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Authors: Fredric Brown

Amo del espacio (25 page)

BOOK: Amo del espacio
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Consiguió llegar.

—Hola, brofesor.

El Herr Professor Oberburger alzó la mirada, estupefacto. No vio a nadie.

—¿Qué? —preguntó, asombrado—. ¿Quién es?

—Soy yo, brofesor. Mitkey, der rratón que usted envió a der Luna. Berro no he estado allí. En cambio, he...

—¿Qué? Es imbosible. Alguien me está gastando una brroma. Berro..., berro nadie sabe nada acerrca del cohete. Como frracasó, no se lo dije a nadie. Sólo yo sé...

—Y yo, brofesor.

El Herr Professor suspiró profundamente.

—He trrabajado demasiado. Debo estarr un poco desequilibrrado...

—No, brofesor. Realmente soy yo, Mitkey. Ahorra puedo hablarr. Igual que usted.

—Dices que buedes..., no lo crreo. ¿Cómo es que no te veo, entonces? ¿Dónde estás? ¿Borr qué no...?

—Estoy escondido, brofesor, en la bared que hay justo detrrás del agujerro grrande. Querría asegurrarme de que todo iba bien antes de dejarrme verr. No querría que usted se egscitarra y me tirramra algo a la cabeza.

—¿Qué? ¡Berro, Mitkey, erres rrealmente tú y yo no estoy dorrmido ni loco...! ¡Berro, Mitkey, no bodías bensarr que yo iba a hacerr una cosa así!

—Está bien, brofesor.

Mitkey salió del agujero de la pared, y el profesor le miró, se frotó los ojos, y volvió a mirarle, se frotó los ojos, y...

—Estoy loco —dijo finalmente—. Lleva bantalones rrojos und guantes... No buede serr. Estoy loco.

—No, brofesor. Escuche, se lo contarré todo.

Y Mitkey se lo contó.

Un atardecer gris, y un ratoncillo gris que seguía hablando seriamente.

—Berro, Mitkey...

—Sí. brofesor. Sé lo que está bensando, biensa que una rraza de rratones inteligentes y una rraza de hombrres inteligentes no buede convivirr. Berro no serra necesarrio convivirr; como le he dicho, en el bequeño continente de Austrralia hay muy boca gente. Und no costarría demasiado trraerrlos aquí y dejarrr ese continente a los rratones. Lo llamarríamos Ratonstrralia, en vez de Austrralia, und cambiarríamos el nombrre de la cabital, Sidney, porr Disney, en honorr de...

—Berro, Mitkey...

—Berro, brofesor, considerre lo que ofrrecemos a cambio de ese continente. Todos los rratones se irrían allí. Civilizamos a unos cuantos y los civilizados nos ayudan a atrrabarr a otrros, nos los trraen, y los sometemos a la acción de la máquina de rrayos, y otrros atrraban a más y nos ayudan a constrruirr más máquinas und serrá como una bola de nieve rrodando montaña abajo. Und firrmamos un bacto de no agrresión mitt los humanos und nos quedamos en Ratonstrralia und cultivamos nuestrra brrobia comida und...

—Berro, Mitkey...

—Und mirre lo que le ofrrecemos a cambio, herr brofesor: egsterrminarremos a su beorr enemigo... der rratas. A nosotrros tamboco nos gustan. Und un batallón de mil matones, arrmados mitt máscarras de gas y bequeñas bombas de gas bodrría entrrar en todos los agujerros en berrsecución de der rratas y egsterrminarr a todas las rratas de la ciudad en uno o dos días. Bodrríamos egsterrminamr a todas las rratas del mundo en el blazo de un año; und al mismo tiembo atrrabarr y civilizarr a todos los rratones y embarrcarrlos hacia Ratonstrralia, und... und...

—Berro, Mitkey...

—¿Qué, brofesor?

—Bodrría darr rresultado, berro no darrá rresultado. Vosotrros bodrríais egsterrminarr der rratas, sí. Berro ¿cuánto tiembo transcurrirría antes de que los conflictos de interreses hicierran que der rratones intentarran egsterrminarr a der berrsonas o der berrsonas intentarran egsterrminarr der...

—¡No se atrreverrian, brofesor! Bodemos fabricarr arrmas que...

—¿Lo ves, Mitkey?

—Berro no sucederrá. Si der hombrres rrespetan nuestrros derrechos, nosotrros rrespetarremos...

El Herr Professor suspiró.

—Yo..., yo te harré de interrmediarrio, Mitkey, und egsbondrré tu brrobosición, und... Bueno, es verrdad que librrarse de der rratas serría una grran cosa barra der rraza humana. Berro...

—Grracias, brofesor.

—Borr cierrto, Mitkey. Tengo a Minnie. Me imagino que es tu esbosa, aunque también había otrros rratones porr aquí. Está en der otrra habitación; la puse allí justo antes de que tú llegarras, barra que estuvierra a oscurras y budierra dorrmirr. ¿Quierres verrla?

—¿Mi esbosa? —preguntó Mitkey. Había pasado tanto tiempo que realmente se había olvidado de la familia que tuvo que abandonar. Los recuerdos volvieron lentamente—. Bueno —dijo—, hum..., sí. Constrruirré rrápidamente un bequeño broyectorr de X-19 und... Sí, sus negociaciones serrán más fáciles si der gobierrnos ven que somos varrios, y de este modo no crreerrán que soy un monstruo.

No fue algo deliberado. No pudo serlo, porque el profesor no sabía nada sobre la advertencia de Klarloth acerca de posibles descuidos con la electricidad... Der nuevo arreglo molecularr de tu centrro cerrebrral... es inestable, und...

El profesor aún estaba en la habitación iluminada cuando Mitkey irrumpió en la estancia donde Minnie se hallaba en su jaula sin barrotes. Estaba dormida, y al verla... Los recuerdos de otros días volvieron en tropel y, de pronto, Mitkey se dio cuenta de lo solo que había estado.

—¡Minnie! —exclamó, olvidándose de que ella no podía comprenderle.

Y entró en la caja de madera donde dormía. Se produjo una descarga. La suave corriente eléctrica existente entre las dos tiras de papel de estaño le alcanzó de lleno.

Hubo un rato de silencio.

Después:

—Mitkey —llamó Herr Proffessor—, ven y hablarremos de todo esto...

Entró en la habitación y los vio, a la grisácea luz del amanecer, dos ratoncillos grises fuertemente abrazados. No habría podido decir cuál era cuál, porque los dientes de Mitkey habían rasgado las prendas rojas y amarillas que súbitamente se convirtieron en objetos extraños y molestos.

—¿Qué demonios...? —preguntó el profesor Oberburger. Entonces se acordó de la corriente, y adivinó lo sucedido—. ¡Mitkey! ¿Es que ya no buedes hablarr? ¿Acaso der...?

Silencio.

Después, el profesor sonrió.

—Mitkey —dijo—, mi bequeño rratón estelarr. Crreo que ahorra erres más feliz..

Los contempló un momento, afectuosamente, y después accionó el interruptor que eliminaba la barrera eléctrica. Claro que ellos no sabían que eran libres, pero cuando el profesor los cogió y los depositó cuidadosamente en el suelo, uno de ellos echó a correr hacia el agujero de la pared. El otro le siguió, pero volvió la cabeza y miró hacia atrás, con algo de estupefacción en los ojillos negros, una estupefacción que se fue desvaneciendo.

—Adiós, Mitkey. Así serrás más feliz. Und siembrre tendrrás queso en abundancia.

El ratoncillo gris lanzó uno de sus característicos chillidos, y se introdujo en el agujero.

«Adiós»... podría, o no, haber querido decir.

VEN Y ENLOQUECE

(Come And Go Mad)

1

Lo supo de alguna manera, cuando se despertó por la mañana. Ahora, situado junto a la ventana de la redacción, desde donde contemplaba el dibujo de luz y sombras proyectado por el oblicuo sol de la tarde sobre los edificios, estaba casi seguro. Sabía que muy pronto, quizá aquel mismo día, ocurriría algo importante. No sabía si sería algo bueno o malo pero lo intuía sombríamente. Y con razón; pocas cosas buenas pueden suceder inesperadamente a un hombre, es decir, cosas de verdadera importancia. El desastre puede atacar desde innumerables direcciones en formas extraordinariamente diversas.

Una voz dijo: «Hola, señor Vine», y él se apartó de la ventana, lentamente. Eso ya era extraño, pues no tenía la costumbre de moverse lentamente; era un hombre pequeño y vivaz, casi felino en la rapidez de sus reacciones y movimientos.

Pero en esta ocasión algo le hizo apartarse lentamente de la ventana, como si presintiera que jamás volvería a ver aquel claroscuro de una tarde al sol.

—Hola, Red —contestó.

El pecoso botones anunció:

—Su Señoría quiere verle.

—¿Ahora?

—A su conveniencia. Cualquier día de la semana que viene, quizá. Si está ocupado, dele un plantón.

Él apoyó un puño en la barbilla de Red y le empujó, mientras el botones retrocedía con fingido arrepentimiento.

Se dirigió al depósito de agua. Apretó el botón y el agua llenó el vaso de papel.

Harry Wheeler fue a su encuentro y dijo:

—Hola, Napi. ¿Qué hay? ¿Te han llamado a capítulo?

—Sí, para un aumento —repuso.

Bebió y estrujó el vaso, que tiró a la papelera. Se dirigió a la puerta que ostentaba el letrero de «Privado» y la abrió.

Walter J. Candler, el director, alzó la vista de los papeles que llenaban su escritorio y dijo afablemente:

—Siéntese, Vine. En seguida le atiendo. —Después volvió a bajar la vista.

Tomó asiento en la silla que había frente a Candler, sacó un cigarrillo del bolsillo de la camisa y lo encendió. Examinó la parte posterior de la hoja que el director estaba leyendo. En aquel lado no había nada escrito.

El director puso la hoja sobre la mesa y le miró.

—Vine, esto es descabellado. Por lo visto, usted es un genio cuando se trata de escribir cosas descabelladas.

Sonrió lentamente al director y dijo:

—Si es un cumplido, gracias.

—Es un cumplido, desde luego. Usted nos ha hecho cosas bastante difíciles. Esto es diferente. Nunca he pedido a un reportero que hiciese algo que yo mismo no haría. Yo no haría. Yo no haría una cosa así, de modo que no voy a pedírselo.

El director cogió el papel que había estado leyendo y volvió a dejarlo sin mirarlo siquiera.

—¿Ha oído hablar alguna vez de Ellsworth Joyce Randolph?

—¿El director del manicomio? Claro que sí; incluso le conocí, casualmente.

—¿Qué impresión le produjo?

Observó que el director le observaba escrutadoramente, y le pareció que la pregunta no había sido demasiado casual. Replicó hábilmente:

—¿A qué se refiere? ¿En qué sentido? ¿Quiere saber si es una buena persona, un buen político, un psiquiatra competente, o qué?

—Quiero saber si le pareció un tipo equilibrado.

Miró a Candler y se dio cuenta de que Candler no bromeaba. Candler era estrictamente inexpresivo.

Se echó a reír, y después se puso súbitamente serio. Se apoyó sobre la mesa de Candler.

—Ellsworth Joyce Randolph —dijo—. ¿Se refiere a Ellsworth Joyce Randolph?

Candler asintió.

—El doctor Randolph ha venido esta mañana a verme. Me ha contado una historia bastante extraña. No quería que la publicara; quería que la comprobara, y que encargase de ello a nuestro mejor hombre. Me ha dicho que, si descubríamos que era verdad, podríamos imprimirla en tipos de ciento veinte líneas y tinta roja. —Sonrió irónicamente—. Es lo que haremos.

Apagó el cigarrillo y estudió el rostro de Candler.

—Pero la historia es tan absurda que usted piensa que el doctor Randolph está loco.

—Exactamente.

—Y ¿qué tiene de difícil el trabajo en cuestión?

—El doctor dice que sólo podremos conseguir la historia actuando desde dentro.

—¿Entrando como paciente o algo por el estilo?

Candler repuso:

—Algo por el estilo.

—¡Ah!

Se levantó de la silla y se acercó a la ventana, de espaldas al director. El sol apenas se había movido. Sin embargo, el dibujo de luces y sombras reflejado en las calles parecía distinto, sombríamente distinto. Su estado de ánimo también era distinto. Comprendió que aquello ero lo que había estado esperando que sucediese. Se volvió y dijo:

—No. Desde luego que no.

Candler se encogió imperceptiblemente de hombros.

—No le culpo. Ni siquiera se lo he pedido. Yo tampoco lo haría.

—¿Qué cree Ellsworth Joyce Randolph que está sucediendo en su manicomio? Debe ser algo bastante descabellado si usted mismo ha llegado a dudar de su cordura.

—No puedo decírselo, Vine. Le he prometido que no lo haría, tanto si aceptaba usted el trabajo como si no.

—¿Pretende decirme que, aunque aceptara el encargo, no sabría lo que debería buscar?

—Así es. Estaría predispuesto, su juicio no sería objetivo. Buscaría algo concreto, y podría creer que lo había encontrado sin tener una base firme. O, por el contrario, estaría tan predispuesto a no encontrarlo, que quizá no quisiera reconocerlo aunque lo tuviera delante de las narices.

Se apartó de la ventana y se acercó a la mesa sobre la que descargó un puñetazo.

—Maldita sea, Candler, ¿por qué yo? Ya sabe lo que me ocurrió hace tres años.

—Desde luego. Amnesia.

—Eso es, amnesia. Ni más ni menos. Nunca he ocultado que no me he recuperado de esa amnesia. Tengo treinta años, ¿no es así? Sólo recuerdo lo sucedido en el espacio de tres años. ¿Sabe lo que es tener un muro que te impide recordar lo sucedido antes de esa época?

»Oh, bueno, sé lo que hay al otro lado de ese muro. Lo sé porque todo el mundo me lo dice. Sé que empecé trabajando como botones hace diez años. Sé dónde y cuándo nací y que mis padres murieron. Sé como eran... porque he visto fotografías suyas. Sé que no tenía esposa ni hijos, porque así me lo dijeron todas las personas que me conocían. Téngalo bien presente: todas las personas que me conocían, no todas las personas que yo conocía. Yo no conocía a nadie.

»Desde entonces no me ha ido mal del todo. Cuando salí del hospital —ni siquiera recuerdo el accidente que me mandó allí— vine directamente aquí porque aún me acordaba de escribir artículos, a pesar de que tuviese que aprender el nombre de todo el mundo. No estaba en peor situación que un periodista novato empleado en un periódico de una ciudad desconocida. Y todo el mundo me ayudó mucho.

Candler abrió una mano para calmar la tempestad. Dijo:

—Está bien, Napi. Ha dicho que no, y eso es suficiente. No me parece que esto tenga nada que ver con el tema que nos ocupa, ya que lo único que tenía que hacer era decir que no, así que olvídelo.

La tensión seguía dominándole. Dijo:

—¿No le parece que esto tenga nada que ver con el tema que nos ocupa? Usted me pide... o, de acuerdo, no me lo pide, me lo sugiere... que me haga pasar por loco, y entre en el manicomio. Cuando... ¿qué confianza puede uno tener en su propia cordura si no recuerda sus días de colegio, no recuerda el día que conoció a las personas que trabajan con él, no recuerda el día que empezó a trabajar, y no recuerdas... nada de lo sucedido antes de hace tres años?

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