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Authors: Charlaine Harris

Una Pizca De Muerte (3 page)

BOOK: Una Pizca De Muerte
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—¿Ella te dio la bolsa del dinero y te fuiste?

—Sí. Fui a meter el dinero en la caja hasta que finalizara el segundo espectáculo. No volví a verla.

Aquello me pareció sincero. No pude ver otra visión de Claudette en la mente de Rita. Lo que sí vi fue mucha satisfacción por su muerte, así como una sombría determinación para mantener a Claude en su club.

—¿Sigues pensando en irte a Foxes, ahora que Claudette no está? —le pregunté a él, esperando que la respuesta desencadenase algo en la mente de Rita.

Claude me miró, sorprendido y disgustado.

—Aún no he tenido tiempo de pensar lo que pasará mañana —espetó—. Acabo de perder a mi hermana.

La mente de Rita dio una especie de salto de alegría. Se temía lo peor de Claude. Desde un punto de vista más práctico, Claude era todo un fichaje para el Hooligan's, ya que, incluso en las noches que libraba, podía hacer que la gente gastase mucho dinero con su magia. Claudette no se había mostrado tan dispuesta a usar su magia en provecho de Rita, pero Claude no se lo había pensado dos veces. El uso de sus habilidades feéricas inherentes para atraer a la gente nutría su ego, lo que por cierto no tenía nada que ver con la economía.

Percibí todo aquello de la mente de Rita en un instante.

—Vale —dije, levantándome—. He terminado con ella.

Se puso contenta.

Salimos de la despensa y fuimos a la cocina, donde nos aguardaba el último candidato a asesino. Lo habían metido debajo de la mesa. Tenía delante un vaso con una pajita para poder beber. Haber sido amante de Claude le había venido bien a Jeff Puckett. No estaba amordazado.

Paseé la mirada entre Jeff y Claude, tratando de sonsacar algo. Jeff tenía un bigote marrón claro que necesitaba un recorte y barba de dos días en el resto de la cara. Sus ojos eran estrechos y de color avellana. Hasta donde pude observar, Jeff parecía en mejor forma que algunos de los porteros que conozco; era incluso más alto que Claude. Pero no me impresionaba. Pensé, puede que por millonésima vez, que el amor es una cosa muy extraña.

Claude se rodeó ostensiblemente con sus propios brazos al ver a su ex amante.

—Estoy aquí para averiguar lo que sabes acerca de la muerte de Claudette —le anuncié, ya que estaba al otro lado cuando interrogamos a Rita—. Soy telépata, y te voy a tocar mientras te hago unas preguntas.

Jeff asintió. Estaba muy tenso. Fijó la mirada en Claude. Me puse tras él, ya que lo habían sacado de debajo de la mesa, y posé las manos en sus anchos hombros. Aparté la camiseta a un lado, lo justo, para que mi pulgar estuviera en contacto directo con su cuello.

—Jeff, dime lo que has visto esta noche —planteé.

—Claudette vino a recoger el dinero del primer espectáculo —contestó. Su voz era más aguda de lo que esperaba, y no era de los alrededores. Florida, pensé—. No la soportaba porque me hacía la vida imposible; a mí no me gustaba estar cerca de ella. Pero eso fue lo que Rita me pidió que hiciera, así que la obedecí. Me quedé sentado en el taburete y vi cómo cogía el dinero y lo metía en la bolsa. Dejó algo en el cajón para tener cambio.

—¿Tuvo problemas con alguno de los clientes?

—No. Tocaba noche de mujeres, y las mujeres no suelen darlos. Sí es verdad que se agitaron un poco en el segundo espectáculo. Tuve que sacar a una chica del escenario que se entusiasmó demasiado con nuestro albañil, pero, por lo general, estuve en el taburete, mirando.

—¿Cuándo desapareció Claudette?

—Cuando volví de llevar a esa chica a su mesa, Claudette ya no estaba. La busqué, fui a preguntar a Rita si le había oído que fuera a tomarse un descanso. Incluso registré el servicio de mujeres. Hasta que no volví a la cabina no vi ese polvo brillante.

—¿Qué polvo brillante?

—Lo que dejamos cuando nos desvanecemos —murmuró Claude—. Polvo de hada.

¿Lo barrerían y se lo quedarían? Seguro que no era buena idea preguntarlo.

—Lo siguiente que sé es que terminó el segundo espectáculo y el club iba a cerrar mientras yo buscaba entre bastidores y en todas partes algún rastro de Claudette. Luego, me vi aquí, con Claude y Claudine.

No parecía enfadado.

—¿Sabes algo de la muerte de Claudette?

—No. Ojalá lo supiera. Sé que es duro para Claude. —Fijó su mirada en la de Claude, que también le devolvió la suya—. Nos separó, pero ya no está de por medio.

—He de saberlo —masculló Claude con los dientes apretados.

Por primera vez, me pregunté qué harían los gemelos si no descubría al culpable. Ese pensamiento aterrador azuzó mi actividad mental.

—Claudine —la llamé. Ella se acercó con una manzana en la mano. Tenía hambre y parecía cansada. No me sorprendía. Se suponía que había estado trabajando todo el día, y allí estaba, despierta toda la noche y lamentando la muerte de su hermana, como si no fuera nada.

—¿Podrías traer aquí a Rita? —pedí—. Claude, ¿puedes ir a buscar a Barry?

Cuando estuvimos todos en la cocina, dije:

—Todo lo que he visto y oído parece indicar que Claudette se desvaneció durante el segundo espectáculo. —Tras un instante de meditación, todos asintieron. Barry y Rita volvían a estar amordazados, y pensé que era una buena idea—. Durante la primera actuación —continué, despacio para no equivocarme—, Claudette fue a buscar el dinero. Claude estaba en el escenario. Barry también. Incluso en los momentos en los que no lo estuvo, no se acercó a la cabina. Rita estaba en su oficina.

Todos asintieron.

—Durante el intervalo entre espectáculos, el local se vació.

—Sí —dijo Jeff—. Barry subió a encontrarse con sus clientes y yo me aseguré de que todos los demás se hubiesen ido.

—Entonces, estuviste fuera de la cabina, aunque fuese poco tiempo.

—Oh, bueno, supongo que sí. Lo hago a menudo. Ni siquiera se me había ocurrido.

—Y también durante el descanso Rita subió a recoger la bolsa de dinero de Claudette.

Rita asintió enfáticamente.

—Así que, al final del intervalo, los clientes de Barry se marcharon. —Barry asintió—. ¿Qué hay de ti, Claude?

—Salí a buscar algo de comer —contestó—. No puedo comer mucho antes de bailar, pero tenía que meterme algo en el cuerpo. Cuando volví, Barry estaba a solas, preparándose para el segundo espectáculo. Yo también empecé a arreglarme.

—Yo volví a mi taburete —explicó Jeff—. Claudette volvió a la ventanilla de cobro. Estaba lista, con la caja del cambio y el sello en la bolsa. Seguía sin decirme nada.

—Pero ¿estás seguro de que era Claudette? —pregunté sin previo aviso.

—No era Claudine, si es lo que insinúas —continuó—. Claudine es tan dulce como amarga era su hermana; incluso se sentaban de formas diferentes.

Claudine parecía satisfecha y lanzó la manzana al cubo de la basura. Me sonrió, perdonándome ya por hacer preguntas sobre ella.

La manzana.

Impaciente, Claude empezó a hablar. Alcé la mano. Se calló.

—Le voy a pedir a Claudine que os quite las mordazas —les anuncié a Rita y a Barry—, pero no quiero que habléis a menos que os haga una pregunta, ¿vale? —Ambos asintieron.

Claudine les quitó la mordaza mientras Claude me incineraba con la mirada.

Los pensamientos rebotaban en mi mente como una estampida.

—¿Qué hizo Rita con la bolsa del dinero?

—¿Después del primer espectáculo? —Jeff parecía desconcertado—. Eh, ya te lo dije. Se la llevó.

Empezaban a saltar las alarmas mentales. Ahora sabía que iba por buen camino.

—Antes me contaste que, cuando viste a Claudette esperando a coger el dinero del segundo espectáculo, ya lo tenía todo listo.

—Sí, ¿y? Tenía el sello, tenía la caja del cambio y la bolsa —respondió Jeff.

—Cierto. Debía de tener una segunda bolsa para el segundo espectáculo. Rita se había llevado la primera. Así que, cuando Rita vino a llevarse la recaudación de la primera actuación, llevaba la segunda bolsa en la mano, ¿no es así?

Jeff trató de recordar.

—Eh, supongo que sí.

—¿Qué me dices, Rita? —pregunté—. ¿Llevabas la segunda bolsa?

—No —respondió—. Había dos en la cabina al principio de la noche. Sólo me llevé la que ella había usado y se quedó otra vacía para el segundo.

—Barry, ¿viste a Rita acercarse a la cabina?

El
stripper
rubio se estrujó la mente frenéticamente. Sentía cada una de sus ideas palpitando en mi mente.

—Llevaba algo en la mano —confirmó finalmente—. Estoy seguro.

—No —estalló Rita—. ¡Ya estaba allí!

—¿Por qué importa tanto lo de la bolsa? —intervino Jeff—. No es más que una bolsa de vinilo con una cremallera, como las que te dan en los bancos. ¿Cómo iba eso a hacerle daño a Claudette?

—¿Y si el interior hubiera estado impregnado con zumo de limón?

Ambas hadas dieron un respingo, mostrando de forma patente el horror en sus caras.

—¿Bastaría eso para matarla?

—Claro que sí —contestó Claude—. Era especialmente susceptible. Hasta el mero olor a limón la hacía vomitar. El miércoles lo pasó fatal, hasta que descubrimos que las sábanas tenían ese aroma. Desde entonces, Claudine siempre tiene que ir a la tienda, porque ese nauseabundo olor parece estar por todas partes.

Rita se puso a gritar. Recordaba a una alarma de coche aguda que no paraba de sonar.

—¡Juro que yo no lo hice! —exclamó—. ¡No lo hice! ¡No lo hice! —Pero su mente estaba diciendo: «Me han pillado. Me han pillado. Me han pillado».

—Sí, por supuesto que fuiste tú —repliqué.

Los hermanos supervivientes se pusieron delante de la silla.

—Cédenos el bar por escrito —exigió Claude.

—¿Qué?

—Cédenos el club. Estamos incluso dispuestos a pagarte un dólar por él.

—¿Por qué iba a hacerlo? ¡No tenéis cadáver! ¡No podéis acudir a la policía! ¿Qué les vais a decir? «Hola, soy un hada y soy alérgica al limón» —rió—. ¿Quién se va a tragar eso?

—¿Hadas? —preguntó Barry con un hilo de voz.

Jeff no dijo nada. No sabía que los trillizos eran alérgicos al limón. No sabía que su amante era un hada. La especie humana me preocupa.

—Barry debería poder irse —sugerí.

Claude parecía animado. Miraba a Rita como un gato contempla a un canario.

—Hasta luego, Barry —se despidió educadamente mientras liberaba al
stripper
—. Nos vemos mañana en el club. Nos toca a nosotros recaudar el dinero.

—Eh, vale —dijo Barry, incorporándose.

La boca de Claudine no había parado de moverse en ningún momento. Curiosamente, el rostro de Barry se volvió inexpresivo y relajado.

—Hasta luego. Ha sido una fiesta genial —dijo cordialmente.

—Ha sido un placer, Barry —le contesté yo.

—Pásate a ver el espectáculo alguna vez. —Me saludó con la mano y salió de la casa, guiado por Claudine. Volvió enseguida.

Claude liberó a Jeff. Lo besó y dijo:

—Te llamaré pronto. —Y lo empujó suavemente hacia la puerta de atrás. Claudine repitió el conjuro y el rostro de Jeff también se relajó visiblemente de la tensión que había esgrimido hasta ese momento.

—Hasta luego —dijo el portero, antes de cerrar la puerta tras de sí.

—¿Me vas a lavar el cerebro a mí también? —pregunté con voz tímida.

—Toma tu dinero —respondió Claudine. Me cogió de la mano—. Gracias, Sookie. Creo que no hay inconveniente en que recuerdes esto, ¿eh, Claude? —Me sentí como una cachorrilla a la que recuerdan un truco.

Claude lo sopesó durante un momento y luego asintió. Volvió su atención hacia Rita, que se había tomado tiempo para salir del estado de shock.

Claude materializó un delgado contrato del aire.

—Firma —ordenó a Rita, y yo le pasé un bolígrafo que había en la encimera, bajo el teléfono.

—Os quedáis el bar a cambio de la vida de vuestra hermana —afirmó, expresando su incredulidad en lo que me pareció el peor momento.

—Claro.

Lanzó miradas de desprecio hacia las hadas. Con un destello de sus anillos, cogió el bolígrafo y firmó el contrato. Se puso en pie, se arregló la falda de su vestido alrededor de las caderas
y
sacudió la cabeza.

—Me voy —anunció—. Tengo otro local en Baton Rouge. Me iré a vivir allí.

—Empieza a correr —le advirtió Claude.

—¿Qué?

—Será mejor que corras. Nos debes dinero y una cacería por la muerte de nuestra hermana. Tenemos el dinero, o al menos la forma de conseguirlo —añadió, señalando el contrato—. Ahora nos queda la cacería.

—Eso no es justo.

Vale, la idea me repugnaba incluso a mí.

—Es más justo de lo que crees. —Claudine parecía formidable: ni dulce, ni débil—. Si puedes evitarnos durante un año, vivirás.

—¡Un año! —La situación de Rita empezaba a antojársele cada vez más real. Empezaba a desesperarse.

—Desde... ya. —Claude miró su reloj—. Será mejor que te vayas. Te daremos cuatro horas de ventaja.

—Sólo por diversión —completó Claudine.

—Y... ¿Rita? —avisó Claude, cuando Rita ya estaba en la puerta. Se detuvo y se volvió.

Él esbozó una sonrisa.

—No usaremos limones.

La Noche de Drácula

Encontré la invitación en mi buzón, al final del camino. Tuve que estirarme por la ventanilla del coche para abrirlo, ya que me había parado un momento, de camino al trabajo, tras recordar que hacía un par de días que no comprobaba el correo. Mi correo nunca era interesante. Quizá recibiese un panfleto de Dollar General o de Wal-Mart, o puede que uno de esos ominosos envíos masivos sobre la necesidad de reservar una parcela en el cementerio.

Hoy, tras dar un suspiro gracias al recibo de la luz y el de la televisión por cable, me encontré con un pequeño premio: un bonito, brillante y pesado sobre que claramente contenía algún tipo de invitación. Lo enviaba alguien que no sólo había dado clases de caligrafía, sino que además había aprobado con nota.

Saqué la navaja de bolsillo de la guantera y abrí el sobre con el cuidado que se merecía. No suelo recibir muchas invitaciones, y las que recibo suelen ser de Hallmark o cosas similares. Aquello era algo digno de saborearse. Saqué con cuidado el rígido papel doblado y lo abrí. Algo cayó sobre mi regazo: un pañuelo de tela que venía con el papel. Sin absorber las palabras reveladas, pasé los dedos por el relieve. Caramba.

Alargué los preliminares todo lo que pude. Lo cierto es que me incliné para leer los caracteres en cursiva:

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