Un milagro en equilibrio (47 page)

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Authors: Lucía Etxebarria

BOOK: Un milagro en equilibrio
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(Y vuelve a ser importante mencionar que en todos esos días de cama compartida nadie rebusca en el cajón de la mesilla donde debiera estar el imprescindible nido de condones, que el pene trota libre, que nadie lo empaqueta en funda de plástico y que a nadie se le ocurre mencionar una ausencia tan obvia. A mí, porque he llegado a un vacío existencial tan profundo que sólo se me ocurre, para llenarlo, jugarme la última carta a vida o muerte a esta absurda ruleta rusa: si sale muerte me contagiará el sida, si sale vida me quedaré embarazada. Aunque también podría no suceder nada, que me quede como esté o que pille una molesta pero fácilmente solucionable candidiasis. En cuanto a él, yo no sabía entonces lo que se le pasaba por la cabeza, pensaba que supondría que yo tomaba la píldora o que prefería, antes que hacer caso a las campañas que insistían en la profilaxis sexual, creer en aquella leyenda urbana que asegura que en Occidente hay más posibilidades de morir atropellado por un automóvil que de pillar el sida en un coito heterosexual. Pero tiempo más tarde me reconocería que él también jugaba su particular ruleta rusa. Cargador vacío, la pierdo. Cargador con bala, no podrá olvidarme tan fácilmente. )

Acabo esta carta bajo la improbable protección de la Virgen de la Asunción, cuya estampa está prendida con un alfiler en un corcho, junto a recordatorios de facturas impagadas y teléfonos de editores, y mientras en mi escritorio la aguja imantada de la brújula que guió mis pasos hacia tu concepción, la misma brújula que te dejaré en herencia junto con mi casa y este manuscrito, apunta al Sur, al mismo Sur que el corazón señala con su punta, el Sur hacia el que viaja el curso de la sangre. A ti, que eres mi sangre, me gustaría haberte transmitido, para el día en que leas esta carta —si lo haces—, que cuando asume una su pasado y sus condicionantes y no intenta ocultarlos y engañarse, y los mira a distancia y con desapasionamiento, cuando una consigue por fin adquirir una visión más amplia sobre la situación en la que vive, es cuando finalmente puede decidir qué papel jugará frente a esta situación, elegir si formar parte activa o pasiva de ella. Y esta decisión debe tomarla frente a una misma a partir del nivel de convicción que tenga sobre la legitimidad de las situaciones que viva, para entonces, y únicamente entonces, plantearse cuándo quiere ser víctima o cuándo no. Cuanto más me sumerjo en la memoria reviviendo años que creía borrados, cuantos más detalles y fórmulas conscientes añado, que entonces no podía reconocer o utilizar, porque no se presentaban claros ni decisivos ni traducibles ni confesables a palabras, cuanto más asumo e interpreto, más acopio de verdades puedo extraer del silencio. No sé si entiendes lo que digo, no sé si estos folios emborronados algo te enseñarán, pero me gustaría que comprendieras que sólo cuando una decide dejar de ser hija
de
alguien, hermana
de
alguien, mujer
de
alguien, sólo cuando se atreve a mencionar su nombre a solas sin tener que definirlo siempre a partir de una preposición, sólo en ese momento empieza a ser persona por sí misma, y quiero que razones por qué en cierto modo la muerte de mi madre me preparó para ser madre a mi vez y me obligó a tomar un camino recto en lugar de continuar tropezando en círculos alrededor de un mismo punto: mi propio ombligo. Porque yo podía hundirme estando sola —al fin y al cabo mi descenso no iba a arrastrar a nadie tras de mí—, pero no podía hundirme llevando una carga y remolcándola conmigo hacia el fondo. Si yo sigo empeñándome en ser la mujer que quieren los demás que sea, la víctima, la loca, la sufridora, entonces voy a convertirte a ti en lo que mi madre me convirtió: una réplica.

Primero me odiarías, frustrada ante la impotencia de tu incapacidad por ayudarme y ahogada por la compasión y por sentirte culpable por odiarme, y finalmente acabarías por imitarme y te convertirías sin darte cuenta en una víctima más que yo habría creado a mi imagen y semejanza, una mujer que se dejara aplastar por la bota verbal del primero que viniese a machacarla. Es la lógica del vampiro: el que ha sido mordido a su vez acabará mordiendo. Y no quiero seguirla. Yo nunca me he querido, Amanda, y por eso he sentido la tentación de volcar sobre ti ese amor que nunca he sabido volcar sobre mí, pero entiendo muy bien que ese amor sólo conseguiría ahogarte, acabar contigo como el que mata a su rosal favorito cuando, en un exceso de buena voluntad, lo riega a diario. En mi mente agotada y flotante sólo una sensación adquiere peso de realidad: tu carga física y emocional, el lastre que me arrastra al suelo, la plomada que me mantiene en tierra y la mano que tira de mí para ponerme en pie. Sin ti estaría desenraizada, y me habría dejado arrastrar como esas plantas ligeras que el viento se lleva a su paso como hojas en las películas del Lejano Oeste. Yo hasta ahora me dejaba pisar, pero ya no: me niego a que tú tengas que ver cómo lloro o me atormento. Porque nadie puede cambiar las cosas que le han pasado, pero sí puede cambiar su actitud, la forma que tiene de sobrellevar tanto los recuerdos como el presente. He aprendido que tengo derecho a ser feliz, pero, además, desde que tú naciste, tengo también el deber de serlo.

Mi madre ha muerto, ya está fuera de mi alcance, tan inalcanzable como José Merlo y, como en el caso de mi profesor, se ha llevado dondequiera que haya ido todo lo que no se le pudo decir en vida, todo lo que no me pudo dar. Ya está fuera de mi alcance, ya no pertenece a otra que a sí y me he quedado sin saber la razón última de sus silencios y sus melancolías, porque a los vivos se les puede interpretar esperando que más tarde haya una nota en el glosario que lo explique todo, porque la palabra de un vivo es una llama voluble que sube o baja según el aire que le dé, y si hace falta ya se encargarán ellos mismos —o esa esperanza queda— de aclarar sus palabras o sus actos o de rectificar nuestras interpretaciones. La memoria de un muerto, sin embargo, aun siendo recuerdo vivo cargado de resonancia, arde en sí misma, y así yo ya nunca sabré si mi madre de verdad añoraba al tío Miguel o si se compadecía en secreto de la pobre Reme y se alegraba de que la vida le hubiera acabado demostrando, en un alarde de justicia poética, que en realidad no había perdido nada cuando creyó perderlo. Nunca sabré si amó a mi padre o sólo le estuvo agradecida, o si le aguantó tantos años y tantos gritos en un esfuerzo por demostrarle al mundo (a Miguel y a su madre, a mi padre, a la bienpensancia de Alicante), por demostrarle incluso a la propia Eva Benayas lo muy por encima de su marido que estaba, sólo por poder así proclamarle a tantos que valía todo lo que la familia de Miguel no supo ver. No sé si quiso tanto a Reme como parecía o si la quiso a su lado para ratificar su triunfo. Sé muy bien que Reme sí la quiso, pero no sé qué podía haber de culpa en ese amor, culpa por haberle arrebatado a mi madre lo que legítimamente le pertenecía —o así podía pensar—, culpa por no haber sabido sustituirla, no haber sabido consolar a su marido por la pérdida, no haber sabido evitar lo que pasó... culpa que, si existió, Reme expió de sobras, porque está claro que entre el marido y la suegra le debieron de dar una auténtica vida de tango.

Pero esto no son más que elucubraciones. Mi madre ha muerto y lo único que sé es que nunca supe mucho de ella. Por eso no quiero que tú en un futuro tampoco sepas nada de mí, de dónde vienes, por qué naciste, por qué te engendró precisamente tu padre y no otro, por qué tu madre apostó por la vida a pesar de que confiaba tan poco en ella, a pesar de que siempre pensó y a veces todavía piensa que lo mejor es pasar por el mundo de puntillas, como si este valle de lágrimas no fuera sino la estación en la que una espera la llegada del tren que la conducirá al abismo. No quiero que tengas que enterarte, confusamente y por terceros, de partes trascendentales de la historia de tu madre, como me sucedió a mí, y sentir además que te faltan otros pedazos importantes sin los cuales no puedas reconstruir un rompecabezas que quedará irresoluble para siempre. En cualquier caso, quiero que sepas que me prometí a mí misma y a ti, aunque no me entendieras y no supieras lo que te estaba contando, que trataría de no intentar convertirte en un apéndice de mi persona, ni en un vehículo de mis ambiciones, ni en un espejo para mis vanidades, que respetaría tus opiniones y tus gustos incluso si no coincidían con los míos y que me esforzaría en lo posible para hacerte sentir querida y válida.

No sé si sabré cumplir con mis propósitos, de la misma forma que no supo mi madre, porque la condición humana es la del fracaso, porque sólo Dios no se equivoca, que decía el tango y tarareaba la tía Reme, porque nunca conseguimos todo aquello a lo que aspiramos y casi siempre lo que no hemos obtenido es aquello que más hemos deseado. En cualquier caso, Amanda, no habré sabido hacerlo mejor como tampoco supieron hacerlo mi padre ni mi madre, porque es imposible aislarse de lo irrevocable, de la realidad que hemos tocado y que nos ha tocado a su vez, pero te paso el testigo con determinación porque pienso que, en realidad, de nada sirve plantearse si merece o no la pena haber traído al mundo una nueva vida cuando ésta ya ha llegado, y es la misma vida, porque tú eres la vida: la vida es Una y, como dice la canción que te dio el nombre,
la vida es eterna.

Y se ha manifestado a través de tu cuerpo.

ACLARACIONES Y AGRADECIMIENTOS

Según los psicólogos existen tres tipos de amor.

El primero es el que sentimos por nuestros padres y, en general, por las personas que nos proporcionan consuelo, afecto, seguridad, aceptación y refugio. Y nos hacen felices por eso. Así que quiero agradecerle a mi madre todo esto y mucho más, dedicándole este libro.

El segundo, el que sentimos por nuestros hijos y por las personas a las que podemos ofrecer semejantes bondades. Y también nos hacen felices porque nos hacen sentirnos útiles e importantes. Es obvio que este libro se lo dedico también a mi hija, por mucho que ahora no tenga edad para leerlo. Y a mis dos perros,
Nacho
y
Tizón.

El tercero es el que se siente por una pareja estable. Este amor no tiene que ver con el romántico, que se da en la fase del enamoramiento, sino que es el que se experimenta en una pareja ya consolidada que ha superado la fase de idealización del otro, cuando se exaltan las fortalezas y virtudes del amado y se minimiza la importancia de sus defectos. Este amor implica un compromiso mutuo de seguridad y refugio, en el que cada uno da y recibe a la vez. Y por este motivo quiero incluir aquí a Jeff Robson.

Los desmemoriados psicólogos olvidaron reseñar un cuarto tipo de amor, que es el que uno siente por sus amigos. Pero yo no lo olvido, y por eso quiero incluir en este apartado a mucha otra gente que me ha dado afecto y comprensión cuando lo he necesitado:

A Mercedes Castro, sin cuyas sugerencias y opiniones este libro no sería el que ahora es, porque habría resultado, sin el menor género de dudas, mucho, muchísimo peor, y sin cuyos consejos esta autora sería aún más inaguantable de lo que a veces ya es.

A Juan Pedro López Agulló, que me llevó a conocer Elche.

A Antonio, a Antonio Jr. y a María José Magraner, que me contaron todo lo relativo a la Partida del Saladar de Benidorm.

A Eva, a Alessia, a Inma, a Magda, a Lola, a Luis, a Marta, a Ángela, a Javier, a Sabela, a Anna, a Ana, a Germán, a Hilka, a Gemma, a Joana, a Julie, a Lluvia, a Iñaki, a Bernat, a los Jotas, a las Sonias, a las Pilares, a las Silvias, a Natalia, a Olga, a Juan y Vicente, a Pedro y Toño, a Alfonso y Héctor, a Alfonso y Jaime, a Beatriz, a Noelia, a Auxi, a Joseba y a..., todos los demás. Vosotr@s ya sabéis quiénes sois.

Agradecer también la participación de los votantes de la encuesta realizada vía SMS y en la que se decidió el título definitivo del libro:
Un milagro en equilibrio,
que derrotó en dura lid a su rival,
Las únicas familias felices,
no por abrumadora mayoría sino por ajustada ventaja.

Le tengo que agradecer a Gregg Alexander, líder del grupo New Radicals, el haberme proporcionado una banda sonora y un mantra durante el tiempo en el que estuve redactando el primer borrador de esta novela, cuando no podía dejar de tararear esta canción:
«But when the night is falling and you cannot find the light if you feel your dream is dying, hold tight You've got the music in you. Don't let go: You've got the music in you. One dance left, this world is gonna pull through. Don't give up: You've got a reason to live. Can't forget we only get what you give. (... ) This whole damn world can fall apart. You'll be ok follow your heart. »

Le agradezco también estas palabras que dijo en una entrevista:
«We need to use art for something useful instead of just making money for the man. Such as? Ready for a run-on sentence ? Making closedminds, sexism, corporate greed, economic and educational separation of the races, homophobia, and fat people phobia of the past. »

Hablando de música. El tango que Eva recuerda cuando emprende la expedición a Cuatro Vientos es
32 escalones,
de Gardel, con letra de Julio Sosa a partir de un poema del libro
Dos horas antes del alba.
Cuando habla de «quien busca en el licor que aturda la curda que al final termine la función poniéndole un telón al corazón», cita el tango
La última curda,
con letra de Cátulo Castillo.

Por si algún lector no entiende a qué se refiere Eva cuando utiliza el término
logoi,
cito el evangelio (gnóstico) de san Valentín:
«Quien no existe, no tiene nombre... Ésta es la perfección en el pensamiento del Padre y éstos son los
logoi de Su Meditación. Cada uno de sus logoi es el producto de Su Voluntad unitaria, en la revelación de Su Significación. Mientras quedaban todavía en las profundidades de Su Pensamiento, el Logos fue el primero que emergió. Además, Él los reveló de una mente que expresa al Logos único en la gracia silenciosa llamada Pensamiento, puesto que ellos existían allí dentro antes de ser manifestados. Y al nombrarlos los crea. »

Enganchadas
es un libro que existe, que recomiendo fervientemente, y que fue escrito por Coché Echarren, quien generosa y graciosamente me ha permitido jugar literariamente con la ilusión de que fue Eva Agulló quien lo escribió.

El caso de David Muñoz está basado en varias sentencias reales acumuladas por un semanario sensacionalista. Hubiera sido imposible recrear las escenas del juicio y recopilar la documentación legal sin la inestimable ayuda de Raquel Franco, abogada a la par que amiga, por más que los dos términos parezcan incompatibles.

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