Rayuela (54 page)

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Authors: Julio Cortazar

BOOK: Rayuela
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La noticia corriócomounreguerodepólvora, y prácticamente todo el Club estaba allí a las diez de la noche. Etienne portador de la llave, Wong inclinándose hasta el suelo para contrarrestar la furiosa recepción de la portera, mais qu’estce qu’ils viennent fiche, non mais vraiment ces étrangers, écoutez, je veux bien vous laisser monter puisque vous dites que vous étes des amis du vi... de monsieur Morelli, mais quand même il aurait fallu prévenir, quoi, une bande qui s’amène à dix heures du soir, non, vraiment, Gustave, tu devrais parler au syndic, ça devient trop con, etc., Babs armada de lo que Ronald llamaba the alligator’s smile, Ronald entusiasmado y golpeando a Etienne en la espalda, empujándolo para que se apurara, Perico Romero maldiciendo la literatura, primer piso RODEAU, FOURRURES, segundo piso DOCTEUR, tercer piso HUSSENOT, era demasiado increíble, Ronald metiendo un codo en las costillas de Etienne y hablando mal de Oliveira, the bloody bastard, just another of his practical jokes I imagine, dis donc, tu vas me foutre la paix, toi, París no es más que esto, coño, una puñetera escalera atrás de otra, ya está uno más harto de ellas que del quinto carajo. Si tous les gars du monde... Wong cerrando la marcha, Wong sonrisa para Gustave, sonrisa para la portera, bloody bastard, coño, ta gueule, salaud. En el cuarto piso la puerta de la derecha se abrió unos tres centímetros y Perico vio una gigantesca rata de camisón blanco que espiaba con un ojo y toda la nariz.

Antes de que pudiera cerrar otra vez la puerta, calzó un zapato adentro y le recitó aquello de entre las serpientes, el basilisco crió la natura tan ponzoñoso y conquistador de todas las otras, que con su silbo las asombra y con su venida las ahuyenta y desparte, con su vista las mata. Madame René Lavalette, née Francillon, no entendió gran cosa pero contestó con un bufido y un empujón, Perico sacó el zapato 1/8 de segundo antes, PLAF. En el quinto se pararon a mirar cómo Etienne introducía solemnemente la llave.

—No puede ser —repitió por última vez Ronald—. Estamos soñando, como dicen las princesas de la Tour et Taxis. ¿Trajiste la bebida, Babsie? Un óbolo a Caronte, sabés. Ahora se va abrir la puerta y empezarán los prodigios, yo espero cualquier cosa de esta noche, hay como una atmósfera de fin del mundo.

—Casi me destroza el pie la puñetera bruja —dijo Perico mirándose el zapato—. Abre de una vez, hombre, ya estoy de escaleras hasta la coronilla.

Pero la llave no andaba, aunque Wong insinuó que en las ceremonias iniciáticas los movimientos más sencillos se ven trabados por Fuerzas que hay que vencer con Paciencia Astucia. Se apagó la luz.

Alguno que saque el yesquero,

coño. Tu pourrais quand même

Babs

parler français, non? Ton copain

l’argencul n’est pas là pour piger ton

Ronald

charabia. Un fósforo, Ronald.

Ettienne

Maldita llave, se ha herrumbrado, el

viejo la guardaba dentro de un vaso

Etienne

con agua. Mon copain, mon copain,

Wong

c’est pas mon copain. No creo que

venga. No lo conocés. Mejor que vos.

PERICO

Qué va. Wanna bet something? Ah

Ronald

merde, mais c’est la tour de Babel,

PERICO

ma parole. Amène ton briquet,

Fleuve Jaune de mon cul, la poisse,

Wong

quoi. Los días del Yin hay que

Babs

armarse de Paciencia. Dos litros pero

ETIENNE

del bueno. Por Dios, que no se te

caigan por la escalera. Me acuerdo de

una noche, en Alabama. Eran las

Babs Ronald

estrellas, mi amor. How funny, you

Babs Babs

ought to be in the radio. Ya está,

empieza a dar vueltas, estaba

Ronald

atascada, el Yin, por supuesto, stars

fell in Alabama, me ha dejado el pie

hecho una mierda, otro fósforo, no se

ETIENNE

&chorus

ve nada, où qu’elle est, la minuterie?

No funciona. Alguien me está

tocando el culo, amor mío... Sh... Sh...

Que entre primero Wong para exorcizar a los demonios. 

Oh, de ninguna manera. Dale un empujón, Perico, total es chino.

—A callarse —dijo Ronald—. Esto es otro territorio, lo digo en serio. Si alguien vino a divertirse, que se mande mudar. Dame las botellas, tesoro, siempre acaban por caérsete cuando estás emocionada.

—No me gusta que me anden sobando en la oscuridad —dijo Babs mirando a Perico y a Wong.

Etienne pasó lentamente la mano por el marco interior de la puerta. Esperaron callados a que encontrara la llave de la luz. El departamento era pequeño y polvoriento, las luces bajas y domesticadas lo envolvían en un aire dorado donde el Club primero suspiró con alivio y después se fue a mirar el resto de la casa y se comunicó impresiones en voz baja: la reproducción de la tableta de Ur, la leyenda de la profanación de la hostia (Paolo Uccello
pinxit
), la foto de Pound y de Musil, el cuadrito de De Stäel, la enormidad de libros por las paredes, en el suelo, las mesas, en el water, en la minúscula cocina donde había un huevo frito entre podrido y petrificado, hermosísimo para Etienne, cajón de basura para Babs, ergo discusión sibilada mientras Wong abría respetuoso el
Dissertatio de morbos a fascino et fascino contra morbos,
de Zwinger, Perico subido en un taburete como era su especialidad recorría una ringlera de poetas españoles del siglo de oro, examinaba un pequeño astrolabio de estaño y marfil, y Ronald ante la mesa de Morelli se quedaba inmóvil, una botella de coñac debajo de cada brazo, mirando la carpeta de terciopelo verde, exactamente el lugar para que se sentara a escribir Balzac y no Morelli. Entonces era cierto, el viejo había estado viviendo ahí, a dos pasos del Club, y el maldito editor que lo declaraba en Austria o la Costa Brava cada vez que se le pedían las señas por teléfono. Las carpetas a la derecha y a la izquierda, entre veinte y cuarenta, de todos colores, vacías o llenas, y en el medio un cenicero que era como otro archivo de Morelli, un amontonamiento pompeyano de ceniza y fósforos quemados.

—Tiró la naturaleza muerta a la basura —dijo Etienne, rabioso—. Si llega a estar la Maga no le deja un pelo en la cabeza. Pero vos, el marido...

—Mirá —dijo Ronald, mostrándole la mesa para calmarlo—. Y además Babs dijo que estaba podrido, no hay razón para que te empecines. Queda abierta la sesión. Etienne preside, qué le vamos a hacer. ¿Y el argentino?

—Faltan el argentino y el transilvanio, Guy que se ha ido al campo, y la Maga que anda vaya a saber por dónde. De todos modos hay quórum. Wong, redactor de actas.

—Esperamos un rato a Oliveira y a Ossip. Babs, revisora de cuentas.

—Ronald, secretario. A cargo del bar. Sweet, get some glasses, will you?

—Se pasa a cuarto intermedio —dijo Etienne, sentándose a un lado de la mesa—. El Club se reúne esta noche para cumplir un deseo de Morelli. Mientras llega Oliveira, si llega, bebamos porque el viejo vuelva a sentarse aquí uno de estos días. Madre mía, qué espectáculo penoso. Parecemos una pesadilla que a lo mejor Morelli está soñando en el hospital. Horrible. Que conste en acta.

—Pero entre tanto hablemos de él —dijo Ronald que tenía los ojos llenos de lágrimas naturales y luchaba con el corcho del coñac—. Nunca habrá otra sesión como ésta, hace años que yo estaba haciendo el noviciado y no lo sabía. Y vos, Wong, y Perico. Todos. Damn it, I could cry. Uno se debe sentir así cuando llega a la cima de una montaña o bate un récord, ese tipo de cosas. Sorry.

Etienne le puso la mano en el hombro. Se fueron sentando alrededor de la mesa. Wong apagó las lámparas, salvo la que iluminaba la carpeta verde. Era casi una escena para Eusapia Paladino, pensó Etienne que respetaba el espiritismo.

Empezaron a hablar de los libros de Morelli y a beber coñac.

(*Nota edición epub: Capitulo dificil de maquetear para dispositivos electronicos.)

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A Gregorovius, agente de fuerzas heteróclitas, le había interesado una nota de Morelli: «Internarse en una realidad o en un modo posible de una realidad, y sentir cómo aquello que en una primera instancia parecía el absurdo más desaforado, llega a valer, a articularse con otras formas absurdas o no, hasta que del tejido divergente (con relación al dibujo estereotipado de cada día) surge y se define un dibujo coherente que sólo por comparación temerosa con aquél parecerá insensato o delirante o incomprensible. Sin embargo, ¿no peco por exceso de confianza? Negarse a hacer
psicologías
y osar al mismo tiempo poner a un lector —a un cierto lector, es verdad— en contacto con un mundo
personal
, con una vivencia y una meditación personales... Ese lector carecerá de todo puente, de toda ligazón intermedia, de toda articulación causal. Las cosas en bruto: conductas, resultantes, rupturas, catástrofes, irrisiones. Allí donde debería haber una despedida hay un dibujo en la pared; en vez de un grito, una caña de pescar; una muerte se resuelve en un trío para mandolinas. Y eso es despedida, grito y muerte, pero, ¿quién está dispuesto a desplazarse, a desaforarse, a descentrarse, a descubrirse? Las formas exteriores de la novela han cambiado, pero sus héroes siguen siendo los avatares de Tristán, de Jane Eyre, de Lafcadio, de Leopold Bloom, gente de la calle, de la casa, de la alcoba, caracteres. Para un héroe como Ulrich (
more
Musil) o Molloy (
more
Beckett), hay quinientos Darley (
more
Durrell). Por lo que me toca, me pregunto si alguna vez conseguiré hacer sentir que el verdadero y único personaje que me interesa es el lector, en la medida en que algo de lo que escribo debería contribuir a mutarlo, a desplazarlo, a extrañarlo, a enajenarlo.» Pese a la tácita confesión de derrota de la última frase, Ronald encontraba en esta nota una presunción que le desagradaba.

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Y así es como los que nos iluminan son los ciegos.

Así es como alguien, sin saberlo, llega a mostrarte irrefutablemente un camino que por su parte sería incapaz de seguir. La Maga no sabrá nunca cómo su dedo apuntaba hacia la fina raya que triza el espejo, hasta qué punto ciertos silencios, ciertas atenciones absurdas, ciertas carreras de ciempiés deslumbrado eran el santo y seña para mi bien plantado estar en mí mismo, que no era estar en ninguna parte. En fin, eso de la fina raya... Si quieres ser feliz como me dices /

No poetices, Horacio, no poetices.

Visto objetivamente: Ella era incapaz de mostrarme nada dentro de mi terreno, incluso en el suyo giraba desconcertada, tanteando, manoteando. Un murciélago frenético, el dibujo de la mosca en el aire de la habitación. De pronto, para mí sentado ahí mirándola, un indicio, un barrunto. Sin que ella lo supiera, la razón de sus lágrimas o el orden de sus compras o su manera de freír las papas eran signos. Morelli hablaba de algo así cuando escribía: «Lectura de Heisenberg hasta mediodía, anotaciones, fichas. El niño de la portera me trae el correo, y hablamos de un modelo de avión que está armando en la cocina de su casa.

Mientras me cuenta, da dos saltitos sobre el pie izquierdo, tres sobre el derecho, dos sobre el izquierdo. Le pregunto por qué dos y tres, y no dos y dos o tres y tres. Me mira sorprendido, no comprende. Sensación de que Heisenberg y yo estamos del otro lado de un territorio, mientras que el niño sigue todavía a caballo, con un pie en cada uno, sin saberlo, y que pronto no estará más que de nuestro lado y toda comunicación se habrá perdido. ¿Comunicación con qué, para qué? En fin, sigamos leyendo; a lo mejor Heisenberg...»

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—No es la primera vez que alude al empobrecimiento del lenguaje —dijo Etienne—. Podría citar varios momentos en que los personajes desconfían de sí mismos en la medida en que se sienten como dibujados por su pensamiento y su discurso, y temen que el dibujo sea engañoso. Honneur des hommes, Saint Langage... Estamos lejos de eso.

—No tan lejos —dijo Ronald— Lo que Morelli quiere es devolverle al lenguaje sus derechos. Habla de expurgarlo, castigarlo, cambiar «descender» por «bajar»

como medida higiénica; pero lo que él busca en el fondo es devolverle al verbo

«descender» todo su brillo, para que pueda ser usado como yo uso los fósforos y no como un fragmento decorativo, un pedazo de lugar común.

—Sí, pero ese combate se cumple en varios planos —dijo Oliveira saliendo de un largo mutismo—. En lo que acabás de leernos está bien claro que Morelli condena en el lenguaje el reflejo de una óptica y de un
Organum
falsos o incompletos, que nos enmascaran la realidad, la humanidad. A él en el fondo no le importa demasiado el lenguaje, salvo en el plano estético. Pero esa referencia al
ethos
es inequívoca. Morelli entiende que el mero escribir estético es un escamoteo y una mentira, que acaba por suscitar al lector-hembra, al tipo que no quiere problemas sino soluciones, o falsos problemas ajenos que le permiten sufrir cómodamente sentado en su sillón, sin comprometerse en el drama que también debería ser el suyo. En la Argentina, si puedo incurrir en localismos con permiso del Club, ese tipo de escamoteo nos ha tenido de lo más contentos y tranquilos durante un siglo.

—Feliz del que encuentra sus pares, los lectores activos —recitó Wong—. Está en ese papelito azul, en la carpeta 21. Cuando leí por primera vez a Morelli (en Meudon, una película secreta, amigos cubanos) me pareció que todo el libro era la Gran Tortuga patas arriba. Difícil de entender.

Morelli es un filósofo extraordinario, aunque sumamente bruto a ratos.

—Como tú —dijo Perico bajándose del taburete y entrando a codazos en el círculo de la mesa—. Todas esas fantasías de corregir el lenguaje son vocaciones de académico, chico, por no decirte de gramático. Descender o bajar, la cuestión es que el personaje se largó escalera abajo y se acabó.

—Perico —dijo Etienne— nos salva de un excesivo confinamiento, de remontar a las abstracciones que a veces le gustan demasiado a Morelli.

—Te diré —dijo Perico conminatorio—. A mí eso de las abstracciones...

El coñac le quemó la garganta a Oliveira, que resbalaba agradecido a la discusión donde por un rato todavía podría perderse. En algún pasaje (no sabía exactamente cuál, tendría que buscarlo) Morelli daba algunas claves sobre un método de composición. Su problema previo era siempre el resecamiento, un horror mallarmeano frente a la página en blanco, coincidente con la necesidad de abrirse paso a toda costa. Inevitable que una parte de su obra fuese una reflexión sobre el problema de escribirla. Se iba alejando así cada vez más de la utilización profesional de la literatura, de ese tipo de cuentos o poemas que le habían valido su prestigio inicial. En algún otro pasaje Morelli decía haber releído con nostalgia y hasta con asombro textos suyos de años atrás. ¿Cómo habían podido brotar esas invenciones, ese desdoblamiento maravilloso pero tan cómodo y tan simplificante de un narrador y su narración? En aquel tiempo había sido como si lo que escribía estuviese ya tendido delante de él, escribir era pasar una Lettera 22 sobre palabras invisibles pero presentes, como el diamante por el surco del disco. Ahora sólo podía escribir laboriosamente, examinando a cada paso el posible contrario, la escondida falacia (habría que releer, pensó Oliveira, un curioso pasaje que hacía las delicias de Etienne), sospechando que toda idea clara era siempre error o verdad a medias, desconfiando de las palabras que tendían a organizarse eufónica, rítmicamente, con el ronroneo feliz que hipnotiza al lector después de haber hecho su primera víctima en el escritor mismo. («Sí, pero el verso...» «Sí, pero esta nota en que habla del ‘swing’ que pone en marcha el discurso...») Por momentos Morelli optaba por una conclusión amargamente simple: no tenía ya nada que decir, los reflejos condicionados de la profesión confundían necesidad con rutina, caso típico de los escritores después de los cincuenta años y los grandes premios. Pero al mismo tiempo sentía que jamás había estado tan deseoso, tan urgido de escribir. ¿Reflejo, rutina, esa ansiedad deliciosa al entablar la batalla consigo mismo, línea a línea? ¿Por qué, en seguida, un contragolpe, la carrera descendente del pistón, la duda acezante, la sequedad, la renuncia?

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