A la caza del amor (6 page)

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Authors: Nancy Mitford

Tags: #Humor, Biografía

BOOK: A la caza del amor
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—¿Y qué tipo de tierra tienen aquí? —preguntó el capitán Warbeck.

Tía Sadie bajó de las nubes con una sonrisa satisfecha y contestó en tono triunfal, pues aquella respuesta sí que la conocía.

—Arcillosa.

—Sí, claro —repuso el capitán.

Éste sacó una cajita con incrustaciones de joyas, extrajo de ella una píldora enorme, se la tragó, para nuestro asombro, sin un solo trago que lo ayudase a hacerla bajar por el esófago y dijo, como para sí, pero con toda claridad:

—Entonces, el agua de aquí debe de ser malísima.

Cuando Logan, el mayordomo, le ofreció pastel de carne (la comida en Alconleigh siempre era buena y abundante, pero de estilo más bien sencillo y casero) dijo, una vez más de un modo en que nadie sabía si quería que lo oyésemos o no:

—No, gracias, no como carne recalentada. Soy un pobre inválido y debo tener cuidado, porque, de lo contrario, lo pago muy caro. Tía Sadie, quien detestaba tanto oír hablar de salud que a menudo la tomaban por científica cristiana (y sin duda se habría convertido si no fuese porque detestaba más aún oír hablar de religión) pasó por alto aquel comentario, pero Bob preguntó con gran interés qué consecuencias tenía la carne recalentada para el cuerpo humano.

—Pues verás: fuerza demasiado los jugos gástricos; es como comer cuero —respondió el capitán Warbeck débilmente, al tiempo que se servía la totalidad de la ensalada. A continuación, otra vez con aquella voz ensimismada, añadió—: Lechuga cruda, eficaz contra el escorbuto. —Y, abriendo una caja de píldoras de tamaño aún mayor, se tomó dos, murmurando—: Proteínas.

»¡Qué delicioso es este pan! —le comentó a tía Sadie, a modo de compensación por haber sido tan grosero al rechazar la carne recalentada—. Estoy seguro de que tiene germen.

—¿Cómo dice? —repuso tía Sadie, volviéndose de una confabulación en susurros con Logan («Pregúntale a la señora Crabbe si podría preparar un poco más de ensalada»).

—Estaba diciendo que estoy seguro de que este pan tan delicioso está hecho con harina molida con piedra y, por tanto, contiene una elevada proporción de germen. En casa, en mi dormitorio, tengo una fotografía de un grano de trigo, de tamaño aumentado, por supuesto, donde se ve el germen. Como saben, en el pan blanco, el germen, con sus sanísimas propiedades, se elimina. Se extrae, para ser más exactos, y se añade a la comida de los pollos. Como resultado, la raza humana se está debilitando cada vez más, mientras las gallinas se hacen cada vez más fuertes.

—Así que al final —intervino Linda, que lo escuchaba embobada, al contrario que tía Sadie, quien se había retirado a una nube de aburrimiento—, las gallinas serán como los Ísimos, y los Ísimos seremos como las gallinas. ¡Cómo me gustaría vivir en un gallinero!

—No te gustaría nada tu trabajo —replicó Bob—. Una vez vi a una gallina poniendo un huevo, y tenía una expresión de lo más desagradable.

—La misma que pones cuando vas al retrete, más o menos —le espetó Linda.

—Pero bueno, Linda… —dijo tía Sadie, con brusquedad—. Eso no era necesario. Acábate la cena y no hables tanto. —Por despistada que fuese, no siempre se podía confiar en que tía Sadie hiciese caso omiso de todo cuanto ocurría a su alrededor—. ¿Qué me estaba diciendo, capitán Warbeck? ¿Algo acerca de los gérmenes?

—No, no de los gérmenes, sino del germen…

En aquel momento me di cuenta de que, entre las sombras, en el extremo opuesto de la mesa, tío Matthew y tía Emily mantenían uno de sus habituales
tête-à-tête
, y tenía que ver conmigo. Cada vez que tía Emily iba a Alconleigh se peleaba con tío Matthew, pero pese a todo, era evidente que él le tenía mucho aprecio; le gustaba la gente capaz de plantarle cara, y también era probable que viera en ella a un reflejo de tía Sadie, a quien adoraba. Tía Emily era más categórica que tía Sadie; tenía más carácter y menos belleza, y no había sufrido en sus carnes las consecuencias de haber dado a luz siete veces, pero saltaba a la vista que eran hermanas. Mi madre era completamente distinta de ellas, en todos los aspectos, pero lo cierto era que la pobre, tal como habría dicho Linda, estaba obsesionada con el sexo.

Tío Matthew y tía Emily estaban enzarzados en aquel momento en una discusión que todos habíamos oído muchas veces. Estaba relacionada con la educación de las mujeres. TÍO MATTHEW: Espero que el colegio de la pobre Fanny (
la palabra «colegio» pronunciada con el desprecio más absoluto
) le esté haciendo todo el bien que crees que le está haciendo. La verdad es que allí ha aprendido algunas expresiones horrorosas.

TÍA EMILY (
con calma pero a la defensiva
): Es muy probable, pero también se está instruyendo.

TÍO MATTHEW: ¿Instruirse? A mí me inculcaron que una persona instruida no llama
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al papel de cartas y, sin embargo, me encuentro a la pobre Fanny pidiéndole
notepaper
a Sadie. ¿Qué instrucción es ésa? Fanny llama a los espejos
mirrors
en vez de
looking glasses
; llama
mantelpiece
, y no
mantelshelf
, a la repisa de la chimenea; el bolso ya no es
purse
, sino que ahora es
hand-bag
, y el
scent
se ha convertido en perfume; se pone azúcar en el café, lleva una borla en el paraguas, y estoy seguro de que si algún día logra cazar a un marido, llamará a los padres de éste «papá» y «mamá». ¿Acaso la maravillosa educación que está recibiendo compensará a ese pobre infeliz por tener que soportar esa sarta de majaderías? ¡Imagínate tener una esposa que dice
notepaper
! ¡Qué desagradable!

TÍA EMILY: A muchísimos hombres les parecería más desagradable tener una esposa que nunca hubiese oído hablar de Jorge III. (De todos modos, Fanny, querida, se dice
writing-paper
; no mencionemos más el
notepaper
, por favor.) Ahí es donde entramos tú y yo. Verás, Matthew, es sabido que la influencia de la familia constituye una parte sumamente importante de la formación.

TÍO MATTHEW: ¿Lo ves? Ya te…

TÍA EMILY: Sumamente importante, pero en modo alguno la más importante.

TÍO MATTHEW: No hace falta ir a ninguna de esas instituciones de tres al cuarto y de clase media para saber quién fue Jorge III. Y por cierto, ¿quién fue, Fanny?

¡Ay de mí! Nunca conseguía brillar con luz propia en aquellas ocasiones. Paralizada por el terror que me inspiraba tío Matthew, se me nubló el juicio y sólo acerté a decir:

—Un rey. Se volvió loco.

—Una respuesta muy original, un pozo de información —comentó tío Matthew con sarcasmo—. Merece la pena perder hasta la última pizca de encanto femenino para saber eso, ya lo creo. Unas piernas que parecen postes de tanto jugar al
hockey
y la peor amazona que he visto en toda mi vida. Le da dolor de espalda al caballo sólo con mirarlo. Linda, tú no has recibido instrucción, gracias a Dios, ¿qué puedes decirnos de Jorge III?

—Bueno —contestó Linda, con la boca llena—, fue el hijo del pobre Fred y el padre del amigo gordo de Beau Brummel, y era una de esas personas volubles, ¿sabes? «Soy el perro de su majestad en Kew. Y dime, ¿quién eres tú?» —añadió, sin venir a cuento—. ¡Oh, qué monada de perro!

Tío Matthew lanzó una mirada de triunfo cruel a tía Emily. Vi que le había fallado y me eché a llorar, dando pie así a más ataques brutales por parte de tío Matthew.

—Es una suerte que Fanny vaya a disponer de una asignación anual de quince mil libras —dijo—, eso sin contar con los acuerdos prematrimoniales que la Desbocada habrá ido firmando a lo largo de su trayectoria. Seguro que encontrará marido, aunque diga
lunch
en vez de
luncheon
y sirva la leche antes que el té. Eso no me da miedo; lo único que digo es que empujará al pobre desgraciado a la bebida en cuanto lo haya cazado.

Tía Emily fulminó a tío Matthew con la mirada. Siempre había tratado de ocultarme el hecho de que era una rica heredera y, en efecto, lo sería hasta el momento en que mi padre, fuerte y sano y en la flor de la vida, se casase con una mujer en edad de procrear. Sucedía que, como en la dinastía de los Hannover, sólo le gustaban las mujeres que hubiesen superado la cuarentena; después de que mi madre lo abandonara, se embarcó en una serie de matrimonios con mujeres de edad avanzada a quienes ni siquiera los milagros de la ciencia moderna eran capaces de devolver la fertilidad. Además, los adultos también creían, erróneamente, que los niños ignorábamos que llamaban a mi madre «la Desbocada».

—Todo eso —dijo tía Emily— no tiene nada que ver con el asunto que nos ocupa. Es posible que Fanny, en un futuro lejano, disponga de algo de dinero propio, aunque es ridículo hablar de quince mil libras. Tanto si dispone de ese dinero como si no, supongo que el hombre que se case con ella podrá mantenerla, aunque por otra parte, teniendo en cuenta los cambios habidos en este mundo en que vivimos, también es muy posible que tenga que ganarse la vida por sí misma. En cualquier caso, será una persona más madura, más feliz, con más inquietudes y más interesante si…

—Si sabe que Jorge III fue un rey que se volvió loco.

Pese a todo, mi tía tenía razón; yo lo sabía y ella también. Los pequeños Radlett leían muchísimo, aunque caprichosamente, en Alconleigh, que contaba con una buena y representativa biblioteca del siglo XIX creada por su abuelo, un hombre extremadamente culto. Sin embargo, aunque obtenían una gran cantidad de información heterogénea y la adornaban con su propia originalidad llenando verdaderas lagunas de ignorancia con su encanto y su buen humor, no llegaron a adquirir nunca el hábito de la concentración, por lo que eran incapaces de trabajar duramente, con esfuerzo. Resultado de todo aquello fue su incapacidad posterior para soportar el aburrimiento. Las tormentas y las dificultades no les afectaban en absoluto, pero como carecían por completo de disciplina mental, una sucesión de días de existencia monótona les suponía una tortura insoportable.

Cuando salíamos del comedor después de la cena, oímos decir al capitán Warbeck:

—No, no quiero oporto, gracias. Es una bebida deliciosa, pero debo rehusarla. Es el ácido del oporto lo que ha hecho de mí un hombre tan delicado.

—Ah, ¿de modo que ha sido un gran bebedor de oporto, eh? —insinuó tío Matthew.

—No, no, yo no. Yo no lo he probado nunca. Mis antepasados…

En aquel momento, cuando se reunieron con nosotros en la sala de estar, tía Sadie anunció:

—Los niños ya están al corriente de la noticia.

—Supongo que os parece un chiste muy divertido —dijo Davey Warbeck, dirigiéndose a los niños—. Unos viejos como nosotros casándose…

—No, no, por supuesto que no —dijimos educadamente, sonrojándonos.

—Es un muchacho extraordinario —dijo tío Matthew—, lo sabe todo. Dice que esos azucareros estilo Carlos II sólo son una imitación georgiana, que no valen nada. ¡Quién lo iba a decir! Mañana recorreremos toda la casa y le enseñaré todos nuestros cacharros, y así podrá decirnos qué es cada cosa. Es muy útil contar con alguien como usted en la familia, francamente.

—Eso sería estupendo —respondió Davey con voz débil—. Y ahora, si me disculpan, creo que me iré a la cama. Sí, por favor, el té a primera hora de la mañana. Es tan necesario para reponer la evaporación de la noche…

Nos estrechó la mano a todos y salió a toda prisa de la habitación, diciendo para sí: —¡Uf! ¡Qué cansancio!

—Davey Warbeck es un Ísimo —dijo Bob cuando bajamos a desayunar al día siguiente.

—Sí, parece un Ísimo fantástico —convino Linda con aire soñoliento.

—No, quiero decir que es un Ísimo de verdad. Mira, hay una carta para él: «limo. David Warbeck». Lo he comprobado y es verdad.

El libro favorito de Bob en aquella época era el
Debrett
, una guía biográfica y genealógica de las principales familias de Gran Bretaña, y nunca sacaba las narices de él. Como resultado de sus pesquisas, una vez lo oímos informar a Lucille de que «
les origines de la famille Radlett sont per-dues dans les brumes de l'antiquité
».

—Es el segundo hijo, y el mayor tiene un heredero, así que me temo que tía Emily no llegará a ser lady. Y su padre es simplemente el segundo barón, título otorgado en 1860, y no empieza hasta 1720; antes de eso, el linaje es enteramente femenino. —La voz de Bob se fue apagando—. Pero bueno…

Oímos a Davey Warbeck decirle a tío Matthew mientras bajaba la escalera:

—Oh, no, no puede ser un Reynolds. Un Prince Hoare de lo peorcito, y eso, con mucha suerte.

—¿Meollada de cerdo, Davey? —Tío Matthew levantó la tapa de una fuente de servir.

—Sí, por favor, Matthew, si se refiere a los sesos. Son muy digestivos.

—Y después de desayunar le enseñaré nuestra colección de minerales del ala norte. Seguro que estará de acuerdo conmigo en que tenemos algo que merece la pena. Dicen que es la mejor colección de Inglaterra; me la dejó en herencia un viejo tío mío que se pasó la vida reuniéndola. Mientras tanto, ¿qué le parece mi águila?

—Pues… si fuese china, ¡ah, entonces sí que sería un tesoro! Pero me temo que es japonesa; no vale ni el bronce en que está fundida. Mermelada Cooper's Oxford, por favor, Linda.

Después del desayuno acudimos todos en tropel al ala norte, donde había cientos de piedras expuestas en vitrinas: que si tal cosa petrificada, que si tal otra fosilizada… Las más fascinantes eran la fluorita y el lapislázuli, unos pedruscos que parecían recogidos, como mínimo, en la cuneta de una carretera. Muy valiosas y únicas, eran una leyenda familiar: «Los minerales del ala norte podrían estar en un museo», y los niños las venerábamos. Davey las examinó minuciosamente y se llevó unas cuantas a la ventana para observarlas con más detenimiento. Al final, lanzó un profundo suspiro y anunció:

—¡Qué hermosa colección! Supongo que ya saben que están todas enfermas…

—¿Enfermas?

—Muy enfermas, y es demasiado tarde para cualquier tratamiento. Dentro de uno o dos años estarán todas muertas. Más les valdría deshacerse de ellas.

Tío Matthew estaba encantado.

—¡Demonio de Warbeck! —exclamó—. Nada es suficientemente bueno para él; nunca había visto nada igual. Hasta los minerales tienen fiebre aftosa… ¡qué demonio!

Capítulo 5

El año que siguió a la boda de tía Emily nos transformó a Linda y a mí de niñas, muy niñas para nuestra edad, en adolescentes indisciplinadas que esperaban la llegada del amor. Una de las consecuencias de la boda fue que empecé a pasar casi todas mis vacaciones en Alconleigh. Davey, como todos los favoritos de tío Matthew, no entendía que éste pudiese resultarnos tan aterrador, y consideraba absurda la teoría de tía Emily de que pasar demasiado tiempo con él podía ser perjudicial para mi salud.

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