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Authors: Jane Austen

Tags: #Clásico,Romántico

Sentido y Sensibilidad (35 page)

BOOK: Sentido y Sensibilidad
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—Bueno —dijo Elinor—, es un alivio estar preparada para lo peor. Ya tiene lista su respuesta.

La señorita Steele iba a continuar con el mismo tema, pero la proximidad del grupo con el que había venido la obligó a cambiarlo.

—¡Ay! Ahí vienen los Richardson. Tenía mucho más que contarle, pero tengo que ir a reunirme con ellos ya. Le aseguro que son personas muy distinguidos. El hace horrores de dinero, y tienen su propio carruaje. No tengo tiempo de hablar personalmente a la señora Jennings, pero por favor dígale que estoy muy contenta de saber que no está enojada con nosotras, y lo mismo respecto de lady Middleton; y si ocurriese cualquier cosa que las obligara a usted y a su hermana a alejarse, y la señora Jennings quisiese compañía, tenga plena seguridad de que estaríamos felices de quedamos con ella durante todo el tiempo que quisiera. Supongo que lady Middleton no nos volverá a invitar esta temporada. Adiós; lamento que no estuviera acá la señorita Marianne. Déle mis más afectuosos recuerdos. ¡Vaya, si está usted usando su vestido de muselina a lunares! ¿Acaso no temía rasgarlo?

Tal fue su preocupación al separarse, pues tras haberlo dicho, sólo tuvo tiempo de presentar sus respetos y despedirse de la señora Jennings antes de que la señora Richardson reclamara su compañía; y así, Elinor quedó en posesión de información que serviría de alimento a sus reflexiones durante algún tiempo, aunque no se había enterado de casi nada que ya no hubiera previsto y supuesto por sí misma. El matrimonio de Edward y Lucy estaba tan firmemente decidido y la fecha en que tendría lugar tan absolutamente imprecisa como ella creía que estarían; según lo había esperado, todo dependía de ese cargo que, hasta el momento, parecía no tener posibilidad alguna de obtener.

Tan pronto estuvieron de vuelta en el carruaje, la señora Jennings se manifestó ansiosa de información; pero como Elinor deseaba difundir lo menos posible aquella que, en primer lugar, había sido obtenida de manera tan poco leal, se limitó a una sucinta repetición de esos simples pormenores que estaba segura que Lucy, por su propio interés, desearía se hicieran públicos. La continuidad de su compromiso y los medios que utilizarían para llevarlo a buen término fue todo lo que contó; y esto llevó a la señora Jennings a la siguiente y muy natural observación:

—¡Esperar hasta que consiga un beneficio! Claro, todos sabemos cómo va a terminar
eso
: esperarán un año, y viendo que así no consiguen nada, se acomodarán en una parroquia de cincuenta libras anuales, más los intereses de las dos mil libras de él y lo poco que el señor Steele y el señor Pratt puedan darle a ella. ¡Y después tendrán un hijo cada año! ¡Y Dios los libre, qué pobres serán! Tengo que ver qué puedo darles para ayudarlos a instalar su casa. Dos doncellas y dos criados decía yo el otro día… ¡qué va! No, no, deben conseguirse una chica fuerte para todo servicio. La hermana de Betty de ninguna manera les serviría
ahora
. A la mañana siguiente le llegó a Elinor una carta por correo, de la misma
Lucy
. Decía como sigue:

Bartlett's Building, marzo Espero que mi querida señorita Dashwood me perdone la libertad que me he tomado al escribirle; pero sé que sus sentimientos de amistad hacia mí harán que le complazca saber tan buenas noticias de mí y mi querido Edward, tras todos los problemas que debimos enfrentar el último tiempo; por tanto, no me excusaré más y procederé a decirle que, ¡gracias a Dios!, aunque hemos sufrido atrozmente, ahora estamos muy bien y tan felices como siempre deberemos estar, por nuestro mutuo amor. Hemos enfrentado grandes pruebas y grandes persecuciones, pero, al mismo tiempo, debemos agradecer a muchos amigos, entre los cuales usted ocupa uno de los lugares más importantes, cuya gran bondad recordaré siempre con toda mi gratitud, al igual que Edward, a quien le he hablado de ella. Estoy segura de que tanto a usted como a la querida señora Jennings les alegrará saber que ayer en la tarde pasé dos felices horas junto a él, que él no quería oír hablar de separamos, aunque yo, pensando que era mi deber hacerlo, insistí en ello en aras de la prudencia, y me habría separado de él en ese mismo momento, de haberlo él aceptado; pero me dijo que ello no ocurriría jamás, no le importaba el enojo de su madre mientras contara con mi afecto; nuestras perspectivas no son muy brillantes, a decir verdad, pero debemos esperar y confiar en que ocurra lo mejor; muy pronto se ordenará, y si estuviera en su poder recomendarlo a quienquiera tenga un beneficio que otorgar, estoy segura de que no nos olvidará, y la querida señora Jennings también, confiamos en que intercederá por nosotros ante sir John o el señor Palmer, o cualquier amigo que pueda ayudamos. La pobre Anne ha tenido mucha culpa en todo esto por lo que hizo, pero lo hizo con las mejores intenciones, así que no digo nada; espero que no sea un gran problema para la señora Jennings pasar a visitamos, si alguna mañana viene por estos lados;, sería muy amable si lo hiciera, y mis primas estarían orgullosas de conocerla. El papel en que escribo me recuerda que ya debo terminar, rogándole que le presente mis más agradecidos y respetuosos recuerdos, lo mismo que a sir John y lady Middleton, y a los queridos niños, cuando tenga oportunidad de verlos, y mi amor para la señorita Marianne, quedo, etc, etc.

Tan pronto Elinor terminó de leer la carta, llevó a cabo lo que, según sus conclusiones, era el verdadero objetivo de quien la había escrito, y la colocó en manos de la señora Jennings, que la leyó en voz alta con profusos comentarios de satisfacción y alabanza.

—¡Pero qué bien! ¡Y qué bonito escribe! Sí, pues, eso fue muy correcto, liberarlo del compromiso si él así lo quería. Eso fue muy propio de Lucy. ¡Pobre criatura! Con todo el corazón querría
poder
conseguirle un beneficio… Mire, me llama querida señora Jennings. Es una de las mejores muchachas que existe… Muy bien, le digo. Esa frase está muy bien armada. Sí, sí, por supuesto que iré a verla. ¡Qué atenta, piensa en todo el mundo! Gracias, querida, por mostrármela. Es una de las cartas más bonitas que yo haya visto, y habla muy bien de la inteligencia y los sentimientos de Lucy.

CAPITULO XXXIX

Las señoritas Dashwood llevaban ya algo más de dos meses en la ciudad, y la impaciencia de Marianne por irse aumentaba de día en día. Añoraba el aire, la libertad, la tranquilidad del campo; y se imaginaba que si algún lugar podía traerle paz, ese lugar era Barton. No era menor la ansiedad de Elinor, cuyo deseo de partir de inmediato era menor al de Mariano sólo en la medida en que estaba consciente de las dificultades de un viaje tan largo, algo que la última se negaba a admitir. No obstante, comenzó a pensar seriamente en llevarlo a cabo, y ya había mencionado sus deseos a su gentil anfitriona, que se resistió a ellos con toda la elocuencia de su buena voluntad, cuando surgió una posibilidad que, aunque aún las mantenía lejos del hogar durante algunas semanas más, en conjunto le pareció a Elinor mucho más conveniente que ningún otro plan. Los Palmer se irían a Cleveland más o menos a fines de marzo, por Pascua de Resurrección; y la señora Jennings, junto a sus dos amigas, recibieron una muy cálida invitación de Charlotte para acompañarlos. En sí mismo, este ofrecimiento no habría sido suficiente para la delicadeza de la señorita Dashwood; pero como fue respaldado por una muy real cortesía de parte del señor Palmer, y a ello se sumó la enorme mejoría que había experimentado su trato hacia ellas desde que se supo que su hermana pasaba por momentos muy desdichados, pudo aceptarlo con gran placer.

Cuando le dijo a Marianne lo que había hecho, sin embargo, la primera a reacción que tuvo no fue muy auspiciosa.

—¡Cleveland! —No, no puedo ir a Cleveland.

—Te olvidas —le respondió Elinor gentilmente que la casa de Cleveland no está… que no está en las vecindades de…

—Pero es en Somersetshire… Yo no puedo ir a Somersetshire… Ahí, adonde tanto deseé ir… No, Elinor, no puedes pretender que vaya allá.

Elinor no quiso discutir sobre la conveniencia de superar tales sentimientos; se limitó a esforzarse en contrarrestarlos recurriendo a otros; y, así, le pintó ese viaje como una forma de fijar el plazo en que podrían volver donde su querida madre, a quien tanto deseaba ver, de la manera más conveniente y cómoda, y quizá sin gran tardanza. Desde Cleveland, que estaba a unas pocas millas de Bristol, la distancia a Barton no era más de un día de viaje, aunque fuera un largo día; y el criado de su madre podía fácilmente ir ahí para acompañarlas; y como no tendrían que quedarse en Cleveland más de una semana, podrían estar de vuelta en casa en poco más de tres semanas a contar de ese momento. Como el cariño de Marianne por su madre era sincero, debía vencer, con muy pocas dificultades, los males imaginarios que ella había puesto en acción.

La señora Jennings estaba tan lejos de sentirse hastiada de sus huéspedes, que las instó con gran vehemencia a que volvieran con ella a su casa desde Cleveland. Elinor le agradeció la atención, pero ésta no consiguió cambiar sus planes; y con el inmediato acuerdo de su madre, tomaron todas las providencias necesarias para volver al hogar en las mejores condiciones posibles; y Marianne encontró un cierto alivio en poner por escrito las horas que aún la separaban de Barton.

—¡Ah, coronel! No sé qué haremos, usted y yo, sin las señoritas Dashwood —fueron las palabras que le dirigió la señora Jennings la primera vez que él la visitó tras haberse fijado la partida de Elinor y Marianne—, porque están decididas a volver a su casa desde donde los Palmer; ¡y qué solitarios estaremos cuando yo vuelva acá! ¡Dios! Nos sentaremos a mirarnos con la boca abierta, más aburridos que un par de gatos.

Quizá la señora Jennings tenía la esperanza de que este expresivo boceto de su futuro hastío lo incitara a hacer esa proposición que le permitiría liberarse de tal destino; y si así era, poco después tuvo motivos para pensar que había logrado su objetivo; pues al acercarse Elinor a la ventana para tomar de manera más expedita las medidas de un grabado que iba a copiar para su amiga, él la siguió con una mirada particularmente significativa y conversó con ella durante varios minutos. Tampoco el efecto que tuvo esta conversación en la joven escapó a la observación de la señora Jennings, pues aunque era demasiado digna para estar escuchando, e incluso para
no
escuchar se había cambiado de lugar a uno cercano al piano donde Marianne estaba tocando, no pudo evitar ver que Elinor mudaba de color, escuchaba con gran agitación y estaba demasiado concentrada en lo que él decía para seguir con su labor. Confirmando aún más sus esperanzas, en el intervalo en que Marianne cambiaba de una lección a otra no pudo evitar que llegaran a sus oídos algunas de las palabras del coronel, con las cuales parecía estar excusándose por el mal estado de su casa. Esto eliminó toda duda en ella. Le extrañó, es cierto, que él pensara que ello era necesario, pero supuso que sería la etiqueta correcta. No pudo distinguir la respuesta de Elinor, pero a juzgar por el movimiento de sus labios, parecía pensar que
ésa
no era una objeción de peso; y la señora Jennings la alabó en su corazón por su honestidad. Siguieron hablando luego sin que pudiera captar ni una palabra más, cuando otra afortunada pausa en la ejecución de Marianne le hizo llegar estas palabras en la tranquila voz del coronel:

—Temo que no pueda realizarse muy pronto.

Atónita y espantada ante palabras tan poco propias de un enamorado, estuvo casi a punto de exclamar a viva voz, «¡Dios! ¡Y qué trabas podría haber!»; pero frenando su impulso, se limitó a exclamar para sí: «¡Qué extraño! Seguro que no necesita esperar a ser más viejo».

Esta tardanza de parte del coronel, sin embargo, no pareció ofender ni mortificar en lo más mínimo a su hermosa compañera, pues cuando poco después terminaban de conversar y se separaban en distintas direcciones, la señora Jennings escuchó claramente a Elinor diciendo, con voz que mostraba que sentía lo que decía:

—Para siempre me sentiré en deuda con usted.

La señora Jennings se sintió encantada ante esta muestra de gratitud, y tan sólo se extrañó de que el coronel, tras escuchar tales palabras, pudiera despedirse, según lo hizo de inmediato, con la mayor sangre fría, ¡y marcharse sin responderle nada! Jamás habría pensado que su viejo amigo sería un pretendiente tan poco entusiasta.

Lo que realmente hablaron entre ellos, fue como sigue:

—He sabido —dijo él, con enorme piedad— de la injusticia cometida con su amigo, el señor Ferrars, por su familia; si estoy en lo cierto, lo han proscrito completamente por persistir en su compromiso con una joven muy meritoria. ¿Se me ha informado bien? ¿Es así?

Elinor le respondió que así era.

—La crueldad, la grosera crueldad —replicó él, con gran emoción— de dividir, o intentar dividir a dos jóvenes que se quieren, es terrible. La señora Ferrars no sabe lo que puede estar haciendo, a lo que puede llevar a su hijo. Dos o tres veces he visto al señor Ferrars en Harley Street, y me agrada mucho. No es un joven al que se pueda llegar a conocer íntimamente en poco tiempo, pero lo he visto lo suficiente para desearle el bien por sus propios méritos, y en cuanto amigo suyo, se lo deseo aún más. Entiendo que desea ordenarse. ¿Tendría la bondad de decirle que el beneficio de Delaford, que acaba de quedar vacante, según me han informado en el correo de hoy, es suyo si cree que vale la pena aceptarlo? Aunque, quizá, en las desafortunadas circunstancias en que ahora se encuentra parecería
insensato
dudarlo. Sólo desearía que el beneficio fuera de mayor valor. Es una rectoría, pero pequeña; creo que el último titular no hacía más de doscientas libras al año, y aunque por supuesto puede mejorar, temo que no en la cantidad que le permitiría al señor Ferrars un ingreso muy holgado. No obstante, en las actuales circunstancias tendré mucho gusto en presentarlo. Por favor, dígaselo.

El asombro de Elinor ante este encargo difícilmente habría sido mayor si el coronel en verdad le hubiera estado ofreciendo matrimonio. Tan sólo dos días atrás había pensado que Edward no tenía esperanza alguna de conseguir el cargo que le permitiría casarse,
y
ahora era suyo; ¡y
ella
, nada menos que ella, era la encargada de hacérselo saber! Su emoción fue grande, aunque la señora Jennings la hubiera atribuido a otra causa; y aun si en ella se mezclaban pequeños sentimientos menos puros, menos agradables, también sentía una enorme gratitud y aprecio, que expresó en cálidas palabras, por la general benevolencia y los especiales sentimientos de amistad que habían llevado al coronel a realizar ese gesto. Se lo agradeció de todo corazón, elogió ante él los principios y disposición de Edward de la manera en que creía se lo merecían, y prometió llevar a cabo el encargo con gran placer, si en verdad era su deseo dar a otra persona una tarea tan agradable. Pero, al mismo tiempo, no pudo evitar pensar que nadie la cumpliría mejor que él. Era, en pocas palabras, una misión de la cual le habría gustado verse libre, por no infligir a Edward el dolor de recibir un favor de
ella
; pero el coronel Brandon, a quien guiaba idéntica delicadeza para preferir no hacerlo él mismo, parecía tan empeñado en que ella se hiciera cargo, que de ninguna manera quiso Elinor negarse. Pensaba que Edward aún se encontraba en la ciudad, y por fortuna le había escuchado su dirección a la señorita Steele. Podía, entonces, cumplir con informarlo ese mismo día. Tras haberse acordado esto, el coronel Brandon comenzó a hablar de las ventajas que para él representaba haber conseguido un vecino tan respetable y agradable; y fue
entonces
que lamentó que la casa fuera pequeña y de regular calidad, un problema al cual Elinor, tal como la señora Jennings supuso que había hecho, no dio mayor importancia, al menos en lo concerniente al tamaño de la vivienda.

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