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Authors: David Mamet

Tags: #Ensayo, Referencia

Una profesión de putas (53 page)

BOOK: Una profesión de putas
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Cualquier hombre o mujer puede producir un libro o publicar un folleto, puede, en efecto, difundir sus pensamientos sin la ayuda ni la aprobación de las vastas burocracias del gobierno o la industria, pero la transmisión de imágenes electrónicas, la producción y distribución de las cintas de vídeo se halla en manos de un grupo cada día más reducido; para la persona que recibe un rechazo por parte de las redes de emisión o los distribuidores no es un consuelo que la carta de rechazo diga: «No creemos que esto sea comercialmente viable», en lugar de: «Esto es contrario a los deseos del Estado.»

La misma imagen de la cinta de vídeo es tan abstracta con respecto a la experiencia humana que casi se vuelve irreconocible, de manera que sólo se conservan las semejanzas más superficiales con lo «real».

En el teatro tenemos delante a nuestros compañeros vivos, representando una historia. En la película tenemos, maravillosamente, una recreación de la propia luz que cayó sobre ellos. En vídeo, esta luz ha sido reducida a electrones, y los electrones repartidos sobre una pantalla.

Como los números en base binaria, los electrones no se prestan fácilmente a comunicar una información que no pueda reducirse a lo estadístico. Les resulta difícil transmitir lo «sugerido», lo aproximado, lo ambiguo, en una palabra, el Arte.

El cine fue la primera forma artística nueva desde la invención de la pintura. Actuar ha sido siempre actuar, y la música no deja de ser música tanto en directo como grabada. El dibujo y la pintura siguen siendo en esencia lo mismo, tanto si se practican sobre la piedra de una caverna, sobre la piedra litográfica o sobre un lienzo.

El cine es el primer arte que combina lo plástico con lo temporal. Se presenta simultáneamente de manera tangible, en la imagen, y continua, en la yuxtaposición de las imágenes. Su ascendencia sólo puede encontrarse, quizá, en la galería de arte y en la tira cómica.

El vídeo es otra forma completamente distinta, que se relaciona más estrechamente con la cinta del teletipo. El vídeo es la presentación incesante de información superficial. (Tal vez sea por esto por lo que la televisión sólo ha alcanzado en contadas ocasiones el estatus de Arte. No está relacionada con la expresión del alma, sino con la eventual y necesaria regimentación de todo pensamiento. Está relacionada con el ordenador.)

Pero el arte del Cine, como dijo Eisenstein, es el arte de crear una imagen,
no en la pantalla
, sino en la mente del espectador. (La yuxtaposición de la imagen A y la imagen B crea en el espectador el pensamiento C; por ejemplo, una playa azotada por el viento y una mujer mirando por la ventana crean la idea de aprensión.)

No es una casualidad que el nacimiento del cine fuese contemporáneo de los escritos de Freud. Al mismo tiempo que Freud decía: «Comprendo el significado de los sueños», Lumière
et al
. comenzaban a proyectar estos sueños sobre una pantalla. Combinaban imágenes para crear una idea en la mente del público.

El cine representa la magnificencia de fines de la época victoriana, cuando aún se juzgaba posible que un hombre «conociera todas las cosas», una expresión que refleja el magnífico malentendido según el cual el conocimiento sería al mismo tiempo finito y reducible a una expresión técnica, y cuya
reductio ad absurdum
encontramos en el vídeo, donde la preocupación por el conocimiento y su expresión se ha convertido en la búsqueda de una expresión técnica desprovista de contenido. Tal es el caso de los videográficos.

La propia facilidad de la producción televisiva nos ha hipnotizado a todos, tal como la velocidad de la información telegráfica aceleró la corrupción de la bolsa y la velocidad del automóvil ha destruido la integridad comercial de las poblaciones estadounidenses.

Estas aceleraciones necesarias, inevitables y por Voluntad Divina, surgidas a comienzos de siglo, crearon, en su primera fase, el solaz (en el mejor de los casos) y el sopor (en el peor y más habitual de los casos) del cine.

Nuestra confusión con este mundo acelerado creó la necesidad y la realidad de la primera forma nueva de arte aparecida en cincuenta mil años: el cine.

El cine se encuentra entre el pasado y el futuro, entre la historia de la raza humana y la extinción de la raza humana. Apareció al comienzo de la última etapa de la Revolución Industrial, lo que equivale a decir al comienzo del Fin del Mundo.

En una era tecnológica, nuestros héroes ya no son los instigadores ni los creadores, sino los agentes, los guías que nos conducen con seguridad a lo largo del viaje. No ensalzamos al explorador, sino al piloto; no al estadista, sino al presidente; no al escritor, sino al director; no al arquitecto, sino al «promotor». Hemos elegido admirar y envidiar a la persona rodeada por la tecnología, la persona que se nos aparece como
capitán
de la tecnología, que, en vez de ser aplastada por el Leviatán, ha conseguido dominar por sí sola sus controles.

Estos tecnócratas espléndidamente recompensados son adorados por su supuesta capacidad de conducirnos a través de un sueño, a través de una experiencia que reúne lo plástico y lo temporal. Se les atribuye la capacidad de, si se me permite la expresión, guiarnos dentro de un sueño, ordenar y montar los fragmentos del universo por medio de la tecnología.

En cuanto director ocasional de cine, he conocido la experiencia de hallarme, envuelto por la tecnología, entre esos dos mundos del pasado y del futuro; de tratar con el antiquísimo arte del Drama en un medio que exigía la asistencia y la obediencia de varios cientos de personas; de ser, en efecto, un piloto.

En el plató cinematográfico puede oírse la hermosa cadencia del lenguaje de los obreros especializados. El operador dice: «Pierde el ópalo, por favor», y el electricista le muestra la imagen con y sin filtro y responde tranquilamente: «Opalo
dentro
, ópalo
fuera
, ópalo
dentro
, ópalo
fuera
.» O bien proyecta más o menos luz sobre el asunto a fotografiar y va anunciando:
«Flooding, flooding, flooding; spotting, spotting, spotting

Estas cadencias me sonaban familiares. Sabía que había oído ritmos semejantes en algún lugar, hasta que se me ocurrió que los había leído en
La vida en el Misisipí
.

El encargado de la sonda se situaba en la proa del vapor, arrojaba la sonda y gritaba: «Mark Twain, Quarter Twain, Quarter
less
Twain…
[5]
Sin fondo…» Así proporcionaba información al piloto del barco fluvial, que era el representante más romántico y celebrado de su época. Era el elegido para doblegar una nueva tecnología según el capricho de la gente, y conducirlos así en un viaje nuevo.

Esta analogía con el transporte resulta, en mi opinión, tan curiosa como apropiada.

En los últimos ciento cincuenta años, quienes gobernaban los más modernos sistemas de transporte eran sacralizados como héroes del día.

Los pilotos fluviales, los capitanes de los buques de vapor, los ingenieros ferroviarios, los aviadores, los astronautas, los elegidos para conducir los medios de transpone más veloces, más rápidos, más modernos y más tecnológicamente complejos han sido los héroes del día, hasta que su tecnología quedó superada.

Cada una de estas cofradías constituía una comunidad hermética, definida por las exclusivas, difíciles y peligrosas habilidades que poseían sus miembros.

¿Por qué incluyo a los directores de cine en este grupo? Como en los demás casos, su profesión es romántica (es decir, por lo general suscita un gran deseo de ser admitido y, una vez admitido, de alcanzar el éxito en ella) hasta que su tecnología queda superada. Tras la aparición del astronauta, el piloto de un avión de línea se convierte en un chófer. Cuando se construye el ferrocarril, el piloto fluvial se queda sin trabajo.

El cine, repito, se alza en la cúspide del pasado y el futuro. Recurre a las artes existentes y las combina en un arte auténticamente nuevo. Se exhibe en una sala para que los miembros del público puedan entrar en comunión
entre si
. Ordenar los sueños de la gente de tal manera que la gente en masa, actuando como «el público», pueda celebrarse a sí misma, es el arte del cine.

El propósito del vídeo es hipnotizar, arrullar, poner la «información» por encima de la sugestión y la celebración.

No es casual que el héroe del vídeo no sea el piloto del «espectáculo», el director, sino el piloto de la tecnología, el «productor», el promotor, el envasador.

El cine es una aberración, una hermosa y momentánea aberración, de una sociedad tecnológica en las últimas etapas de su decadencia.

Su belleza reside en esto: que es un registro real de la luz que brilló sobre nosotros. No sólo se creó para representar nuestros sueños en la más turbulenta de las épocas, sino que se creó para que tuviera la potencialidad de seguir viviendo después de nosotros.

Cuando las cintas se hayan borrado, cuando se haya perdido la tecnología para reproducirlas, es posible que alguien, dentro de mucho tiempo, encuentre un fragmento de película y lo sostenga a contraluz.

Lo que demuestran las encuestas

El título de Poeta quedó casi olvidado, el de Orador fue usurpado por los sofistas. Una nube de críticos, recopiladores y comentaristas oscureció el rostro de la sabiduría, y al declive del genio no tardó en seguirle la corrupción del gusto
.

Edward Gibbon

Decadencia y caída del Imperio Romano

En el
New York Times
del 1 de marzo de 1989 podemos encontrar un artículo sobre la victoria de Richard M. Daley en las primarias municipales. En él se nos informa de que «la pauta del voto racial quedó demostrada por una encuesta del
New York Times
y la WBBM-TV, con 2.114 encuestados». Al mismo tiempo, en una columna contigua se nos dice que «además de los errores de muestreo, las dificultades prácticas de realizar una encuesta de opinión de los votantes en día de elecciones primarias pueden introducir otras fuentes de error en la encuesta».

Esta salvedad es un montón de letra pequeña que tenemos que tragarnos. ¿Tenemos o no tenemos un barómetro fiable de la opinión pública?, me pregunto. ¿No sería una cruel ironía que, después de renunciar al método de elección prescrito en la Constitución —o sea, la
votación
—, en favor de un mecanismo menos democrático pero más científico —la encuesta—, nos encontremos con que nos hemos sacrificado en vano?

Sabemos que las encuestas son inexactas e injustas. Nos gustan, no por su capacidad de predecir el futuro, sino por su capacidad para aliviarnos de la responsabilidad que supone el pensamiento individual.

Al hacernos eco de las «ventajas» de las encuestas, lo que pretendemos es librarnos de la incertidumbre y declararnos dispuestos a hacer el siguiente trato: vivir felices con los resultados de una decisión estúpida o incorrecta, con tal de eludir la responsabilidad de haberla tomado nosotros.

La profusión de encuestas en todas las facetas de nuestra vida cotidiana es una regresión a la Ley de la Chusma.

Cuando un individuo que ejerce el poder basa una decisión en una encuesta se convierte en un demagogo que deriva su poder de la apelación a las emociones de la mayoría y, más concretamente, al ferviente deseo de todo individuo (integrado en la mayoría) de Tener Razón.

Este demagogo reniega del concepto mismo de acción responsable y te cambia tu honor por un empleo fijo.

En el espectáculo, en el comercio, en la política, en la medicina, en todos los campos de la vida, es la opinión momentánea de la mayoría la que determina actualmente el curso a seguir.

Pero oiga, me dirán, ¿es que no hay que hacer caso de los deseos de la mayoría? ¿Acaso no es una encuesta el sistema del jurado, al que confiamos la vida y la libertad de los ciudadanos acusados? Sí. Pero se trata de una encuesta realizada a individuos que han jurado dejar de lado todo prejuicio y juzgar los hechos imparcialmente, para servir al conjunto de la comunidad.

El juramento tiene la función de transformar lo que de otro modo sería una simple muestra de la chusma en un cuadro de ciudadanos comprometidos.

Porque el aspecto más cruel de una encuesta es que anula la responsabilidad individual de las decisiones. La persona que administra la encuesta no tiene responsabilidad y considera que su trabajo consiste en reunir datos imparciales. La persona que responde a la encuesta tampoco tiene responsabilidad; se le pregunta lo que siente en un momento dado, y el estímulo que se le da para que responda es: no será usted responsable del uso que se les dé a estas estadísticas; es usted libre de responder tan egoístamente como desee; es más, le
animamos
a que lo haga. Por un momento, no existen restricciones para su libido.

Hay películas, obras teatrales, libros, programas de televisión, cuyo significado y valor no pueden calibrarse más que con el paso del tiempo y mucha reflexión. Ya es bastante malo que un individuo, después de haber visto uno de estos espectáculos, se vea privado de su capacidad de reflexionar a placer por preguntas del tipo de «¿Qué le pareció?», «¿La recomendaría?» y «¿Qué es lo que más le gustó de la obra?»; pero mucho más espantoso es que esta información se utilice para crear, para aparejar de cualquier manera obras de seudoarte, obras demagógicas cuyo único propósito es aumentar el poder de los proveedores a base de apelar a las más bajas emociones de las Masas. Porque resulta muy difícil decir
lo que uno piensa
de una obra de arte inmediatamente después de haberla experimentado. Hay obras que uno pone por las nubes, y al día siguiente las ha olvidado; y hay obras —y todos hemos vivido esta experiencia— que a primera vista nos parecieron insignificantes, y que luego han permanecido con nosotros toda la vida.

Las consultas al electorado apelan a nuestro universal deseo de tener razón, y a nuestro universal deseo de que nos den coba.

Cuando nos dejan pensar, puede que apoyemos, y haremos bien, al candidato que nos presenta las verdades desnudas, que nos hace ver que nos hemos equivocado en nuestras acciones u orientación, y que la corrección, aunque necesaria, será dolorosa. Sin embargo, no es tan probable que apoyemos a ese candidato
si no nos lo pensamos
. Y en un momento de acaloramiento, inmediatamente después de que apelen a nosotros como el Omnipotente Electorado, el Auténtico, Tradicional e Impecable Votante Americano, es bastante probable que aceptemos la sugerencia del demagogo y nos burlemos de todo aquel que nos diga que a lo mejor nos hemos equivocado.

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