Tengo que matarte otra vez (5 page)

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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Tengo que matarte otra vez
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Poco a poco había visto que algo estaba cambiando y eso lo inquietaba.

Dio un par de pasos por la playa. Allí soplaba más viento que en las calles y no tardó en quedarse helado. Había olvidado los guantes y no paraba de echarse el aliento en las manos para calentárselas. Naturalmente, siguió con su ronda de observación. Incluso había creado un fichero en su ordenador acerca de sus objetos de observación y ni una sola noche se olvidaba de anotar rigurosamente todo lo que había visto y presenciado. Aunque ya no lo hacía con la misma abnegación de antes y sabía por qué: era debido a los Ward, especialmente debido a Gillian Ward. Los Ward habían pasado a ser cada vez más importantes para él. Se habían convertido en su familia. No dejaba de soñar despierto con ellos, no había nada que no supiera acerca de sus vidas o que no deseara compartir con ellos.

Probablemente había sido inevitable que ese interés por otras personas que tanto lo habían fascinado en otro tiempo hubiera ido decayendo poco a poco. Tenía la vaga sensación de que no era una buena señal. En ese momento comprendía por qué desde el principio había intentado abarcar un gran número de sujetos a los que observar y de cuyas vidas dejaba constancia escrita: de ese modo ninguno de ellos llegaría a tener demasiada importancia para él. Para poder participar en sus vidas sin llegar a perderse en ellas.

Con Gillian podía llegar a ocurrirle precisamente eso.

El viento del norte era bastante frío. No era un buen día para pasarlo en la playa. En verano le había divertido eso de vagar por las calles de la mañana a la noche y evitar el ambiente opresivo que reinaba en casa. Sin embargo, en invierno era otra historia. La única ventaja era que oscurecía temprano y como máximo a partir de las cinco podía ver cómodamente las estancias iluminadas de las casas. Aunque con ello acabara congelado de los pies a la cabeza.

Levantó la nariz y olisqueó el viento como un animal. Le pareció que el aire olía a nieve. No nevaba muy a menudo en el sudeste de Inglaterra, pero habría apostado a que ese año tendrían unas Navidades blancas. Aunque, por supuesto, hasta entonces el tiempo podía cambiar mucho.

Al fin decidió que hacía demasiado frío para seguir andando por allí.

Dejó atrás la playa y se detuvo frente a un quiosco del paseo marítimo. Por desgracia había tenido que darle casi todo el dinero que tenía a su codiciosa cuñada, pero después de revolver durante mucho rato todos los bolsillos de la ropa consiguió reunir dos libras. Eso le alcanzaba para un café bien caliente.

Se lo tomó de pie, resguardado del viento tras el tablón de anuncios del puesto de bebidas y disfrutó del hormigueo que le provocaba el calor de la taza en las manos. Tenía el expositor con los periódicos del día justo delante de las narices. Mientras leía los titulares, se detuvo especialmente en la primera plana del
Daily Mail
, que ese día mostraba una portada especialmente sensacionalista: «¡Terrible asesinato en Londres!».

Casi tuvo que contorsionarse para poder leer el texto que quedaba debajo. Habían asesinado a una anciana en un bloque de pisos de Hackney. El caso se caracterizaba por su extrema brutalidad. Se estimaba que la mujer llevaba diez días muerta en el apartamento cuando su hija la encontró. No había ni el más mínimo indicio del posible motivo que podría haber incitado al autor de los hechos.

—Horrible —dijo el quiosquero, que había visto hacia dónde apuntaban los ojos de Samson—. Me refiero sobre todo a lo de los diez días, a que alguien lleve tanto tiempo muerto y nadie se dé cuenta. ¿Adónde vamos a ir a parar con esta sociedad?

Samson murmuró un comentario de aprobación.

—El mundo está cada día peor —dijo el quiosquero.

—Es verdad —convino Samson antes de terminarse el café. El cambio todavía le alcanzaba para quedarse un ejemplar del
Daily Mail
.

Compró el periódico y prosiguió su camino, pensativo.

3

Al menos había dejado de temblar.

El inspector Peter Fielder de la Policía Metropolitana de Londres, también conocida como Scotland Yard, no estaba seguro de si la mujer estaba en condiciones de ser interrogada, pero sí sabía que el tiempo apremiaba. Cuando su hija la hubo descubierto el día anterior, Carla Roberts probablemente llevaba más de una semana muerta en su apartamento y esa circunstancia le había proporcionado una considerable ventaja a su asesino. Era preciso proceder enseguida, aunque por el momento no habían conseguido sacarle nada en absoluto a esa joven que temblaba como una hoja, que tenía a su hijo en brazos y lo presionaba contra su pecho y se había echado a llorar cuando una agente de policía había querido apartarlo de ella un momento. Un coche patrulla la había llevado hasta el hospital, donde había pasado la noche y le habían administrado unos fármacos y por la mañana la habían devuelto a su casa, en Bracknell.

Los agentes que la habían acompañado habían informado a Fielder por móvil de que Keira Jones al parecer estaba mejorando. De ahí que estuviera sentado en el bonito y cálido salón bebiendo agua mineral y que Keira estuviera, también sentada, frente a él, con la tez blanca como una sábana, pero claramente más serena que el día anterior. Su marido, Greg Jones, estaba en casa. Cuando Fielder llegó, ya le había dado de comer al niño, le había cambiado el pañal y lo había acostado de nuevo. En esos momentos estaba junto a la ventana con los brazos cruzados frente al pecho, no tanto en señal de rechazo como indicando una cierta necesidad de protección. Estaba claramente afectado, si bien hasta cierto punto intentaba mantener la calma y la compostura.

—Señora Jones —dijo Fielder con cautela—, sé que no le resulta fácil hablar conmigo y siento de verdad tener que molestarla en estos momentos, pero por desgracia no podemos perder más tiempo. Según las primeras estimaciones del forense, su madre podría haber muerto hace unos diez días, lo que significa que desgraciadamente hemos tardado mucho en encontrarla…

Keira cerró los ojos un instante y asintió.

—Tenemos un hijo pequeño que está pasando por una fase bastante agotadora, inspector —se disculpó el marido de Keira—. Mi esposa lleva meses al límite de sus fuerzas. Yo trabajo durante todo el día y solo puedo ayudarla un poco. Mi suegra se sentía un poco desatendida por ella, pero…

—¡Greg! —dijo Keira en voz baja y con un tono forzado—. No es solo que se sintiera desatendida. Es que no la he atendido lo suficiente.

—Por Dios, Keira, me paso el día trabajando. Tenemos un hijo pequeño. ¡No podías estar yendo a todas horas para tomarle la mano a tu madre!

—Pero al menos debería haberla llamado más a menudo.

—¿Cuándo la llamó por última vez? —preguntó Fielder—. O para ser más exactos: ¿cuándo fue la última vez que tuvo algún tipo de contacto con su madre?

Keira reflexionó un momento.

—Fue… sí, fue hace dos sábados. Por lo tanto, más de una semana. Me llamó ella, relativamente tarde, hacia las diez de la noche.

—¿Después de eso no volvió a hablar con ella?

—No.

Fielder hizo cuentas.

—Entonces debió de ser el domingo 22 de noviembre. Hoy es día 2 de diciembre. Es muy relevante que… la atacaran poco después de que hablara con usted.

—La asesinaron —susurró Keira.

—Sí —asintió él—. La asesinaron.

—Horrible —dijo Greg Jones—, es horrible. Pero ¿quién podía imaginar algo así?

Fielder miró por la ventana. En el cuidado jardín delantero había un columpio, un cajón de arena y un tobogán. De colores alegres, probablemente había sido el padre orgulloso quien los había instalado, de forma algo prematura pero afectuosa, para su pequeño. Los Jones tenían la apariencia de una familia feliz. Ni Keira ni Greg parecían fríos o egocéntricos. Se habían unido muchos factores: Greg sufría estrés en el trabajo; Keira, estrés a causa del niño. El trayecto hasta Hackney era largo y engorroso. Con un niño de corta edad a cuestas, sin duda debía de resultar aún más duro. La abuela vivía sola y había quedado al margen del esquema de esa joven familia. Carla probablemente le había causado constantes remordimientos de conciencia a su hija, pero de todos modos Keira no había encontrado la manera de integrarla en su vida.

Simplemente ocurría lo mismo que en tantas otras familias.

—¿Su madre estaba divorciada? —preguntó Fielder. Keira ya había comentado ese dato en un primer interrogatorio breve al que se había sometido en el mismo lugar de los hechos. Sin embargo, Fielder quería saber algo más al respecto.

—Sí —dijo Keira—. Desde hace diez años.

—¿Tiene usted contacto con su padre? ¿Y su madre? ¿Tenía contacto con él?

—No. —Keira negó con la cabeza—. Ni siquiera sabemos dónde vive. Tenía una empresa de materiales para la construcción, siempre habíamos vivido bien y pensábamos que todo iba sobre ruedas. Pero luego resultó que estaba endeudado hasta las cejas. Todo se vino abajo y él acabó marchándose al extranjero para huir de sus acreedores.

—Pero cuando eso ocurrió ¿sus padres ya se habían divorciado?

—Sí. Cuando la quiebra del negocio ya era evidente, salió a la luz también la relación de mi padre con una empleada más joven. Mi madre le pidió el divorcio de inmediato.

—¿No sabe con seguridad si su padre sigue viviendo en el extranjero?

—No. Solo lo suponemos.

—Sin embargo sabe que hace años que no mantenía contacto con su madre.

—Sí. De lo contrario me lo habría contado enseguida.

Fielder lo anotó.

—Intentaremos localizar a su padre. ¿Conoce usted el nombre y la dirección de esa amante que ha mencionado?

Keira negó con la cabeza.

—Su nombre de pila creo que era Clarissa. Pero el apellido no lo sé. Por aquel entonces yo ya no vivía con mis padres, porque estaba estudiando en Swansea. No llegué a conocer muchos detalles al respecto. Quiero decir que… —de repente, se echó a llorar—. Mi madre solía llamarme a menudo —sollozó—. Estaba desesperada porque veía cómo su vida se desmoronaba. Mi padre había estado engañándola con otra mujer durante años y encima se había quedado sin dinero e iban a subastar su casa… Las cosas le iban muy mal y así y todo yo no hice más que rehuirla. Yo no quería… de algún modo no quería saber nada de todo aquello… —dijo antes de dar rienda suelta a las lágrimas.

Greg se le acercó y le acarició el pelo con torpeza.

—No te hagas tantos reproches. Estabas en la universidad, tenías tu propia vida. No podías ocuparte además de los problemas de tus padres.

—Debería haber estado más pendiente de mi madre, tanto entonces como ahora. ¡Llevaba varios días muerta en su casa sin que nadie se hubiera dado cuenta! ¡Eso no debería haber ocurrido!

En ese momento, el bebé empezó a gimotear. Casi aliviado, Greg salió de la habitación. La situación lo superaba, pero al fin y al cabo no era nada extraño que así fuera, pensó Fielder. Algo inconcebible había irrumpido en las vidas de los Jones y jamás llegarían a recuperarse del todo realmente.

Keira alargó la mano hasta su bolso y sacó de él un pañuelo para sonarse la nariz.

—Él tampoco es que se muriera de ganas de visitar a mi madre o de invitarla para que viniera —dijo mientras señalaba con un movimiento de cabeza la puerta por la que había desaparecido su marido—. Trabaja mucho y durante el fin de semana solo le apetece relajarse… ¿Sabe? Mi madre no era precisamente ese tipo de personas que transmiten buen humor allí donde van. No paraba de lamentarse. Por el divorcio, por la quiebra, por todo. Podía resultar muy… agotadora. En mi opinión, ese era el motivo por el que le costaba tanto hacer amistades. La mayoría de la gente… al cabo de un rato ya no la soportaban. Suena horrible lo que estoy diciendo, ¿verdad? No quiero hablar mal de ella. Además… por mucho que pudiera llegar a enervar a los demás… ¡tampoco merecía morir de ese modo!

Fielder la miró con compasión. Había visto el cadáver de Carla Roberts. La habían encontrado en su salón, con las manos y los pies atados con precinto adhesivo de paquetería. Habían hecho una pelota con un trozo de tela arrugada y se la habían metido en la garganta. Al final resultó ser un trapo de cocina a cuadros. Las primeras investigaciones habían revelado que Carla Roberts se habría forzado a vomitar para intentar con todas sus fuerzas sacarse el trapo de la boca.

—Y debería haberlo conseguido —le había dicho el forense en el lugar del suceso—. Me parece que el autor del crimen presionó el trapo con el puño en la garganta de la víctima hasta que esta murió ahogada por su propio vómito. Debió de sufrir una agonía terrible.

Fielder esperaba que Keira no le preguntara acerca de esos detalles.

—Señora Jones —empezó a decir—, ayer ya nos dijo que, después de haber estado llamando y de que nadie abriera, utilizó un segundo juego de llaves para abrir usted misma la puerta del apartamento de su madre. ¿Cómo consiguió llegar hasta allí? ¿Tiene también la llave del portal del edificio?

—Sí, aunque la puerta de abajo estaba siempre abierta de todos modos. Llamé al timbre, pero en lugar de esperar subí directamente en el ascensor. Una vez arriba, llamé otra vez. Y otra. Al final, abrí la puerta yo misma.

—¿Pensó ya entonces que podría haber pasado algo?

Keira negó con la cabeza.

—No. No la había avisado de que iría y pensé que mi madre simplemente no debía de encontrarse en casa. Que habría salido a hacer la compra, a pasear, o algo así. Tenía la intención de esperarla en su apartamento.

—¿Hay alguien más aparte de usted que tenga un juego de llaves de ese piso?

—No, que yo sepa.

—Por lo que parece —dijo Fielder—, su madre debió de dejar entrar al autor del crimen en su casa. En cualquier caso, no hay signos de que forzara la puerta. Por supuesto, es demasiado pronto para sacar conclusiones definitivas, pero podría ser que su madre conociera al asesino.

Keira lo miró aterrorizada.

—¿Que ella lo conocía?

—¿Sabe algo acerca del círculo de conocidos de su madre?

Fielder se dio cuenta de que en los ojos de Keira volvían a aflorar las lágrimas, pero de momento consiguió contenerlas.

—De hecho, no tenía. Ese era precisamente el problema, que vivía completamente aislada. La noche en la que… hablé con ella por última vez se lo estuve reprochando. Le dije que siempre se quedaba encerrada en casa, que no se esforzaba por conocer a gente nueva, que nunca hacía nada… Ella me escuchó con paciencia, pero no tuve la impresión de que nada fuera a cambiar.

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