Read Agentes del caos II: Eclipse Jedi Online
Authors: James Luceno
Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción
Alto
se encogió de hombros.
—Tendrán todo cuanto necesiten.
—¿Y qué ganamos nosotros? —preguntó Melisma, adelantándose a los demás.
El mismo hombre volvió a encogerse de hombros.
—Ustedes deciden: ropa, comida, mobiliario, lo que pidan.
—¿Qué tal transporte para salir de Ruan?
Los dos hombres intercambiaron miradas una vez más.
—¿Cuántos son? —preguntó el primero.
—Treinta y siete… incluido un niño.
—Podríamos arreglarlo —aceptó A
lto
tras reflexionar.
—Sólo hasta Abregado-rae, compréndanlo —agregó su compañero—. No hay destinos alternativos.
Gaph paseó la mirada por Melisma, R’vanna y algunos de los otros.
—Abregado-rae nos va bien.
Alto
se cruzó de brazos.
—Entonces, trabajaremos así: nosotros les proporcionaremos todo lo necesario para falsificar los permisos. Si estamos satisfechos y convencidos de que pasarán la comprobación de Salliche Ag y de las autoridades del espaciopuerto aquí, en Ruan, cerramos el trato.
—Me llamo Plaan —dijo el weequay, jefe de seguridad de Tholatin, cuando se unió a Droma y a Han en la cubierta delantera del
Halcón.
Plaan llevaba los pulgares de ambas manos metidos en el ancho cinturón que sujetaba una tela acolchada del color de los desiertos de Sriluur que le llegaba a las rodillas. Su rostro reseco y de ancha nariz tenía profundos pliegues, y manchas de avanzada edad aparecían en la placa huesuda en forma de almendra que reforzaba su cráneo desde la frente a la columna vertebral. Sus ojos profundos le daban un aspecto fantasmal, temible. Detrás de él, dos humanos permanecían firmes y enfundados en trajes de combate de camuflaje; uno empuñando un rifle láser de última generación, y el otro un BlasTech E-11 de hacía veinte años, el arma preferida de las tropas de asalto imperiales. Media docena de humanos y alienígenas inspeccionaban diversas partes de la nave. Han no podía evitar hacer comentarios en voz baja; la mera idea de que manosearan su propiedad lo llenaba de rabia. Necesitó todo el control que era capaz de reunir para no cargar contra ellos.
—Éste es Miek, mi primer oficial —dijo Droma, señalando a Han.
—Lamento verme obligado a registrar su nave, capitán Droma. Los códigos son correctos, pero tal como están las cosas, hasta nosotros debemos tomar precauciones.
Plaan era más apto para comunicarse mediante feromonas que con palabras, y su acento era espeso y entrecortado.
El viaje hasta Tholatin había sido largo y lento por culpa del errático comportamiento de la hipervelocidad. Era un mundo deshabitado, a excepción de una profunda y casi indetectable fisura que legiones de contrabandistas utilizaban desde hacía años. El
Halcón
—ahora llamado:
Franquicia Solar—
había sido dirigido hasta una zona de aterrizaje en el fondo de una hendidura arbolada, pero los hangares de aterrizaje y las zonas de mantenimiento se hallaban bajo un techo de piedra voladiza en la base de un precipicio. Aunque sintió alivio al comprobar que los antiguos códigos seguían vigentes, a Han le preocupaba la naturaleza variopinta de algunas de las naves atracadas.
—¿Había estado antes en el Espinazo de Esau? —preguntó de repente Plaan, estudiando a Han con interés.
—Hace muchos años.
—¿Quién lo dirigía todo por entonces?
Han se acarició la barba, como si intentara recordar.
—Veamos…, estaba Bracha e’Naso. Y un corredor de información llamado Formyaj… un yao, si mal no recuerdo.
Plaan asintió con la cabeza.
—Hace mucho que desaparecieron, como casi todo el mundo. Se marcharon cuando los yuuzhan vong se instalaron en el sector espacial de los hutt —miró a Droma—. ¿Dónde consiguió los códigos, capitán?
—De un amigo de Nar Shaddaa —explicó Droma, tal como Han le había instruido—. Un humano llamado Shug Ninx.
Plaan volvió a asentir.
—Conocemos a Ninx. ¿Así que vienen de Nar Shaddaa?
Droma abrió la boca para confirmar que venían del Espacio Hutt, cuando una voz de barítono llegó del pasillo circular de estribor.
—Plaan, échele un vistazo a esto.
Han y Droma siguieron al jefe de seguridad por el pasillo. Allí donde se bifurcaba la cabina del bote salvavidas, dos humanos del equipo de búsqueda habían descubierto los paneles removibles que cubrían los compartimentos secretos que Han había utilizado para ocultar el contrabando, en lo que le parecía una vida anterior. Como Plaan, los dos fisgones tenían mirada huesuda de mercenarios o piratas, más que de contrabandistas, cosa que cuadraba con la mezcolanza de naves que Han había visto en los hangares de aterrizaje.
Plaan sonreía divertido.
—¿Contrabandistas?
—Siempre que se puede —dijo Droma.
—¿Independientes o trabajáis para los hutt?
—Somos contratistas independientes.
Plaan resopló.
—Hoy en día hay mejores maneras de ganarse unos créditos. Hasta los hutt deben tener cuidado. Con Boss Bunji expulsado de la
Rueda del Jubileo,
no queda en Ord Manten brilloestimulante suficiente para llenar siquiera un cuerno de bantha.
Mientras hablaba, un hombre bajo que llevaba gastadas herramientas de mecánico entró en el pasillo procedente de la rampa de descenso.
—Parece que su nave ha entrado hace poco en acción —dijo a Droma—. De quien sea que huyeran ustedes le destrozó su nuevo anodizador.
—Nos encontramos con una patrulla yuuzhan vong —respondió Droma ante la mirada inquisitiva dé Plaan—. Afortunadamente, escapamos con apenas daños, sólo el convertidor de energía y la hipervelocidad.
El mecánico hizo una mueca, miró a su alrededor y movió apreciativamente la cabeza.
—Esta nave no es un último modelo, pero creo que podremos conseguirle los repuestos que necesita.
Plaan se relajó un poco.
—Si conociera a la gente adecuada, no tendría que preocuparse por las patrullas yuuzhan vong —dijo mientras seguía a Droma y a Han hasta el compartimento delantero.
Droma miró a Han antes de hablar.
—Conocer a la gente adecuada es algo en lo que nunca hemos sido especialmente buenos.
El jefe de seguridad soltó una risa áspera.
—Puede que su suerte esté a punto de cambiar —caminó hasta la entrada, al pasillo circular, y se asomó a la bodega de los circuitos—. ¿Cuántos pasajeros puede transportar este cacharro? —preguntó sin darse la vuelta.
—Es más pequeña de lo que parece —respondió Han, dando unos cuantos pasos hacia Plaan—. Bajo la cubierta sólo hay espacio para las tuberías y los cables. Aunque los metiéramos apretados como sardinas, el suministro de oxígeno no llegaría para más de cincuenta aproximadamente… Y sólo durante unas cuantas horas.
—¿Por qué lo pregunta? —apuntó Droma.
Plaan dio media vuelta y volvió al compartimento.
—Aquí, en el Espinazo de Esau, hay muchos que trabajan para gente que tiene trato directo con los yuuzhan vong.
—Un par de amigos nuestros trabajaban para un tipo que decía tener trato directo con los yuuzhan vong —aseguró Han a Plaan—, pero cuando llegó el momento, no nos ayudó en absoluto. ¿Ha oído hablar de la Brigada de la Paz?
Plaan asintió lentamente.
—El equipo de Reck Desh.
—¿El mismo patrón?
—El mismo —confirmó Plaan—. Pero el tipo de actividades que llevaba a cabo la Brigada de Paz era muy arriesgado. Nuestra especialidad son los traslados.
—Los traslados… —repitió Han.
—Transportes privados para refugiados deseosos de escapar de los campos de la Nueva República.
Los ojos de Han se entrecerraron por la sospecha.
—Dependiendo de lo que cobre por los servicios, es un filántropo o un depredador.
Plaan se rió.
—Como nos pagan unos buenos extras en destino, los pasajeros sólo aportan modestas cantidades.
—¿Así que ese contratista anónimo es un filántropo? —dijo Droma.
—Para ganar los extras, el contratista exige que entreguemos a los refugiados en mundos concretos…, mundos que acaban siendo objetivos de los yuuzhan vong.
Han tuvo que obligarse a hablar.
—Los estáis reciclando. Los refugiados pagan para salir de un campo, se encuentran en medio de una invasión y terminan en otro campo. —Luchó contra el impulso de despedazar a Plaan miembro a miembro—. Y, por supuesto, los yuuzhan vong están contentos porque actuando así complican todo lo posible la situación de la Nueva República.
Plaan se encogió de hombros.
—Para la Nueva República será un problema, pero para nosotros es un trabajo bien pagado. ¿Interesados?
—Es posible —aceptó Droma—. ¿Tiene algo preparado en estos momentos?
—Lástima que no llegasen antes —Plaan emitió un sonoro lamento girando la cabeza hacia un lado—. Nuestra gente embarcará dentro de poco un cargamento en Ruan.
Droma se sentó vacilante en el sillón de ingeniería, dispuesto a no mirar a Han.
—¿Ruan?
Han lo miró de reojo un instante.
—Quizá no sea demasiado tarde para participar —logrando sólo en parte que su voz no trasluciera la alarma y el temor que sentía, se volvió hacia Plaan—. ¿Cuánto tardarán en suministramos los repuestos que necesitamos?
En la húmeda y oscura sala que servía de comedor y dormitorio a los cautivos privilegiados de la nave transporte del yammosk, Wurth Skidder colocó su cuenco bajo el dispensador de nutriente, esperó mientras se vertía su ración y regresó a su sitio habitual, donde se sentó con las piernas cruzadas, obligándose a comer.
Como todo lo relacionado con los yuuzhan vong, el cuenco procedía de alguna criatura, probablemente la cáscara del huevo de un ovíparo enorme, y la cuchara, aunque parecía de una madera exótica, no tenía rastros de haber sido tallada o manufacturada, y daba la impresión de haber crecido con el mango ya incorporado. Incluso el grifo del dispensador de nutriente tenía todo el aspecto de estar conectado a algo vivo que permanecía oculto al otro lado del curvo y membranoso mamparo.
Poco después, como era habitual, Roa y Fasgo se unieron a él. Ambos estaban tan agotados y empapados por las largas sesiones en el tanque con el yammosk como casi todos los demás. Cuatro prisioneros habían muerto a consecuencia de los esfuerzos de la criatura por sondear sus mentes, y más del doble estaban catatónicos. Skidder había sobrevivido gracias a una suave utilización de la Fuerza, la justa para conservar la cordura sin revelar su identidad de Jedi.
Estaba a punto de terminar la última cucharada de nutriente cuando habló Roa.
¡Vaya, mira quiénes han vuelto!
Skidder se giró siguiendo la mirada de Roa y vio a Sapha y a sus cinco compañeros ryn entrando en la sala. Se puso en pie al instante y les hizo señas para que se acercaran. No habían visto a ninguno de los seis desde que se los llevó el comandante Chine-kal…, lo cual debió de ocurrir unos cuantos días estándar antes. Todos se preguntaban por los motivos de su misteriosa desaparición, y Skidder estaba ansioso por saber adónde los habían llevado.
—Con un hutt —dijo Sapha en respuesta a la pregunta, mientras se dejaba caer en el suelo.
Roa se quedó con la boca abierta.
—¿Un hutt? ¿A bordo de esta nave?
—Randa Besadii Diori. El hijo de un hutt llamado Borga.
Skidder esperó hasta que tres de los compañeros de Sapha se alejaron para unirse a la cola de la comida.
—¿Qué hace aquí ese tal Randa? —preguntó tranquila pero enérgicamente.
Sapha lo miró un momento.
—Creemos que los yuuzhan vong están preparándolo para que se encargue de transportar los prisioneros de guerra. Quizá para sacrificarlos, o para algún otro propósito.
—Así que ése es el trato que han conseguido —masculló Skidder apretando los dientes—. Pero ¿por qué os llevaron con Randa?
—Para que le dijéramos la buenaventura —rió ella sin ganas—. Los hutt siempre han tenido el pasatiempo de usar a los ryn como futurólogos… Es divertido para ellos y muy a menudo letal para nosotros. Cuando las predicciones no se cumplen, suelen matarnos de formas tan variadas como repugnantes. Crecí oyendo ese tipo de historias.
—Así que Randa os pidió que le leyerais el futuro —dijo Skidder por fin—. ¿Y qué le dijisteis?
—Vaguedades abiertas a toda clase de interpretaciones.
—¿Por ejemplo? —quiso saber Roa.