Tengo que matarte otra vez (17 page)

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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Tengo que matarte otra vez
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Se habían casado antes incluso de finalizar los estudios.

Los sentimientos de Tom no habían cambiado desde entonces, en cualquier caso no habían cambiado en su interior, de eso estaba seguro. Gillian seguía siendo la mujer a la que amaba, a la que se entregaba ciegamente. Su puntal, su compañera. Pero para demostrárselo habría tenido que detener su frenética actividad y eso era algo que ya no estaba en sus manos. No podía detenerse, tomar aire y volver a ser el Thomas de antes. Se había dejado arrastrar por la vida y era incapaz de bajar el ritmo.

Literalmente, no sabía cómo hacerlo.

—Te quiero, Gillian —dijo en voz baja.

El asombro con el que ella lo miró casi le pareció doloroso. ¿Realmente hacía tanto tiempo que sus labios no pronunciaban esa frase?

—Yo también te quiero —contestó ella.

Tom contempló el rostro de su esposa. La vio distinta, le sucedía algo, a su vida le sucedía algo y él no sabía qué era.

—Tengo que contarte algo —empezó a decir ella de repente—. Hoy he…

Gillian se detuvo. Tom la miró con actitud interrogante.

—¿Sí?

—Bah, nada —exclamó Gillian—. En realidad no tiene importancia.

Una hora y media antes, John Burton todavía estaba en su coche y le había hecho una confesión que la había dejado sin habla durante unos minutos, hasta que este había recogido un viejo tíquet de compra que había encontrado enrollado sobre el salpicadero, había sacado un lápiz de su chaqueta y le había garabateado un número en el pedacito de papel.

—Aquí tienes. Mi número de móvil. No volveré a molestarte, pero si alguna vez te apetece hablar conmigo, puedes llamarme en cualquier momento. Ya te he dicho lo que querías saber y tal vez quieras saber más detalles o incluso hablar de otra cosa, me da igual. ¡Solo tienes que llamarme!

Con esas palabras, salió del coche y desapareció entre la oscuridad. Gillian tardó un rato en darse cuenta de que la pelota estaba ahora en su campo. Podía llamarle. Pero también podía intentar olvidar aquel episodio.

—¿Estás segura? —preguntó Tom—. ¿Estás segura de que no tiene ninguna importancia?

Ella asintió.

—Vamos a dormir —dijo ella.

Jueves, 10 de diciembre

—No será fácil encontrar a un comprador para esta finca —le explicó el agente inmobiliario. Se llamaba Luke Palm y en realidad vivía en Londres, pero Anne se había puesto en contacto con él por recomendación de una amiga y él no había tenido inconveniente en desplazarse hasta Tunbridge Wells enseguida. El mercado inmobiliario no estaba muy boyante. Los agentes inmobiliarios se aferraban a lo que podían, daba igual si para tratar con un cliente tenían que tomar el coche y recorrer una buena distancia.

En ese momento estaba en la cocina de Anne y la manera como miraba a su alrededor revelaba que había quedado impresionado. Probablemente no había esperado encontrar esa vieja casa tan bien arreglada y con tantas comodidades. Como siempre que los invitados recorrían las habitaciones con asombro, Anne sintió un orgullo casi infantil, una gran satisfacción. Sean y ella habían trabajado mucho en ello y de repente alguien apreciaba todo ese trabajo, ese empeño y esas ideas que habían tenido juntos. Ese tipo de reconocimiento le hacía sentir bien y tan solo le habría gustado que su esposo hubiera estado allí para verlo junto a ella.

—Pero también debo decirle —prosiguió él— ¡que han conseguido convertir esta casa en una verdadera joya!

—Mi marido cumplió el sueño de su vida al comprar y restaurar esta casa —explicó Anne—. Hemos invertido en ella mucho amor y muchas energías.

—Es evidente. Sin embargo… la ubicación de la casa…

—Lo sé —convino ella. Al fin y al cabo tenía que haber algún motivo por el que se había decidido a vender esa porción de paraíso—. Queda muy apartada. Por eso es precisamente por lo que me he propuesto venderla. Mi marido y yo queríamos envejecer aquí, pero ahora me he quedado sola y… tengo la sensación de estar aislada —seguía sintiendo la necesidad de justificar ese paso, incluso frente a ese hombre al que no conocía de nada, aunque lo más probable era que estuviera hablando consigo misma. La decisión que había tomado la noche anterior seguía en pie, como también ella seguía convencida de que estaba haciendo lo que debía. Aunque no era lo mismo planificar algo desde la teoría que dar ese primer paso que cambiaba los planes de forma radical.

—Yo tampoco podría vivir aquí solo —concedió Luke Palm enseguida—. Creo que está haciendo lo correcto. No está exento de peligro… tanta soledad, aquí en el bosque…

—¿A qué se refiere? —preguntó la mujer. No había mencionado ni por un instante los faros que había visto de noche, procedentes de un coche que parecía estar observándola y acechándola.

—Bueno, si a usted llegara a ocurrirle algo, no sería fácil que alguien se diera cuenta rápidamente. Podría caerse y quedarse en lo alto de la escalera con una pierna rota, incapaz de llegar hasta el teléfono… Ni siquiera tiene vecinos a los que poder llamar.

—Ah, se refería a eso —dijo Anne, algo más relajada.

—Por no hablar de la cantidad de locos que, por desgracia, andan sueltos por el mundo —prosiguió—. Me parece que incluso yo me inquietaría de vez en cuando.

Anne se incomodó de repente. Mientras siguiera viviendo allí, habría preferido oír que no tenía sentido preocuparse, que la probabilidad de que hubiera un criminal suelto con una fijación por las mujeres indefensas era de una entre un millón y que no tenía sentido dejarse llevar por la histeria. Le inquietaba ver que todo el mundo comprendiera sus temores. También la amiga que le había recomendado al agente inmobiliario le había sacado ese mismo argumento:

—Anne, me tranquiliza ver que pronto dejarás de vivir sola en medio del bosque, ¡tan expuesta a convertirte en la víctima de cualquier ladrón asesino!

Gracias, le habría gustado decir a Anne, hasta que haya encontrado otra cosa estoy segura de que tus palabras me ayudarán mucho a seguir durmiendo tranquila y relajada por las noches.

—Esta casa es perfecta para una familia numerosa —expuso Luke Palm—, o para gente que tenga muchos animales. Para los que busquen una forma de vida alternativa o algo parecido. ¡Esto es un sueño para cualquier persona que decida vivir apartado de la sociedad!

Mientras daban una vuelta por la casa anotó muchas cosas y tomó fotografías para elaborar una presentación.

—Tan pronto como alguien se interese por la casa, la avisaré. Por supuesto, tendrá que atender alguna visita…

—No hay problema —dijo Anne—, suelo estar casi siempre en casa. Solo tiene que llamarme antes para avisarme.

Cuando se despidieron, Anne vio que el agente parecía muy satisfecho y confiado. Había acudido con el temor de encontrarse con una casucha abandonada en medio del bosque y resultaba que tenía una verdadera joya en las manos. Mientras salía por la puerta, los copos de nieve revoloteaban por la oscuridad. Había caído la noche y se oía el susurro del viento en contacto con las copas de los árboles.

—Es usted una mujer valiente —dijo para despedirse—. Pero cierre bien todas las puertas.

—Eso hago. Aunque mala hierba nunca muere.

Anne siguió con la mirada al agente mientras este desaparecía entre los arbustos que ribeteaban el sendero del jardín. Se había mostrado más contenta de lo que se sentía en realidad. La noche anterior no había visto luces ni había oído ningún motor, pero por algún extraño motivo esa circunstancia no la tranquilizó lo más mínimo. Casi podría decirse que sentía todavía más inquietud. No creía que todo hubiera sido fruto de su imaginación, ni que todo acabaría resolviéndose. Más bien tenía la impresión de que algo la esperaba ahí fuera. No habría sabido definir lo más mínimo ese «algo», como tampoco tenía ni idea de cuál debía ser el objetivo de esa espera. Pero se sentía amenazada por algún tipo de peligro y esa conciencia modificaba la percepción que tenía de ese entorno tan conocido: era como si los árboles estuvieran más cerca, como si los gemidos que las ramas peladas emitían en contacto con el viento se hubieran convertido en sonidos amenazadores, como si el suelo de la casa crujiera y hasta entonces no lo hubiera oído jamás. Como si ese mundo tan lleno de gente estuviera cada vez más alejado de ella.

Cerró cuidadosamente la puerta principal con llave y volvió a la cocina, donde tenía la luz encendida, velas sobre las mesas y lucecitas alrededor de la ventana. Entre las lámparas de luz clara y la decoración navideña, desde fuera la casa debía de tener un aspecto de lo más cálido y acogedor. Aunque, de hecho, ¿quién iba a verla?

Decidió alejar esos pensamientos. En realidad no quería seguir pensando en ello, en quién podría llegar a verla.

Puso agua a calentar para prepararse una taza de té y ojeó los folletos que Luke Palm le había dejado. Ofertas de viviendas en Londres. Estaba entusiasmada.

—Tengo un par de ofertas perfectas para usted —le había dicho el agente—. Viviendas espaciosas y bien iluminadas, con balcones soleados. Puede revisar los anuncios con calma y la semana que viene nos volvemos a encontrar para ir a visitarlos.

Es el primer paso que doy absolutamente sola, pensó en ese momento mientras contemplaba ensimismada los papeles satinados que tenía sobre la mesa. Se había casado con Sean a los veintiséis años. Desde entonces habían decidido conjuntamente todos los proyectos en los que se habían embarcado. Para ella la vida había estado siempre sujeta a la necesidad de llegar a un compromiso con otra persona. Pero en ese momento alquilaría una vivienda que fuera justo lo que siempre había soñado, donde siempre había soñado y la decoraría a su gusto, sin que tuviera que complacer a nadie más.

Hacía tiempo que no se sentía tan animada como entonces. Por primera vez desde la muerte de Sean, volvía a sentir aquellos nervios que había olvidado ya, aquella agradable agitación, aquella esperanza.

Vertió el agua caliente en la taza y encendió unas velas más. Sería una noche maravillosa. La pasaría pensando en su futuro, mirando fotografías, estudiando planos, bebiendo té y más tarde tal vez incluso lo celebraría con una copa de champán.

Se sentó a la mesa.

Y justo en ese momento, oyó el ruido.

Tanto en la casa como en el bosque que la rodeaba se oían continuamente un montón de ruidos, pero habían quedado almacenados en algún lugar de su conciencia desde hacía tiempo. Conocía los gemidos del armazón del tejado, el gorgoteo de los tubos de la calefacción, el murmullo del viento en contacto con los árboles y las voces de los animales que vivían por los alrededores. Pero el ruido que acababa de oír era distinto y le hizo levantar la cabeza de repente.

Había sonado como si hubiera alguien en la veranda que había frente a la cocina.

Lo primero que pensó fue que el señor Palm probablemente habría olvidado algo y que había vuelto a buscarlo, pero no había ningún motivo para que no hubiera llamado a la puerta principal.

Intentó divisar algo a través de la ventana, pero fuera reinaba una profunda oscuridad y el interior estaba bien iluminado, por lo que lo único que pudo ver fue el reflejo de su propia cocina, las velas, la tetera y una mujer sentada en la mesa con los ojos muy abiertos.

¿Por qué no se le había ocurrido cerrar los postigos cuando el agente todavía estaba en casa, antes de volver a encontrarse tan miserablemente sola ahí fuera?

¿Por qué no había recogido sus cosas y se había instalado en casa de alguna amiga que viviera en la ciudad, ni se había alojado en un hotel?

Se puso de pie, contuvo el aliento y aguzó el oído para ver si oía algo fuera. No consiguió distinguir ningún sonido aparte de los habituales.

Tal vez sean solo imaginaciones mías, pensó, estoy cada vez peor de los nervios.

Era importante que cerrara los postigos. De ese modo podría sentirse segura. Si alguien quería entrar y tenía que forzar las contraventanas, tendría que aplicar una fuerza considerable, tardaría un cierto tiempo y sin duda haría ruido. Lo malo era que Anne tenía que abrir la puerta de la terraza y salir fuera para soltar los soportes que mantenían los postigos asidos a la pared.

No te comportes como una anciana histérica, se dijo con severidad. Has oído un ruido extraño o, como mínimo, te ha parecido oírlo. Tal vez no haya sido nada. Ni siquiera te atreverías a jurar que lo has oído realmente. Te estás volviendo loca poco a poco y eso es algo que no te puedes permitir. O sea que ¡a cerrar los malditos postigos!

No es solo que hayas oído un ruido. Es que además ahí fuera hay un coche. Ha estado allí varias veces. En medio de la noche. Aquí hay algo que no encaja ¡y no tiene nada que ver con la histeria y las fantasías!

Decidió ignorar su voz interior.

Tenía que cerrar los postigos. Más adelante tendría tiempo de pensar en todas esas cosas extrañas que le habían sucedido últimamente. Podía entregarse a su propio miedo y a todas las cosas terribles que era capaz de imaginar, pero también podía ponerse a salvo. De momento, lo que no podía permitirse era quedarse paralizada.

Abrió la puerta con decisión. La ventisca había ganado en intensidad. Una fina capa blanca había cuajado ya sobre el césped del jardín.

Y sobre los escalones que permitían acceder a la veranda.

Se quedó mirando fijamente esos escalones.

El cerebro le funcionaba inusitadamente despacio. Había pisadas en la nieve, de gruesas suelas dentadas. Alguien había subido allí arriba con unas pesadas botas de invierno. No podían ser las suyas, no había pasado por esos escalones en todo el día. Con Luke Palm había estado en el jardín, pero se habían limitado a rodear la casa desde la parte delantera. Y la nieve hacía pocos momentos que había empezado a cuajar.

Alguien tenía que haber subido allí hacía poco.

En algún momento durante los últimos diez minutos.

Una sombra se apartó de la pared. Anne pudo verla de reojo. Casi a cámara lenta, o así le pareció percibirlo, se dio la vuelta. Reconoció un grueso anorak y un gorro de punto bien calado hasta las cejas.

Todavía de un modo extrañamente analítico, pensó: no hay ninguna explicación por la que alguien pudiera estar a oscuras en mi veranda.

Al menos no conseguía pensar en ningún motivo que estuviera exento de peligro.

De repente se dio cuenta de que no debería haber salido bajo ningún concepto.

Sábado, 12 de diciembre

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