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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Humor, Relato

Superviviente (22 page)

BOOK: Superviviente
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El mundo no eran más que retretes públicos con Fertility cuchicheando en el cubículo de al lado:

—Mañana, un iceberg chocará con un transatlántico por la noche.

Susurros:

—El miércoles que viene, a las dos en punto de la tarde, hora de Nueva York, la pantera gris boliviana se habrá extinguido.

El agente me cuenta que para la mayoría de americanos representa un gran problema deshacerse de material pornográfico de manera discreta y segura. Por todo Estados Unidos, me dice, hay enormes colecciones de
Playboy
y de
Hustler
que ya no excitan a nadie. Hay almacenes y estanterías enteras llenas de desconocidos de largas patillas o sombra de ojos azul que follan con mala música de fondo. Lo que este país necesita, me dice, es un lugar en el que depositar las guarradas caducas, un sitio en el que todo eso se pueda descomponer lejos de la vista de niños y mojigatos.

Me viene con este cuento después de haber llevado a cabo un estudio de viabilidad del soterramiento de papel, plástico, elásticos, látex, goma, cuero, grilletes de acero, cremalleras, anillos de cromo, velero, vinilo, lubricantes y nailon.

La idea es establecer puntos de recogida en los que la gente pueda depositar su pornografía sin preguntas. Las franquicias locales enviarán el porno sellado en contenedores especiales, similares a los empleados para material clínico contaminado con enfermedades infecciosas. Todo será transportado a la antigua colonia de la Iglesia del Credo en el centro de Nebraska, donde se procederá a su clasificación. Las tres categorías serán:

«Porno blando», «Porno duro» y «Niños».

La primera categoría se pondrá a pudrir a ras de suelo. La segunda categoría será enterrada con excavadoras. La tercera será manipulada tan sólo por gente sin interés alguno, equipada con material protector desechable que incluirá guantes y botas de goma de 5 milímetros y mascarillas, que sellarán la pornografía infantil en cámaras subterráneas en las que pasarán los tropecientos mil millones de años que les queden de vida.

Según mi agente, tenemos que conseguir que a la gente le entre el pánico ante la amenaza de la pornografía.

Presionaremos al gobierno para que decrete la obligación de deshacerse de la pornografía de manera segura y limpia. A nuestra manera. Igual que con el aceite de motor o el amianto; si la gente quiere deshacerse de ello, tendrá que pagar.

Haremos campañas en las que se vea la pornografía usada tirada por las calles. Cómo corrompe a los niños. Cómo incita a los crímenes sexuales.

Cobraremos a tanto la tonelada para aceptar el material. Las franquicias locales de recogida harán que el costo repercuta sobre los clientes y añadirán un margen de beneficio. Nosotros ganamos dinero. Las franquicias locales ganan dinero. El usuario ya puede renovar su pornografía. La industria pornográfica se hace rica.

Bueno, me dice mi agente. Más rica todavía.

Según mi agente, iba a ser una situación de beneficio constante.

Pero no lo fue.

Para entonces, el agente estaba ya enfrascado en el borrador de una ley federal que exige el pago de un depósito en la compra de material pornográfico. El gobierno canalizará ese deposito para pagar el soterrado de material pornográfico que aparezca abandonado. Parte de ese impuesto especial sobre pornografía irá destinado a la erradicación de depósitos ilegales. Otra parte de los dólares del impuesto de uso especial se destinaría a la rehabilitación de adictos al sexo, pero no sería mucho.

Antes incluso de haber oído yo una palabra sobre el Verteporno, ya habían falsificado el estudio de impacto medioambiental.

Las pruebas de percolación fueron alteradas.

El tío de publicidad enviaba faxes día y noche a las comunidades religiosas para ver cómo estaba el patio. Los grupos de presión iban dando discretos empujoncitos.

Por un lado teníamos veinte mil acres de terreno de la Iglesia del Credo lleno de fantasmas que nadie quería comprar. Y por otro estaban los millones de colecciones privadas de pornografía que nadie quería. Tenía sentido para todo el mundo menos para mí.

No fui yo el que tomó la decisión. Exploré algunas alternativas. Recité la plegaria para crear espacio extra de almacenaje. Me tragué cuatro mil miligramos de prototipos de chocolate de Gramacease. Creí que así podría solucionar el problema del país. Recité la plegaria para reciclar la prensa acumulada, pero no era lo mismo. Recité la plegaria para desviar la atención, pero mi agente no se dejaba distraer.

Según el periódico de una mañana, el proyecto de ley de soterrado de material conflictivo había sido aprobado por la Cámara y el Senado y el presidente iba a firmarla.

El agente no dejaba de decirme:

—Firma esto. Una inicial aquí. Y aquí. Y aquí.

Recité la plegaria para firmar documentos importantes que no has leído.

Según Fertility, fue lo del Verteporno lo que sacó a mi hermano Adam de su madriguera.

Lo único que tuve que ver con todo es que firmé algunos papeles.

Desde entonces, todo el mundo piensa que es culpa mía que tengan que pagar un depósito extra de dos dólares cada vez que se compran una revista de tetas.

Después de eso, Adam Branson salió de su madriguera y le puso una pistola a Fertility en su aburrida sien para obligarla a localizarme.

Como si Fertility no le hubiese visto venir.

Fertility lo sabía todo.

Fertility me pidió que describiese la amenaza de mi hermano de matarla como «bienintencionada».

Más tarde, cuando me tocó a mí ponerle la misma pistola en la sien al piloto de este avión, entendí lo rápido que pueden pasar estas cosas.

Aun así, es a mí a quien odia todo el mundo.

A mí. Yo soy el hermano en cuyo honor se llama a aquello «vertedero sanitario nacional Tender Branson de materiales problemáticos».

La última vez que Fertility vio a mi nuevo yo en persona, hinchado, inflado, bronceado y afeitado, me dijo que de tanto mejorar estaba irreconocible.

Me dijo:

—¿Necesitas una catástrofe? Me dijo:

—Mírate en el espejo.

Adam seguía cazándome por diversión. Adam es el hermano a quien Fertility me ha pedido que describa como «un santo».

19

Antes de que el avión caiga o de que se acabe la cinta, hay otros errores que quiero aclarar:

El programa de televisión
Espíritu sereno
.

La estatuilla de Tender Branson para el salpicadero del coche.

El juego de tablero Trivial Biblia. Como si Dios hubiese dicho alguna vez algo trivial.

El secreto, me contó mi agente, es tener un montón de cosas en el candelero. Así, si falla una siempre tienes esperanza.

Por eso sacamos:

La dieta de la Biblia.

El libro
Cómo hacerse millonario según la Biblia
.

El libro
Secretos sexuales de la Biblia
.

El estilo bíblico de remodelación de cocinas y cuartos de baño.

Sacamos el ambientador Tender Branson.

Sacamos el proyecto Génesis.

Sacamos el segundo volumen de
El libro de plegarias más comunes
, pero las oraciones se ponían ya brujescas: por ejemplo, la plegaria para hacer que alguien te ame. O la plegaria para que tu enemigo quede ciego.

Ambas presentadas por la buena gente de la Sociedad Tender Branson. Ninguna fue idea mía.

El proyecto Génesis no fue idea mía. Luché a brazo partido contra el proyecto Génesis. El problema es que había gente que quería saber si yo era virgen. La gente inteligente se preguntaba si no estaría yo un poco ido por ser virgen a mi edad.

La gente preguntaba qué problema tenía yo con el sexo.

¿Qué me pasaba?

El proyecto Génesis fue un apaño rápido de mi agente. Cada vez más, mi vida era un apaño para tapar un apaño que tapaba un apaño, y así hasta olvidar cuál era el problema original. El problema en este caso era que no se puede ser virgen y de mediana edad en Estados Unidos y pretender que no te pasa nada raro. La gente no es capaz de aceptar una virtud en otros que no descubran en sí mismos. En vez de creer que tú eres más fuerte, es mucho más fácil convencerse de que tú eres el débil. De que eres un adicto al onanismo. De que eres un mentiroso. La gente está siempre dispuesta a creer lo contrario de lo que les cuentas.

No es ya que te enseñen autocontrol.

Es que te castran de niño.

El proyecto Génesis fue un acontecimiento mediático de lo más problemático.

El apaño rápido que me buscó mi agente era casarme.

Mi agente me lo cuenta un día en la limusina.

Mi preparador físico viene con nosotros y me cuenta que las diminutas agujas de insulina son mejores porque no rasgan las paredes internas de la vena. También está con nosotros el publicista, y él y mi agente miran por la ventanilla mientras el preparador físico afila una aguja en una caja de cerillas y me inyecta cincuenta miligramos de Laurabolin.

Al usar agujas de insulina, no puede no doler.

Lo que tiene el sexo, me cuenta mi agente, es que no importa cuánto lo desees, porque puedes olvidarlo. Cuando era adolescente, por lo visto, mi agente desarrolló una alergia a la leche. Antes le encantaba la leche, pero no podía beberla. Años después apareció en el mercado una leche sin lactosa que podía beber, pero para entonces odiaba a muerte el sabor de la leche.

Cuando dejó de beber alcohol por problemas renales, creyó que se volvería loco. Ahora no piensa nunca en echar un trago.

Para impedir que se me formen arrugas en la cara, el dermatólogo de plantilla me ha inyectado, en casi todos los músculos de alrededor de la boca y los ojos, Botox, la toxina botulínica, para que queden paralizados los próximos seis meses.

Casi no me noto las manos ni los pies por culpa de la parestesia periférica causada por los efectos secundarios cruzados de mi medicación. Con las inyecciones de Botox, casi no puedo mover la cara. Puedo hablar, y sonreír, pero de manera muy limitada.

Todo esto pasa en la limusina, de camino al avión, de camino a otro estadio Dios sabe dónde. Según mi agente, Seattle es una zona geográfica indefinida que rodea el estadio Kingdome.

Detroit es la gente que vive alrededor del Silverdome. No vamos nunca a Houston, vamos al Astrodome. Al Superdome. Al estadio Mile High. Al estadio Jack Murphy. A Jacobs Field. Al Shea Stadium. A Wrigley Field. Todos esos sitios tienen ciudad, pero no importa.

El coordinador de actuaciones viene también con nosotros y me da una lista de nombres, de candidatas, de mujeres que quieren casarse conmigo, y mi agente me da una lista de preguntas que debo memorizar. Arriba del todo, la primera pregunta es:

«¿A qué mujer de la Biblia convirtió Dios en condimento?».

El coordinador de actuaciones tiene planeada una boda romántica en la línea de cincuenta yardas durante el intermedio de la Super Bowl. Los colores de la boda dependerán de qué equipos lleguen a la final. La religión depende de cómo acabe la guerra de licitaciones, una guerra encubierta que hay en marcha para que me convierta al catolicismo o al judaismo o al protestantismo, ahora que la Iglesia del Credo ha pasado a mejor vida.

La segunda pregunta de la lista es:

«¿Qué mujer de la Biblia fue devorada por los perros?».

Otra opción que sopesa mi agente es que eliminemos al intermediario y fundemos nuestra propia religión. Así creamos nuestro propio producto y vendemos directamente al cliente.

La tercera pregunta de la lista es:

«¿Se hizo la vida en el Jardín del Edén tan aburrida que resultaba justificado comer la manzana?».

En la limusina, los seis o siete que somos nos sentamos unos enfrente de otros en dos asientos, con las rodillas entrecruzadas en medio.

Según el publicista, la boda está lista. Un comité ha escogido ya a una novia adecuada, de convicciones indistintas, de manera que lo de hacer las preguntas será una farsa. El comité viene con nosotros en la limusina. La gente se prepara bebidas y las va pasando. La novia será la mujer recién nombrada coordinadora asistente de actuaciones. Está con nosotros en la limusina, sentada frente a mí, y se inclina hacia delante.

Hola, me dice; está segura de que seremos felices juntos.

El agente me dice que necesitaremos un gran milagro el día de la ceremonia.

El de publicidad dice que el más grande.

Mi agente me dice que tendrá que ser el milagro más grande de mi carrera.

Con Fertility cabreada conmigo, mi hermano campando a sus anchas, el Laurabolin circulando por mi organismo, el chanchullo de buscarme novia, el proyecto Génesis, la completa desconocida que me va a desposar y desflorar y las ganas que tengo de suicidarme, ya no sé qué hacer.

El vicesecretario del coordinador de prensa me dice que nos hemos quedado sin vodka. Y también sin vino blanco. Tenemos tónicas a manta.

Todos me miran.

No importa cuánto haga, aún quieren más: más fuerte, más rápido, diferente, nuevo, más grande. Fertility tenía razón.

Y ahora me sale mi agente con que necesito el milagro más grande de mi carrera. Me dice:

—Tienes que llegar hasta el final con todo esto.

Amén, le digo yo. Y no es en broma.

18

La gente me anda siempre preguntando si sé manejar una tostadora.

¿Sé para que sirve el cortacésped? ¿Sé lo que es el suavizante de pelo?

La gente no quiere que sea demasiado mundano. Esperan de mí que tenga una especie de inocencia edénica previa a la manzana. Una ingenuidad tipo niño Jesús. La gente me pregunta si sé cómo funciona una televisión.

Pues no, no lo sé, pero la mayoría de gente tampoco lo sabe.

La verdad es que de entrada no era un físico nuclear, y cada día que pasa me vuelvo peor. No soy idiota, pero me voy acercando. No puedes pasarte toda tu vida adulta en el mundo exterior y no cogerle el tranquillo a las cosas. Sé cómo utilizar un abrelatas.

La parte más dura de ser un famoso líder espiritual de enorme celebridad es tener que someterme a las expectativas de la gente.

La gente me pregunta si sé para qué sirve un secador.

Según mi agente, el secreto para mantenerse en la cumbre es no resultar amenazador. No ser nada. Ser un espacio en blanco que la gente pueda rellenar. Ser un espejo. Soy la versión religiosa del ganador de la lotería. América está llena de gente rica y famosa, pero a mí me toca ser esa rara combinación: célebre y estúpido, famoso y humilde, inocente y rico. La gente se cree que basta con ir viviendo tu humilde vida, tu vida cotidiana, como Juana de Arco, como la Virgen María, venga a lavar platos, y de pronto un día te toca el gordo.

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