Star Wars Episodio V El imperio contraataca (10 page)

BOOK: Star Wars Episodio V El imperio contraataca
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El pequeño androide lanzó unos agitados bips y Luke se volvió para leer el último comentario en la pantalla visora.

—No —replicó Luke—, no nos reuniremos con los demás.

La noticia sorprendió a Artoo, que de inmediato lanzó una serie de sonidos nerviosos.

—Iremos al sistema de Dagobah —explicó Luke.

El robot volvió a lanzar un bip y calculó la cantidad de combustible que llevaba el caza con alas en X.

—Nos alcanzará.

Artoo emitió una serie más larga y cadenciosa de pitos y silbidos.

—No nos necesitan —replicó Luke a la pregunta del androide sobre el punto de reunión planificado por los rebeldes.

A continuación Artoo lanzó un delicado bip para recordarle la orden de la princesa Leia.

Exasperado, el joven piloto exclamó:

—¡Revocaré esa orden! Ahora haz el favor de callarte.

El pequeño androide guardó silencio. Al fin y al cabo, Luke era uno de los comandantes de la alianza rebelde y, como tal, podía revocar órdenes. Hacía unos ajustes secundarios en los mandos cuando Artoo volvió a chillar.

—Sí, Artoo —suspiró Luke.

Esta vez el androide emitió una serie de sonidos suaves y eligió con sumo cuidado cada bip y silbido.

No deseaba molestar a Luke, pero los descubrimientos de su computadora eran lo bastante importantes como para comunicarlos.

—Sí, Artoo, sé que el sistema de Dagobah no aparece en ninguna de nuestras cartas espaciales, pero no te preocupes, existe.

La unidad R2 emitió otro preocupado bip.

—Estoy completamente seguro —dijo el joven, e intentó serenar a su compañero mecánico—. Confía en mí.

Confiara o no en el ser humano que manipulaba los mandos del caza en X, Artoo sólo emitió un humilde suspiro. Guardó un silencio absoluto durante unos segundos como si pensara, y después lanzó otro bip.

—Si, Artoo.

Este mensaje del robot fue planteado aún más cuidadosamente que el anterior, se podría hablar de la táctica de las oraciones silbadas. Parecía que Artoo no tenía el menor deseo de ofender al humano en quien había confiado. Pero, calculó el robot, ¿no existía la posibilidad de que el cerebro humano funcionara ligeramente mal? Al fin y al cabo, había permanecido mucho tiempo en los montículos de nieve de Hoth. Artoo también computó otra posibilidad: quizás el wampa, la criatura del hielo, le había golpeado con más fuerza de lo que diagnosticó Too-Onebee.

—No —respondió Luke—, no me duele la cabeza. Me siento bien. ¿Por qué? El gorjeo de Artoo fue tímido e inocente.

Ni mareos ni somnolencia. Hasta las cicatrices han desaparecido. El tono del silbido siguiente se agudizo inquisitivamente.

—No, Artoo, todo está bien. Prefiero pilotar manualmente la nave durante un rato.

El rechoncho robot lanzó un último quejido que a Luke le pareció un sonido de derrota. Le divirtió percibir la preocupación del androide por su salud.

—Artoo, confía en mi —dijo Luke y sonrió cariñosamente—. Sé a dónde voy y llegaremos allí sanos y salvos. No está lejos.

Han Solo estaba desesperado. El
Falcon
no había logrado eludir a los cuatro cazas TIE y al inmenso destructor galáctico que lo perseguían.

Solo corrió hasta la bodega del carguero y se puso a trabajar frenéticamente para reparar la unidad de hiper transmisión que fallaba. Era prácticamente imposible realizar esa delicada reparación mientras el
Falcon
se sacudía a cada ráfaga de fuego antiaéreo de los cazas.

Han lanzó órdenes a su copiloto, que controló los mecanismos.

—Aumentador de presión horizontal.

El wookie vociferó. Le parecía que funcionaba bien.

—Humedecedor aluvial.

Otro grito. Esa pieza estaba en su sitio.

—Chewie, tráeme las llaves hidráulicas.

Chewbacca corrió hasta el pozo con las herramientas. Han cogió las llaves, se detuvo y miró a su fiel amigo wookie.

—No sé cómo saldremos de ésta —le confió. En ese momento un resonante golpe percutió en el costado del
Falcon
, por lo que la nave cayó y giró vertiginosamente.

Chewbacca ladró preocupado, Han se sujetó para asimilar el impacto y las llaves hidráulicas volaron de su mano. Cuando recuperó el equilibrio, gritó a Chewbacca a pesar del ruido.

—¡Eso no fue una ráfaga de láser! ¡Algo nos ha alcanzado!

—Han... Han... —frenética, la princesa Leia le llamaba desde la carlinga—. ¡Ven aquí!

Salió de la bodega disparado y regresó a la carrera a la carlinga, en compañía de Chewbacca.

Lo que vieron por las ventanas les dejó asombrados.

—¡Asteroides!

Hasta donde llegaban sus miradas, veían enormes fragmentos de rocas voladoras que se movían vertiginosamente por el espacio. ¡Como si las malditas naves de persecución de los imperiales no supusieran problema suficiente! Han ocupó de inmediato su asiento de piloto y volvió a hacerse cargo de los mandos del
Falcon
.

El copiloto se acomodó en su asiento en el mismo momento que un asteroide especialmente grande pasaba a toda velocidad junto a la proa de la nave.

Han llegó a la conclusión de que tenía que permanecer tan sereno como le fuese posible, pues en caso contrario, quizá no pudieran sobrevivir más de unos instantes.

—Chewie, curso dos siete uno —ordenó.

Leia quedo boquiabierta de asombro. Conocía el significado de la orden de Han y se sorprendió ante plan tan temerario.

—¿No pensarás sumergirte en el campo de asteroides? —preguntó con la esperanza de haber oído mal la orden.

—¡No se preocupe, no nos seguirán en medio de esta lluvia! —gritó entusiasmado.

—Señor, si me permite recordárselo —intervino Threepio, que procuraba ejercer una influencia racional—, la probabilidad de navegar con éxito en un campo de asteroides es una en aproximadamente dos mil cuatrocientas setenta y siete.

Nadie pareció oír.

La princesa Leia frunció el ceño.

—No es necesario que lo hagas para impresionarme —dijo mientras otro asteroide golpeaba contra el
Falcon
.

Han estaba pasándolo la mar de bien y decidió ignorar las insinuaciones de la princesa.

—Resista, querida —se echó a reír y sujetó con más firmeza los mandos—. Ya lo creo que vamos a volar.

Leia dio un respingo y, resignada, se sujetó firmemente al asiento, See-Threepio, que seguía recitando cifras, desconectó su voz humana sintetizada cuándo el wookie se volvió y le miró con expresión adusta.

Han Solo se concentró en cumplir su plan. Sabía que funcionaría; tenía que funcionar pues no había ninguna otra alternativa, Voló más por instinto que basándose en los instrumentos y dirigió su nave entre la implacable lluvia de piedras. Echó un rápido vistazo a las pantallas de sus dispositivos exploradores y descubrió que los cazas TIE y el
Avenger
aún no habían renunciado a la persecución. Será un funeral imperial, pensó mientras maniobraba el
Falcon
entre la granizada de asteroides.

Miró otra pantalla visora y sonrió al ver el choque entre un asteroide y un caza TIE. La explosión apareció en la pantalla como un estallido de luz. En ése no hay supervivientes, pensó Han.

Los pilotos de los cazas TIE que perseguían al
Falcon
se contaban entre los mejores del Imperio, pero no podían competir con Han Solo, o no eran lo bastante buenos o no eran lo bastante locos.

Sólo un lunático habría enviado su nave a un recorrido suicida entre los asteroides. Locos o no, esos pilotos no tuvieron más alternativa que pisarle los talones. Indudablemente preferían, morir en el bombardeo de rocas que comunicar un fracaso a su lúgubre jefe.

El más grande de los destructores galácticos imperiales abandonó regiamente la órbita de Hoth.

Iba flanqueado por otros dos destructores galácticos y una escuadrilla protectora de naves de guerra más pequeñas acompañaba a todo el grupo. En el destructor central, el almirante Piett aguardaba junto a la puerta de la cámara personal de meditación de Darth Vader. La mandíbula superior se alzó lentamente hasta que Piett logró ver a su amo con la túnica, de pie entre las sombras.

—Señor —dijo Piett respetuosamente.

—Pase, almirante.

El almirante Piett sintió un gran respeto al entrar en la habitación apenas iluminada y acercarse al Oscuro Señor del Sith. Su amo se destacaba en la sombra de modo que Piett apenas logró discernir los bordes de un conjunto de apéndices mecánicos a medida que retiraban un tubo respiratorio de la cabeza de Vader. Se estremeció al comprender que quizás era la primera persona que veía desenmascarado a su jefe.

El espectáculo era horroroso. Vader, que daba la espalda a Piett, estaba totalmente vestido de negro, pero por encima del cuello negro con tachones brillaba una cabeza calva, Aunque intentó apartar la mirada, una mórbida fascinación obligó al almirante a mirar esa cabeza sin pelo y con forma de cráneo. Estaba cubierta por un laberinto de grueso tejido de cicatrización que se retorcía sobre la piel de Vader, pálida como la de un cadáver. A Piett le cruzó por la mente la idea de que quizá pagaría un precio muy alto por ver lo que nadie más había visto, En ese momento, las manos robóticas aferraron el casco negro y lo acomodaron delicadamente sobre la cabeza del Oscuro Señor.

Con el casco en su sitio, Darth Vader se volvió para oír el informe de su almirante.

—Nuestras naves de persecución han avistado al
Millennium Falcon
, señor. Se ha introducido en un campo de asteroides.

—Almirante, los asteroides no me preocupan respondió Darth Vader mientras cerraba lentamente el puño. No quiero excusas sino esa nave. ¿Cuánto tiempo se tardará en tener a Skywalker y a los demás ocupantes del
Millennium Falcon
?

—Será pronto, Lord Vader —respondió el almirante temblando de miedo.

—Sí, almirante... —dijo Darth Vader lentamente—, que sea pronto...

Dos asteroides gigantescos salieron disparados hacia el
Millennium Falcon
. El piloto realizó rápidamente una arriesgada maniobra de inclinación lateral que permitió a la nave salir aleteando de la trayectoria de esos dos asteroides. Pero estuvo a punto de chocar con un tercero. Mientras el
Falcon
se deslizaba por el campo de asteroides, tres cazas TIE imperiales que viraban entre las rocas lo perseguían pisándole los talones. Súbitamente una roca informe rozó fatalmente a uno de los cazas, que salió disparado en otra dirección, irremediablemente incontrolado. Los otros dos cazas TIE continuaron la persecución en compañía del destructor galáctico
Avenger
, que disparaba contra los veloces asteroides que se interponían en su camino.

Han Solo observó las naves que les perseguían por las ventanillas de la carlinga mientras ponía del revés su carguero, aceleraba para eludir otro asteroide que se aproximaba y luego volvía a colocar la nave en su posición correcta. De todas maneras, el
Millennium Falcon
todavía no estaba fuera de peligro. Los asteroides pasaban aún junto al carguero. Una roca pequeña golpeó la nave y produjo un estrépito terrible que aterrorizó a Chewbacca e hizo que See-Threepio se cubriera las lentes oculares con una mano dorada.

Han miró a Leia y vio que permanecía sentada con cara de piedra mientras observaba el campo de asteroides. Le pareció que deseaba estar a miles de kilómetros de distancia.

—Bien —comenzó el coreliano—, dijo que quería estar presente cuando cometiera un error.

Leia no le miró.

—Retiro lo dicho.

—Ese destructor galáctico ha reducido la velocidad —anunció Han al comprobar las lecturas de la computadora.

—Bien —respondió la princesa secamente.

La panorámica del otro lado de la carlinga aún estaba poblada de veloces asteroides.

—Si seguimos aquí mucho tiempo más, acabaremos pulverizados —observó Han.

—Me opongo a eso —comentó Leia bruscamente—. Tenemos que alejarnos de esta lluvia.

—Eso tiene sentido.

—Me acercaré a uno de los asteroides más grandes —agrego Han.

Eso no tenía sentido.

—¡Acercarse! —exclamó Threepio y alzó sus brazos metálicos. Su cerebro artificial apenas podía registrar lo que sus sensores auditivos acababan de percibir.

—¡Acercarse! —repitió Leia incrédula.

Chewbacca miró asombrado al piloto y vociferó.

¡Ninguno de los tres podía comprender por qué motivo el capitán, que había arriesgado la vida por salvarles, ahora intentaba aniquilarles! Han hizo algunos ajustes sencillos en los mandos de la carlinga, deslizó el
Millennium Falcon
entre algunos asteroides grandes y después enfiló directamente la nave hacia uno del tamaño de una luna, Una lluvia relampagueante de rocas más pequeñas chocó contra la superficie escarpada del inmenso asteroide cuando el
Falcon
lo sobrevoló perseguido todavía por los cazas TIE del Imperio.

Fue como efectuar un vuelo rasante sobre la superficie de un planeta pequeño, yermo y carente de vida.

Con precisión de experto, Han Solo hizo que la nave virase hacia otro asteroide gigantesco, el más grande de los que habían encontrado. Recurrió a toda la habilidad que le había hecho famoso en la galaxia y maniobró con el
Millennium Falcon
de modo que el único objeto interpuesto entre el carguero y los cazas TIE era la roca que se deslizaba peligrosamente.

Sólo se produjo un breve resplandor luminoso y después nada. Los restos de los dos cazas TIE se perdieron en la negrura y el enorme asteroide siguió avanzando sin desviarse de su rumbo.

Han sintió una alegría interior tan intensa como el espectáculo que acababa de iluminar su visión.

Sonrió para sus adentros con mudo triunfo.

Percibió una imagen de la pantalla principal de la consola de mando y dio con el codo al peludo copiloto.

—Mira —Han señaló la imagen—. Chewie haz una lectura. Parece bastante bueno.

—¿De qué se trata? —quiso saber Leia.

El piloto del
Falcon
ignoró su pregunta y dijo:

—Satisfará nuestros propósitos.

A medida que se aproximaban a la superficie del asteroide, Han observó el escabroso terreno y le llamó la atención una zona en penumbra semejante a un cráter de gigantescas proporciones.

Hizo bajar el
Millennium Falcon
hasta el nivel de la superficie y se introdujo directamente en el cráter, cuyas paredes, formado una especie de cuenco, rodearon súbitamente la nave.

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