Read Agentes del caos II: Eclipse Jedi Online
Authors: James Luceno
Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción
—Los hutt mantuvieron a raya al Imperio —señaló Shesh—. Presentar cierta resistencia a los yuuzhan vong habría ayudado.
—No lo negaré, pero nuestra sociedad habría sido destruida. Siempre hemos protegido nuestra independencia, senadora. Nunca hemos invadido el espacio de la Nueva República… Bueno, salvo por aquel lamentable episodio protagonizada por Durga. Aparte de eso, los hutt se han contentado con transportar especia y divertirse con la comida, la bebida, la música y la danza. No somos guerreros, senadora, y mucho menos señores de la guerra.
Los ojos de Shesh mostraron la concentración con la que escuchaba las palabras del hutt.
—Así que sólo intentan conservar lo que tienen y realmente no se han aliado con los yuuzhan vong…
—No lo hemos hecho.
—¿Y si derrotan a la Nueva República?
—Si puedo hablarle con franqueza, seguiremos como siempre… Quizá más pobres por no poder vender especia o quizá más ricos por vender más de lo que vendemos ahora…
—… a las masas derrotadas y desgraciadas —terminó Shesh, soltando una breve carcajada.
Como el comentario no exigía una respuesta, Golga no se la dio.
—Quiero que entregue un mensaje a Borga, cónsul. Dígale que, mientras sus flotas están desplegadas por media galaxia, a la Nueva República le gustaría que los yuuzhan vong atacasen Corellia. Ese sistema les tiene preparada una sorpresa… que incluye un juguete enorme y brillante que puede causar más de un problema a los invasores. Pero dígale también que le ofrezco esta información como una forma de reparar un error anterior. Puede que Borga no lo entienda, pero otros sí lo harán.
Golga la miró fijamente.
—Si no fuera tan inocente —dijo por fin—, hasta pensaría que me está ofreciendo una información de gran valor para los yuuzhan vong.
—Piense lo que quiera —replicó Shesh encogiéndose de hombros.
—No obstante ¿cómo puedo saber que no intenta tenderme una trampa para que los hutt queden como imbéciles?
Shesh no respondió.
—Sea como sea, senadora, ha sido una información muy inesperada. La sonrisa de Shesh fue enigmática.
—¿Quién sabe, cónsul? Puede que algún día nos veamos forzados a trabajar juntos. Ante esa posibilidad, creo que ha sido un buen comienzo.
Los dos humanos
—Alto
y
Bajo—
alababan las recién completadas cartas de tránsito en el dormitorio de Ciudad Ryn, rodeados por los treinta y siete ryn que esperaban conteniendo el aliento. Las falsificaciones habían llevado casi cuatro días ruanos de trabajo clandestino, y casi todos habían contribuido de una forma u otra. Si Gaph tenía talento para el dibujo, R’vanna dominaba la caligrafía. Muchas de las mujeres se habían ocupado de mezclar y aplicar los colores, y hasta Melisma había echado una mano repasando y corrigiendo los nombres de los pasajeros y buscando imperfecciones en las cartas.
Ahora estaba parada entre Gaph y R’vanna, apoyando al niño de Sapha en la cadera, aprovechando que, para variar, estaba tranquilo como un skimp. La cargada atmósfera del dormitorio era tan tensa que cuando
Alto
acabó considerando «perfectas» las cartas, le pareció que se habían disparado fuegos artificiales.
Todo el mundo suspiró aliviado y sonrió abiertamente. Melisma entregó al niño a una de las otras hembras y abrazó con alegría a Gaph y R’vanna.
Los humanos esperaron a que los ryn se calmaran.
Alto
dirigió a Gaph una mirada valorativa mostrándole una de las hojas de duralámina.
Veo que ya os habían incluido en la lista.
Gaph hinchó el pecho en teatral gesto de orgullo.
—Lo hicimos porque sabíamos que las encontraríais impecables.
Alto
asintió y le entregó las cartas a
Bajo,
que las colocó dentro de un castigado estuche metálico.
Esta mañana las entregaremos a Salliche Ag. Demorarán el proceso uno o dos días, pero si todo va según lo previsto deberíais prepararon para salir pasado mañana. ¿Qué os parece?
En vez de contestar, Gaph alzó las manos sobre la cabeza, empezó a chasquear rítmicamente la lengua y empezó a bailar, cruzando las piernas y girando lentamente mientras se movía por la habitación. Un momento después, todo el mundo aplaudía y chasqueaba siguiendo el ritmo, uniéndose a él en la celebración.
Melisma apenas podía creerse su buena fortuna. Dentro de dos días estarían rodeando el Núcleo, rumbo a Abregado-rae.
Randa, al parecer muy necesitada de un sueño reparador, no había pedido la presencia de los ryn, como se esperaba. Skidder calculaba que habían pasado dos días estándar desde que los llamó el hutt, pero ese mismo día, cuando lo condujeron a la bodega, le alegró descubrir a los seis ryn trabajando ya en el tanque del yammosk.
Entró en el líquido gelatinoso y asumió su puesto ante uno de los tentáculos, dirigiendo a Sapha una mirada significativa, pero sin decir nada.
La sesión empezó como siempre, con los cautivos luchando por inducir al yammosk a que forzara al dovin basal a mover la nave a mayor velocidad, sumiendo a la criatura en un estado de relajación táctil mediante masajes y caricias.
Aunque esas sesiones eran cada vez menos agotadoras a nivel psicológico, seguían siendo físicamente agotadoras, y cuando Chine-kal ordenó que la velocidad volviera a la normalidad, muchos de los cautivos estaban doblados sobre los tentáculos, luchando por recuperar el aliento y frotándose manos, brazos, hombros y pechos para alejar el dolor.
Lo importante era que Chine-kal estaba complacido c n sus esfuerzos y, por tanto, no habría más trabajos de velocidad para lo que quedaba de sesión.
Cuando el recorrido del comandante por el borde del tanque le alejó 180 grados de Skidder, el Jedi dirigió a Sapha una mirada rápida y habló entre dientes.
—¿Habéis visto a Randa?
Ella le respondió con un débil asentimiento de cabeza.
Venimos de estar con él.
¿Hiciste lo que te pedí?
En contra de mis deseos. Pero, sí, hicimos lo que pediste.
¿Cómo reaccionó?
Con palpable preocupación. Nos despidió casi de inmediato, probablemente para hablar con sus guardaespaldas y consejeros.
Los ojos de Skidder se estrecharon con disimulado placer.
Había llegado el momento de hablar al yammosk. En las sesiones anteriores, sólo había recurrido a la Fuerza lo suficiente para conceder a la criatura acceso a sus pensamientos y emociones superficiales. La facilidad de la conexión había atraído una y otra vez al yammosk a su lado, y Skidder le mostraba cada vez algo más de sí mismo para reforzar la unión. Ahora tenía que invertir el flujo y hablar directamente al yammosk, tal y como éste creía haber estado haciendo con él.
Había practicado en la Fuerza la técnica que necesitaría desde el momento en que los ryn le contaron su reunión con el hutt. Skidder se sumió en un suave trance con el mismo esfuerzo que necesitó para entrar en el fluido nutriente en el que flotaba el yammosk.
Su objetivo era comunicar mediante imágenes que Randa Besadii Diori conspiraba contra el comandante Chine-kal. Había repasado tantas veces el engaño en los últimos dos días que las imágenes se sucedieron ante él como en un drama de la HoloRed. Casi de inmediato, el tentáculo le rodeó los hombros con ternura y empezó a estremecerse, luego empezó a temblar.
Entonces, el apéndice se tensó a su alrededor. Al mismo tiempo, y por todo el tanque, los tentáculos que rodeaban a otros cautivos se aflojaron, salpicando el fluido con fuerza suficiente para derramar nutriente fuera del borde y salpicar la cubierta de la bodega.
Varios cautivos gritaron alarmados cuando el cuerpo del yammosk se puso rígido. Skidder rompió el contacto mental casi de inmediato y se agachó para librarse del abrazo del tentáculo. Pero eso sólo provocó que la criatura se retorciera hacia él, como si quisiera fijarlo en su mirada. Skidder, Roa, Sapha y algunos de los demás tuvieron la previsión de sumergirse en el nutriente, pero una docena de los demás cautivos fue arrojada fuera del tanque por el giro a contrarreloj del yammosk. Fasgo se encontraba en este grupo y fue arrojado más lejos que los demás. Su ya debilitado cuerpo chocó contra el mamparo de coral yorik con fuerza demoledora y se quedó allí pegado por un momento, antes de deslizarse lentamente hasta la escabrosa superficie del suelo.
Algunos de los tentáculos más largos intentaron coger a Skidder cuando salió a la superficie, pero éste emergió del líquido con una voltereta hacia atrás y aterrizó en la pasarela del borde. El yammosk se estiró frustrado hacia arriba, antes de aplanarse sobe el líquido, extendiendo su alcance hasta el borde del tanque. Los tentáculos se agitaron y golpearon la rejilla de coral, pero Skidder los evitó diestramente saltando de un pie al otro y ejecutando volteretas con las que saltaba sobre los resbaladizos apéndices.
En otra parte de la bodega, Chine-kal y los guardias se encontraban presos de la confusión. Corrían alrededor del tanque, haciendo inútiles intentos de calmar a la criatura, convencidos por un momento de que Skidder era la víctima y no el instigador. El Jedi saltó hasta la cubierta y aterrizó de pie, pero los guardias no pensaban dejarle mucho margen. Podría haber esquivado o derrotado a los que corrían hacia él desde todas partes, pero al no tener hacia dónde huir decidió que le iría mejor interpretando a un cautivo asustado temeroso por su vida.
Simuló forcejear, derribando a algunos de los guardias con la fuerza que otorga el pánico, pero dejó que acabaran doblegándole y se dejó caer a cubierta bajo su fuerza, chillando, gimiendo y gesticulando hacia el yammosk.
—¡Intentó matarme! ¡Quería matarme!
Una vez calmado, el Coordinador Bélico se balanceaba sobre las olas provocadas por sus propios actos. Muchos de los cautivos se apretaban contra los bordes del tanque. Los que habían sido arrojados fuera por el brusco giro de la criatura ya se levantaban de la cubierta, aturdidos pero no heridos de gravedad. Todos salvo Fasgo, que estaba caído sin vida sobre un creciente charco de sangre.
Hasta Chine-kal parecía temeroso mientras se acercaba al yammosk. Skidder supuso que no todas las criaturas se desarrollaban según lo previsto, y que pese a la bioingeniería con la que habían sido desarrolladas, siempre podía salir alguna defectuosa, como solía pasar con los coris y con otras muestras de la tecnología orgánica yuuzhan vong.
Viendo, o quizá sintiendo, que el comandante se acercaba, el yammosk extendió dos tentáculos hacia él, y luego un tercero con el que le rodeó el cuello. El comandante puso los ojos en blanco, y se habría desplomado de no sujetarle los tentáculos. Entonces parpadeó recuperando la consciencia y se volvió para mirar a Skidder con ojos muy abiertos.
Skidder no tenía ni idea de lo que podía haberle contado el yammosk sobre Randa o sobre el propio Skidder, pero las palabras que le dirigió Chine-kal fueron lo último que esperaba oír.
¡Un Jedi! —El comandante se liberó del abrazo del yammosk y se acercó a Skidder—. ¡Un Jedi!
Skidder vio por el rabillo del ojo a Roa y a Sapha cabizbajos y derrotados. Chine-kal se paró ante Skidder, agitando la cabeza con incredulidad y maravilla.
—Un intento valiente, Jedi. Inspirado de verdad. Pero lo que no supiste ver es que los yammosk no se producen, sino que nacen. Cada uno transmite la suma total de sus conocimientos a su progenie. —Miró a la criatura—. Los progenitores de éste tuvieron experiencias con los Jedi.
Chine-kal se volvió hacia Skidder y posó las manos en sus hombros.
—Pero puedes sentirte orgulloso, Jedi, pues me has complacido mucho. De hecho, serás mi regalo al maestro bélico Tsavong Lah, que un día gobernará Coruscant.