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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #ciencia ficción

3001. Odisea final (9 page)

BOOK: 3001. Odisea final
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Pero sabía que era absurdo: ya había descubierto que eso era lo más cerca que podía llegar. Si volara con un poco más de proximidad, la imagen empezaría a descomponerse, revelando sus pixels básicos.

Era mejor conservar la distancia y no destruir la hermosa ilusión.

Y allá —¡era increíble!— estaba el pequeño parque donde había jugado con sus amigos de los últimos grados de la primaria, y los de la secundaria. Los Padres de la Ciudad siempre estaban discutiendo sobre su mantenimiento, mientras el suministro de agua iba adquiriendo carácter cada vez más crítico. Bueno, por lo menos había sobrevivido hasta aquellos días... cuando quiera que hubiesen sido.

Y, entonces, otro recuerdo llevó lágrimas a sus ojos: a lo largo de esos estrechos senderos, cuando podía volver a casa, ya fuere desde Houston o la Luna, había caminado con su adorado peloduro de Rodesia, tirándole palitos para que los trajera, del mismo modo que hombre y perro habían hecho desde tiempo inmemorial.

Poole había anhelado con toda su alma que Rikki todavía estuviese ahí, para saludarlo cuando regresara de Júpiter, y lo había dejado al cuidado de su hermano menor, Martin. Casi perdió el control, y se hundió varios metros antes de recobrar la estabilidad cuando, una vez más, se enfrentó con la amarga verdad de que tanto Rikki como Martin se habían vuelto polvo hacía ya siglos.

Cuando pudo volver a ver bien, advirtió que la banda oscura del Gran Cañón era apenas visible en el lejano horizonte. Estaba reflexionando acerca de si dirigirse hacia allá (se estaba cansando un poco), cuando se dio cuenta de que no estaba solo en el cielo. Alguien más se acercaba, y ciertamente no era un ser humano que volaba con alas. Aunque allí resultaba difícil calcular las distancias, parecía demasiado grande como para ser una persona.

"Bueno", pensó. "No me sorprendería mucho encontrarme aquí con un pterodáctilo... en realidad, es la clase de cosas que puedo esperar. Mientras sea amistoso... o que yo pueda volar más rápido que él si no lo es. ¡Oh, no!"

Un pterodáctilo no era una mala conjetura: quizá para ocho puntos sobre diez. Lo que ahora se le estaba acercando, con lento batir de las grandes alas coráceas, era un dragón recién salido de la Tierra de las Hadas. Y, para completar la imagen, sobre el lomo viajaba una hermosa mujer.

O, por lo menos, Poole conjeturó que era hermosa, pues la imagen tradicional estaba bastante menoscabada por un detalle trivial: mucho de su cara estaba oculto por un gran par de antiparras, que pudieron haber llegado directamente de la cabina abierta de un biplano de la Primera Guerra Mundial.

Poole flotó en el aire, como un nadador que mueve las piernas para mantenerse a flote, hasta que el monstruo que se aproximaba se le acercó lo suficiente como para que oyera el batir de sus grandes alas. Aun cuando estaba a menos de veinte metros, Poole no pudo decidir si se trataba de una máquina o de una biocreación: probablemente era ambas cosas.

Y después se olvidó del dragón, pues su amazona se quitó las antiparras.

El problema con las frases hechas, señaló algún filósofo, probablemente lanzando un bostezo, es que son tan aburridoramente ciertas.

Pero "amor a primera vista" nunca es aburridora.

Danil no le pudo proporcionar información, pero Poole tampoco había esperado que se la diera. Su ubicua escolta —por cierto que no pasaría el examen para valet— parecía ser tan limitado en sus funciones, que, a veces, Poole se preguntaba si no tenía alguna deficiencia mental, improbable como eso parecía. Sin embargo entendía el funcionamiento de todos los artefactos domésticos, obedecía órdenes sencillas con rapidez y eficiencia, y sabía cómo desplazarse por la torre. Pero eso era todo: era imposible sostener con él una conversación inteligente, y cualesquiera preguntas corteses respecto de su familia se topaban con una mirada en blanco de incomprensión. Poole hasta se había preguntado si no sería también un biorobot.

Indra le dio de inmediato la respuesta que necesitaba:

—¡Oh, conociste a la Dama del Dragón!

—¿Es así como la llaman? ¿Cuál es su nombre verdadero...? ¿Me puedes conseguir su Ident? No estábamos en posición de tocarnos las palmas, precisamente.

—Por supuesto...
no problema.


¿De dónde sacaste eso?

A diferencia de lo que era característico en ella, esta vez Indra pareció estar confundida:

—No tengo idea... de algún libro o película antiguo. ¿Es una buena figura de dicción?

—No si tienes más de quince años.

—Trataré de recordarlo. Ahora dime lo que pasó... a menos que quieras que me ponga celosa.

Ya eran tan buenos amigos, que podían discurrir sobre cualquier tema con absoluta franqueza. En verdad, risueñamente habían lamentado la total falta de interés romántico mutuo... si bien Indra una vez había comentado: "Supongo que si ambos estuviéramos varados en un asteroide desierto, sin la menor esperanza de rescate, podríamos llegar a un acuerdo".

—Primero, dime quién es.

—Su nombre es Aurora McAuley. Entre otras muchas cosas, es presidenta de la Sociedad de Anacronismos Creativos, y si crees que Draco era impresionante, espera hasta ver algunas de sus otras... eh... creaciones, como Moby Dick y todo un zoológico de dinosaurios que a la Madre Naturaleza ni siquiera se le ocurrieron.

"Esto es demasiado bueno como para ser cierto", pensó Poole.

"Yo soy el más grande anacronismo que hay sobre el planeta Tierra."

12. Frustración

Hasta entonces, casi había olvidado aquella conversación con el psicólogo de la Agencia Espacial.

—Puede ser que esté fuera de la Tierra durante tres años, por lo menos. Si lo desea, puedo suministrarle un implante anafrodisíaco inofensivo que le durará toda la misión. Le prometo que compensaremos eso con creces cuando vuelva a casa.

—No gracias —había respondido Poole, tratando de no reírse mientras proseguía—: Creo que puedo manejarlo.

No obstante, se había vuelto suspicaz después de la tercera o la cuarta semana... y lo mismo le pasaba a Dave Bowman:

—Yo también lo noté —dijo Dave—. Estoy seguro de que esos malditos médicos pusieron algo en nuestra dieta.

Fuera lo que fuere (si es que en verdad existió alguna vez), hacía mucho ya que había dejado de tener efecto. Hasta entonces, Poole había estado demasiado ocupado como para meterse en enredos sentimentales, y con cortesía había rechazado generosas ofertas provenientes de damas jóvenes (y no tan jóvenes). No estaba seguro de si era su físico o su fama lo que las atraía; quizá no era más que la simple curiosidad por un hombre que, según lo que ellas sabían, podría ser un ancestro de veinte o treinta generaciones atrás.

Para deleite de Poole, la Ident de la Señora McAuley transmitió la información de que en ese momento estaba en un período entre amantes, y Poole no perdió tiempo para ponerse en contacto con ella. A las veinticuatro horas estaba montado en la grupa del dragón, los brazos agradablemente ubicados en torno de la cintura de Aurora. También se enteró de por qué las antiparras de aviador eran una buena idea, ya que Draco era por completo robótico y con toda facilidad podía alcanzar una velocidad de crucero de cien klicks. Poole dudaba de que algún dragón verdadero hubiera logrado jamás tales velocidades.

No lo sorprendió que los siempre cambiantes paisajes que pasaban por debajo de ellos provinieran directamente de las leyendas: Alí Baba agitó la mano con enojo, cuando dieron alcance a su alfombra voladora, gritándoles:

—¡Por qué no miran por donde van!

No obstante, debía de estar a mucha distancia de Bagdad, porque los chapiteles de ensueño sobre los que ahora volaban en círculos sólo podían pertenecer a Oxford.

Aurora se lo confirmó cuando señaló hacia abajo:

—Ésa es la taberna —la posada— en la que Lewis y Tolkien solían reunirse con sus amigos, los Vagos Indicios. Y mire el río, ese bote que acaba de salir de debajo del puente: ¿ve las dos niñitas y el clérigo que van a bordo?

—Sí —contestó Poole, gritando también contra el suave susurro del torbellino que producía Draco—, y supongo que una de ellas es Alicia.

Aurora se dio vuelta y le sonrió sobre el hombro: parecía estar auténticamente encantada.

—Muy en lo cierto: es una reproducción precisa, basada sobre las fotos del reverendo. Temía que no lo supieras: ¡tanta gente dejó de leer poco después de tu época...!

Poole sintió un agradable rubor de satisfacción.

"Tengo la impresión de que pasé otra prueba", se dijo, complacido de sí mismo. "Montar en Draco debe de haber sido la primera. ¿Cuántas más, me pregunto? ¿Luchar con espadones?"

Pero no hubo más, y la respuesta a la inmemorial pregunta "¿Tu casa o la mía?" fue... la de Poole.

A la mañana siguiente, perturbado y mortificado, se puso en contacto con el profesor Anderson.

—Todo estaba yendo de maravillas —se lamentó—, cuando se pronto se puso histérica y me alejó a empujones. Tuve miedo de haberla lastimado de alguna manera...

"Después ordenó que se encendiera la luz de la habitación, habíamos estado en la oscuridad, y saltó fuera de la cama. Creo que yo sólo la miraba fijamente como un estúpido... —rió apesadumbrado—. Por cierto que valía la pena mirarla con fijeza...

—No me cabe la menor duda. Prosiga.

—Después de unos minutos se aflojó y dijo algo que nunca podré olvidar:

Anderson esperó pacientemente a que Poole se sosegara.

—Dijo: "Lo lamento mucho, Frank. Pudimos haberlo pasado muy bien, pero no sabía que te habían... mutilado".

El profesor pareció desconcertado, pero nada más que por un instante.

—Oh... ya entiendo. Yo también lo lamento, Frank... Quizá debí haberlo prevenido. En mis treinta años de práctica sólo vi media docena de casos, y todos por válidas razones médicas... lo que, por cierto, no rige para usted.

"La circuncisión tuvo mucho sentido en épocas primitivas e, inclusive en su época, como defensa contra algunas enfermedades desagradables, y hasta fatales, en países atrasados con escasa higiene. Pero, en todo otro aspecto, no existía la menor excusa para hacerla... ¡y varios argumentos en contra, como habrá descubierto!

"Después que lo examiné la primera vez, revisé los registros y encontré que a mediados del siglo XXI se habían instaurado tantas demandas por mala praxis médica, que la Asociación Médica Norteamericana se vio forzada a prohibir la circuncisión. Las discusiones entre los médicos contemporáneos son muy entretenidas.

—Estoy seguro de que lo son —asintió Poole con mal humor.

—En algunos países continuó durante otro siglo más. Después, algún genio desconocido acuñó un lema, y disculpe la vulgaridad: "Dios nos diseñó: la circuncisión es una blasfemia". Eso más o menos puso fin a la práctica. Pero, si usted lo desea, sería muy fácil disponer que se le haga un trasplante... de todos modos, no estaría haciendo historia en la medicina.

—No creo que eso sirva: temo que cada vez empezaría a reírme.

—Así me gusta: ya está empezando a superarlo.

Un tanto para sorpresa suya, Poole se dio cuenta de que el pronóstico de Anderson era correcto. Hasta se descubrió a sí mismo riéndose ya.

—¿Y ahora qué, Frank?

—La "Sociedad de Anacronismos Creativos" de Aurora: tuve la esperanza de que serviría para mejorar mis posibilidades, ¡y justo a mí me vino a tocar poseer un anacronismo que a ella no le gusta!

13. Extraño en una época extraña

Indra no estaba tan comprensiva como él había esperado. Quizá, después de todo había algo de celos sexuales en la relación de ellos. Y, lo que era mucho más grave, lo que burlonamente denominaban Fiasco del Dragón, los llevó a tener su primer altercado de verdad.

Comenzó de modo bastante inocente, cuando Indra se quejó:

—La gente siempre me pregunta por qué dediqué mi vida a un período tan horrible de la Historia, y no es una gran respuesta decir que los hubo peores.

—Entonces, ¿por qué te interesas en mi siglo?

—Porque señala la transición entre la barbarie y la civilización.

—Gracias. Puedes llamarme Conan.

—¡Conan! El único que conozco es el hombre que creó a Sherlock Holmes.

—Déjalo así... lamento haber interrumpido. Claro que nosotros, en los así llamados países desarrollados, nos creíamos civilizados. Cuando menos, la guerra ya no era algo respetable, y Naciones Unidas siempre estaba haciendo lo mejor que podía para poner fin a las guerras que se desencadenaban.

—No con mucho éxito: yo le daría un tres sobre diez. Pero lo que encuentro increíble es el modo en que la gente, ¡incluso hasta comienzos del 2000!, aceptaba con calma un comportamiento que habríamos considerado atroz. Y creía, de la manera más disparada...

—Disparatada.

—... tonterías que, con seguridad, cualquier persona racional rechazaría sin el menor miramiento.

—Ejemplos, por favor.

—Pues, tu pérdida, realmente trivial, me impulsó a efectuar algunas investigaciones, y quedé consternada por lo que hallé: ¿sabías que, en algunos países, todos los años se mutilaba horriblemente a miles de niñitas, para hacer que conservaran la virginidad? Muchas de ellas morían, pero las autoridades hacían la vista gorda.

—Estoy de acuerdo en que era terrible... pero, ¿qué podía hacer mi gobierno al respecto?

—Muchísimo... si lo hubiese querido. Pero eso habría ofendido a la gente que le suministraba petróleo... y que le compraba las armas, como las minas terrestres que mataban y mutilaban civiles por millares.

—No entiendes, Indra. A menudo no teníamos alternativa: no podíamos reformar el mundo entero. ¿Y no hubo alguien que dijo que "la política es el arte de lo posible"?

—Completamente cierto. Y es lo que explica por qué las mentes inferiores se aferran a eso. El genio gusta de desafiar lo imposible.

—Pues me complace que tengas una buena provisión de genialidad, así puedes poner las cosas en su justo lugar.

—Creo percibir un dejo de sarcasmo... Gracias a nuestras computadoras podemos ejecutar experimentos políticos en el ciberespacio antes de tratar de utilizarlos en la práctica. Lenin no tuvo suerte: nació cien años antes de tiempo. El comunismo ruso pudo haber funcionado, durante un tiempo, por lo menos, de haber tenido microprocesadores. Y se las habría ingeniado para evitar a Stalin.

A Poole lo asombraba constantemente el conocimiento que tenía Indra de su época... así como su ignorancia sobre tantas cosas a las que él consideraba obvias. En un sentido, él tenía el problema inverso: aun si viviera los cien años que con tanta seguridad se le habían prometido, nunca podría aprender lo suficiente como para sentirse en casa. En cualquier conversación siempre habría referencias que no entendería, y chistes que le pasarían inadvertidos. Y lo que era aun peor, siempre sentiría que estaba a punto de meter la pata, a punto de producir un desastre social que avergonzaría incluso a los mejores de sus nuevos amigos...

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