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Authors: Neal Stephenson

Tags: #Ciencia-Ficción

Reamde (157 page)

BOOK: Reamde
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A las once de la mañana, después de que todos hubieran vuelto de las exequias (una ceremonia donde se honraba no solo a John, sino a Peter, Chet, Sergei, Pavel, los cazadores de osos, los dueños de la caravana, y dos de los vecinos de Jake), Zula conectó su portátil a la gran pantalla plana del porche del abuelo, y conectaron por Skype con Olivia en Londres. Olivia acababa de regresar a su apartamento después del trabajo y tenía toda la pinta de la analista de inteligencia elegantemente relegada. Una vez hecha la conexión, insistió en que Zula acercara la cara a la pequeña cámara situada sobre la pantalla del portátil y le mostrara su nuevo diente postizo, que resultaba indiferenciable del que había perdido, y el labio, que tenía una finísima cicatriz y un pequeño corte. Zula explicó que el corte se podía arreglar, pero que había decidido conservarlo. Olivia lo aprobó de todo corazón y se echó hacia atrás el pelo (que se había dejado crecer) para mostrar lo que describió como la cicatriz «Frankenstein» que se había hecho en el cuero cabelludo en Xiamen.

Terminados esos preliminares, Zula se retiró de la cámara. Olivia hizo una observación positiva sobre su vestido de ir a la iglesia. Zula respondió con una reverencia burlona, luego se alisó el atuendo en cuestión bajo el trasero mientras se sentaba en el sofá junto a su abuelo.

—Santo Dios, ¿quiénes son todos esos atractivos caballeros? —exclamó Olivia—. ¡Qué compañías frecuentas, querida!

Sentado al otro lado de Zula estaba Csongor, vestido con un traje negro adquirido a la carrera en la sección de tallas grandes de Walmart. Con la torpeza atemporal del pretendiente inmerso en territorio enemigo, extendió un brazo y lo colocó encima del sofá, sobre los hombros de Zula. Se produjo un interludio cómico cuando la mano golpeó el tubo de oxígeno del abuelo y lo derribó. Por fortuna, Richard había tenido tiempo de leer todos los manuales de instrucciones del sistema de soporte vital del abuelo y ya sabía cómo funcionaba todo, así que saltó fingiendo estar horrorizado e hizo la pantomima de reajustarlo todo y luego se ofreció a hacerle a su padre la reanimación cardiopulmonar. No estaba claro de cuánto de todo eso se enteraba el abuelo, pero su cara mostró que comprendía que todo pretendía ser divertido.

—¿Y tú? —preguntó Zula cuando las cosas se calmaron un poco—. ¿Qué tipo de compañía frecuentas, querida?

Olivia parecía haber colocado el portátil en una mesa de la cocina. Puso los ojos en blanco y suspiró como si la hubieran pillado planeando un gran engaño. Sus manos se hicieron más grandes cuando las extendió hacia el portátil. Entonces el apartamento pareció rotar, y pudieron ver a Sokolov, vestido con una bata de baño, bebiendo una taza de café y leyendo un libro con unas gafitas que le hacían parecer extrañamente erudito. Aquello provocó aplausos del grupo de Iowa. Sokolov alzó su taza de café y brindó hacia ellos antes de tomar un sorbo.

—¿No es un poco tarde, allí, para levantarse ahora de la cama y darse una ducha? —preguntó Richard, con retintín. Sokolov pareció un poco inseguro, y fuera de plano pudieron oír a Olivia decirle algo en ruso. Cuando comprendió la broma, miró tolerante a la cámara y explicó:

—Acabo de volver del gimnasio.

Entonces se echó atrás en la silla y colocó la pierna sobre la mesa. La pierna estaba hecha de fibra de carbono y a Richard le pareció familiar. Causó un momento de silencio en los que miraban desde el sofá. Finalmente, Richard dijo:

—Te queda bien.

—Es un precio pequeño —dijo Sokolov—. Un precio muy pequeño.

La conexión por vídeo les hacía difícil saber a quién estaba mirando, pero Zula tuvo la impresión de que la mirada, y las palabras, iban dirigidas a ella.

—Todos tuvimos que pagar —dijo—. Y lo hicimos de formas distintas, y no siempre fue justo.

—Tú no tenías nada que pagar —dijo Sokolov.

—Oh. Creo que sí.

El silencio que siguió fue algo más que incómodo, y después de respetarlo un momento, Olivia se asomó a la cámara, de pie detrás de Sokolov.

—Hablando del rey de Roma, ¿qué sabemos de Marlon?

—Hablaremos por Skype con él más tarde —dijo Csongor—. Todavía es muy temprano en Pekín.

—¿Ya no trabaja toda la noche? —preguntó Olivia, asombrada.

—Nolan le ha dado horas de banquero —dijo Richard—. Oh, estuvo despierto hasta hace poco jugando a T’Rain, pero vamos a dejarle descansar un poco antes de que se enfrente a todo esto —e hizo un gesto señalando todo el sofá.

—Creo que es una buena compañía a la que enfrentarse —dijo Olivia—, y lamento que el gobierno de Su Majestad no celebre Acción de Gracias, o estaría allí —bajó la mirada—. Estaríamos allí.

—Inmigración —dijo Sokolov, sombrío.

—Lo resolveremos —le aseguró Olivia.

Se oyeron disparos en el exterior. Era difícil saber cómo llegaban los sonidos a través de la conexión Skype, pero la expresión de Sokolov cambió notablemente.

—¡No es nada! —exclamó Zula—. ¡Mirad, os lo mostraré!

Se levantó, recogió el portátil, lo acercó a la ventana todo lo que permitían los cables, y apuntó con él en dirección al arroyo.

Para Richard, en verdad, era un poco más que nada. Lo había estado temiendo desde hacía medio año. Le resultaba imposible oír el sonido de disparos sin pensar en cosas que no quería recordar. En Seattle, Zula y él habían estado viendo al mismo médico para tratarse el estrés postraumático.

Pero quedarse en la casa todo el día no lo iba a mejorar, y salir a participar no lo empeoraría. Y por eso, después de cortar la conexión con palabras de afecto y promesas de fututas visitas trasatlánticas, todos excepto el abuelo se pusieron ropas de abrigo y protectores para los oídos y se dirigieron al arroyo. Jake estaba allí, y Elizabeth, y los tres chicos. Se habían tomado una semana libre en el proyecto de reconstrucción de la cabaña para venir desde Idaho y pasar el rato con la familia y poner flores en la tumba de Jake. Los chicos, educados solos en medio del bosque, se habían sentido incómodos con la multitud de acaudalados urbanitas del Medio Oeste que componían la reunión, pero ahí estaban en su elemento, moviéndose arriba y abajo por la línea ayudando a los primos con sus armas atascadas, y ofreciéndoles consejos para mejorar la puntería. Era un día relativamente tranquilo, lo que era una bendición para los amantes de la naturaleza, aunque significara que las turbinas de viento no estaban haciendo gran cosa.

Richard estaba examinando una (había aprendido un montón sobre ellas, ahora que se encargaba de algunos de los asuntos residuales de John) cuando vio un todoterreno que se desviaba de la carretera y entraba en el camino de grava que conducía a la granja. Unos treinta metros más adelante, se detuvo en el puesto de control que la patrulla estatal había establecido, en teoría para impedir que los terroristas volvieran a vengarse de los Forthrast, pero también para impedir que los medios vinieran a dar la lata. Richard no podía ver a través del parabrisas en la distancia, pero por el lenguaje corporal del patrullero notó que el conductor era alguien que merecía respeto. La puerta se abrió y el todoterreno entró. Recorrió el camino de acceso con un ruido ensordecedor, dejando una columna de humo a su paso.

—Ya están aquí —le dijo Zula, la voz apagada a través de los auriculares. Al parecer, había visto lo mismo.

—He de advertirte —mencionó Richard—, que es el paciente de colostomía más malhablado y alegre que ha existido jamás.

—Lo de alegre es bueno. Malhablado puede ser un problema. Sobre todo si no puede mantener la boca cerrada durante la cena de Acción de Gracias —miró a su sobrina—. Su boca, y sus otros orificios. ¿Ves? Ahora también lo estoy haciendo yo.

—Tal vez se comporte mejor cuando esté sentado a la mesa junto a Yuxia —sugirió Zula—. Es solo temporal, ¿no?

—¿Qué? ¿Lo de Yuxia y él? ¿Quién sabe?

—Estaba pensando en la colostomía.

—Es temporal —reconoció Richard—. Lo chistes al respecto, sin embargo, son eternos.

Caminaron juntos hacia el camino de acceso.

—¿Y Csongor y tú? —preguntó Richard, mirando por encima del hombro al húngaro, que disparaba una pistola mientras Jake criticaba su estilo.

—Podría ser permanente —dijo Zula—. ¿Quién sabe? Si sobrevive al día de hoy, y sigue queriendo tener algo que ver conmigo y mi familia, entonces tal vez podamos hablar.

—Ha salido de cosas más difíciles.

—Esto es un tipo distinto de dificultad.

El todoterreno aparcó a unos metros de distancia, y la ventanilla del conductor bajó.

—Qué alivio —exclamó Seamus—. Temí que la bolsa se me hubiera rebosado, hasta que Yuxia señaló que pasábamos ante un corral de cerdos.

Yuxia había saltado por la puerta de pasajeros antes de que el todoterreno se detuviera del todo, y se enzarzó en una serie de abrazos con Zula y un intercambio de chilliditos tan fuerte que hizo que los componentes electrónicos para cancelar el ruido de los auriculares de Richard se pusieran en funcionamiento. Richard intercambió una mirada con Seamus e hizo con las dos manos la pantomima de bajar el volumen del aparato al máximo.

—Me alegra que tu clan de Boston te dejara venir para la fiesta —comentó Richard, estrechando la mano de Seamus, que había salido del vehículo y se había puesto en pie.

—Tienen miedo del humor de corral, así que me enviaron a uno. Nos veremos por Navidad. Yuxia quiere explorar mi cultura a fondo antes de sumergirse más.

—¿La has besado ya?

—Es elusiva —admitió Seamus—. Si yo presumiera de algo, de actuar como si tuviera derecho, ya sabes, me abriría un nuevo...

—No lo digas.

—Respondiendo a tu pregunta, Dodge, creo que quiere mi tracto digestivo de una pieza antes de entrar en contacto con ninguna otra parte. Pero ha habido algunos progresos en ese frente. No lo que uno encontraría en una chica americana. Pero hay que proceder con cautela cuando se trata con una mujer pies grandes.

Zula y Yuxia acababan de descubrir que llevaban puesto exactamente el mismo estilo de botas de invierno, lo cual hacía que sus pies parecieran en efecto muy grandes. La coincidencia les pareció mucho más hilarante de lo que Richard creía posible.

—¿Listo para entrar y dar las gracias?

—Ya lo sabes —dijo Seamus.

Agradecimientos

Varias personas merecen crédito y agradecimiento por haberme ayudado cuando mi ignorancia impidió mis progresos. Ninguno de ellos, no obstante, se merece la culpa en los casos en que me haya equivocado. Entre todos destaca Josh D’Aluisio-Guerrieri (
, consumado experto en la China moderna; sus habilidades como traductor y guía cultural han hecho que este libro sea mucho mejor de lo que habría sido si hubiera dependido solo de mí (también estoy en deuda con Charles Mann por permitirme seguirlo a él y a Josh en un viaje que originalmente iba a ser una expedición de investigación para el libro de Charles
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pero que pude, en cierto modo, secuestrar). Deric Ruhl me salvó de un embarazoso error referido al funcionamiento de la Makarov, luego se leyó todo el manuscrito y ofreció extensos y muy útiles comentarios sobre las armas de fuego. Me atrevo a decir que puede haber creado una nueva función literaria: corrector de estilo de balística.

George Dyson me ayudó con todo lo referido a los barcos de pesca, Keith Rosema, con los planes de vuelo, y George Jewsbury hizo un poco de traducción al ruso.

Tras haber puesto en juego las reputaciones de las personas arriba mencionadas, he de insistir en que hay lugares en este libro donde puede que haya malinterpretado sus consejos, o simplemente elegido ignorarlos por motivos literarios, así que a ninguno de ellos debe achacárseles sus defectos.

Un poco en el mismo estilo, unos detalles sobre geografía: la aparición de Google Earth facilita encontrar mapas de alta resolución de cualquier parte del planeta y compararlo con las descripciones de una obra de ficción. Todo el que lo intente con
Reamde
abierto sobre el regazo perderá el tiempo. Hay un Monte Abandono en el norte de Idaho, y algo que pasa por el nombre local e informal de Cataratas Americanas, pero me he tomado enormes libertades en sus descripciones. No existe ningún Arroyo Prohibicion, que yo sepa. En resumen: no puede esperarse que ninguna de las descripciones geográficas de
Reamde
coincidan con el mundo real o sus representaciones digitales de alta calidad, y por eso animo a los lectores a que lo disfruten como lo que es, una obra de ficción, y nada más.

BOOK: Reamde
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