Saga Vanir - El libro de Jade (16 page)

BOOK: Saga Vanir - El libro de Jade
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—La insulina de su sangre es natural, no química. Su páncreas segrega bien. Hidratos de
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carbono, grasas y proteínas... perfecto. No hay ningún trastorno metabólico que lo altere. Y no hay
Va

hiperglucemia. Los niveles de glucosa en su sangre son estables. Está perfecta. Pero eso tú ya lo
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sabes... —dijo como quien no quiere la cosa. —Sin embargo, hay una sustancia adherida en la
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sangre.

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Caleb frunció el ceño con atención.

el

—Se trata de... —Cahal paladeó una vez más. —Una solución controlada de propranocol y
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placebo.

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—¿Drogas? —preguntó Menw. —¿Es una yonqui?

—No puede ser —cortó secamente Caleb. —Sea lo que sea lo que le inyectaban, Eileen estaba convencida de que era insulina para su enfermedad. Ella nunca ha tomado drogas. Lo habría visto en sus recuerdos...

—Pero se las han suministrado. A lo mejor esas inyecciones no contenían insulina —dedujo Menw. —¿Y si fingían tratarla de diabetes?

—¿Cuál es la función de esas sustancias, Cahal? —preguntó Caleb acercándose a Eileen inconscientemente y sentándose en el brazo del sofá, al lado de la cabeza morena de la joven. No dejaba de mirarla.

—Son betabloqueantes. Bloquean los recuerdos y hacen desaparecer los sueños y las pesadillas.

—Creo que estas sustancias —Menw cambiaba otra bolsa de sangre— son las que los médicos del gobierno facilitan a los militares que han participado en guerras, como la del Golfo o la de Iraq. Anulan los recuerdos y les permiten soñar plácidamente. Caen casi en coma.

—¿Estáis diciendo que drogaban a esta chica cada noche desde los siete años?

—¿Desde los siete? —Menw silbó. —Caramba...

—Eso creo, Caleb —afirmó Cahal. —¿No encontraste ningún recuerdo traumático por ahí? Algo que les incitara a darle propranocol...

—No —Caleb sacudió la cabeza y acarició un mechón azabache de Eileen. Los dos rubios lo miraron perplejos. Él nunca hacía esas cosas. —Sus recuerdos empiezan a partir de esa edad... pero... no sé... es todo tan confuso.

—A partir de esa edad, tú lo has dicho. ¿Qué pasó antes?

—Las personas empezamos a almacenar recuerdos conscientes a partir del primer año —

susurró Caleb sin dejar de acariciarle el pelo. Cuando se dio cuenta de lo que hacía, apartó la mano rápidamente. Cahal sonrió maliciosamente. —¿Dónde estuvo? ¿Qué ha pasado con su memoria?

—Sea lo que sea, no querían que lo recordara —comentó Menw. —Tiene una fractura en la muñeca. Voy a vendársela.

Caleb dirigió la mirada a los brazos de Eileen. No sólo tenía una fractura en una muñeca, sino que el cinturón le había dejado marcas en ambas. Sintió que el estómago se le giraba al recordar lo que había hecho.

—Ese cabrón de Mikhail... Él era su padre —dijo Caleb asqueado. —¿Cómo pudo drogar a su hija a tan temprana edad?

—¿Y su madre? —preguntó Menw. —Alguien tuvo que parirla, ¿no?

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—No hay recuerdos de su madre. Ella murió en el parto o al menos eso es lo que hay en la
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mente de Eileen.

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—Se lo diría Mikhail, supongo.

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—Entre otras cosas, sí. Culpaba a Eileen de la muerte de su mujer.

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—Vaya desgraciado —dijo Cahal. —¿Sabes? Creo que ésa era la razón por la que no podíamos
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entrar en su mente cuando la vimos. La droga estaba en pleno efecto. Sacudía su cerebro y su
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sistema neuronal.

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Caleb no podía creer nada de lo que estaba pasando.

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—Hay que desenterrar el cuerpo de Mikhail —Menw quitó la bolsa de sangre vacía y la
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sustituyó por otra llena. —O eso, o hablar con Samael para que revele lo que vio en los recuerdos
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de Mikhail.

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—No podemos hablar con Samael. Está apartado en la habitación del hambre —contestó Caleb.

—Y de nada nos sirve la sangre de Mikhail una vez muerto. No podemos leer en sangre muerta, sin energía vital.

—Entonces sólo nos queda esperar a recuperar a la chica —señaló Menw con un gesto de su cabeza. —Puede que la podamos inducir para que nos deje entrar en su subconsciente. Sus recuerdos están ahí, sólo hay que abrirles la puerta.

—¿Qué has averiguado sobre su trabajo?—preguntó Cahal.

—No sabía nada de lo que hacían en Newscientists. Ella contactaba con cinco personas que eran los vínculos de los centros de investigación de la organización en el exterior. Nueva Orleans, Rumania, Escocia, Canadá e Inglaterra.

—Aparte de España, claro —dijo una voz femenina detrás de ellos.

—Daanna... —Caleb se sorprendió al verla.

Su hermana caminó hacia el sofá con gesto decisivo. Se reclinó sobre Eileen y miró a Caleb furiosa.

—Casi la matas —dijo ella apretando los dientes. Sí, eso ya se lo habían dicho.

—Daanna... ¿qué haces aquí? —preguntó él. —¿Cuánto tiempo llevas escuchando?

—Lo suficiente para saber que es una chica inocente. Traje ropa para ella —señaló una maleta de carcasa dura y de color negra que había dejado en la puerta. Arrugó la frente y las cejas. —No iba a permitir que la llevaras desnuda de un lado al otro. No soy tan indiferente.

—Vaya, Daanna... Todo eso sin saber que no tenía nada que ver con los asesinos —susurró

Menw con una sonrisa encantadoramente falsa. —Si hasta tienes corazón... Daanna lo miró fríamente y luego lo ignoró.

—No matamos a los humanos por placer. Ni deberíamos sentir placer cuando lo hacemos —

susurró irritada. —Sólo en defensa propia y si estamos en condiciones desfavorables, y siempre y cuando, sean humanos contaminados.

—Y... ¿éste no era el caso? —preguntó Menw con sorna.

—Puede que sí. Pero seguía siendo una mujer indefensa y no tenía por qué acostarse con ella y convertirla. Se convierte a las auténticas cáraids, no a las que no lo son —esto último lo remarcó

muy bien mirando a Menw. —Si había un castigo, era el sacrificio y no el regodearnos en su dolor.

¿Y vuestros códigos morales? ¿Dónde está la lealtad a vuestro juramento?

Menw resopló con sorna.

—¿Algo que decir, Menw? —le preguntó alzando la ceja de un modo suficiente.
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—¿Yo? —se señaló a sí mismo con gesto provocador. —Nada, sólo me sorprende oír las
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palabras
lealtad y moralidad
en tu boca, princesa.

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—No me llames así —tenía las manos echas puños a cada lado de su cuerpo.
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—Vosotros dos... ¿Para cuándo el polvo de la reconciliación? —preguntó Cahal disfrutando del
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espectáculo.

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—Cállate, Cahal... —gritaron los dos a la vez.

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Caleb miró a Cahal y tuvo que controlar sus ganas de echarse a reír.
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Daanna miró fijamente a Menw y él le fue recíproco. Luego apartaron la cara a la vez, como dos
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niños pequeños.

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—¿Cómo está? —preguntó ella finalmente desviando su atención del rubio del pelo recogido
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en una diadema.

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—Menw le está haciendo transfusiones —le explicó Caleb. —Se recuperará.
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—¿Ya la has convertí...? —dijo alarmada.

—No —contestó Caleb sonrojándose.

—Así que mi
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se arrepintió —le dijo orgullosa de él.

—No te confíes, hermanita —dijo él irguiéndose. —No lo hice porque descubrí que ella no tenía nada que ver.

—Bueno —se encogió de hombros. —Supongo que cuando viste que ella no tenía nada que ver, como tú dices, se te cayó el mundo encima por lo que habías hecho y decidiste no robarle su vida, su humanidad. Te habrías equivocado si lo hubieses hecho, Caleb. La hubieras matado igualmente cuando encontraras a tu verdadera pareja. Habría muerto de necesidad por ti. Me alegro de que no haya sido así —se aclaró la garganta y miró de reojo a Menw. —Un hombre tiene que saber cuándo parar. No como otros que en cuanto se les presentó la oportunidad de tirarse a todo lo que se meneaba, no dudaron en convertir a la primera que lo empalmó.

—Eso fue un error —dijo Menw entre dientes seriamente afligido por la acusación.

—¿Ah, sí? ¿Y cuándo fue un error, Menw? ¿Mientras te la tirabas o cuando le clavaste los colmillos? No, a lo mejor... —estaba tan tensa que podía romperse en cualquier momento. Lo miraba de reojo, roja de la rabia —fue cuando le diste de tu cuello para que te probara.

—¿Cuándo lo vas a superar, Daanna? —Menw se había puesto una máscara de frialdad e indiferencia, pero el dolor seguía latente en las profundidades de sus oscuros ojos azules.

—Te sobrevaloras, Menw. No hay nada que superar —sonrió ella intentando mantener la compostura.


Mada-ruadh
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—dijo él cerrando la conversación.

—Menw, no vuelvas a insultarla —Caleb decidió formar parte de la discusión— o tendré que darte una paliza...


Cianoil choin
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—replicó ella recogiendo la maleta airadamente.

—Daanna, cariño... —le dijo Cahal suavemente. —Esa lengua...

—Salid de aquí —les ordenó ella a todos. Estaba irritada con Menw y con su hermano, pero sobre todo con ella misma. Podían pasar años, siglos y milenios. Todavía no había aprendido a ser indiferente a las palabras de algunas personas. —La voy a cambiar. Caleb la miró impertérrito.

—¿Tiene que seguir desnuda cuando se despierte? —le preguntó ella arqueando las cejas. —

No, hermanito. Ya se ha abusado suficientemente de ella.

—Sí, será mejor que la tapes —sugirió Cahal. —La chica está demasiado buena para tres
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hombres sexualmente activos como nosotros.

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Ja

Caleb intentó hacer oídos sordos al comentario de Cahal. No quería salir, no quería alejarse de
de

ella. Pero ¿por qué, joder?

orbi

Haciendo acopio de fuerzas y voluntad salió de allí casi arrastrando los pies. Tuvo que coger a
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Cahal del cuello para que se viniera con él y con Menw. Este último seguía mirando de un modo

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desafiante a Daanna.

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Daanna procedió con gran eficacia y mimo a la hora de vestir a Eileen.
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Va

—Qué animales... —susurró repasando con sus dedos las heridas del cuerpo de la chica. —Con
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un poco de suerte, lo superarás. Pareces fuerte. Mi hermano es muy rudo cuando quiere —le
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ti

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Bráthair: en celta gaélico significa 'hermano'.

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Mada-ruadh: en celta gaélico significa 'zorra'.

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Cianoil choin: en celta gaélico significa 'perro asqueroso'.
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decía mientras le ponía el pantalón, —pero sólo está esperando que alguien entre en esa cámara acorazada dónde tiene el corazón. ¿Sabes?

Cuando la acabó de vestir. La peinó y le desenredó el pelo. Daanna creyó que era precioso. Se levantó y avisó a los demás de que ya podían entrar.

Los tres se sentaron alrededor de Eileen. La había vestido con unos tejanos azules algo gastados y una camiseta amarilla de tirantes que se ceñía a su espléndido cuerpo.

—Le dejo aquí las zapatillas —eran unas zapatillas Tommy Hilfilger playeras, doradas y con la suela negra. Las dejó a los pies del sofá. —Tenemos las mismas tallas, casi —sonrió. Menw la miró de reojo dando fe de ello. Pero, sin embargo, Daanna era algo más alta.

—¿Qué día hace hoy? —preguntó Caleb mirando en dirección a la ventana negra del salón.

—No es recomendable salir. Extrañamente hoy hace un sol de justicia. Yo he venido por los túneles —contestó Cahal.

—Yo también —dijo Daanna.

—Y yo —añadió Menw.

—Entonces, no podemos salir hasta el atardecer—convino Caleb. —Si se despierta antes, querrá irse, pero no podrá. No hasta el anochecer —y eso si él la dejaba irse.

—Estará cansada seguramente —dijo Menw.

—Esperaremos.

Intentó abrir los ojos. Todavía tenía las imágenes de ese sueño grabadas a fuego en la mente.

¿Quiénes eran esas personas? ¿Por qué ella se sentía como aquella niña? La habían llamado Aileen. Era casi igual que su verdadero nombre.

Dios, si pudiese recordar quiénes eran...

Le dolía todo el cuerpo y ya se estaba despertando. Hacía tanto, tanto tiempo que no soñaba. Abrió los párpados, no sin dificultad.

Intentó acomodarse a la luz de aquel lugar. Era una luz no muy potente.

—Se está despertando —oyó que una voz de hombre decía.

Una cara se posó enfrente de ella. Focalizó. Un chico de pelo largo moreno, un ángel caído la miraba con gesto sereno. No... Era el demonio en persona. El mismo que le había atado a la cama. Se levantó sobresaltada y quedó sentada en el sofá. ¿Lo que había en el suelo era una bandeja
e

de comida? ¿Comida para ella? Envenenada, seguro.

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Ja

—Espera, espera —decía Caleb con las manos en alto. —Ya no te vamos a hacer nada.
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Sí claro, y qué más...

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Eileen se echó a temblar, se cogió las rodillas y empezó a balancearse de delante hacia atrás.
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¿Cuándo acabaría toda esa tortura?

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Confundida, observó que alguien le había vendado la muñeca. ¿Por qué? Un dolor súbito en la
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entrepierna, la detuvo y la hizo gemir. Colocó su mano sobre el ombligo para que llegara el calor a
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la zona. Lo recordó todo y miró fijamente a Caleb. Tras él, Menw, Cahal y Daanna la observaban
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con expectación.

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—¿No me vas a hacer nada? —le preguntó Eileen con un gruñido sosteniendo la rabia como
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podía.

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