Refugio del viento (41 page)

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Authors: George R. R. Martin & Lisa Tuttle

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

BOOK: Refugio del viento
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Apartó el tazón de té y volvió a tomar la guitarra, como si la necesitara para ser elocuente.

—Sabes bien hasta qué punto pueden burlarse los alados de los atados a la tierra, Maris. Y no sé si te das cuenta del resentimiento general que hay contra los portadores de mensajes.

—Tengo amigos entre los atados a la tierra —repuso Maris—. Y todos los un-ala empezaron siéndolo.

—Cierto, hay gente que adora a los alados —suspiró Coll—. Los encargados de los refugios, que dedican sus vidas a ayudarles, los niños que quieren tocarles las alas, ciertos parásitos que consiguen una emoción especial y un cierto estatus por llevarse a un alado a la cama… Pero también hay otros. Los atados a la tierra a los que molesta que los alados no sean como ellos, Maris.

—Sé perfectamente que hay problemas. Todavía no he olvidado las hostilidades a las que nos enfrentamos cuando Val ganó las alas. Las amenazas, las agresiones, la frialdad… Pero, ahora que la sociedad de los alados ya no está marcada por el derecho de nacimiento, todo eso debería cambiar.

Coll negó con la cabeza.

—Ha empeorado. En los viejos tiempos, cuando todo era cuestión de nacimiento, la gente creía que los alados eran seres especiales. En muchas islas del Sur, los alados son sacerdotes, una casta especial bendecida por su Dios del Cielo. En Artellia, son príncipes. Los alados heredaban las alas de la misma manera que los Señores de la Tierra Orientales heredaban el cargo.

«Pero, ahora, nadie puede pensar que los alados se eligen por designio divino. Han aparecido nuevos interrogantes. ¿Cómo es posible que este mugriento hijo de granjeros, que ha crecido a mi lado, sea de pronto tan poderoso e importante? ¿Qué le diferencia de su vecino para que, de repente, le den a él la libertad, el poder y la riqueza de un alado? Estos un-ala no respetan tanto las tradiciones. Suelen gobernar a sus antiguos convecinos y mediar en sus disputas. No se alejan del todo de la política de cada isla. Siguen teniendo intereses locales. Y eso crea resentimientos».

—Hace veinte años, ningún Señor de la Tierra se habría atrevido a encerrar a un alado —reflexionó Evan—. Pero, hace veinte años, ¿se habría atrevido algún alado a modificar un mensaje?

—Por supuesto que no —dijo Maris.

—Pero quizá no todo el mundo esté tan seguro —señalo Coll—. Ahora que ha sucedido, es evidente que ha podido pasar en otras ocasiones. Esos granjeros a los que escuché estaban convencidos de que los alados han manipulado los mensajes desde siempre. Por lo que he podido oír, el Señor de Thayos empieza a convertirse en un héroe por haber descubierto la verdad.

—¡Un héroe! —exclamó Evan, disgustado.

—Las cosas no pueden cambiar tanto de repente por una mentira bienintencionada —insistió Maris, testaruda.

—No, llevan mucho tiempo cambiando. Y es culpa tuya —dijo Coll.

—¿Mía? Yo no tengo nada que ver con esto.

—¿No? —sonrió Coll—. Piénsalo bien. Barrion solía contarme una historia sobre cómo él y tú botasteis una barca para robarle tus alas a Corm y así poder convocar un Consejo, hermanita mayor. ¿Lo recuerdas?

—Claro que sí.

—Me contó que estuvisteis un rato en el agua, aguardando a que Corm saliera de su casa, y que esa espera le permitió pensar un poco sobre lo que estabais haciendo. En un momento dado, se sentó para limpiarse las uñas con una daga, y se le ocurrió que quizá lo mejor que podía hacer era clavarte esa daga. Me dijo que así habría salvado a Windhaven del caos. Porque, si conseguías tus propósitos, habría más cambios de los que tú misma pensabas. Barrion pensó en eso, y también en lo ingenua e inocente que eras. No puedes cambiar una nota en medio de la canción, me dijo. En cuanto haces el primer cambio, otros le siguen y, al final hay que rehacer toda la canción. Todo se relaciona, ¿sabes?

—Entonces, ¿por qué me ayudó?

—Barrion disfrutaba causando problemas —dijo Coll—. Creo que quería rehacer la canción para componer una nueva, mejor. —Su hermanastro sonrió maliciosamente—. Además, Corm le caía muy mal.

Tras una semana sin tener noticias, Coll decidió volver a Puerto Thayos para enterarse de lo que pudiese. Los muelles y las tabernas que frecuentaba siempre eran una fuente rica en noticias.

—Quizá incluso me anime a visitar la fortaleza del Señor de la Tierra —dijo alegremente—. He compuesto una canción sobre él, y me encantaría ver la cara que pone cuando la oiga.

—No te atrevas —le advirtió Maris.

—Todavía no estoy loco, hermanita mayor —sonrió—. Pero, si al Señor de la Tierra le gusta la buena música, a lo mejor merece la pena que le haga una visita. Podría descubrir algo. Vosotros limitaos a cuidar de Bari.

Dos días después, un vendedor de vinos trajo un paciente a Evan: un enorme y peludo perro, uno de los dos que tiraban de su carreta de madera cuando viajaba de pueblo en pueblo. Un desaprensivo había apaleado al animal, que ahora yacía entre los pellejos de vino, cubierto de llagas, y de sangre seca.

Evan no pudo hacer nada para salvar a la pobre bestia, pero recibió un pellejo de vino en pago a sus esfuerzos.

—Ya han juzgado a la traidora —les informó el vendedor mientras bebían al calor del fuego—. La ahorcarán.

—¿Cuándo? —preguntó Maris.

—No se sabe. Los alados están por todas partes, y el Señor de la Tierra les tiene miedo. La tiene encerrada en la fortaleza. Creo que debe de estar esperando para ver qué hacen. Si de mí dependiera, ya la habría matado, y asunto concluido. Pero no nací Señor de la Tierra.

Maris permaneció un largo rato en la puerta cuando el hombre se marchó, contemplando cómo se afanaba, junto con el perro superviviente, con las correas de la carreta. Evan se acercó a ella por detrás y la rodeó con los brazos.

¿Cómo te encuentras?

Confusa —respondió, sin volverse—. Y asustada. Vuestro Señor de la Tierra ha desafiado directamente a los alados. ¿Te das cuenta de lo que eso significa? Tendrán que reaccionar de alguna manera. No pueden permitir que esto siga adelante. —Le rozó la mano—. Me pregunto qué se comentará esta noche en el
Nido de Águilas
. Sé que no debería dejarme llevar por los asuntos de los alados, pero es muy difícil…

—Son tus amigos. Es lógico que te preocupes.

—Preocupándome sólo conseguiré sufrir más. Pero… —Negó con la cabeza y se dio media vuelta para mirarle cara a cara, sin salir del círculo de sus brazos—. Esto hace que me dé cuenta de lo insignificantes que son mis problemas. Esta noche no me cambiaría por Tya, aunque ella sea una alada y yo no.

—Me parece muy bien —dijo Evan, besándola con ternura—. Porque es a ti a quien quiero a mi lado, no a Tya. Maris le sonrió y entraron juntos en la casa.

Llegaron en la oscuridad de la noche, cuatro hombres y una mujer, extranjeros, vestidos como pescadores, con sólidas botas de cuero, jerseys y capas oscuras orladas con piel de tigre marino. Con ellos traían el penetrante olor salado del mar. Dos de los hombres y la mujer llevaban largos cuchillos de hueso, y tenían los ojos del color del hielo en un lago invernal. Fue el cuarto el que se dirigió a Maris.

—No me recordarás, pero nos hemos visto antes. Soy Arrilan, de Anillo Roto.

Maris le estudió y recordó a un joven apuesto que había visto en un par de ocasiones. El rostro era irreconocible bajo la barba de tres días, pero aquellos escrutadores ojos azules le resultaban familiares.

—Ya recuerdo. Estás muy lejos de tu hogar, alado. ¿Dónde están tus alas? ¿Y tus modales?

Arrilan forzó una sonrisa carente de humor.

¿Mis modales? Perdona que haya sido rudo, pero he venido apresuradamente y con un considerable riesgo. Hemos viajado desde Thrynel para verte. El mar estaba agitado, nuestro pequeño bote ha corrido un gran peligro. Cuando este viejo intentó echarnos, se me acabó la paciencia.

Si vuelves a llamar viejo a Evan, será a mí a quien se le acabe la paciencia —dijo fríamente Maris—. ¿Por qué estáis aquí? ¿Por qué no has venido volando?

Mis alas están en Thrynel, a salvo. Pensamos que sería mejor enviar a alguien en secreto, a alguien cuyo rostro no fuese conocido en Thayos. Me eligieron a mí. Soy de Las Brasas, y nuevo entre los alados. Mis padres son pescadores, por eso conozco el oficio. —Se bajó la caperuza y sacudió los cabellos rubios—. ¿Podemos sentarnos? Tenemos que hablar de cosas importantes.

—¿Evan?

Sentaos. Prepararé té.

—Ah —sonrió Arrilan—, será bienvenido. Hacía frío en el mar. Siento haber hablado con rudeza, pero corren malos tiempos.

—Sí —asintió Evan antes de salir a por agua para calentarla.

¿Qué hacéis aquí? —preguntó Maris cuando Arrilan y sus tres silenciosos compañeros tomaron asiento —. ¿Qué sucede?

Me han enviado para sacaros de esta isla. Ya debéis saber que no se puede embarcar en Thayos. No os permitirán salir. Tenemos un pequeño bote de pesca escondido no muy lejos de aquí. Es seguro. Si nos detienen los guardianes, diremos que somos pescadores de Thrynel, que la tormenta nos ha arrastrado hasta estas costas.

—Parece que mi huida está bien planeada. Lástima que a nadie se le ocurriera consultarme al respecto. —Contempló al alado y su disfraz, frunciendo el ceño—. ¿De quién es la idea? ¿Quién os envía?

—Val Un-Ala.

—Naturalmente —sonrió Maris—. ¿Quién, si no? ¿Y por qué quiere Val que salga de Thayos?

—Por tu propia seguridad. Como antigua alada, tu vida corre peligro aquí.

—No soy una amenaza para el Señor de la Tierra. No tiene por qué…

El joven alado negó vehementemente con la cabeza.

—El peligro no procede del Señor de la Tierra, sino del pueblo. ¿No sabes lo que está pasando?

—Al parecer, no. Quizá deberías informarme.

La noticia del arresto de Tya ha recorrido todo Windhaven, ha llegado hasta Artellia y Las Brasas. Muchos de los atados a la tierra empiezan a murmurar contra los alados. Hasta los Señores de la Tierra lo hacen. —Enrojeció antes de continuar—. El Señor de Anillo Roto me hizo llamar en cuanto se enteró de la noticia. Me preguntó si alguna vez había mentido, o modificado algún mensaje. Me vi obligado a jurarle mi lealtad. Pero, incluso mientras me lo preguntaba, era evidente que no confiaba en mi palabra. ¡Llegó a amenazarme! Me dijo que me encerraría, como si pudiera hacerlo, como si tuviera derecho…

Se detuvo. Pareció tragarse la rabia casi físicamente.

—Por supuesto, soy un-ala. Todos los alados son sospechosos, pero para los un-ala la cosa es peor. Unos matones amenazaron y golpearon a S'Wena de Deeth por defender a Tya en una discusión de taberna. Incluso en el Archipiélago Occidental, a algunos alados se los insulta, evita y rechaza. Ayer apedrearon en Thrane a Jem, que es todo lo tradicionalista que se puede ser. Y la casa de Katinn, en Lomarron, fue incendiada en su ausencia.

—No sabía que la cosa estuviera tan mal.

—Pues así es. Y empeora por momentos. La fiebre está más extendida aquí, en Thayos. Val cree que la gente vendrá pronto a por ti, así que nos ha enviado para ponerte a salvo.

Evan había regresado y estaba preparando el té.

—Quizá sea mejor que te marches, —dijo con voz preocupada—. No puedo vivir pensando que estás en peligro. Dentro de poco todo habrá pasado. Podrás volver, o iré yo a reunirme contigo.

Maris negó con la cabeza.

—No creo que corra peligro. Si fuera por las calles de Thayos diciendo a gritos lo preocupada que estoy por Tya, quizá sí. Pero aquí, en el bosque, sólo soy una inofensiva ex alada que no hace nada para enfurecer a nadie.

—Las muchedumbres no son razonables —señaló Arrilan—. No te das cuenta. Tienes que venir con nosotros, por tu propia seguridad.

—¡Qué amable es Val al preocuparse tanto por mí! —dijo Maris, estudiando detenidamente al alado—. ¡Y qué cosa tan desacostumbrada! En momentos como éste, Val debe de tener muchas cosas en la cabeza. No puedo imaginármelo tomándose tantas molestias, perdiendo tanto tiempo, para concebir un plan de rescate para la pobre Maris, que no necesita que la rescaten. Si Val os ha enviado a por mí, debe de ser por que cree que puedo serle de alguna utilidad.

Arrilan estaba claramente sorprendido.

—Te… Te equivocas. Está muy preocupado por ti. Val…

—¿Y qué otra cosa le preocupa? Dime qué es lo que de verdad espera de mí.

Arrilan sonrió con tristeza.

—Ya dijo Val que no te tragarías esa historia —dijo con tono admirativo—. De todos modos, te habríamos dicho la verdad en cuanto estuviéramos a salvo, lejos de aquí. Val ha convocado un Consejo de Alados.

Maris asintió.

—¿Dónde?

—En Arren sur. Está cerca de aquí, pero lejos de las hostilidades, y allí Val cuenta con muchos amigos. Tardaremos un mes o dos en reunir a los alados, pero tenemos tiempo. El Señor de Thayos está asustado, se cuidará muy bien de hacer nada antes de saber qué pasa en el Consejo.

¿Y qué pretende Val?

¿Qué va a pretender? Pedir una sanción contra Thayos, que seguirá vigente mientras Tya no sea liberada. Ningún alado vendrá aquí ni a ninguna isla que comercie con Thayos. Les aislaremos del mundo. El Señor de la Tierra tendrá que elegir entre ceder o ser destruido.

—Eso si Val lo consigue. Los un-ala siguen siendo minoría, y Tya no es una víctima inocente —puntualizó Maris.

—Tya es una alada —dijo Arrilan, aceptando agradecido el tazón de té que Evan le tendía—. Val apela a la solidaridad de los alados. Un-Ala o no, Tya sigue siendo de los nuestros. No podemos abandonarla.

—No estoy tan segura.

—¡Oh!, habrá que luchar, por supuesto. Tenemos la sospecha de que Corm y otros intentarán utilizar el incidente para desacreditar a to dos los un-ala y cerrar las academias. —Sonrió desde el borde del tazón—. Y tú no vas a ser de mucha ayuda. Val dice que has elegido el peor momento para tener la caída.

—No me dieron a elegir. Pero todavía no me has dicho por qué habéis venido a buscarme.

—Val quiere que lo presidas.

—¿Cómo?

—La tradición exige que sea un alado retirado el que presida el Consejo. Ya lo sabes. Val cree que eres la mejor opción posible. Eres muy conocida y te respetan todos, los un-ala y los alados de cuna. No tendrás ningún problema en ser aceptada. Rechazarían a cualquier otro un-ala. Y necesitamos a alguien con quien se pueda contar, no una reliquia oxidada que quiera que todo siga como siempre. Val cree que este asunto puede marcar una diferencia importante.

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