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Authors: Brian Lumley

Vampiros (15 page)

BOOK: Vampiros
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«Sólo un bebé», pensó Georgina, «con sangre de Ilya y mía, y…» ¿y…?

—… a los vivos y a los muertos…

La iglesia estaba a oscuras por completo, y la tormenta, casi directamente encima de ella.

—… y la resurrección de la carne y la vida perdurable?

Georgina se sobresaltó cuando oyó responder al unísono a Anne y George:

—Lo creemos firmemente.

—¿Será él bautizado en esta fe?

De nuevo George y Anne:

—Este es su deseo.

¡Pero Yulian lo negó! Lanzó un grito que sacudió las vigas, se agitó y pataleó con asombrosa fuerza en brazos de su madre. El viejo clérigo sintió que habría dificultades (no
verdaderas
dificultades, pero dificultades al fin y al cabo), y decidió no prolongar la ceremonia. Tomó al pequeño de los brazos de Georgina. El traje blanco de bautizo de Yulian tenía casi reflejos de luz de neón, y él era un bulto de color rosa palpitante entre sus pliegues.

Mientras el bebé seguía berreando, el viejo vicario dijo a George y Anne:

—¿Qué nombre quieren ponerle?

—Yulian —respondieron simplemente.

El vicario asintió con la cabeza.

—Yulian, yo te bautizo en el nombre del…

Se interrumpió y miró fijamente al pequeño. Su mano derecha (con un automatismo fruto de la práctica y de la costumbre) se había sumergido en la pila y tomado agua, pero la detuvo, goteando.

Yulian seguía aullando. Anne y George y Georgina sólo oían su llanto. Al no tocar ya a su hijo, Georgina se sintió súbitamente libre, descargada, ajena a lo que vendría ahora. No era obra suya; ella no era más que una espectadora; el sacerdote debía aguantar toda la carga de su propio ritual. También ella oía solamente el llanto de Yulian, pero sentía que se acercaba algo tremendo.

Para el vicario, los berridos del pequeño sonaban de un modo diferente. Ya no era el llanto de un niño, sino de una bestia. Tenía caída la mandíbula inferior, y miró hacia arriba, pestañeando deprisa al pasar de una cara a otra: George y Anne, sonrientes, aunque ligeramente desconcertados, y Georgina, menuda y macilenta. Y entonces el sacerdote miró de nuevo a Yulian. Él bebé gruñía ahora, ¡con gruñidos bestiales de furor! Su llanto no era más que un disfraz, como el perfume que disimula el hedor de la basura. ¡En el fondo estaba el graznido del horror absoluto!

De forma automática, aunque con la mano temblando como una hoja en un vendaval, el viejo vertió un poco de agua sobre la frente febril del pequeño y trazó una cruz con el dedo. ¡El agua podría haber sido ácido sulfúrico!

—¡No!, —oyó el sacerdote en el estruendoso llanto.— NO TRACES CRUCES SOBRE MÍ, ¡PERRO TRAIDOR CRISTIANO!

El vicario creyó que se había vuelto loco. Sus ojos se desorbitaron detrás de los gruesos cristales de las gafas.

Los otros no oyeron nada, salvo el llanto del bebé, que ahora cesó al instante. El viejo y el pequeño se miraron en un silencio ensordecedor.

—¿Qué? —preguntó de nuevo el vicario, en voz muy baja. Ante sus ojos, la piel de la frente del bebé se hinchó en dos bultos gemelos, como dos grandes forúnculos en una erupción instantánea. La fina piel se rompió y asomaron unos cuernos romos de cabra, que se iban curvando al salir. Las mandíbulas de Yulian se alargaron en un hocico perruno que, al abrirse, mostró una cavidad roja, unas encías blancas y una lengua viperina. El aliento de aquella cosa era fétido, como de tumba abierta, y los ojos, pozos de azufre que quemaron como fuego la cara del vicario.

—¡Jesús! —exclamó el viejo—. ¡Oh, Dios mío! ¿Qué
eres
tú?

Y dejó caer el niño. O lo habría dejado caer, de no haber sido por George, que había advertido sus ojos vidriosos, el aflojamiento de sus músculos y la rápida palidez de su semblante. Al derrumbarse el viejo, George dio un paso adelante y tomó a Yulian de sus manos.

Anne, alerta también, había agarrado al viejo y conseguido que no fuese tan brusca su caída. Pero Georgina también se tambaleaba. Como los otros dos, no había visto, olido ni oído nada…, pero era la madre de Yulian. Había
sentido
que se acercaba algo, y sabía que era esto. Al desmayarse también ella, cayó un rayo en el campanario y retumbó un trueno como un cañonazo.

Después, sólo hubo silencio. La luz volvió poco a poco y de las vigas cayeron nubecitas de polvo.

George y Anne, como fantasmas blancos, se miraban boquiabiertos en la penumbra de la iglesia.

Y Yulian reposaba, angelical, en los brazos de su padrino…

Georgina tardó un año en recobrarse. Yulian pasó aquel tiempo con sus padrinos, que después tuvieron un hijo propio de quien preocuparse y a quien cuidar. Su madre lo pasó en un sanatorio bastante distinguido. Esto no sorprendió mucho a nadie; su depresión nerviosa, demorada durante tanto tiempo, se había producido al fin con plena intensidad. George y Anne, y otros amigos de Georgina, la visitaban con regularidad, pero nadie mencionó jamás el fracasado bautizo ni la muerte del vicario.

Había sido un ataque de alguna clase. La salud del viejo había estado empeorando. Después de su colapso en la iglesia, sólo había durado unas pocas horas. George había ido con él en una ambulancia al hospital y lo había acompañado hasta su muerte. El viejo había recobrado el conocimiento en los últimos momentos, antes de marcharse para siempre de este mundo.

Miró fijamente la cara de George y abrió mucho los ojos al recordar, con incredulidad.

—Todo está bien —lo había consolado George, mientras le daba unas palmadas en la mano que había agarrado su antebrazo con fuerza febril—. Tranquilícese. Está en buenas manos.

—¿En buenas manos? ¡En buenas manos! ¡Dios mío! —El viejo estaba perfectamente lúcido—. Soñé… soñé… que se celebraba un bautizo. Usted estaba allí.

Era casi una acusación.

George sonrió.


Tenía
que celebrarse un bautizo —respondió—. Pero no se preocupe, podrá terminarlo cuando se levante y pueda volver a andar de un lado a otro.

—¿Fue real? —El viejo trató de incorporarse—. ¡
Fue
real!

George y una enfermera lo sostuvieron en la cama y lo bajaron cuando se derrumbó de nuevo sobre las almohadas. Entonces acabó de hundirse. Su cara se contrajo y el hombre pareció encogerse dentro de sí mismo. La enfermera salió corriendo de la habitación y empezó a gritar llamando a un médico. Todavía presa de convulsiones, el vicario hizo una seña a George, con un dedo tembloroso, para que se acercase más. Su cara estaba agitada y había adquirido el color del plomo.

George acercó el oído a los labios del viejo y oyó que murmuraba:

—¿Bautizarlo? No, no…, ¡no deben hacerlo! Primero…
¡primero hay que exorcizarlo!

Y éstas fueron las últimas palabras que pronunció en su vida. George no lo mencionó a nadie. Parecía claro que al viejo también le flaqueaba la cabeza.

Una semana después del bautizo, Yulian sufrió una erupción de diminutas ampollas blancas en la frente. Con el tiempo, se secaron y desaparecieron, dejando solamente unas marcas apenas visibles, como pecas…

Capítulo 5

—¡Era un chiquillo muy gracioso! —dijo Anne Lake, sacudiendo la cabeza y dejando que sus cabellos rubios ondeasen a impulso de la brisa que entraba por la ventanilla medio abierta del coche—. ¿Recuerdas cuando lo tuvimos con nosotros aquel año?

Estaban a finales del verano de 1977 e iban a pasar una semana con Georgina y Yulian. Hacía dos años que no los habían visto. George había pensado entonces que el muchacho era extraño y lo había dicho en varias ocasiones, no a Georgina y menos al propio Yulian, naturalmente, pero sí a Anne, en privado. Ahora lo dijo de nuevo:

—¿Un chiquillo gracioso? —Arqueó una ceja—. Supongo que será una manera de decirlo. Raro sería una palabra más adecuada. Y por lo que recuerdo de él, la última vez que lo vimos, no ha cambiado. El que era un niño raro, ¡es ahora un joven raro!

—Oh, George, esto es ridículo. Todos los niños son diferentes los unos a los otros. Yulian era…, bueno, más diferente; eso es todo.

—Escucha —dijo George—. Aquel pequeño no tenía aún dos meses cuando estuvo en nuestra casa, ¡y ya tenía dientes! Unos dientes como pequeños alfileres, terriblemente afilados. Y recuerdo que Georgina dijo que había nacido con ellos, que por eso no podía darle el pecho.

—George —le advirtió Anne, vivamente, para recordarle que Helen iba en el asiento de atrás.

Era su hija, una preciosa y en ocasiones precoz muchacha de dieciséis años. En ese momento suspiró, audible y deliberadamente, y dijo:

—¡Oh, mamá! Sé para que sirven los pechos, además de ser un atractivo natural para el sexo contrario. ¿Por qué tienes que ponerlos en tu lista de tabúes?

—¡La lista de
ta-boob
!
[1]
—rió George.


¡George!
—repitió Anne, pero con más energía.

—Estamos en mil novecientos setenta y siete —se burló Helen— y tú no te enteras. No lo estamos en nuestra familia. Quiero decir que amamantar a un pequeño es natural, ¿no? Más natural que dejar que te manoseen los pechos en la última fila de un cine lleno de pulgas.

—¡Helen!

Anne se volvió a medias en su asiento, apretados los labios en una fina línea.

—Ha pasado mucho tiempo —dijo George, mirando con cierta nostalgia a su esposa.

—¿De qué? —saltó ella.

—Desde que me manosearon en un cine lleno de pulgas —dijo él.

Anne lanzó un bufido.

—¡Ella lo aprende de ti! —lo acusó—. Siempre la has tratado como a una adulta.

—Porque es una adulta, o está a punto de serlo —replicó él—. Sólo las puedes guiar hasta aquí, Anne, amor mío, después tienes que dejar que se apañen por su cuenta. Helen es una chica sana, inteligente, feliz, guapa, y no fuma marihuana. Hace casi cuatro años que lleva sujetadores, y cada mes…


¡George!

—¡Tabú! —dijo Helen, riendo entre dientes.

—De todos modos —dijo ahora George, con irritación—, no estábamos hablando de Helen, sino de Yulian. Presumo que Helen es normal. Su primo, su primo segundo, o lo que sea, no lo es.

—Dame una prueba —argüyó Anne—. Un ejemplo. Dices que no es normal. Entonces, ¿es anormal? ¿O
sub
normal? ¿Dónde está su defecto?

—Siempre que Yulian sale a relucir —intervino Helen desde atrás—, acabáis discutiendo los dos. ¿Vale realmente la pena?

—Tu madre es una persona muy leal —le dijo George, por encima del hombro—. Georgina es prima suya y Yulian es hijo de Georgina. Lo cual quiere decir que son intocables. Tu madre no quiere enfrentarse con los hechos más simples, eso es todo. Le ocurre lo mismo con todos sus amigos: no puede oír hablar mal de ellos. Muy encomiable. Pero yo llamo al pan, pan, y al vino, vino. Encuentro, y siempre he encontrado, un poco difícil a Yulian. Como he dicho antes, raro.

—¿Quieres decir marica? —lo apremió Helen.


¡Helen!
—la reprendió de nuevo su madre.

—¡
Esto
lo he aprendido de ti! —la atajó Helen—. Siempre llamas maricas a los
gays
.

—¡Yo
nunca
hablo de… homosexuales! —Anne estaba furiosa—. ¡Y menos a ti!

—Yo he oído decir a papá, hablando contigo de alguno de sus amigos, que fulanito de tal es tan
gay
como un vicario obligado a colgar los hábitos —dijo tranquilamente Helen—. Y tú le has respondido: «¿Cómo? ¿Fulanito, un marica? ¿De veras?».

Anne se dio la vuelta y tal vez la habría agredido físicamente, si hubiese podido alcanzarla. Muy colorada, gritó:

—Entonces, de ahora en adelante, tendremos que encerrarte en tu maldita habitación antes de atrevernos a sostener una conversación de adultos. ¡Eres horrible!

—Tal vez sería mejor que lo hicieses. —Helen se enfadaba con la misma rapidez—. ¡Antes de que empiece a maldecir!

—Está bien, ¡está
bien
! —las tranquilizó George—. Apuntaos un tanto cada una. Pero estamos de vacaciones, no lo olvidéis. Quiero decir que probablemente es por mi culpa, pero Yulian me fastidia; eso es todo. Y no puedo explicar por qué. Por lo general se mantiene apartado casi todo el tiempo cuando estamos allí, y espero que haga lo mismo esta vez. Al menos para mi tranquilidad mental. Sencillamente, no es mi tipo de muchacho. En cuanto a ser de la acera de enfrente… —(Helen consiguió reprimir una risita)—, no lo sé. Pero lo expulsaron de aquel internado y…

—¡
Nada
de eso! —dijo Anne—. ¿Dices que lo expulsaron? Terminó sus estudios un año antes que los demás, y por eso salió del internado un año antes que los otros. ¿Quieres decir que el hecho de obtener las mejores notas, de ser más inteligente que la mayoría, acredita a alguien como… homosexual? ¡Dios no lo quiera! La lista
Miss
Sabelotodo tiene un par de grados «A» de segunda clase, y esto la hace por lo visto casi omnisciente; en tal caso, ¡Yulian tiene que ser casi un dios! George, ¿qué títulos tienes tú?

—No sé qué tiene esto que ver con lo que hablamos —respondió él—. Tengo entendido que salen más
gays
de las universidades que de todas las escuelas secundarias juntas. Y…

—¡George!

—Yo fui aprendiz —suspiró él—, como sabes muy bien. Conseguí todos los títulos mercantiles. Y después fui trabajador especializado, un arquitecto que ganaba dinero para su jefe, hasta que pude establecerme por mi cuenta. Y de todos modos…

—¿Qué títulos
académicos
? —insistió resueltamente ella.

George siguió conduciendo, sin decir nada, bajó a medias el cristal de su ventanilla y respiró el aire cálido. Al cabo de un rato, respondió:

—Los mismos que tú, querida.

—¡Ninguno! —dijo triunfalmente Anne—. Ya lo ves, Yulian es más inteligente que todos nosotros juntos. Al menos sobre el papel. Que le den tiempo y demostrará lo que vale. Oh, confieso que es callado, que va y viene como un fantasma, que parece menos activo y entusiasta de lo que debería ser un chico a su edad. Pero, por el amor de Dios, dale un respiro. Mira sus desventajas. Nunca conoció a su padre; fue criado enteramente por Georgina, y ella nunca ha estado en sus cabales desde que murió Ilya; ha vivido doce años de su joven existencia en una mansión vieja y sombría. No es de extrañar que sea un poco…, bueno, reservado.

Pareció haber ganado la partida. Los otros no dijeron nada para discutir su lógica; al parecer habían perdido todo interés en el asunto. Anne buscó en su mente un nuevo tema, no lo encontró y se arrellanó en su asiento.

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