Saga Vanir - El libro de Jade (61 page)

BOOK: Saga Vanir - El libro de Jade
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Mikhail negó con la cabeza reprendiendo su lenguaje tan hosco.

—Por fin ha hecho su transformación. Pensé que no lo haría nunca — murmuró Mikhail para sí

mismo.

—No te importó nada drogaría cuando era sólo una niña. No querías que ella recordara quién era —recriminó un Caleb cada vez más furioso.

Mikhail se encogió de hombros en un gesto indiferente y sonrió. Se puso unas gafas de sol con mucha rapidez, cuqueó el botón del cilindro de cristal y una luz tan potente como el sol iluminó

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todo el restaurante. La luz salía a través de las ventanas del edificio como si fuera un faro.
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Todos se cubrieron con las manos y Mikhail corrió a través del salón aprovechando el factor
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sorpresa, no sin antes decirle a Caleb.

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—Te la quitaremos, Caleb. Ella será nuestra y no te imaginas como la vamos a disfrutar. Ahora
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ya no soy su padre, así que no habrá incesto. En fin, como si eso me importara.

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—Eres hombre muerto —le gritó él intentando palparlo, dando golpes al aire con su brazo libre.
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Víctor bailaba colgado de su otro brazo de un lado al otro. —Te mataré antes. ¿Me has oído?

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—Mikhail, no me dejes aquí —Víctor sacó una pequeña pistola de dardos de su cinturón y
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disparó a Caleb en el pecho.

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Éste sintió el pinchazo y lo tiró por los aires haciéndole caer en cualquier dirección. Se oyó un
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chasquido. Y después de eso, silencio.

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Al cabo de unos segundos la luz desapareció, pero no así sus efectos. Caleb estaba con una rodilla clavada en el suelo, frotándose los ojos. As mantenía sujeto el puente de su nariz y agitaba la cabeza intentando enfocar la vista.

—Me cago en la puta —musitó Cahal entrando a trompicones y a tientas en el salón. —¿Caleb?

—¿Y Víctor? —murmuró Caleb que poco a poco recuperaba la visión. Cahal miró a la pared de enfrente y se encontró a Víctor con el peroné de su pierna derecha desplazado y el rostro pálido compungido de dolor. Sus gafas estaban rotas en el suelo.

—Creo que le has roto la pierna, pero lo tenemos vivo —contestó orgulloso.

—¿Mikhail ha escapado?

—Ese tío es como McGyver. Tiene unos aparatos increíbles —comentó Cahal recogiéndose su pelo liso y rubio en un moño estilo samurái.

—Joder, no me siento las manos —Caleb intentaba mover los dedos pero no lo lograba.

—Déjame ver —lo inspeccionó Cahal. —Mierda, Caleb. Te han disparado —retiró el dardo de su pecho.

—Dame esa mierda, Cahal, la terapia de choque.

—No creo que sea bue...

—Cállate y dámela. Aileen necesita protección y yo no me puedo quedar como un vegetal. Rápido, dámela —le instó con una mano.

As se acercó a ellos, con la vista parcialmente recuperada.

Cahal se agachó, tomó la bolsa de remedios del vanirio y sacó una jeringa pequeña. La clavó en el cuello de Caleb.

—Pronto te recuperarás —Cahal asintió mirando con preocupación a su amigo.

—Las balas han alcanzado a tres de mis chicos —dijo As. —Se acaban de inyectar el veneno que nos recomendó Menw —le ayudó a levantarse.

—¿Se encuentran mejor? —preguntó Caleb frotándose la nuca.

—Van a necesitar una serie de atenciones femeninas para expulsar el veneno... ya sabes —

murmuró algo avergonzado. —El veneno es muy excitante.

—Está bien, As —Caleb no quería saber más.

Cahal sonrió y le dijo:

—Tenemos a Víctor. Lo vamos a hacer cantar como a una soprano — palmeó su espalda con camaradería. —Vete a descansar, Caleb. Necesitas alivio —miró a su entrepierna ahogando una

carcajada. —As y yo nos encargamos del restaurante y de Víctor.
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Caleb miró como su verga empezaba a palpitar y un hormigueo cálido recorría su columna
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vertebral. Intentó controlarse y cerró los ojos.

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—No lo intentes, chaval —sugirió As compadeciéndose de él. —Cuando recogí a Noah y a Adam
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esta mañana, a duras penas podía retenerles en el coche para que no saltaran encima de cualquier
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mujer. Nunca había visto a unos hombres sufrir tanto por una liberación. Hoy no han venido hasta
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aquí porque todavía están en faena.

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Caleb apretó la mandíbula. Pero es que él no quería a cualquier mujer para liberarse. El quería a
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Aileen, a ella y a nadie más. No le hacía falta tener ese veneno pululando en su sangre para
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excitarse por ella, pero si además de su apetito sexual por su cáraid se le añadía un afrodisíaco,

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entonces la mezcla era explosiva.

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—Aprovéchalo, Caleb —rió Cahal cogiendo a Víctor por los hombros y alzándolo como un saco
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de patatas. —Tú tienes un cuerpo calentito esperándote.

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—Cuidado —le amenazó As. —Estás hablando de mi nieta.

—Nos vemos más tarde —murmuró Caleb saliendo del restaurante.

—Eso sí sobrevives... —gritó Cahal divertido.

Caleb no contestó a ninguno de los dos. Ya no les escuchaba. Lo único que deseaba era hundirse en el cuerpo de Aileen. Tomarla de todas las maneras posibles. Calmar el hambre y la sed que tenía de ella.

Sólo pensaba en eso cuando se alzó sobre las nubes. Sabía cuál iba a ser la reacción de Aileen al verlo.

Aunque estaba enfadada con él, ella tenía hambre y seguramente estaba sufriendo por ello. Pero también estaba dolida por todo lo que había pasado esa mañana entre ellos. Él la había rechazado y le había ocultado lo que había descubierto sobre sus padres. Pero le daba igual que estuviera furiosa con él, él podía canalizar esa furia en la cama, pero ella tenía que rendirse antes. Tenía que domar a la fiera.

Se tensó más dentro de los pantalones hasta provocarle dolor. En su estado ni él mismo podía controlar sus apetitos por ella pero tenía que conseguir a Aileen, ella debía entregarse a él. Con esa fijación en mente aterrizó sobre la planta superior donde dormía su pareja, su compañera. Sólo la quería a ella.

Sobreexcitado como nunca, descubrió que una de las amplias ventanas de su dormitorio estaba ligeramente abierta.

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CAPÍTULO 21

ERA LA tercera ducha fría que tomaba esa misma noche. Volvió a ponerse el camisón de color amarillo delante del espejo. El hombro le martilleaba y el labio le escocía. Pero eso no era impedimento suficiente como para no sentir el volcán que rugía en su interior. Un volcán hecho de deseo. Sentía la piel hipersensible, el camisón rozaba sus pezones y los acariciaba como si fueran alas de mariposas. Se sentía arder y los colmillos le dolían.

No había podido dormir nada. Pensaba en Caleb a cada segundo, a cada minuto, a cada hora. Lo había intentado. Durante cinco minutos se había sentado sobre la cama en posición de loto y había intentado meditar, dejar su mente en blanco para no pensar en él. El resultado fue humillante. Había acabado hecha un ovillo sobre la cama ahogando los silenciosos sollozos en la colcha y con el cuerpo temblando de frío.

¿Y si le habían hecho daño? ¿Y si lo habían herido? ¿Qué había descubierto? Estaba absoluta e irremediablemente perdida. El descubrimiento de que sin él, ella no iba a poder ni sentir ni vivir ni querer... la descolocó.

¿Y si ella no era su cáraid? ¿Y si él estaba en lo cierto? ¿Qué iba a hacer ella entonces? ¿Debería reclamarlo? Ella sabía mejor que nadie que si hubiese sido él quién se hubiera ofrecido a ella, habría saltado sobre Caleb y lo habría violado. Ella lo deseaba. Anhelaba el contacto con su cuerpo casi tanto como el de su mente.

Cuando habían hecho el amor había descubierto algo inquietante. Y esas horas sufriendo y pidiendo a gritos su compañía le habían abierto los ojos.

El momento más completo y feliz de sus 22 años lo había encontrado en brazos de ese celta. Ese momento de mutua entrega había sido pura luz, pura energía, pura simbiosis entre dos almas. Y pedía a Dios, si es que Dios estaba allí arriba en el cielo, que nada hiciera daño a Caleb y que él regresara a ella, aunque sólo fuera para alimentarse.

¿Estaba enamorada entonces? Conectar con él a los niveles en que lo habían hecho había creado un vínculo muy fuerte entre ambos. O al menos eso creía ella, porque al parecer Caleb no lo había visto así después.

Sin embargo, ella también tenía su orgullo y no iba a suplicarle nada. Si él quería pedirle algo, adelante, ella se lo iba a dar, pero si Caleb no le iba a dar nada a ella, ella no le iría detrás. Al menos con la sangre de él, ella podría ir tirando, porque, de hecho, se habían vinculado y ya no había marcha atrás. Pero no se imaginaba compartiendo su cuerpo con nadie más que no fuera él. Y herviría de celos si Caleb tocara a otra como la había tocado a ella horas antes. ¿Y entonces?

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¿Se iba a pasar la eternidad sin disfrutar de Caleb? ¿Deseándolo?

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Aileen, ¿es que no tienes dignidad? Te llamó calienta pollas. Te dijo que no eras mujer
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suficiente. Despierta.

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Aileen salió del baño. Se abrazó el cuerpo intentando calmar los estremecimientos que sentía.
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Su pelo húmedo se enganchaba a su espalda y humedecía parte del camisón. Una ráfaga de aire le

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erizó la piel, cosa que agradeció porque la piel le quemaba como si estuviera a cuarenta de fiebre.
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Pero, ¿de dónde venía el aire? Había cerrado todas las ventanas y entonces lo vio.
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Caleb. Estaba agazapado en el balcón, casi a cuatro patas, el viento removía su larga melena
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negra como el azabache y la mirada de depredador estaba fijada en ella, como un animal. Su
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rostro estaba tenso, sus impresionantes músculos se marcaban bajo la camiseta de tirantes negra

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que llevaba. Los bíceps, el pecho, los hombros dignos del mejor y mayor boxeador del mundo. Sus
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ojos verdes destilaban pequeños centelleos y la repasaban ávidamente de arriba abajo. Aileen era
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una fantasía andante. Material de la revista GQ, de calendario Pirelli. Y la tenía toda para él.
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A Aileen se le secó la boca. Él era una amenaza en el más literal de los sentidos. Exudaba peligro por todos los poros de su piel.

Estaban a casi cinco metros de distancia en una habitación donde la única claridad que entraba era la de las lámparas del jardín y los reflejos de la luna y, aun así, ella pudo observar cómo Caleb tenía la boca entreabierta y pasaba la lengua por sus colmillos. Luego la miró y sus ojos contactaron.

Entonces Caleb alzó la comisura de sus labios y sonrió como si fuera el ganador de un premio. Aileen no estaba preparada para verlo ni tampoco para sentir que algo se relajaba por completo en su interior. La preocupación había desaparecido dando paso a una alegría y a una excitación desmesurada. Pero junto con eso, otros sentimientos contradictorios colisionaron y la obligaron a dar un paso hacia atrás.

A Caleb se le fue la sonrisa de la boca cuando vio la duda y el retroceso en la actitud de ella. Una sombra cruzó su mirada. Dio un salto digno del mejor antílope y la acorraló contra la puerta de la habitación.

Aileen miró sorprendida su nueva ubicación. Hacía un segundo había distancia entre ellos y ahora estaba contra la pared y con las manos de Caleb a cada lado de su cara, encarcelándola. Aileen tragó saliva y Caleb siguió con concentración el movimiento de su garganta.

—¿Qué haces aquí? ¿Ha ido todo bien? —preguntó ella con voz débil. Caleb parecía no escucharla, pero finalmente asintió. —¿Está bien mi abuelo?

—Sí.

—¿Y Noah y Adam?

—Sí.

—¿Y... Daanna? —También.

Se quedaron en silencio. Caleb detuvo su mirada en la herida de su hombro y en su cara magullada.

—¿Te duele? —preguntó con preocupación sin retirar los ojos de su pómulo y de sus labios. Luego deslizó los nudillos por su cuello, hasta rozar el hombro magullado. La miró a través de sus espesas pestañas negras. Había pesar y dolor en sus verdes ojos.

—Nena...

Iba a matarlos a todos.

Aileen se estremeció ante la caricia. No sabía qué hacer con las manos, así que para reprimir las ansias de tocarlo, las colocó detrás de su espalda y las dejó aprisionadas por su propio cuerpo
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contra la pared. No quería contestarle, pero entonces Caleb volvió a dejarla otra vez sin guión.
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Hundió su cara en su cuello y soltó un gemido de lamento, de reprobación hacia sí mismo. Si él
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hubiera estado con ella seguramente no la habrían herido.

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Aileen sentía el aliento de Caleb en el cuello y se obligó a cerrar los ojos y a recordarse que
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debía respirar. ¿Se lo parecía o Caleb estaba temblando también?

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—Hemos cogido a Víctor —le explicó él rozando su garganta con los labios. —Mañana lo vamos
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a interrogar.

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Aileen lo escuchaba con atención. Dios mío. Víctor.

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—¿Y Mikhail? —no pudo evitar que le temblara la voz y las rodillas se le aflojaran cuando él la
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acarició de ese modo.

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—Mikhail iba con él pero se ha escapado —se apartó de su yugular para ver la reacción de
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Aileen. La chica lo miró con sus ojos lilas pidiendo más información. —Él ya no es el mismo. Él...
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Aileen... Alguien ha convertido a Mikhail. Ahora es como yo.

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A Aileen se le cortó la respiración.

—¿Qué quieres decir?

—Alguien lo ha mordido y ha hecho un intercambio de sangre con él.

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