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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Recuerdos (16 page)

BOOK: Recuerdos
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—Ya… veo.

—Ahora bien, si le interesa, me encantaría repasar con usted más detalladamente todos sus asuntos financieros —añadió Tsipis ansioso—. Hay tantas cosas que podrían hacerse con una política un poco más agresiva, emprendedora y, me atreveré a decirlo, menos conservadora y más atenta…

—Si… si alguna vez tengo tiempo. Gracias, Tsipis. —Miles cortó la comunicación mucho más intencionadamente.

Santo Dios. Podía comprar… prácticamente todo lo que quisiera. Trató de pensar en algo.

Los Dendarii.

Sí. Lo sabemos
. Pero su precio, para él, no se medía en dinero.
¿Qué más?

Una vez, en su juventud cada vez más lejana, ansió por poco tiempo un volador, más rápido y más rojo que el de Ivan. Un modelo particularmente hermoso, aunque ya un tanto anticuado, esperaba en el garaje, apenas usado. Naturalmente, ahora no podía pilotarlo.

Nunca me llamó la atención lo que quería comprar, sino lo que quería ser
.

¿Y qué era? Bueno, almirante, por supuesto, de verdad, barrayarés, a los treinta y cinco años, un año más joven que cuando su padre se convirtió en el almirante más joven de la historia Post-aislamiento a los treinta y seis. A pesar de la altura de Miles, y de sus discapacidades. Pero aunque hubiera nacido con un cuerpo normal, su época no le había proporcionado ninguna guerra importante que acelerara su ascenso. Las operaciones encubiertas de SegImp fueron lo mejor que encontró, no sólo era una rama del Servicio dispuesta a aceptarlo, sino la única que podía ponerle al frente de la única operación significativa disponible de momento. ¿Cómo llegar a ser un Gran Hombre si la historia no te proporcionaba Grandes Acontecimientos o te enfrentaba a ellos en el momento equivocado, demasiado joven, demasiado viejo?
Demasiado estropeado
.

Volvió a la lista de los cinco hombres de armas retirados de Vorkosigan que vivían en la zona de Vorbarr Sultana. Aunque viejo, un hombre de armas, con su esposa quizá como cocinera, sería la solución ideal a su problema. No tendría que enseñarles nada sobre la rutina de la Residencia Vorkosigan, y no pondrían ninguna objeción a un servicio a corto plazo. Empezó a codificar sus llamadas.
Tal vez tenga suerte al primer intento
.

Uno estaba ya demasiado chocho para conducir. Las esposas de los otros cuatro dijeron no o, más bien, ¡No!

No estaba en el fragor de la batalla; no se justificaba que invocara ciertos arcaicos juramentos de lealtad. Con un bufido, se rindió, y fue a recoger de la cocina los restos de la cena de anoche para continuar su campaña de convencer a la gata Zap de que en vez de atrapar la comida con sus garras de cuchilla y correr a refugiarse bajo un sillón gruñendo entre dientes, comiera pulcramente y se sentara en el regazo y ronroneara agradecida después, como una buena gata Vor. Miles encontraba muchas cosas en Zap que le recordaban a su hermano-clon, Mark, y al final había acabado bien con Mark. No estaría tampoco mal que el guardia de la puerta se enterara de lo del correo de Tsipis.

Cuando llegó, Miles descubrió que el guardia de la puerta tenía un visitante: un joven alto y rubio que guardaba un notable parecido, aunque sus rasgos fueran más blandos, con el duro cabo Kosti. Llevaba una caja lacada.

—Buenos días, o debería decir buenas tardes, señor. —El guardia lo recibió con un vago saludo abortado casi digno de un analista del cuartel general, al darse cuenta de que Miles no llevaba uniforme—. Um… ¿puedo presentarle a mi hermano menor, Martin?

No eres lo bastante joven para tener un hermano menor
.

—Hola. —Miles le tendió la mano.

El joven rubio la estrechó sin vacilación, aunque sus ojos se ensancharon un poco al mirar a Miles.

—Uh… hola. Teniente. Lord Vorkosigan.

Al parecer, nadie había informado tampoco a Kosti. El cabo estaba demasiado abajo en el escalafón, tal vez. Miles apartó la mirada de los ojos plateados de SegImp que adornaban el cuello duro de Kosti-el-mayor. Bueno, acaba de una vez.

—Me temo que ya no soy teniente. He dejado de pertenecer al Servicio. Licencia médica.

—Oh. Lamento oír eso, mi señor.

El guardia parecía bastante sincero. Pero no exigió explicaciones embarazosas. Nadie, mirando a Miles, habría puesto en duda la historia de la baja por enfermedad.

Zap salió de debajo de la silla de la caseta, y gruñó un poco al ver a Miles, a quien empezaba a reconocer.

—La bestia peluda no se vuelve más amistosa, ¿eh? —comentó Miles—. Sólo más gorda.

—No me sorprende —contestó el cabo Kosti—. Cada vez que cambiamos de turno trata de convencer a quien venga de que el último hombre la ha matado de hambre.

Miles le ofreció un trozo de comida, que Zap se dignó aceptar, como de costumbre, y luego se retiró a mordisquear sus sobras. Miles se lamió el arañazo del dorso de su pulgar.

—Está claro que se entrena para ser una gata guardiana. Si pudiéramos enseñarle a distinguir amigos de enemigos… —Se levantó de nuevo.

—Nadie quiere contratarme por sólo dos meses —le dijo Martin a su hermano, evidentemente continuando una conversación que había interrumpido la llegada de Miles.

Miles alzó las cejas.

—¿Estás buscando trabajo, Martin?

—Lo que quiero es solicitar mi ingreso en el Servicio en cuanto cumpla dieciocho años —dijo Martin con tristeza—. Me quedan otros dos meses de espera. Pero mi madre ha dicho que si no encuentro algo mientras tanto, lo hará ella. Y me temo que tenga que ver con la limpieza.

Espera a conocer a tu primer sargento mayor, chico. Entonces sabrás lo que es limpiar
.

—Yo limpié las letrinas de la isla Kyril, una vez —recordó Miles—. No era tan terrible.

—¿Usted, mi señor? —A Martin se le pusieron los ojos como platos.

Miles frunció los labios.

—Fue excitante. Encontré un cadáver.

—Oh. —Martin se apaciguó—. Asunto de SegImp, ¿no?

—No… en aquel entonces.

—Su primer sargento lo pondrá derecho —comentó confiado el cabo.

Me trata como a un honorable veterano. No lo sabe
.

—Ah, sí. —Los dos expertos sonrieron malévolos al futuro aprendiz—. El Servicio es más exigente con sus reclutas hoy en día. Espero que no te fuera mal en el colegio.

—No, mi señor —dijo Martin.

Si era cierto, sería un paseo. Tenía el físico de un guardia ceremonial; su hermano, obviamente, tenía cerebro para ser un guardia de verdad.

—Bien, que tengas buena suerte.

Mejor suerte que yo
. No, era injusto usar su don diario de la vida para quejarse por su suerte.

—Oye, Martin… ¿sabes conducir?

—Por supuesto, mi señor.

—¿Volador?

Una leve vacilación.

—Un poco.

—Da la casualidad de que necesito temporalmente un conductor.

—¿De verdad, mi señor? ¿Cree usted que yo… podría…?

—Tal vez.

La frente del cabo se arrugó en un gesto de leve desazón.

—Parte de mi trabajo es mantenerlo con vida, Martin. No me harás quedar mal, ¿no?

Martin le dirigió una mueca, pero evitó morder el anzuelo. Tenía puesta su atención en Miles.

—¿Cuándo puedo empezar?

—En cualquier momento, supongo. Hoy, si quieres.

Sí, necesitaba al menos ir al almacén y comprar otra caja de ¡Comi-Instant!

—Probablemente no habrá mucho que hacer al principio, pero no sabré con mucha antelación cuándo voy a necesitarte, así que me gustaría que vivieras aquí. Podrías pasar tu tiempo libre estudiando para los exámenes de ingreso en el Servicio.

Además, por supuesto, de ocuparse de la vigilancia médica. ¿Sería suficiente la adquisición del más manejable Martin para desplazar a Ivan? Tendría que instruir al joven sobre ese detalle de su trabajo. Más tarde.

No. Lo más pronto posible. El siguiente ataque podía sobrevenirle en cualquier momento. Era injusto cargar al chico con un jefe al que le daban ataques y no avisarlo. Elli Quinn habría estado de acuerdo.

—No se me permite conducir. Tengo problemas de ataques. Un efecto secundario de un agudo caso de muerte que pillé el año pasado, cortesía de… una granada de agujas bien apuntada. La criorresurrección casi funcionó.

El cabo pareció aliviado.

—Nunca he creído que el trabajo de correo sea el camino de rosas que algunos pretenden.

Martin lo miró completamente fascinado, casi tan impresionado como con la confesión de su limpieza de las letrinas.

—¿Estuvo usted muerto, mi señor?

—Eso me han dicho.

—¿Cómo fue?

—No lo sé —dijo Miles—. Me lo perdí —se relajó un poco—. Pero volver a vivir fue doloroso.

—Guau. —Martin le entregó a su hermano la caja lacada. La gata Zap salió de nuevo para restregarse boca arriba en las pulidas botas del cabo, ronroneando salvajemente y agitando las zarpas en el aire, sin dejar de mirar la caja.

—Cálmate, Zap, o dispararás las alarmas —dijo el cabo, divertido. Depositó la caja en la diminuta mesa de la caseta y abrió la tapa. Algo ausente, destapó su almuerzo preparado suministrado por el Servicio, y lo puso en el suelo; Zap lo olisqueó, y siguió arañando la bota y mirando ansiosa la caja lacada.

El interior de la tapa de la caja se convirtió en una bandeja o un plato con pequeños compartimentos. En él Kosti colocó dos jarras de temperatura controlada, un cuenco y vasos. Luego sacó un conjunto de bocadillos de dos tipos de pan con diferentes rellenos de diversos colores, cortados en forma de círculos, estrellas y cuadrados, sin corteza; fruta tallada en un palo; galletas caseras, y tartas redondas con capa de azúcar que rezumaban oscura melaza de fruta. De una de las jarras Kosti sirvió en el cuenco una cremosa sopa de color rosado; de la otra, una bebida caliente y olorosa. Ambas llenaron el frío aire de vapor.

Para la gata Zap había un paquetito de hojas verdes muy bien atado que reveló una pasta de algún tipo de carne, aparentemente la misma que rellenaba los bocadillos. Zap se abalanzó en el momento en que Kosti la depositó en el suelo, gruñendo extasiada y meneando la cola.

Miles se quedó mirando sorprendido, y tragó saliva.

—¿Qué es todo eso, cabo?

—Mi almuerzo —dijo Kosti simplemente—. Mi madre me lo envía cada día. —Apartó la zarpa de su hermano, que caía sobre un bocadillo—. Eh. Tú puedes comerte los tuyos en casa. Éste es mío.

Miró a Miles, algo inseguro.

Técnicamente, el personal de SegImp de servicio no podía comer más que las raciones proporcionadas por SegImp, para evitar cualquier ataque con drogas comestibles o venenos. Pero si no podías confiar en tu madre y tu hermano, ¿entonces en quién? Además… ya no era trabajo de Miles asegurarse de que las estúpidas reglas se cumplieran.

—¿Su madre prepara todo eso? ¿Cada día?

—Casi todo —dijo Kosti—. Con mis hermanas casadas…

Por supuesto
.

—… y con Martin sólo en la casa, creo que se aburre un poco.

—Cabo Kosti, Martin. —Miles inspiró profundamente, saboreando los penetrantes aromas—. ¿Creen que a su madre le gustaría un trabajo?

—Las cosas mejoran —dijo Ivan juicioso mientras almorzaban al día siguiente.

Ma Kosti había depositado su artística ofrenda y se había retirado del Salón Amarillo, probablemente para traer la siguiente remesa. Varios minutos más tarde, Ivan añadió, con la boca llena:

—¿Cuánto le pagas?

Miles se lo dijo.

—Dóblalo —decidió Ivan—, o la perderás después de tu primera fiesta. Alguien la contratará. O la secuestrará.

—No siendo su hijo el guardián de mi puerta. Además, no planeo dar ninguna fiesta.

—Eso sería una lástima. ¿Quieres que me encargue yo?

—No.

Miles vaciló, posiblemente debido a un sutil y siniestro efecto de la tarta de albaricoque que se fundía en su boca.

—No de momento, al menos —sonrió despacio—. Pero… puedes decirle a todo el mundo del departamento de grandes líderes de la historia, con perfecto conocimiento de causa, que Lord Vorkosigan come la misma comida que el guardián de su puerta y su chófer.

Un contrato con el servicio de limpieza de Ivan para que enviara gente dos veces por semana completó el personal de la Residencia Vorkosigan a satisfacción de su primo. Pero como plan para deshacerse de él, Miles comprendió que la adquisición de Ma Kosti había resultado ser un ligero error de cálculo. Tendría que haber contratado a una mala cocinera.

Si Ivan se marchara, Miles podría seguir reflexionando en paz. Cerrar con llave la puerta de su dormitorio y no responder a las llamadas sería una invitación a que Ivan la echara abajo; y había un límite a cuánto podía protestar y refunfuñar sin arriesgarse a otro baño de agua helada.

Si al menos Ivan empezara a ir a trabajar durante el día…, pensó Miles. Trató de hacérselo entender mientras cenaban.

—«La mayoría de los hombres no son más que máquinas que convierten la comida en mierda» —citó.

Ivan le miró alzando una ceja.

—¿Quién dijo eso? ¿Tu abuelo?

—Leonardo da Vinci —respondió Miles al momento. Pero se vio obligado a añadir—: Pero mi abuelo me lo citó a mí.

—Eso pensaba —dijo Ivan, satisfecho—. Parece típico del viejo general. Fue un monstruo en sus tiempos, ¿no?

Ivan se metió en la boca otro trozo de asado bañado con salsa de vino, y empezó a masticar.

Ivan… era un latazo. Lo último que un monstruo quería era a un tipo que le siguiera todo el día con un espejo.

Los días se convirtieron imperceptiblemente en una semana antes de que Miles encontrara un mensaje del mundo exterior en su comuconsola. Pulsó el botón de repetición, y el rostro de finos huesos de Lady Alys Vorpatril se formó sobre su vid.

—Hola, Miles —empezó a decir—. Lo lamenté mucho al enterarme de tu licencia médica. Sé que debe ser una gran decepción para ti, después de todos tus esfuerzos.

Menos mal que Ivan no le había contado toda la historia, o le habría expresado sus condolencias de forma muy distinta. Ella ignoró su total destrucción con un gesto, y pasó a sus propios asuntos.

—A petición de Gregor voy a dar una merienda íntima en el jardín sur de la Residencia mañana por la tarde. Me ha solicitado que te invite. Te pide que vayas una hora antes para una entrevista personal. Yo lo interpretaría como «Requiere y Exige su Asistencia», y no sólo como una invitación, por cierto. O eso leí entre líneas, aunque lo dijo muy amablemente, como hace a veces, ya sabes. Da tu confirmación en cuanto recibas este mensaje, por favor.

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