Sex code

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Authors: Mario Luna

Tags: #Autoayuda

BOOK: Sex code
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Año de publicación
: 2007

Sinopsis
: Sex Code es el manual definitivo de la seducción. ¿Te atreves a imaginar algo así? Sex Code es la culminación de años de trabajo de un auténtico profesional de la seducción que ha consagrado su vida al estudio de todo lo que hace que un hombre consiga todo lo que quiere de una mujer. Todas las mujeres saben lo que quieren los hombres y ellos lo tienen muy claro, pero muy pocos lo consiguen… Las estratégias, métodos probados, técnicas listas para usar: rutinas de valor, de romance, de cierre… Sex Code es una guía minuciosa y práctica que enseña paso a paso cómo seducir a cualquier mujer.

Mario Luna

Sex code

ePUB v2.0

akilino
20.08.12

Título original:
Sex code

Mario Luna, 2007.

Editor: akilino

ePub base v2.0

CARTA AL LECTOR

Querido lector, felicidades.

Te felicito porque creo que hace falta cierto coraje para invertir dinero en un libro como éste. En un mundo en que los hombres fanfarronean a menudo sobre su capacidad para atraer al sexo opuesto y ocultan avergonzados sus fracasos con las mujeres, no es fácil admitir que uno no disfruta del éxito que quisiera en este terreno tan personal.

Yo mismo conozco a mucha gente con serios problemas para atraer a las personas que les gustan y que son, con todo, incapaces de reconocerlo. A menudo, ni siquiera se lo reconocen a ellos mismos. Por ello, no me importa el nivel de éxito de que goces ahora mismo con las mujeres. Puede que ya te vaya bien y solo quieras mejorar o profundizar en tu conocimiento. O puede que, como yo en otro tiempo, te consideres un auténtico «caso desesperado». En cualquiera de los casos, mereces todo mi respeto.

Sea como fuere, creo que has dado ya un paso importante. Pues, si no me equivoco, acabas de plantearte algo que la mayoría de la gente rara vez se plantea. Acabas de plantearte mejorar. Algo, querido amigo, que siempre ha sido y será digno de admiración.

Ahora, mi objetivo no es otro que el de acompañarte en este camino de mejora constante que acabas de emprender. Espero que el manual que tienes entre manos te ayude a recorrerlo. Si con él logro contribuir a que tu vida resulte más excitante y divertida, me daré por satisfecho. Si, además, sirve para que muchas mujeres se den a sí mismas la oportunidad de conocer a alguien tan especial como tú y de pasar momentos inolvidables junto a ti, me consideraré realmente afortunado.

Paso, sin más dilación, a ofrecerte mi Sex Code. El libro que —espero— te permitirá decodificar la clave de esa felicidad que durante tanto tiempo, en mayor o menor medida, se te ha estado resistiendo.

UN POQUITO DE MI HISTORIA PERSONAL

Antes de entrar a abordar ningún otro tema, me gustaría responder a una pregunta que podrías llegar a plantearte: ¿Qué puede llevar a un hombre a querer consagrar su vida al estudio de la seducción?

Para contestar a esta legítima pregunta, he decidido compartir contigo un par de historias personales. Creo que en ellas encontrarás una respuesta bastante satisfactoria.

EL DÍA QUE TOQUÉ FONDO: LA HISTORIA DE MARTA

Por un momento, me sentí casi satisfecho.

La habitación estaba hecha un desastre. Había velas consumidas, un cenicero volcado, botellas vacías y un montón de cds desparramados por el escritorio. El sol, que empezaba a enseñar los dientes, se colaba por las rendijas de la persiana cerrada. Quedaba poco para que el verano se pusiera a reclamar lo que era suyo.

Normalmente no fumo, pero la noche anterior había sido una excepción. Decidí que aquel día también iba a serlo, así que saqué un cigarrillo del paquete que había sobre la mesilla, lo encendí y le di una larga calada.

Con el humo, me invadió una extraña sensación de triunfo. Era como si algo en aquella paz vampírica me hiciese sentirme más auténtico, más libre, más especial, más… ¿Me atrevería a decir más hombre?

En medio de aquel desastre, me costaba identificar qué era. En principio, no parecía haber nada mágico en los condones que salpicaban el cuarto aquí y allá, ni en las prendas de ropa que adornaban el suelo, las sillas o el marco de la ventana. Pero hubiese jurado que había algo en todo aquello que me gustaba. Y, más allá de toda duda, la botella de güisqui a mi derecha y la silueta femenina que yacía a mi izquierda también contribuían a hacerme sentir importante.

Por supuesto, siempre podía adoptar una actitud fría y concluir que, sencillamente, una interminable noche de sexo había liberado en mi cerebro suficientes endorfinas como para animar a un elefante. Especialmente tras una mala racha de varios meses, durante la cual no había echado un solo polvo.

¿Habría, por fin, terminado la mala racha?

Entonces Marta despertó. Y sus primeras palabras tuvieron el efecto de una sacudida eléctrica, devolviéndome de inmediato a la realidad. Una de la que llevaba huyendo durante años y que quería olvidar a toda costa. En un intento desesperado por anular mi conciencia y, con ella, lo que estaba empezando a sentir, apagué el cigarrillo, puse a Marta boca abajo y le bajé las braguitas justo por debajo de las nalgas. Ella aceptó mis maniobras con total sumisión, lo cual no tardó en excitarme de nuevo. Me enfundé un preservativo y empecé a penetrarla.

Una vez más, había logrado olvidar muchas cosas. Entre ellas, algunos de mis principios. Algo que, siempre que pudiera mantener a la realidad a raya, tampoco importaba demasiado. Y alejar la realidad era, precisamente, un cometido que la lujuria del momento parecía satisfacer bastante bien.

Pero todo acaba.

Y aquello también lo hizo. Acababa de eyacular y estaba haciendo un nudo en el preservativo. Tenía una sensación extraña en la boca.

—¿Cuáles son tus planes? —preguntó ella.

—No lo sé —respondí—. Creo que igual me voy de esta ciudad.

Aunque no estuviese planeando hacerlo, aquella hubiese sido una buena respuesta igualmente.

—Bueno —concluyó—. Si pasas por aquí, ya sabes dónde estoy.

Aunque a simple vista parecía una chica del montón, Marta se diferenciaba de las demás. No era como las otras treinta que meses antes no habían querido quedar conmigo.

Marta era otra cosa.

En ese momento recobré la conciencia de ello. Y las endorfinas de cien mil elefantes no bastarían ya para sustraerme de que…

—Son ciento veinte euros… —dijo.

Había pagado por follar. Una vez más.

Algo que, en condiciones normales, me había jurado no volver a hacer.

Pero mis condiciones distaban mucho de ser normales. Yo estaba desesperado. Desesperado sexual, emocionalmente. Y lo estaba hasta tal punto que había besado apasionadamente a Marta una y otra vez. Incluso había logrado olvidarme de lo mal que fingía.

Ahora, en su forma de hablarme y de mirarme, no había nada similar al amor o la atracción. Y, aunque intentaba ir de amiga cómplice, sabía que en el fondo me despreciaba. Como despreciaba a la mayoría de sus clientes.

Curioso, ¿no?

Ya desde la primera frase que cruzamos, desde su primera mueca de asco, me había estado preguntando si sería capaz de pagar por su desprecio. Y ahora, mientras yacía a su lado, me percaté de que esta era ya la segunda vez que me demostraba a mí mismo que era más que capaz de hacerlo.

Por supuesto, ignoraba la oscura causa de la repulsión que causaba en las mujeres que me atraían sexualmente. Pero conocía perfectamente lo que me había llevado a gastarme los ahorros en los gemidos pésimamente fingidos de Marta y otras prostitutas tantas veces: mi baja autoestima.

Había que reconocerlo. No había nada altruista en mi comportamiento. No tenía nada que ver con un instinto caritativo que me llevase a dejarme el sueldo en las putas más tiradas del país. Nada de eso.

Tenía que afrontarlo. Aquello lo hacía por desesperación pura y dura. Sencillamente había ido descendiendo hasta los peldaños más bajos de la existencia. Aquellos en los que seres humanos se debaten entre sus escrúpulos y su deseo de sentirse amados o deseados.

En otras palabras, había tocado fondo.

UNA DECISIÓN

No recuerdo si fue en ese preciso instante o en alguno de los días que, a continuación y como espesos nubarrones grises, se fueron sucediendo. Lo que está claro es que en un momento dado mi espontáneo comentario sobre dejar la ciudad debió de transformarse en una decisión auténtica y real. Una decisión que alteraría mi vida para siempre.

Iba a cambiar mi suerte con las mujeres. O a dejar los mejores años de mi juventud en el intento.

EL CAMBIO

Algunas semanas después, justo el día de mi cumpleaños, mis pensamientos se agitaban tanto como el barco que me alejaba de mi pasado. Mientras aquel se abría paso por un mar inquieto, rumbo a la isla exótica donde prestaría mis servicios como animador turístico, yo trataba de abrirme paso por una imaginación poblada de miedos y fantasmas.

Había partido en busca del Dorado, del conocimiento que tanto anhelaba. No tenía ni idea de lo que hacía responder sexualmente a las mujeres, pero sí tenía una cosa clara: si había algo que pudiese ser aprendido al respecto, yo iba a hacerlo. Este fue, pues, el primero de mis numerosos viajes y el inicio de una larga y excitante aventura. Una aventura que me llevaría a adquirir la perspectiva y las ideas que ahora pretendo compartir contigo.

EL DÍA QUE EMPECÉ A CREER EN LOS AVEN: LA HISTORIA DEL MELLAO

Estaba a punto de llegar a una conclusión equivocada.

Había transcurrido ya casi un año desde que decidí consagrar mi vida al progreso en este campo. Por supuesto, había visto ya considerables resultados. Es más, mi vida, mi relación con las mujeres, había cambiado por completo. Pero, al igual que un año atrás había creído tocar fondo, ahora tenía la sensación de haber tocado techo.

El verano anterior había trabajado como animador turístico en Formentera y creía haber aprendido todo lo que puede aprenderse sobre cómo atraer al sexo opuesto. Vestía a la última y estaba moreno como un zulú. Había esculpido mi cuerpo, estaba en forma y casi podía decirse que sabía bailar, aun cuando lo hiciera sobre un escenario y delante de cientos de personas. Me depilaba y era adicto a toda clase de potingues que mejoraban mi aspecto notablemente. Usaba lentillas, había cultivado una mirada letal y trabajado sobre una sonrisa devastadora, con unos dientes blancos como las teclas de un piano.

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