Rambo. Acorralado (34 page)

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Authors: David Morrell

Tags: #Otros

BOOK: Rambo. Acorralado
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Desde que vio por primera vez unos nativos mutilando un cadáver en la selva, le aterraba la idea de lo que podría sucederle a su cuerpo cuando él muriera. Como si su cuerpo pudiera conservar todavía algunos reflejos nerviosos, imaginaba no sin cierta repulsión cómo sería sentir que le vaciaban la sangre de sus venas, le inyectaban un fluido para embalsamarlo, le sacaban las vísceras y llenaban la cavidad torácica con sustancias preservativas. Al imaginar lo que sería sentir que el embalsamador le cosía los labios para que quedaran juntos y bajaba sus párpados, se había mareado. Morir, qué extraño que no le preocupara tanto la muerte como lo que le sucedería después. Pues bien, no podrían hacerle ninguna de esas cosas si no quedaba ningún resto suyo. Quizás sentiría algún placer si por lo menos lo hacía él por su cuenta.

Sacó de su bolsillo el último cartucho de dinamita que le quedaba, abrió la caja de mechas y detonadores que estaba cuidadosamente envuelta, colocó un juego de éstos en el cartucho y puso el cartucho entre los pantalones y el estómago. Titubeó un poco antes de encender la mecha. Este bendito asunto de Dios que siempre complicaba las cosas.

Lo que estaba por hacer se llamaba suicidio y eso podría condenarlo al infierno durante la eternidad. Si él fuera creyente, Pero no lo era y había vivido durante mucho tiempo con la idea de suicidarse durante la guerra, al llevar consigo la cápsula que le había dado su comandante para evitar que lo capturaran y torturaran. Pero cuando lo capturaron no tuvo tiempo de tragarla. Y ahora, en cambio, iba a encender la mecha.

¿Pero y si Dios existía? Bueno, si Dios existía, Él no podría culparle por ser fiel a su incredulidad. Una fuerte sensación le esperaba todavía. Sin dolor. Demasiado veloz como para sentir dolor. Un relámpago destructor y nada más. Por lo menos, eso ya era algo. La insensibilidad había llegado ya a la ingle, se preparó entonces para encender la mecha. Y al echar una última y borrosa mirada hacia el campo de juegos, vio con la luz de los incendios una doble imagen de un hombre vestido con el uniforme de los Boinas Verdes que avanzaba agazapado y cautelosamente, escondiéndose detrás de las hamacas y toboganes. Llevaba un rifle. O una escopeta de caño recortado. Los ojos de Rambo no le permitieron distinguir cuál de las dos armas era. Pero pudo darse cuenta de que era un uniforme de Boina Verde y comprendió que era Trautman. No podía ser ningún otro. Y detrás de Trautman, tambaleándose por el campo de juegos, sujetándose el estómago, venía Teasle, tenía que ser él, avanzando a tropezones hacia el armazón triangular de un juego de barras, y entonces Rambo, comprendió que tenía un modo mejor de morir.

XXI

Teasle se colgó de las barras, descansó un poco y luego se puso nuevamente en movimiento, tambaleándose rumbo al cerco.

Lo desesperaba la idea de que Trautman llegara al descampado antes que él, pero ahora todo iba a andar bien. Trautman estaba unos cuantos metros más adelante, agazapado detrás de un banco, estudiando el espeso matorral que cubría el terreno aledaño. Unos pocos pasos más adelante. Estiró el brazo y se agarró del banco para no caer, se quedó apoyado contra él, respirando agitadamente.

Sin apartar su vista del descampado, Trautman le dijo:

—Agáchese. Lo va a ver si se queda allí parado.

—Lo haría si supiera que después podría volver a levantarme.

—¿Y de qué le serviría? En el estado en que está no puede hacer nada. No se meta en esto. Está matándose usted mismo.

—¿Quiere que me tire al suelo y que lo deje a usted liquidar este asunto? Está loco. Voy a morir de todos modos.

Trautman lo miró entonces.

Kern, que estaba escondido por allí cerca, comenzó a gritar:

—¡Por el amor de Dios, agáchese de una vez! ¡Él está perfectamente a cubierto y yo no pienso arriesgar más hombres enviándolos allí! ¡He mandado buscar gasolina! ¡Ya que le gusta tanto jugar con fuego, lo quemaremos vivo!

Por supuesto, ese es su estilo característico, Kern, pensó. Se agarró el vientre con ambas manos, sujetándose el estómago y avanzó torpemente hacia adelante, apoyándose contra el cerco.

—¡Agáchese de una vez! —chilló Kern nuevamente.

Al cuerno con él. ¿Con que quieres quemarle vivo, verdad Kern? Esa es la típica solución que esperaba de tu parte, pensó. Y puedes apostar la cabeza que antes de que el fuego llegue adonde está escondido, va a acercarse aquí para llevarse otros hombres consigo. Hay una sola forma de hacer esto y el único que puede hacerlo es alguien, que como yo, no tenga ninguna esperanza de salir con vida de aquí y no le importe meterse allí para atraparlo. No debes haber perdido suficientes hombres todavía, pues de lo contrario lo comprenderías en seguida.

—¿Qué diablos dijo? —gritó Kern y Teasle se dio cuenta de que había estado pensando en voz alta. Eso le sorprendió y se apresuró a pasar del otro lado del cerco, mientras todavía tenía fuerzas para hacerlo. Había manchas de sangre en el cerco. Sangre del muchacho. Bien. Cruzaría por donde el muchacho había pasado. Hizo un esfuerzo, su sangre se mezcló con la de Rambo y cayó del otro lado. Supuso que debía haber golpeado con fuerza contra el suelo, pero su cerebro no registró el impacto.

Trautman abandonó la protección del banco, saltó el cerco y cayó de cuclillas en un matorral junto a él.

—No se meta en esto —le dijo Teasle.

—No, y si usted no se calla, se enterará de todos nuestros movimientos.

—No está tan cerca como para oírnos. Está en el medio del descampado. Mire, usted sabe muy bien que él espera que yo vaya. Tengo derecho a estar allí cuando llegue el fin. Usted lo sabe.

—Así es.

—Entonces no se meta en lo que no le incumbe.

—Yo comencé todo esto mucho antes que usted, y voy a ayudarlo. No es ningún deshonor recibir ayuda. Así que cállese la boca ahora y sigamos adelante mientras usted pueda.

—De acuerdo, ¿usted quiere ayudarme? Pues entonces ayúdeme a levantarme. No puedo hacerlo yo solo.

—¿Lo dice en serio? Qué desastre va a ser todo esto.

—Eso fue lo mismo que dijo Shingleton.

—¿Qué?

—Nada.

Trautman consiguió ponerle de pie y luego comenzó a arrastrarse entre la maleza hasta desaparecer y Teasle se quedó parado, asomando la cabeza por encima de los matorrales, observando, pensando. Sigue adelante. Sigue y arrástrate lo más rápido que puedas. Lo que tú hagas no va a cambiar el panorama. Yo llegaré antes.

Tosió y escupió algo salado y avanzó hacia adelante por la maleza, en una línea recta rumbo a la casilla. Era evidente que el muchacho había pasado por allí, rompiendo ramas y dejando un rastro patente. Caminaba lentamente, tratando de evitar una caída que sería fatal. Pero le sorprendió lo rápido que llegó a la casilla. Se dispuso a entrar en ella, pero se dio cuenta instintivamente de que el muchacho ya no estaba allí.

Lanzó una mirada a su alrededor y como si hubiera sido atraído por un imán, avanzó titubeante por otro sendero recién abierto, rumbo a un gran montículo. Allí. El muchacho estaba allí. Lo sabía, podía sentirle. No cabía la menor duda.

Alguien dijo que estaba delirando cuando yacía sobre la acera. Pero se había equivocado. No estaba delirando. En ese momento no deliraba. Ahora sí. Ahora se sentía delirante y tenía la sensación de que su cuerpo lo abandonaba y de que era solamente su mente la que flotaba sobre la maleza en dirección al montículo y que la noche se convertía en un día glorioso a medida que los reflejos anaranjados de las llamas brillaban cada vez más intensamente, en una frenética danza.

Cuando llegó al pie del montículo dejó de flotar y se detuvo demudado, iluminado por el maravilloso resplandor. Se acercaba. No le quedaba mucho tiempo. Y como si su voluntad perteneciera a otra persona, vio su brazo que se alzaba frente a él, apuntando con su pistola hacia el montículo.

XXII

Rambo sintió que la insensibilidad había alcanzado ya sus hombros, su ombligo, y tuvo la impresión de que eran dos trozos de madera los que sujetaban su revólver.

Apuntó a Teasle pero sus ojos centelleantes registraron una triple silueta y entonces comprendió que ya no le quedaba otra salida. No sería una caída pasiva al vacío. No encendería la mecha ni se autodestruiría. Sería de este modo, en la única forma correcta, al final de la pelea, haciendo todo lo posible por matar a Teasle. Sus ojos y sus manos lo traicionaban y no estaba seguro de poder hacer blanco. Pero tenía que probar. Si fallaba, Teasle vería el fogonazo de su arma y dispararía hacia él. Así por lo menos moriré habiendo tratado de matarlo, pensó.

Luchó para apretar el gatillo con su dedo, enfocando la imagen central de Teasle. El caño oscilaba, sería imposible hacer blanco. Pero no podía hacer una parodia. Tenía que intentarlo con todas sus fuerzas. Le ordenó a su mano que apretara el gatillo, pero ésta no le obedeció y mientras se esforzaba por hacerlo, sujetando fuertemente el revólver, éste se disparó involuntariamente. Tan descuidado y tan torpe. Se maldijo a sí mismo. No resultó ser el verdadero duelo que esperaba y ahora recibiría el balazo de Teasle cuando no lo merecía. Esperó. Ya debía haberlo sentido. Frunció los ojos para ver más claramente y miró hacia abajo del montículo, descubriendo que Teasle estaba tendido en el suelo en medio de la maleza. Dios santo, lo había matado. Dios mío, esa no había sido su intención, y la insensibilidad era tan grande ya que le sería imposible encender la mecha antes que se apoderara completamente de él. Tan pobre. Tan feo y tan pobre. La muerte se apoderó entonces de él, pero no en forma de un sueño embotador, sin fin y oscuro como lo había imaginado. Fue algo más parecido a lo que supuso que sucedería con la dinamita, pero proveniente de su cabeza en lugar del estómago; no pudo comprender por qué había resultado así y sintió miedo.

Pero como era lo único que quedaba por suceder, dejó que sucediera, y se fue así, expelido, violentamente por la parte de atrás de su cabeza y su cráneo, como una catapulta que lo arrojara al cielo, entre millares de imágenes, hacia adelante, hacia afuera, entre destellos y reverberaciones inacabables y pensó que si eso se prolongaba lo suficiente quizás se habría equivocado y vería a Dios después de todo.

XXIII

Bueno, pensó Teasle. Bueno. Estaba tirado de espaldas entre la maleza, contemplando maravillado las estrellas, repitiéndose a sí mismo que no sabía por qué había caído. Y realmente no lo sabía. Había visto él fogonazo del arma y se había desplomado, pero su caída había sido lenta y suave y realmente no tenía ni idea de qué lo había hecho caer; no lo sentía, ni reaccionaba en forma alguna. Pensó en Anna, pero desechó el pensamiento, no porque el recuerdo fuera doloroso, sino porque después de todo lo que había pasado, ella había perdido importancia.

Oyó que alguien se acercaba, haciendo crujir la maleza. Es el muchacho, pensó. Pero tardaba mucho, era muy lento en llegar. Por supuesto, como que está mal herido.

Pero resultó ser Trautman, que se paró a su lado, la cabeza recortada contra el cielo y la cara y el uniforme resplandeciendo por el brillo de las llamas, pero con una mirada opaca.

—¿Cómo se siente? —dijo Trautman—. ¿Le duele mucho?

—No —contestó él—, En realidad es incluso agradable. Si no pienso en lo que trae aparejado. ¿Qué fue esa explosión? Sonó como si fuera otra gasolinera.

—Fui yo. Supongo que fui yo. Le volé la tapa de los sesos con esta escopeta.

—¿Cómo se siente usted?

—Mejor que cuando sabía que estaba sufriendo.

—Tiene razón.

Trautman tiró el cartucho vacío y Teasle se quedó mirando la amplia curva que hizo al caer. Pensó otra vez en Anna, pero seguía sin interesarle. Pensó en su casa, en las montañas y en los gatos que vivían en ella, pero eso tampoco le interesó. Pensó en el muchacho y se sintió lleno de amor por él, y justo un segundo antes que el cartucho vacío completara su caída, se relajó, se entregó pacíficamente.

Y murió.

FIN

DAVID MORRELL, escritor canadiense nacido el 24 de abril de 1943 en Kitchener, dentro de la provincia de Ontario. Desde 1966 David Morrell está afincado en Estados Unidos. En 1972 publicó su primera y más famosa novela, Primera Sangre, donde aparece el personaje de John Rambo, que años más tarde sería llevado al cine e interpretado por Sylvester Stallone. Aunque no ha dejado de trabajar, su trabajo más recordado desde entonces es su libro-comic sobre el capitán América. Además de escribir, Morrell es profesor adjunto de la universidad de Iowa, donde actualmente reside.

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