nick Place
Short Stories by Harry Turtledove
The Stone Warriors: Damian by D. B. Reynolds
Encounters: stories by Elizabeth Bowen, Robarts - University of Toronto
B Negative by Vicki Grant
A Life Worth Living by Pnina Baim
The Wrong Man by John Katzenbach